Miguel Ángel Fraga nació en La Habana en 1965. Narrador, poeta, e historiador del arte. Su obra ha sido publicada en Cuba, Chile, España y Suecia. En 1995 recibió el Premio en el Encuentro Nacional de Talleres Literarios por su cuento De nalgas al fondo, relatos con tintes autobiográficos con el que colocaba en el panorama de la narrativa cubana un nuevo personaje: el gay portador de VIH sometido al control del MINSAP. En 2011 recibió el estipendio “Per Olof Perssons Minnesfond” que otorga anualmente Positiva Gruppen Syd de Suecia.
Sus libros más estimados son No dejes escapar la ira (Letras Cubanas, 2001), En un rincón cerca del cielo (Aduana Vieja, 2008), Hivernation (Notis, 2012) y Casa Cercada (La Palma, 2018). En ellos aborda desde diferentes aristas el Sida como la pandemia del siglo XX. Sus novelas Olvidó que me quería, Arroz con Frijoles y Sabor Bolero son frescos de cubanía, donde mezcla con gracia e hilaridad lo cotidiano y vernáculo.
Actualmente reside en Suecia. Es presidente y director artístico de la Asociación cultural de teatro Pavo Real. Con él conversamos sobre su experiencia de vida.
Existe hoy un debate sobre el activismo LGBTIQ+ en Cuba y la existencia (o no) de líderes. ¿Existía algún tipo de activismo en Cuba a principios de los noventa?
Los líderes siempre han existido, es un requerimiento de célula grupal que se observa desde la familia hasta el Estado. Activismo hubo, pero no organizado, porque las asociaciones autónomas estaban prohibidas. De manera aislada, espontánea, aparecieron discretos líderes que proponían una idea y otros la seguían. En el sanatorio de Santiago de las Vegas teníamos nuestro líder, Regino Teherán. Con la anuencia del director de la institución, Regino creaba y producía espectáculos mixtos con artistas profesionales y del patio, donde incluía, como corolario, la aplaudida presencia de los travestis.
En este mismo sanatorio surgió el Grupo de Prevención SIDA, respaldado por el Departamento de Sicología del sanatorio. Este grupo, que se ocupaba de la prevención y educación sexual, facilitó contactos con grupos LGBT radicados fuera de la isla. Creo que este fue un comienzo en cuanto a contactos con activistas internacionales. La Conferencia Internacional sobre el Sida en el IPK, y otras que se realizaron en otros países, permitieron el intercambio de experiencias y estimuló la necesidad de organizar el movimiento LGBT en Cuba. Puesto que en nuestro país todo está centralizado, el CENESEX ha tomado el liderazgo hasta nuestros días.
En estos días se habla mucho de la dureza de la UMAP para los gays que estuvieron allí, pero se recuerda poco la discriminación que sufrió la comunidad LGBTIQ+ seropositivos que desde finales de los ochenta y hasta entrados los noventa, fue obligada al encierro en los llamados sanatorios, como el de Santiago de las Vegas que describes en Casa Cercada. ¿A qué crees que se deba este olvido?
Hay un discreto velo que oculta la tragedia: discriminación dentro de la discriminación. El VIH afectó a una minoría dentro de la minoría homosexual. Quedan pocos testigos y supervivientes, y, sobre todo, hay desinformación. Más bien omisión, algo de lo que no se habla por resultar vergonzoso. Hoy los gays sienten orgullo de ser gay, reconocen su espacio en la sociedad, y bravo, se lo han ganado con esfuerzo. Los seropositivos, en cambio, no sienten orgullo por su condición de seropositivo; aún subyace la autodiscriminación y el miedo al rechazo. Para ser aceptados, los seropositivos se respaldan en la prevención sexual o uso del condón; recientemente se ha demostrado que el VIH no es mortal y quienes reciben los tratamientos actuales no transmiten el virus a otras personas. Esto los protege socialmente, pero no los reivindica, es sólo un anuncio que reza “ya no somos infectos”. Por tanto, son pocos los seropositivos que asumen públicamente su seropositividad. Sigue siendo un tema tabú y los sobrevivientes de aquellos sanatorios hoy prefieren pasar inadvertidos, para superar la pesadilla del pasado. Yo, particularmente, me siento digno por ser ambas cosas: homosexual y seropositivo. He superado el miedo y me he aceptado como soy. El VIH cambió mi vida, o algo mejor, mi percepción del mundo. He crecido humanamente y no veo error en ello. El tiempo que viví en el sanatorio de Santiago de las Vegas ha sido la experiencia más asombrosa de mi vida. He publicado cinco libros al respecto. Esto te puede decir algo. Aceptarse como uno es, es el primer paso. Sólo así he podido enfrentarme a la normativa. Cuando uno se demuestra a sí mismo que no es peligroso para nadie, cuando los sentimientos de culpabilidad son anulados, dejas de avergonzarte por tu condición, cualquiera que sea.
¿Qué dices a los que comparan aquella decisión con las medidas de aislamiento que actualmente toman los gobiernos de muchos países para combatir el coronavirus?
La ignorancia y el miedo son las razones principales que hacen posible las medidas de confinamiento. Le sigue la globalización. Hoy todos los países están relacionados y las fronteras son cada vez son más frágiles, lo que sucede en un país afecta al planeta. Las medidas que se toman en determinado país, por propiedad transitiva se extienden al resto del mundo. El aislamiento por enfermedad es un fenómeno histórico. Hasta en tiempos bíblicos se obligaba a la mujer a aislarse cuando tenía la menstruación. El miedo al contagio y la propagación de la epidemia hace que los gobiernos actúen de manera empírica. Es obvio entonces que la medida inmediata ante el desconocimiento de cómo tratar una pandemia sea el aislamiento.
