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Opinión | La bendita circunstancia del agua por todas partes

“La República de Cuba peleó su condición de archipiélago. No se habla mucho de la batalla de la diplomacia republicana para rescatar a la Isla de Pinos como parte del territorio nacional.”

Balseros cubanos en el Estrecho de Florida.
Balseros cubanos en el Estrecho de Florida.

Cuba es un archipiélago. Sí, y es significativo que en la escuela no nos insisten en esa realidad, que parece ser un aburrido dato de la ciencia geográfica. La República de Cuba peleó su condición de archipiélago. Ese glorioso acontecimiento también está como escondido, esta vez no en la Geografía sino en la Historia. No se habla mucho de la batalla de la diplomacia republicana para rescatar a la Isla de Pinos como parte del territorio nacional.

La Enmienda Platt declaraba a esa isla como propiedad de Estados Unidos, y los colonos yanquis establecidos en ella desde finales del siglo XIX se habían organizado en un estilo Texas o Nuevo México, es decir, reclamaban la propiedad y el gobierno permanente puesto que ellos estaban ya allí.

Ningún político cubano aceptó ese descaro. Actuaron con tanta sutileza como firmeza, y ya en 1903 el gobierno norteamericano renunciaba al despojo. Pero la soberanía cubana no quedó establecida hasta 1925, cuando el Tratado Hay-Quesada fue ratificado por el Senado de los Estados Unidos.

Así, el Archipiélago quedaba en nuestras manos. ¿Y qué hicimos con eso?

La Isla y el Archipiélago

Me pasma que los colonos yanquis permanecieran hasta después de la llegada del castrismo. Había planes para un intenso desarrollo del turismo en época de Batista, que quedaron en el papel. La isla fue usada para la construcción de una penitenciaría dizque modelo. Triste fama, sobre todo con los presos políticos del machadato y del castrato; y ningún progreso.

En cuanto al ulterior dueño del campamento nacional, la renombró como Isla de la Juventud, pues en su siempre triunfadora imaginación hacia ella irían miles y miles de jóvenes que la harían prosperar. Ni siquiera la compulsión del dictador logró ese éxodo.

La Isla de Pinos fue siempre la isla en el lenguaje criollo, como si Cuba fuera un continente. Como si esa isla fuera el último lugar del país, un sitio para gente sin porvenir. Como si nos sobrara, que era justamente lo que habían creído los yanquis en 1901. Castro había prometido crear en la isla un pequeño paraíso para escritores y artistas oficiales, algo así como el barrio de Peredielkino en Moscú, donde estarían cebados y aislados. No sé si se enteró de que Tarkovski tenía casa en Peredielkino, o se le olvidó ese lujo.

Jamás supo cómo hacer prosperar ni un solo pedazo de nuestro territorio, aunque recordemos que instaló su mansión de verano en Cayo Piedra. Recorría el archipiélago en sus yates, vivía sus famosas pesquerías, se sumergía en las coloridas profundidades, y la isla quedaba para unos jóvenes realmente metafísicos, puesto que no comían. Finalmente, en la desesperación de los noventa, inventó los pedraplenes de la cayería norte, catástrofe ecológica, para un turismo que sigue sin dar resultados de categoría que pudieran justificar, si es que eso es posible, semejante desgracia, mientras Costa Rica, con mucho menos gasto, maravilla al mundo con un turismo ecológico y remunerador.

"La Isla de Pinos fue siempre la isla en el lenguaje criollo, como si Cuba fuera un continente. Como si esa isla fuera el último lugar del país, un sitio para gente sin porvenir. Como si nos sobrara."

Este dueño del Archipiélago llevó su sentido de la responsabilidad hasta regalarle un cayo del sur al dictador alemán. Era casi generoso con lo suyo, y hay que reconocer que todo el mayimbato ha paseado en yate por el Archipiélago, y se ha comido las langostas, los pargos, las agujas, todos los peces que ahora dicen que ya no habrá más en la plataforma insular. ¿Por qué?

Al dueño le interesaba el Caribe sur. Pero no el archipiélago. Pocos cubanos saben de su dorada iniciativa para unir la isla con la Isla, desecando el mar de poco fondo entre ambas. Lo llamaba “nuestro viaje a la Luna”. Hay que tener en cuenta que la isla poseía en la época un valor estratégico, pues si los marines la ocupaban habría que huir de La Habana. Además, quedaban otras islitas para la diversión y el negocio, como el famoso Cayo Largo…

El dueño y sus súbditos, y García Márquez, gozaban el archipiélago sobre todo al sur. Lo de la cayería del norte es básicamente resultado de la crisis de los noventa. Cayo Romano es la tercera isla del Archipiélago, pero no había un interés especial en sus maravillosas playas. Dicho de otra manera, ni siquiera se trataba del goce de todo el Archipiélago, sino de lo que les interesaba por distintas razones, ninguna de verdadero interés nacional.

