La participación de Cuba en el Clásico Mundial 2023, ha concluido con una aplastante derrota 14-2, bajo los spikes de Estados Unidos. Récord de derrota más abultada, con mayor diferencia de carreras, en la historia de estos eventos. Miami fue el encendido escenario donde vimos a unos cubano libres saltar al terreno con telas, y a unos policías vestidos de árbitros, otra vez, reprimiéndolos. No obstante, no por eso la primera plana del órgano de propaganda del PCC (Partido Comunista de Cuba) en La Habana, iba a dejar de sacar un titular "victorioso": "El Team Cuba, asere, la partió", dicho en lenguaje callejero, "la forraron", se lucieron: la selección cubana —han cometido este vaticinio— "esta de vuelta en la cumbre del mundo".
Pero, ¿puede, pudo, podría haber un Team Cuba, brother, de todos y para el bien de todos? ¿Mientras el país, como ese equipo sacado de las componendas de una cúpula, es totalmente de unos sátrapas, a costa de cárceles, destierros, prohibiciones de todo tipo de libertades comunes?
Nos gusta desear que sí, cómo no, porque de ese sueño vivimos, y pensar en el juego nada más valorando la "libertad" del pelotero salido de la manigua y pasado por los moldes del sistema de adoctrinamiento desde la primaria, entre tirarle a una curva o dejarla pasar. Pero, la realidad se impone como el "Partido único" y la mediación de la policía política en toda la vida cotidiana de los cubanos.
Yo tenía un solo equipo de pelota "mío", más o menos, los Tigres de Ciego de Ávila. El otro "grande", el de los abanderamientos en la plaza, el de las consignas, el fabricado a costa de un gobierno que nos torturaba algo más que los oídos a base de consignas vacías y empobrecimiento por decreto bajo las premisas de desviar la economía hacia la creación de atletas como "mercancías políticas" y propaganda barata, ese —lo siento— siempre me gustaba verlo perder, aunque ocurriera poco en aquellos tiempos en que se batían contra escolares sencillos y verdaderos amateurs. Mi gusto era por mero apego a la semiótica, o sea necesitaba que se resolviera esa construcción como fiel reflejo de una sociedad realmente apaleada, así era una de las pocas veces que veía la verdad nacional salir a flote, a ver si alguien se enteraba en alguna parte sobre el absurdo, sobre la mentira que nos estábamos comiendo. Aunque me debatiera en el sinvivir de que al mismo tiempo quería que se lucieran los peloteros de mi absoluta simpatía, los Pacheco (ahora con los Yanquis de Nueva York), Ulacia, Linares (dicen que fue el mejor del mundo) como los portentos que eran de verdad.
A quienes más quería sentir perder por entonces era a los inflados narradores al estilo de Héctor Rodríguez, Eddy Martin y aquella caterva de comisarios políticos. El pobre Bobby Salamanca, que se quedó con ganas de gritar "Caña, coño" con el hit decisivo del mundial de 1969, y lo lamentó toda la vida, seguramente también se tragaría ahora el grito de "Patria y vida". Ya no deseo ni que pierdan ni que ganen, me da lo mismo, no me parecen emociones muy bien invertidas, ando lejos de ese circo destartalado. Es muy aburrido el "juego" en que unos quieren pasar la política por deporte y, si no les sale bien, lo contrario.
Cuando lo único que hay que cambiar es el asiento del Director, eso está claro, que toda la culpa siempre ha sido del Director, el que tiene la piedra arriba y el que la tiene en el cerebro. De todos modos, otra realidad se sigue imponiendo, igual de patética. Que queremos, que necesitamos soñar con un juego real, un equipo real, diverso, libre, de todos y para todos, puro deporte y adrenalina sana, a pesar de los pesares, inventarnos la broma del entretenimiento en medio de la sangría. Verdad que ya nadie va a secuestrar a un pelotero como hizo el M-26 de Julio con Fangio, aquel piloto de carrera famoso, en La Habana de 1958, para llamar la atención, para acabar la mala racha. Pero, mientras, al menos pudimos decir "Patria y vida, coño".