En tu libro Casa cercada describes ciertas acciones de la comunidad LGBTIQ+ seropositiva del sanatorio de Santiago de las Vegas que buscan la creación de un espacio de reconocimiento y visibilización. ¿Pudo gestarse allí un activismo consciente?
Fue consciente de manera indirecta, surgió como respuesta al medio. Había que hacer algo para paliar el encierro. Para enfrentar el drama de la enfermedad y la muerte acudimos al humor y al pasatiempo. Poco a poco nuestras formas de entretenimiento alcanzaron notoriedad extrasanatorial. Por contradictorio que parezca, en el sanatorio de Santiago de las Vegas se fraguó la primera expresión de libertad sin acoso por la parte oficial. Éramos “sidosos” al borde de la muerte y de alguna medida esto ayudaba. En alguna ocasión escuché: “Que hagan lo que quieran, si se van a morir”.
Hay que hablar de un antes y un después. Mientras el sanatorio estuvo dirigido por militares, aquello fue infierno para todos los pacientes. Cuando el sanatorio pasa a manos del Ministerio de Salud Pública, en 1989, el Dr. Jorge Pérez asume la dirección.
Puedo afirmar que el Dr. Jorge Pérez, por ser médico, fue uno de los primeros funcionarios del gobierno que entendió que ser homosexual no era un delito. Él posibilitó que las parejas homosexuales vivieran como matrimonios en los apartamentos. También permitió a los pacientes expresarse de la forma que quisieran. Lamentablemente, los roqueros, jóvenes y rebeldes, continuaron marginados, pero los gays, con arte y encanto, transformaron la vida sanatorial. A pesar del control, la inseguridad, los pases escalonados o de fin de semana, los acompañantes, la presencia de la muerte... el “Aislatorio” fue un oasis gay. ¿Quién puede entenderlo? Cuba es una isla sazonada con muchos colores.
En los espectáculos sanatoriales participaban travestis de la calle y estos shows trascendieron e influyeron en aquellos que se hacían de manera modesta en casas particulares. Con la presencia de los travestis del sanatorio, la policía no intervenía. Por así decirlo, funcionábamos con patente de corso. En diciembre de 1993 se presentó el travesti sanatorial Samanta (Eduardo Valoría) en el teatro América, en un espectáculo dirigido por Raúl de la Rosa. Después de años de ostracismo, fue esta la primera presentación pública de un travesti en un escenario oficial del Estado. Pocos días después, el paciente Guillermo Ginestá defendió mi monólogo “Gunilla” (el drama de un travesti seropositivo) en el cine Alegría durante el Festival del Monólogo de Arroyo Naranjo. Guillermo y yo obtuvimos los premios correspondientes a Mejor Actuación y Mejor Puesta Escénica.
Continuando la historia, el 28 de febrero de 1995 se presentó “Gunilla 95” en el teatro América —primer espectáculo de transformismo en la capital, dirigido por nuestro líder Regino Teherán, en homenaje a Guillermo Ginestá, que para esa fecha había fallecido por Sida—. El espectáculo se inició con la exhibición del documental de Lizette Vila “Y hembra es el alma mía”. Estos sucesos sentaron las bases para todo lo que vino después.
Se ha dicho que los derechos otorgados a la comunidad sexodiversa cubana, como el rechazo constitucional a la discriminación por orientación sexual e identidad de género se deben al altruismo del proceso revolucionario, con lo que no serían fruto del activismo militante LGBTIQ+ como ocurrió en España con la aprobación del matrimonio igualitario. ¿Qué te parecen estas afirmaciones?
Como anteriormente he expresado, en Cuba existe un sistema centralizado que organiza y dirige el curso y la vida del país. No es de extrañar que todos los logros y victorias se atribuyan a la Revolución. Lo que queda claro es que sin líderes anónimos, sin la puja de quienes realmente desean algo diferente, los resultados no hubieran sido los mismos. Existe una correlación de fuerzas donde quien ostenta el poder asume el liderazgo y mantiene bajo control a la pequeña oposición. Esta tensión podrá sostenerse durante un tiempo más o menos largo, hasta que sea imposible tanta presión y la correlación de fuerzas cambie.
¿Es tan pobre el activismo gay cubano como para no resultar considerable su presión para lograr cambios?
Esto es algo que está por ver. Depende de cuán organizados estén y cómo exijan sus derechos. El ataque produce contienda. Quien lanza piedras que no espere que le tiren flores. Tener la razón no es suficiente, pues la razón sólo responde al punto de vista de quien razone. Una buena manera de lograr cambios es enfocarse en las ideas que les unen, en aras de la conciliación. Confío en que el diálogo, la unidad y la cooperación allanen el camino.
¿Cuán diferente es el activismo que has visto en Europa y qué podrían tomar de él los activistas cubanos?
Para responder a esa pregunta necesito saber cómo están organizados los activistas cubanos, en qué basan sus estatutos. ¿Cuáles objetivos quieren alcanzar y cuál es el propósito? La comunidad LGBTIQ+ —como bien claro indica su nombre— es incluyente; hay aquí muchas letras que refieren la diversidad. Lograr la unidad es el principal objetivo de los activistas en Europa; luego, trabajar en equipo por aquellas cosas que se quieren lograr. Para esto hay que dejar fuera todo tipo de prejuicios, ideologías, creencias religiosas, comportamientos sociales y referentes culturales. Un paso más allá de la tolerancia es la aceptación y la integración social, basada siempre en el respeto por aquel que piensa diferente.