“Mortales de repente”. La frase me ronda desde hace días, luego que un amigo me diera la noticia del fallecimiento de Sigfredo Ariel.
"Suave, que todo se arregla", fueron las últimas palabras que me escribió por Whatsapp ante mi preocupación por la expansión de la Covid 19 y sus consecuencias. Todo se arregla, la gran esperanza del cubano en este y en cualquier tiempo. La esperanza del hombre ya herido por un cáncer que terminó llevándoselo este veintiséis de julio.
A Sigfredo Ariel (31 de octubre de 1962 - 26 de julio de 2020) lo conocí buscando testimonios sobre otro gran poeta que se fue temprano: Alberto Serret. Guardaba las hermosas palabras con que respondió mi cuestionario junto a las de otras personas para publicarlas en un libro aún en preparación, pero la muerte de Sigfredo me hace querer compartirlas ahora como postrer y pálido homenaje, y porque creo que en la evocación del amigo se dibuja la humanidad del tipo nacido en Santa Clara que acaso ya esté volviendo a abrazar a Serret en esa dimensión en que siguen queriéndose.
¿En qué circunstancias conoció a Alberto Serret?
Los conocí personalmente (a Chely Lima y a Alberto Serret), me parece, en Casa de las Américas, en uno de aquellos encuentros de escritores jóvenes latinoamericanos que organizaba esa institución muy a inicios de los años 80. Chely y Alberto vivían en la Isla de la Juventud y yo en Santa Clara. Comenzamos a escribirnos muy a menudo. En la Isla también vivía Guillermo Juan, poeta y pintor que conocí gracias a ellos, también por cartas. Viajaron varias veces a Santa Clara gracias a José Luis Rodríguez de Armas, amigo común, brillante crítico de artes plásticas, quien entonces trabajaba en la institución de Cultura de la ciudad y así estrechamos nuestra relación. Conversamos eternidades en relativamente pocos años, me leyeron, los leí mucho. No me es posible deslindar a Chely de Alberto. Cuando llegué a La Habana, en el 83, encontrarnos era una fiesta. Durante mucho tiempo, después que pusieran mar por medio, les eché en falta, porque los necesité.
En las fotos que he podido ver, Serret siempre me parece un hombre con un fondo de tristeza y melancolía en la mirada. ¿Qué rasgos de su personalidad destacaría usted?
Era un hombre apuesto y dulce, dado al chiste blanco y a la risa abierta. Su mayor preocupación por esa época era la salud de Chely. Escribía mucho, era culto y limpio al hablar. Poca gente sabe dar cariño como él lo hacía, naturalmente. Se detenía en uno, no fingía interés por ti, por tus cosas, su abrazo era verdadero siempre. En las fotos también está su nobleza, la tremenda y linda frente, su sonrisa en medio de la barba negra. Así lo recuerdo.
Poeta, narrador, artista plástico, guionista, crítico, dramaturgo, compositor o al menos letrista. Serret navegó por las aguas de la creación artística, sin embargo, para mí, es, por sobre todos sus talentos, un poeta. ¿Coincide usted con esta observación? ¿Cree que deba matizarse?
Alberto era un gran poeta, lo decían hasta quienes lo excluían después de antologías y muestras por no sé cuáles razones que no vienen al caso. Para mí, era un joven maestro, de los escasos que conocí cuando era yo muy muchacho y andaba muy desorientado. Tenía talento de sobra y una imaginación hermosa, podía hacer lo que se propusiera. Volaba como un volantinero de la famosa Elegía de Rilke, que adorábamos.
También fue Serret un hombre de exquisita cultura y un gran conversador. ¿Recuerda alguna anécdota al respecto?
Le consulté varias veces asunticos de escritura y sobre todo en trances de encrucijadas amorosas, que por entonces eran aprietos constantes y primordiales, más que encontrar dónde vivir y qué comer. Los primeros años 80 no fueron un lecho de rosas. Recuerdo una noche en que me acompañó a un paradero de ómnibus en Güira de Melena después de cenar en casa de la familia de Chely —compartieron conmigo su cuarto, sus libros, su música. Tarde ya, llegaron horas y horas esperando un carro en la intemperie. Yo me iba a la Isla al día siguiente, porque La Habana era en aquel momento absolutamente refractaria para mí y me sentía, como quien va al destierro, “umbrío por la pena”, diría Miguel Hernández. Él me armó esa noche, me disolvió gran parte de la nube negra que tenía encima de mis veinte años. Por si fuera poco, ellos me encomendaron a gente buena y querida de Gerona que aún me acogen. Eso se los deberé siempre. Los tuve cuando los necesitaba más.
