Cada vez que a Katherine Bisquet le sucede algo malo se maquilla, un poco para saberse ella misma, un poco buscando a otras Katherines bajo el disfraz, el artificio y el enmascaramiento. Katherine es una escritora y ya luego, todo lo demás. Una escritora sabe construir personajes y sabe hacer de ella misma un personaje. Creo en los diferentes personajes que habitan el cuerpo de Katherine Bisquet este fin de año: el personaje desalojado, el personaje interrogado, el personaje detenido, el personaje repudiado. Tienen que ser varios, sino cómo aguantaría una misma persona el peso de una ciudad que la acecha por donde quiera camina.
Las mujeres que admiro han interpretado uno, varios, todos los personajes en este teatro macabro, no-absurdo: absurdísimo, al punto de la mediocridad, de la irrealidad cotidiana, de la no existencia. Un teatro-sistema de sombras, donde no existe el país sino la representación del país; ni la ciudad, ni los ciudadanos, ni los derechos de los ciudadanos. Todos lo definido en la “constitución cubana” vaga por un estado de opinión que simula, recrea y adapta cada apéndice, artículo, ley o decreto a la conveniencia de un poder que dice llamarse Cuba.
Las mujeres que admiro han dado vida a estos personajes que son los mismos desde que comenzó la Era Castro. Esos personajes que “no quiere y no necesita” el sistema “comunista” y que abiertamente la política oficial repudia aunque necesiten de ellos tras bambalinas para lograr sus escaramuzas económicas. Son esos personajes desterrados fuera del teatro: a los que despidieron en el Mariel a huevazos, a los que mandaron a las UMAP para darles un componte, niño componte. Pero llega un momento que percibes que este teatro no es la obra de algún sesudo, sino la vida misma, la realidad pura y dura por mediocre y miserable que parezca, la realidad golpeándole la vida a personas de carne y hueso y algún que otro material escondido. Los personajes desaparecen: el arquetipo de mercenario, de gusano, de escoria; de pronto eres consciente de que el teatro tiene que detenerse sí o sí porque la vida es cada día más triste, más insostenible adentro de este escenario hundiéndose que insiste en llamarse Cuba.
Obviamente, no hay varias Katherines dentro de Katherine Bisquet aunque yo quiera creer que sí. He intentado probarle a su figura todas las opiniones que he encontrado por ahí escritas, habladas, susurradas... He intentado y nada se ajusta a la medida de la persona que es: una persona repudiada, detenida, violentada, desalojada; pero también una persona llena de luz. Es uno de esos cuerpos que ha aguantado de todo, aunque la ciudad siga acechando. Luego de trece días de privación ilegal de libertad en su propio domicilio, ella junto a la artista Camila Lobón dibujaron con sus creyones, sus polvos, sus coloretes, sus sombras y luces, un cartel de denuncia en una sábana blanca.
Un cartel que hablaba sobre la clausura obligatoria de dos mujeres en lo alto de una azotea de Centro Habana. También de otras dos mujeres, profesoras universitarias expulsadas de sus puestos de trabajo, Anamely Ramos y Omara Ruiz Urquiola, sitiadas y arrestadas en sus casas. Por la periodista Iliana Hernández que días atrás le habían orquestado un acto de repudio frente a su casa. Por Anyell Valdés, una madre que se unió al acuartelamiento de San Isidro porque no tenía ningún futuro que darle a sus hijos.
Un cartel, igualmente, por todos los hombres y mujeres que estaban o aún están presos, ya sea en sus casas o por alguna causa construida para ocultar el tufo político y la violación de derechos humanos más elementales. Por Luis Manuel Otero Alcántara, Maykel Castillo Pérez, Denis Solís, Oscar Casanella y demás muchachos que han sido víctimas de las represiones arbitrarias del poder político. Por los jóvenes Adrián Rubio y Oscar Kendri Fial que se negaron a pasar el servicio militar obligatorio.
Luego de días de denuncias, aparentemente la Seguridad del Estado quitó la vigilancia a algunas personas y permitió, digamos, el moderado movimiento por la ciudad. Aunque el hostigamiento se recrudeció luego de la noche del sábado 19 de diciembre donde se reunieron algunos intelectuales, artistas, periodistas y activistas. Dos días antes, algunos miembros del MSI y del 27N habían asistido a una vigilia por el día de San Lázaro en la Iglesia del Sagrado Corazón. Estas reuniones pacíficas desataron una oleada de citaciones a varios jóvenes por parte de la Seguridad del Estado. Los agentes agredieron violentamente al periodista Carlos Manuel Álvarez trasladándolo forzosamente desde La Habana hasta Cárdenas para impedirle su libre derecho a la reunión con personas. Asimismo se le construyeron causas arbitrarias a los ciudadanos Virgilio Mantilla y Luis Robles Elizastegui que fueron condenados por manifestarse públicamente. Se les enmascaró como presos comunes y no como prisioneros políticos y de conciencia que es lo que realmente son: prisioneros por exigir un derecho al libre pensamiento y expresión.
Además del ambiente de violencia que hemos vivido muchos cubanos en estos últimos meses, se respira en la calle la desesperación de un pueblo que no sabe qué pasará luego de fin de año, en ese año nuevo que promete demoler los últimos huesos sanos de la gente, las últimas ganas de seguir sobreviviendo. Trabajar cuatro veces más, ganar cuatro veces más y gastar diez veces más en productos de primera necesidad, si se encuentran luego de gastar los zapatos preguntando: ¿aquí venden arroz?, ¿aquí venden frijoles?, ¿qué venden aquí de comer?, ¿para qué es esta cola?
Si bien este año ha servido para detonar una conciencia cívica de protesta, aún falta camino. Mientras el gobierno nos mantenga ocupados en las nimiedades cotidianas seremos incapaces de focalizar el problema central. Pero el gobierno siempre se las arregla para tenernos en vela, ahora el nuevo artificio es la susodicha Tarea de Ordenamiento, que no es otra cosa que el paso siguiente en la lista de las 100 maneras de mantener el poder sin que se rebele el pueblo. Los cambios no los pueden proponer más ellos, los cambios tienen que nacer del pueblo, el mayor peso en la política debe recaer en el pueblo. Nada habrá en nuestra mesa de fin de año si no lo salimos a buscar nosotros, con la misma fuerza con que buscamos la carne deberíamos reclamar nuestro país de vuelta: un país de verdades, no de artificios.
Me arrepiento de no haberme maquillado en casa de Katherine Bisquet las veces que ella no estaba. Aunque estoy seguro que hay marcas que no se quitan ni con todo el maquillaje del mundo. Hubo una grieta llamada San Isidro en nuestra conciencia civil, solo falta ese reconocimiento de uno mismo y del otro, ese despertar sin vuelta atrás, ese saltar del lecho con la firme convicción de que nuestros dientes han crecido del que hablaba Virgilio Piñera. Ni todo el maquillaje del mundo hará que pasemos un feliz fin de año, ni quemando cien muñecos, ni dándole la vuelta a cuatro manzanas, ni tirando un tanque de agua. Lo peor no es que no haya nada, sino que no haya nada.
(Texto tomado de Hypermedia)