Como un sauce talado en su hermosura mayor
me han puesto bocarriba.
Puedo sentir el peso de los pájaros
sobre el rostro ya herido en el azul más puro,
el peso de las cúpulas tras el albor sumidas,
y en mí lejano, inalcanzable.
Ya no he de andar. ¿Acaso alguna vez crecí?
¿Bajo los pies de piedra
fueron ciertas las aguas?
No sentiré el arpa silenciosa de la tarde
en el dolor del tráfago.
Se secará la herida.
La raíz, sujeta a mi dolor más niño
ofrendará la desmemoria.
Desde aquí, he de soñar la tierra húmeda,
entre mis manos vírgenes, las criaturas del polvo
escapando en espirales hacia la luz ausente.
Extendido, he de soñar el arco en el crepúsculo,
las torres y campanas a la contemplación fugándose,
la honda hierba de las encrucijadas, el abejeo
por los grávidos cielos del retorno.
Ahora, qué han de decir
contra el imposible de la sombra,
la fruta madura y el sudor
en la abundancia de las manos que sanan.
Qué dirán del golpe en el recuerdo enmohecido,
las altas noches goteando sobre el ojo inútil.
Soy un árbol talado y florecido.