Sus alumnos de los diversos talleres que impartió en Ecuador recuerdan la dura sinceridad de Serret al emitir juicios de valor. ¿Cuánto de esa sinceridad de Serret podía llegar a ser molesta? ¿La sufrió usted en carne propia? ¿Anécdotas al respecto?
Detestaba la mediocridad. Era impaciente con el verso malo y con la ramplonería, con la tontería pirotécnica y la impostura. La gente suele ser demasiado susceptible con lo que escribe, como si tallara en mármol, tal vez por eso ofende la sátira. La sinceridad es un don y recibirla una gran ventaja. Sí que era punzante en sus opiniones, pero eso enseña y desbroza el camino. Lo vi tachar y desechar páginas suyas que me había dado antes a leer y yo consideraba magníficas. También a Chely: leí cuentos y poemas suyos que luego fueron liquidados, a mi modo de ver, injustamente. Se puede ser exigente con los demás cuando lo eres contigo. Que hurgara más en mí, eso me dijo alguna vez tras enviarle unas páginas llenas de referencias y pedanterías librescas, y eso procuro hacer todavía. Conmigo fueron tolerantes y amorosos, más de lo que merecía.
Las ilustraciones de Serret parecen adelantarse al menos una década al boom vivido en la narrativa, poesía e incluso las artes visuales cubanas en los noventa en lo relativo al abordaje de las otredades sexuales. ¿Considera a Serret un precursor? ¿Cómo se recibieron en el mundillo intelectual estos collages con cuerpos masculinos?
Sus ilustraciones eróticas tienen que ver con su poesía erótica. Era un hombre sensual. Un cubano que vivía su sexualidad con alegría. Amaba la belleza y la libertad que ejercía por encima de todas las cabezas negadoras (frase de Vitier). En aquel tiempo casi todo era motivo de escándalo. Era mucho más joven que los años que contaba. Estoy seguro que sus trabajos sirvieron a otros artistas para deshacerse de miedos y boberías. Quién sabe en lo que se estuviera ocupando ahora mismo.
Que recuerde usted, ¿sufrió Serret algún tipo de discriminación o rechazo como individuo o como creador por sus preferencias sexuales?
Supongo que sí, como muchos de nosotros. La poesía llamada “nueva” de los 80 tenía muchos y poderosos enemigos. Atacar a los poetas a través de sus episodios amorosos “no convencionales”, ciertos o aparenciales, era un arma vil a la cual recurrían los bellacos y los oportunistas. No era yo precisamente destinatario de esa clase de habladurías, pues era blanco de ellas, también. Algo me contó Alberto de pasados tragos amargos, pero al final, siempre terminaba con un buen chiste.
Si tuviera que elegir alguna obra concreta de Serret para una antología me quedaría con... (Se admite mencionar libros, poemas sueltos, cuentos, portadas de revistas, obras plásticas, letras de canciones, guiones, cine, teatro e, incluso, otros).
No soy antólogo ni crítico, pero estoy seguro de que Figuras soñadas y cantadas es un libro que marcha con soberanía. Cuando salió, nada se le parecía. Tal cosa pone a la crítica escolar los pelos de punta. Admiro sus sonetos, sus poemas de largo verso y amor triste, y sus alabanzas. Doce poemas a la misma persona es un libro que conservo, de los pocos, después de dar tanto tumbo, y conservaré. Me gusta su idioma, la seguridad en el corte de la línea, su música, todo el tiempo audible. El excelente escritor de ciencia ficción Agustín de Rojas, dueño de una legua de cautín, me comentó los aciertos de las ideas en sus novelas de ese género, que leí cuando aparecieron y me gustaron mucho. Es decir, las entendí, que en mi caso no es poca cosa, y me emocionaron. Aquellas noches de Violente, en el teatro Nacional, fueron un gran momento para la gente de mi edad.
Supongamos que Kardec algo tenía de razón y en este momento el espíritu de Serret habita en mí. ¿Qué dos palabras me dirías a modo de despedida?
Sigo queriéndote.
(Sigfredo Ariel, San Leopoldo, 13 de septiembre de 2019)