Que discrepa o diside, en especial el que mantiene opiniones y posiciones contrarias a las del sistema social del que depende. El disidente no vende su patria, no repta o aspira al aire. El disidente piensa en su país más de lo que le gustaría, porque no solo está el dolor de ver morir su patria, sino esas ganas tremendas de solucionar, de gestionar un cambio empezando por la opinión. Decir disidente en este país es llenarse la lengua de filos: por un lado te son extirpados los derechos, como si fuese un carnet o un arma ilegal, y te serán asignadas vigilancias y se le aplicará terror psicológico a los amigos y familiares. Por otro lado, tendrás que saber qué tipo de disidente eres, si uno que solo cobra por escándalos aislados, o uno que realmente influye desde el intelecto y el análisis. Ser disidente en Cuba es un acto sinceramente revolucionario, en suma.
Un país tan bien adoctrinado (amaestrados dirían otros), incapaz de detectar un problema, o de desarrollar un juicio crítico; donde las respuestas están automatizadas y se componen por simples palabras (sí, no, bloqueo, abajo, viva); donde se roba por necesidad y se teme excesivamente: en un país así, pareciera que no puede gestarse un cambio. Sin embargo, veo constantemente hechos que demuestran que son muchos los que se están sumando a las acciones de la disidencia. Gestos y arte: artivismo. Hay más revistas y medios independientes generando empleo y contenido para los intelectuales y escritores y politólogos que quieran dar democráticamente su opinión acerca de la situación cubana. Aclaro que gracias a los medios independientes muchos escritores e intelectuales han sobrevivido, porque el Estado no les garantiza empleo si tienen un pensamiento en oposición con los intereses gubernamentales.
Periodistas, artistas, músicos, escritores, estudiantes: han sido muchos los que han pasado por la violencia de la Seguridad del Estado. A veces me pregunto qué protege la Seguridad del Estado con un gobierno socialista donde se supone que todo pertenece a lo público y su gestión es transparente. La Seguridad del Estado es un cuerpo represivo, como lo es la policía y el ejército.
¿Cómo operan los dispositivos de terror en Cuba? Un hombre con un pullover de rayas es un dispositivo de terror. Un carro lada en la esquina y hombres mirando fijamente su objetivo, es un dispositivo de terror. Un policía organizando una fila para comprar cualquier cosa, es un dispositivo de terror. Cinco hombres llevando a rastras a una mujer, es un dispositivo de terror. Es evidente que en Cuba resultan mediocres las maneras para difundir el terror. Las infiltraciones son las justas, la violencia está desbordada. Pueden irrumpir tu casa sin orden judicial, pueden echarte del trabajo sin explicación, pueden incluso privarte de amigos o llevarte a la cárcel. Da igual, en este país cualquier dinámica represiva que ejerza el gobierno no supone un despliegue táctico ni una inteligencia de diálogo, suceden así, a plena luz del día y sin grandes encubrimientos: por eso suceden las violaciones a los derechos humanos más elementales. En Cuba, la violencia está patentada por el gobierno, y tienen leyes propias que los ciudadanos desconocen.
Cada semana leo (en medios independientes, claro) con desilusión muchísimas noticias de detenciones de artivistas. El nueve de octubre se llevaron presa, entre cinco agentes de la seguridad vestidos de civil, a Anamelys Ramos, curadora e investigadora, y una de las personas más sensatas y libres que conozco. También se llevaron a Luis Manuel Otero Alcántara, otro hombre realmente libre. A Anamelys la interrogaron, la violentaron, y nunca hubo un documento con las causas por las cuales era privada de su libertad.
El diez de octubre comenzaron los actos de repudio. Retórica vetusta y penosa. Artillería menor dada a los conciudadanos para sacar sus odios cotidianos, sus perfectas miserias. Se llevaron presa a Katherine Bisquet, una intelectual de este país, a la fuerza, sin explicación. Se llevaron a Anamely Ramos, curadora de arte. La lista sigue: Amaury Pacheco Omnipoeta, artista y activista; Aminta de Cárdenas, periodista; Claudia Genlui Hidalgo Moreno, curadora de arte; Alfredo Martínez, ingeniero civil y parte del equipo de Tremenda Nota; Michel Matos, activista y productor; Camila Ramírez Lobón, artista visual; Tania Bruguera, artista visual; Camila Acosta, periodista; Iliana Hernández, periodista. Todos intelectuales, artistas, con voz, con ganas de decir. Todos silenciados y expuestos a las dinámicas más desagradables de la dictadura: el acto de repudio, la guerra entre nosotros mismos, el odio real contra su reflejo.
Te has preguntado alguna vez cuáles son los derechos que amparan a estas personas. ¿Por qué no se les escucha, no se les proporciona un espacio para sus análisis y sus opiniones? ¿No será que tenemos un terrible miedo de que nos digan lo que en efecto sabemos, que todo esto que se vive es mentira, que cada día piden confianza, apoyo, entrega, cuando llevamos apoyando, entregando y confiando hace más de sesenta años en un proyecto que va aceleradamente al más profundo e irrecuperable fracaso? ¿Será que somos conscientes que la cárcel está en nosotros mismos, en nuestras inhibiciones políticas, en nuestro miedo a decir y definir? ¿Qué es una cárcel? Yo creo que una cárcel es también esta isla, entera.
¿Qué haces tú por tu país? ¿Qué haces cuando te levantas cada mañana oyendo exactamente las mismas noticias del día anterior, de la semana anterior, del año anterior? Con dos o tres términos nuevos, las noticias se imponen, generan el clima aciago de este país: lo tórrido se palpa, lo tórrido es que el afuera es frío y triste y el adentro es vientre y da cobijo. Nos han hecho creer que cada uno de nosotros es estrictamente necesario para la construcción de algo demasiado grande, tan grande que es indescriptible. La disidencia rompe ese status quo, ayuda al desarrollo del pensamiento crítico: la oposición es necesaria, el análisis. Es un argumento filosófico: la necesidad de la pregunta constante, la duda. La disidencia en Cuba no solo habla por muchísimos que no se atreven, sino que demuestra constantemente la falta de libertades y el desamparo al que potencialmente se estará sometido si se nos ocurre dudar o pensar contrario al sistema.
Debemos salir de las ideologías personales, de los pequeños absolutos en las opiniones, casi siempre orquestadas desde la más honda ignorancia. Ver con ojos sanos el desastre de país que nos han dejado, donde crecerán niños incapaces de comprender la lógica del hambre de tantos años de revolución y silencio (silenciamiento); y morirán viejos que jamás comprendieron nada.
Estamos presenciando uno de los gabinetes gubernamentales más mediocres y terribles de la historia política de Latinoamérica. Ministros incompetentes, con un historial político penoso y sin conocimientos reales sobre los altos temas de las ciencias políticas: derecho, diálogo, libertad, fraternidad. Un presidente por el que nadie votó, y el fantasma de un dictador que es mencionado cada cinco minutos para que le estés agradecido siempre.
Despertar conlleva reconocer que si todos no pueden opinar, entonces no es democracia; si todos no pueden salir a la calle determinado día, entonces no hay libertad; y agradecer eternamente es la muestra fehaciente de un estado dictatorial e inquisitivo. Que la disidencia sea la nueva manera de hacer, que sea el pensamiento y el artivismo y no la violencia y el autoritarismo.
Yo soy una disidente. La libertad empieza cuando uno fractura sus propias cárceles ideológicas, y disiente y lo dice, y crea.