Cuando era chico mi padre me regaló una primera edición de bolsillo del libro El viejo y el mar, escrito por Ernest Hemingway y luego quise cumplir un sueño: ser escritor. Verme como ese anciano de barba blanca, cuya foto vi en la portada de otro libro.
También confieso que tuve una época en que quería estudiar medicina. Pero la pasión por la escritura comenzó en mi adolescencia, de la mano de Hemingway y aún continúa. Algunas veces mientras leo un relato me pregunto desde dónde lo habrá escrito el autor. ¿Qué habrá inspirado a Hemingway a escribir ese libro del viejo y el pez? ¿Lo habrá inspirado el mar? ¿el olor a café cubano? O tal vez simplemente sus fuentes de inspiración fueron muchas… necesitaba respuestas.
Tenía 19 años. Y comencé a buscarlas en las pocas (y nulas) biografías existentes sobre Hemingway. Una de ellas mencionaba la guerra civil española en 1937, y un Congreso de Escritores con la presencia de Pablo Neruda.
Era diciembre 1972. Buscaría algunas respuestas del otro lado de la Cordillera. Una noticia periodística mencionaba que Pablo Neruda regresaba a Chile después de haber recibido el Premio Nobel de Literatura y le harían un homenaje en el Estadio Nacional de Santiago el cinco de diciembre. Pero no pude llegar a tiempo. Por lo que decidí ir a verlo a su casa de Isla Negra.
Hice auto stop hasta Valparaíso y desde allí hasta Las Gaviotas, a unos 200 kilómetros. Inserta en el paisaje costero, lugar que Neruda rebautizó como Isla Negra por el color de sus rocas y porque a pesar de no ser una isla, ahí podía aislarse para escribir. Esta cabaña de piedra fue comprada por el escritor a Eladio Sobrino, marino español, en el año 1939. Irónicamente, Ernest Hemingway compró su residencia de Finca Vigía en Cuba, ese mismo año.
Cuando llegué las calles estaban repletas de neblina. Con el viento que había, se dispersó un poco y el sol iluminó como un día de otoño, aunque era verano.
Era media mañana y había poca gente en los alrededores. Caminé por la Avenida Isidoro Dubornais hasta una casa enorme que era la residencia de Neruda. Con ansiedad, con temor tal vez, sin saber si me iba a recibir.
Di unos golpes en la puerta y esperé. Una mujer asomó del otro lado y me saludó. Era Matilde Urrutia, la reconocí por una vieja foto que llevaba en mis papeles. Le dije que venía desde la Argentina, que buscaba algunas respuestas sobre Ernest Hemingway y que me gustaría hablar con Pablo.
Me contó luego Matilde: Su padre José Angel Urrutia, era comerciante de frutos del país en Chillán/Chile. Había hecho fortuna a finales del 1800, entre los buscadores de oro y pirquineros del Departamento Minas/Territorio Nacional del Neuquén/Argentina, como mercachifle y comprador ganadero, en varios viajes de ida y vuelta con centro en la localidad de Chos Malal.
Como artista y cantante. Por un encuentro fortuito, en un parque de Santiago, Matilde desde 1946 fue la novia y amante inspiradora de los versos de Pablo.
La mujer cerró la puerta, y después de una espera que se me hizo interminable, volvió a abrir y me hizo pasar.
De golpe me quedé impactado con la casa-barco: mascarones de proa, cartas náuticas, caracolas, barcos creados dentro de botellas y un sinfín de otras cosas. Un inmenso y antiguo globo terráqueo y un enorme caballo de papel maché que Neruda compró a una ferretería incendiada en Temuco, la ciudad del sur de su infancia.
¿Le gusta?, me dijo el hombre anciano que se acercó a saludarme. Yo estaba en un mundo de magia… el gran Pablo Neruda estaba frente a mí.
Y sí, le dije. Cuando yo era pequeño, me dijo, pasaba por una ferretería todos los días y siempre quise tenerlo. Cuando me enteré del incendio compré el caballo, que se había quemado en parte, y quedó sin cola. Entonces unos amigos me regalaron tres colas de caballo, y le puse las tres. Y mi caballo era el más feliz del mundo porque era el único que tenía tres colas.
Le dije a Pablo que me tuviese paciencia y me modulase al hablar, pues yo tenía una discapacidad auditiva desde mi infancia. Neruda sonrió y dijo que no habría problema. Ya el hielo se había quebrado…
Pero yo seguía absorto en su sala, con nombres de algunos poetas muertos, cuyos nombres hizo grabar en las vigas del bar que preside un timón de barco. Miro en especial el nombre de Miguel Hernández. Y estar ahí entre poetas amigos, tomando un trago con Pablo en el bar que simula ser un barco, mientras se llevaba una pipa apagada a su boca.
