El pasado viernes (6 de septiembre) nos enteramos de la noticia por el programa de Reynaldo Taladrid. Aquel espacio televisivo, Pasaje a lo desconocido, con la presencia del llamado “astrónomo mayor”, el doctor Oscar Álvarez Pomares, prometía ser uno de esos episodios en los que el popular locutor se empeñaría en probar la existencia de otros seres, incluso fantásticos, o de universos alucinantes con que compensar la carestía en el reino de este mundo.
La respuesta del académico en distintas emisiones ha sido categórica en cuanto a su postura científica y anti-especulativa, que no parece compartir con quien es también analista de aquel otro programa fantasioso de nuestra televisión nacional, la sugerentemente bautizada Mesa redonda. Cualquiera recordará hace varios años, por citar un ejemplo de los más “concretos”, la rotunda afirmación del astrónomo ante la pregunta capciosa de Taladrid sobre la presencia de los yanquis en la luna (algo que se suele poner en duda también con una dosis de obligadas convicciones revolucionarias). Y desde luego, en la memoria de aquel momento nos queda grabada la cara del locutor, que como dirían mis conciudadanos, se marchó del set con algo más colgando entre las extremidades traseras, o hay quien lo prefiere así: trabósele en la puerta la región umbría.
Esta vez la ocasión lucía perfecta para el desquite del entrevistador con la superioridad expresa del entrevistado. La Unión Astronómica Internacional lanzó hace poco una democrática propuesta: asignar a cada una de las naciones un binomio de planeta y estrella, hasta ahora identificados únicamente por el engorroso y poco carismático sistema de nomenclatura estelar, para ser rebautizado por los pueblos de la Tierra, con el propósito de “colonizar” culturalmente y de antemano, el espacio exterior. La iniciativa surge como parte de las celebraciones por el centenario de la prestigiosa organización, y lo que hasta ahora era noticia exclusiva entre clubes astronómicos —me entero por este programa de que existen tales clubes en la isla— y académicos, fue aprovechado por el astuto Taladrid para salvar el rating de su programa, en virtual caída ante el auge del internet en Cuba. Además de que un concurso de índole populista bien cuadra a los otros intereses de su propaganda —hasta llama “accionistas” a los espectadores, en una especie de ironía capitalista-socialista de su show—.
Pero, centrados en el tema, el tal concurso lanzado hacia el interior del país (por cierto, ¿los cubanos residentes en otras partes del mundo no tendrán derecho tampoco a votar aquí?), para el cual se ha dispuesto una comisión nacional y habilitado un correo electrónico donde hacer proposiciones, viene efectuándose desde junio, y culminará en noviembre próximo. Ya se anuncia que ha sido preseleccionada, de momento, la idea de un santiaguero, supongo que perteneciente al ámbito de las ciencias, como propuesta ganadora, mientras lleguen en los últimos días nuevas sugerencias. A ambos, entrevistado y presentador, pareció agradarles la jocosa ocurrencia venida del oriente de la isla: Matías, para nombrar la estrella, y Pérez, para el planeta circundante. Por cierto, que la nomenclatura que ostenta el sistema que se nos ha otorgado corresponde a dos astros visibles con telescopio de mano desde nuestro país: el sol BD-17 63, y su mundo BD-17 63b, de dimensiones aproximadas al Sol y Júpiter del sistema en que nos movemos.
Esta práctica de bautizar cuerpos estelares no es primeriza en la Unión Astronómica, y en el cercano 2015 varias naciones tuvieron la oportunidad de nombrar los suyos, homologados por la institución. De hecho, desde 1975, según Álvarez Pomares, Cuba cuenta con el nombre del más universal de los cubanos, nuestro José Martí, en uno de los cráteres de Mercurio. Y no podemos dejar de pensar, por la cercanía del astro, en aquellas palabras que son como un testamento del Apóstol: de cara al sol.
Lo notable de esta convocatoria para nombrar estrellas y planetas, algo tal vez irrepetible en el futuro de la organización astronómica, es que en Cuba constituye algo así como un ejercicio de referendo que, de respetarse las propuestas, pudiera ser visto como un acto democrático en medio del totalitarismo del gobierno imperante.
Detrás del rostro del periodista Taladrid, quien propone una búsqueda de lo desconocido —puesto que lo conocido, la realidad cubana, ya la sabemos demasiado bien y no resulta agradable debatirla—, intuyo el peligro que implica dejar al pueblo una decisión como esta, por fútil que parezca. Mientras, por si acaso, dejaré mi propuesta, y como ya tenemos en órbita el nombre de Martí, quisiera nombrar Abdala a la estrella que nos toca y Juana, la Cuba nombrada de la cristiandad, para el planeta. Las razones son obvias, y desde luego, esta es mi particular visión, corresponde a cada cual hacer la suya.