Mientras el pueblo huía y se ahogaba en el canal de Bahamas, los pedraplenes mataban el ecosistema para hacer llegar a los turistones a los Jardines del Rey. No olvidemos los monos de Cayo Romano, instalados como atracción para el paseo o la caza, que crearon una crisis al devorar todo, antes de morir masivamente de tuberculosis. Yo mismo hojeaba y ojeaba en 1993, en la biblioteca de la llamada Academia de Ciencias de Camagüey, las carísimas revistas de golf que importaba otro personaje de cuyo nombre no tengo por qué acordarme, a fin de crear en Cayo Romano un campo para golfistas, esto es, para millonarios dementes. No se intentó, pero ese gasto más que inútil, mientras mi familia pasaba hambre, me indignaba.

¿A qué distancia del agua están los hoteles pretenciosos y de arquitectura mediocre de las dos cayerías? ¿Dañan o no al ecosistema? ¿Habrá que invertir millones en la desaparición de esas maravillas?

Antillanos

Aeropuerto de Punta Salinas, Granada, octubre de 1983.
Aeropuerto de Punta Salinas, Granada, octubre de 1983.

De pie en lo alto del mirador de Punta de Maisí, en la mañana radiante, miraba yo la línea tenue del horizonte donde se divisaba algo azul: las cumbres de las montañas de Haití. ¿Tan cerca? Y más cerca aún el albergue para haitianos náufragos, al lado. Desde luego, aquí no se quieren quedar, y tengo la impresión además que no son bienvenidos.

Actualmente estoy encendiendo la candela con fósforos haitianos, de madera. Los de aquí no prenden. ¿Recordamos “Para llegar a Montego Bay”, el fabuloso poema de Lezama? ¿No sería recreativo, incluso sin el INDER, que los filólogos cubanos celebraran algún aniversario del poema en ese centro turístico jamaicano?

Si las Falklands son argentinas, ¿por qué las Bahamas no son camagüeyanas? El hecho de que Machado huyera en avión a Nassau no significa que no debamos aterrizar ahí. Un amigo fue recogido como náufrago en las cercanías de Puerto Rico, habiendo salido de Dominicana. ¿Se puede viajar a Montecristi?

¡Cuánto nos hablan de que somos antillanos! Incluso tuvimos unos hermanos en las Antillas Menores, que no se ven desde Maisí, hermandad que nos costó un aeropuerto y unos cuantos muertos. Luego se convirtieron en primos lejanos, como si fueran angolanos o mozambicanos o etíopes. Algunos músicos cubanos han ido a ganarse la vida en los hoteles de las Menores, pero ni siquiera la existencia de gobiernos de izquierda en ellas nos ha acercado, a nivel popular, a esos territorios paradisíacos, aunque tampoco mejores que los mejores nuestros.

Pues sí, La Habana en el peligroso norte y el Caribe al sur. En algún momento histórico el dueño bordeó con valentía la Isla y llegó en su yate, la feísima bandera personal desplegada, a Cancún, donde lo recibió, vestido de blanco y bajando de un helicóptero blanco, su rumbosa santidad el presidente de México.

Ya decía el Benny que las mujeres mexicanas mueven la cintura y los hombros igualito que las cubanas. ¡Mambo! Hoy no se oyen canciones rancheras en este país. Durante décadas México fue un país de promisión para los cubanos de categoría. Rosita, el Bola.

La Llave del Golfo

Mapa del Golfo de México, 1867.
Mapa del Golfo de México, 1867.

Ese detallito del escudo que, claro, no se ha podido eliminar… ¡La Llave del Golfo!

Se hizo el perínclito puerto de Mariel, con algunos dólares, para que vinieran los buques yanquis… Pero como necesitamos tener a la gente presa para que nadie piense en el mar sino para huir, los buques no vinieron… ¡Cuán poderosa previsión!

El estado cubano resulta estar política e ideológicamente conectado, siempre para mal, con el mundo entero. Pero el país no está conectado con su propia gente, ni siquiera con su propia identidad geográfica. Está muerto y podrido en su desdeñosa identidad mayímbica.

El cubano ama sus playas pero no puede visitarlas. No nos extrañemos de que tanta gente no sabe ni siquiera nadar. Excepto los mayimbes, y muy pocos, nadie puede tener botes de recreo. Los escasos pescadores trabajan en botes infames y muy vigilados. No comemos pescado. Apenas existe la navegación de cabotaje, y solo para el transporte de mercancías. La mediocre marina mercante de barcos soviéticos ni siquiera se fue a pique, se oxidó. Va a costar mucho que mejore, aunque la necesidad de vender la Reina del Caribe, la langosta de exportación que no podemos comer, es perentoria.

Yo quiero que la Llave abra el Golfo y el Caribe. Quiero un país de marinos, de pescadores responsables y eficaces, de dueños de hoteles ecológicos y abiertos al pueblo más humilde, de viajeros alegres hacia las Bahamas, Jamaica, La Española, Gran Caimán, Puerto Rico, las Menores, México, Costa Rica, Panamá, Colombia y Venezuela, de viajeros que van y vienen, que regresan para seguir construyendo la gloria del Archipiélago que hemos recibido del Creador, y al que nos debemos.

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Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

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