Neruda, amante del mar, construyó la casa como un barco con techos bajos, pisos de madera crujientes, y pasillos estrechos donde guardaba sus colecciones más insólitas: mascarones de proa, pipas, botellas, máscaras, fotos de sus poetas favoritos, barquitos embotellados, réplicas de veleros y pinturas de artistas famosos. Encima de una de las tantas mesas desparramadas por la casa hay una brújula china, un sistema planetario, libros sobre aves y una impresionante colección de caracoles de todo el mundo. La casa tiene personalidad propia. Es mágica. Guarda objetos curiosos y valiosos en un entorno dominado por el mar.
“El Océano Pacífico se salía del mapa. No había donde ponerlo. Era tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana”, escribió Neruda.
Y así con el Océano Pacífico a la vista, imponente, me robo un poco de ese espíritu, y me llevo prestado ese aire con olor a barco y arena. Y me imagino a Pablo escribiendo sobre su escritorio.
Matilde había traído café. Pablo preguntó a qué me dedicaba... le dije que era un aspirante a escritor, que buscaba saber más de Hemingway… de Cuba… del viejo y el mar… de la guerra civil española.
Pablo me mira con una cara que bordea la desilusión. No te puedo ayudar, me dijo. Hemingway y yo no coincidimos nunca. Estuvimos casi en la misma fecha y espacio geográfico, conocimos a la misma gente, pero, por esas cosas de la vida, nunca llegamos a cruzarnos. Fue un baldazo de agua fría para mí.
Te voy a contar:
“Creo que fue el 4 de julio de 1937, yo estaba en Valencia (España) donde se realizó el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que luego continuó en Madrid. Entre ellos participaron Alejo Carpentier, Juan Marinello, André Malraux, Ilyá Ehrenburg, Miguel Hernández y Rafael Alberti y su esposa María Teresa León, entre otros”. Pablo me fue anotando los nombres, Hemingway no estaba en España.
“Ya me habían destituido como cónsul de mi país por mi apoyo a los republicanos desde la embajada. Al día siguiente, 5 de julio, comenzó la ofensiva republicana en Brunete con el ataque de unos 150.000 hombres. Las Brigadas Internacionales tuvieron muchas bajas: casi unos cuatro mil muertos. Este mismo día; el congreso se trasladó a Madrid, luego el 10 a Valencia y Barcelona, para concluir los días 16 y 17 en París.
“La segunda oportunidad se presentó en marzo 1942 en Cuba, adonde viajé, desde Veracruz (México) con mi ex esposa Delia del Carril, invitado por un amigo de Hemingway: Nicolás Guillén y la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, a cargo del polígrafo José María Chacón y Calvo. En las fechas de mis conferencias en la Academia Nacional de Artes y Letras, instalada en el que fuera edificio del Colegio de Belén, en La Habana Vieja, Hemingway y su esposa Martha se fueron a México.
“Al regreso, Guillén lo invitó el quince de abril a una comida de despedida en la Fonda La Victoria, de la Plaza de San Francisco, en donde se reunirían poetas y escritores cubanos, pero Hemingway no quiso reunirse con intelectuales, ni tampoco vernos en el Hotel Packard de las calles Cárcel y Paseo del Prado, donde estábamos alojados.”
Aunque Neruda tenía un encantamiento particular hacia el mar en general, del cual escribe en uno de sus poemas: “Necesito del mar porque me enseña/ no sé si aprendo música o conciencia/ no sé si es ola sola o ser profundo/ o sólo ronca voz o deslumbrante /suposición de peces y navíos”.
Sin duda, el lugar que más atrajo mi atención era la Covacha, uno de los lugares de la casa en el que Pablo se recluía a escribir. Le había puesto techo de zinc, para escuchar el ruido de la lluvia y evocar así las sensaciones del hogar de su niñez, en el lluvioso sur de Chile: para poder ir a retirarse en los momentos que necesitaba de la soledad para poder escribir. Creo que Pablo amaba el mar con la misma pasión con que escribía sus versos, entre sus escritos sobresale: “amo al mar de los marineros/ que besan y se van. Dejan una promesa/no vuelven nunca más”.
La forma de vivir es la que condiciona nuestra forma de escribir, afirmaba Ernest Hemingway.
En la mesa de la sala, vi unos manuscritos. Tenían el título de Canción de Gesta, su último libro.
Debo descansar, dijo Pablo. Mi salud ya no anda bien. Vuelve cuando encuentres a Hemingway. Nos despedimos con un abrazo.
Regresé años después… Pablo y Matilde ya no estaban. Frente a sus tumbas, les dije para mis adentros: Encontré a Hemingway.
(Foto: tumba de Pablo Neruda y Matilde Urrutia)