Multitud de cubanos atrapados en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua. Salieron legalmente por avión rumbo a países del ALBA en el cono Sur para después dirigirse a pie, en trenes, avionetas, chalupas, como sea, hacia el Norte. Evitan por esta vía el peligroso Estrecho de la Florida donde el mar se ha engullido tradicionalmente una cifra desconocida de compatriotas. El drama aparece en los noticiarios en muchas partes del mundo. Imágenes extrañas de un país con las entrañas afuera. No son las imágenes ni de Costa Rica ni de Nicaragua, son de Cuba.
Hace rato que los antillanos, poniéndose a veces en manos de redes de traficantes, han hecho “un trillo” por tierra para llegar a los Estados Unidos. Dentro de la isla, se barajan las distintas tarifas y rutas posibles, igual que hablar de precios de proteínas en el mercado negro. Opciones más caras te llevan casi directo en pocos días. Las más económicas, acordes con las posibilidades de la mayoría, implican avanzar largos trechos en pequeñas caravanas, cruzar ríos y montañas, de pueblo en pueblo, enfrentando innumerables riesgos. Quizás a este sector de “caminantes”, por tanto, podría pertenecer el grueso de quienes ahora están varados en Centroamérica.
El miedo a que desaparezca la Ley de Ajuste Cubano, con la política de Obama en pro de normalizar las relaciones diplomáticas, ha encendido la alarma en la isla, donde se aceleran los planes de salida. Para pagar el viaje, empiezan por venderse las propiedades. “Se vende esta casa” o “Se vende este auto” leemos en carteles increíblemente abundantes. Para muchas familias, para el país, significa una gran quema de naves. Incluso quienes no tienen con qué sufragar el viaje, encuentran garroteros que se arriesgan fundamentalmente con quienes ofrezcan una garantía de retribución a corto plazo, como alguna muchacha en buena forma física para “bailar tubo”, por ejemplo, en Texas.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, sin embargo, resume la situación culpando a la Ley de Ajuste Cubano, por el indudable estímulo que significa para la emigración. Así se refleja oficialmente la impotencia ante el problema.
Lo cierto, y lo que no cubre ninguna televisora, aunque resulte el verdadero desastre hoy de la isla, es lo que está ocurriendo aquí, adentro, algo que brilla en las miradas y podemos comprobar en la práctica todos los días, en la calle, en los centro de trabajo, en las familias: ¡casi todos —para no ser absolutos— quieren irse! No importa bien para dónde ni cómo, pero irse. Un problema que tiene décadas y repercute sobre la variopinta geografía internacional, porque está visto que los cubanos, con tal de encontrar oportunidades de desarrollo y escapar de la gran estrechez en su patria, son capaces de viajar hacia cualquier punto del mapa y han creado comunidades de emigrados prácticamente en todos los confines.
Cuba sufre un gran desangramiento demográfico. Entre los jóvenes, la hemorragia parece incontenible. El país envejece y no quiere parir, sino partir. Huir desde el campo a la ciudad, o descubrir algún extranjero en el árbol genealógico y obtener otras ciudadanías, la española, la rusa o la haitiana, todo vale. Irse resulta la planificación más rentable de los profesionales, incluso aquellos que optan por trabajar para el Estado en las “misiones”, y lo prefieren, pero en el exterior. Cualquier obrero medianamente calificado sueña verse sudando en selvas, desiertos o pantanos al otro lado del mundo, todo menos quedarse en un puesto de trabajo en Cuba. Total, que irse lejos resulta incluso la mejor “misión” que puede ofrecer el Estado, con la lógica depreciación de los servicios en el país y el deterioro de la vida cotidiana.
Van ligeros de equipaje. La frustración ya crónica, los empuja a lo desconocido. Dándole un matiz singular a sus necesidades materiales, la prohibición de hacer política en su suelo natal los convierte, incluso muy a su pesar, siempre en algo más que desplazados económicos. De donde vienen, lamentablemente, tener esperanza no significa seguir esperando.