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Libros | J.M. Coetzee, entre la civilización y la barbarie

Contada en primera persona a través del magistrado de un pueblo fronterizo, la novela Esperando a los bárbaros, de Coetzee, se desarrolla durante la ocupación de los soldados del Imperio, cuando los bárbaros se han convertido en una supuesta amenaza.

Dos personas arrodilladas y amarradas se llevan las manos a la cabeza en señal de dolor o desconcierto. De pie, otros hombre vestidos de uniforme y con caballos los escoltan.
La novela de Coetzee cuenta cómo el Imperio arremete contra la supuesta amenaza de los bárbaros. | Imagen: Fotograma de la película "Esperando a los bárbaros" (Dir. Ciro Guerra, 2019).

He vuelto a releer Esperando a los bárbaros (1980), novela del escritor sudafricano J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1950), y puedo decir que una vez más he salido victorioso de entre sus páginas, pues no hay ejercicio más riesgoso que el de volver a un texto que se tiene en verdadera estima.

Las razones que nos hacen regresar a un libro muchas veces están plagadas de misterios, algo así como el retorno a los brazos de una amante o a un lugar en el que hemos experimentado una dicha suprema.

Contada en primera persona, a través de los ojos del magistrado de un pueblo fronterizo, la novela se desarrolla en el lapsus de tiempo en el cual dicho pueblo es visitado y ocupado por los soldados del Imperio, pues los bárbaros más allá de la frontera se han convertido en una supuesta amenaza.

Nada más inaudito para el viejo magistrado, consciente de que esos bárbaros belicosos apenas son nómadas que sobrellevan una vida apacible, sin importunar ni atacar a nadie.

Sin embargo el coronel Joll, el comandante de esos hombres, no quiere entender de nada que lo distraiga de su servicio al Imperio, pues si este ha dictaminado que los bárbaros son un problema, más allá de lo que diga la evidencia, lo son, y serán exterminados.

El magistrado, "un hombre tranquilo que cumple con sus labores de funcionario al servicio del Imperio"

El magistrado se describe a sí mismo como un hombre tranquilo que cumple con sus labores de funcionario al servicio del Imperio y apenas aspira a retirarse. Pero también es un hombre instruido, dado a la reflexión y amante de los placeres:

Por lo demás, contemplo los amaneceres y las puestas de sol, como y duermo y me siento satisfecho. Cuando muera, espero merecer tres líneas en letra pequeña de la gaceta imperial. No he pedido más que una vida tranquila en una época tranquila.1

Pero el coronel Joll y su predisposición hacia los bárbaros han llegado para trastocar su vida, para hacerle aflorar una parte de sí que apenas reflotaba en su interior. Él trata de hacerle entender en reiteradas ocasiones que apenas son nómadas, que no representan una amenaza para el Imperio.

Pero sus palabras solo consiguen convertirlo en un sospechoso, alguien que no quiere colaborar, posiblemente un traidor. El coronel organiza una expedición allende las fronteras y cuatro días después de la partida regresa con los primeros prisioneros bárbaros.

El coronel Joll, "un hombre sádico y despiadado"

El coronel Joll se nos muestra como un hombre sádico y despiadado, que gusta de ejecutar sus tareas con frialdad maquinal.

Las torturas a las que somete a los bárbaros, tratando de extraerles la “verdad”, son el primer golpe en la conciencia del magistrado, que no puede evitar preocuparse por los bárbaros, incluso defenderlos, aún a sabiendas de que su salvaguarda no lo coloca en buena posición ante los soldados que comienzan a percibir en él un escollo, un problema.

El magistrado sabe que en las noches los bárbaros son torturados y, aunque quisiera hacer caso omiso, su conciencia se lo prohíbe y no es algo de lo cual se sienta orgulloso sino, más bien, atemorizado:

En cierto modo, sé demasiado; y una vez que uno se ve infectado de este saber no parece haber recuperación posible. Nunca debí haber cogido el farol para ver lo que estaba pasando en la barraca junto al granero. Por otro lado, no me era posible dejar el farol después de haberlo cogido. El nudo se enreda en sí mismo; no puedo deshacerlo.2

Ese nudo que se ha formado junto a él es el peso de proteger a esas criaturas indefensas, de preocuparse por aquellos por los que nadie se preocupa. Sus sentimientos le dictan que está haciendo lo correcto, pero su inteligencia le asegura que está cometiendo un gran error.

La sutil ironía que separa a la barbarie de la civilización

Una vez que el coronel Joll termina con los interrogatorios y parte hacia la capital, según él mismo para redactar un informe con los datos obtenidos, lo primero que hace el magistrado es ir hacia la barraca y ordenarles a los soldados que liberen a los bárbaros de forma inmediata.

Minutos antes, recordando su última conversación con el coronel, cargada de la hipocresía necesaria para que ambos lograsen un comportamiento similar al de las personas civilizadas, el magistrado reflexiona lo siguiente:

Toda mi vida he sido un defensor del comportamiento civilizado; sin embargo, en esta ocasión, no puedo negarlo, el recuerdo me deja asqueado de mí mismo.3

El magistrado comienza a percibir la sutil ironía que separa a la barbarie de la civilización, y a notar que a veces estos polos pueden ser fácilmente intercambiables.

***

La novela alcanza un cariz distinto cuando el magistrado encuentra a una joven bárbara vagabundeando en los alrededores del pueblo. Esta formaba parte del grupo de bárbaros que los hombres del coronel habían capturado y torturado.

Pero la chica está coja, a duras penas se desplaza con muletas y además quedó prácticamente ciega tras las torturas, por lo cual, siendo apenas una carga, no pudo retornar con el resto de sus congéneres.

El magistrado se muestra compasivo con ella, pues de alguna manera siente culpa por todo el daño al que la han sometido los hombres del Imperio, del cual también es parte. La lleva hasta sus habitaciones, la entrevista, le propone un trabajo y luego le lava sus piernas tumefactas, con dolor y delectación.

Expiación de la culpa a través del ritual del aceite y del masaje

Una vez que la chica finalmente acepta trabajar en sus dependencias, ayudando en la cocina y limpiando sus habitaciones, el acto del lavado de piernas se convierte en un ritual, que va aumentando de tono a medida que el magistrado va atreviéndose a aplicarle aceites, no ya solamente en las piernas, sino en todo su cuerpo.

Toda una desnudez joven que él recorre una y otra vez con sus manos, pero que no se atreve a penetrar. En ocasiones la chica incluso llega a propiciar un intercambio sexual, creyendo quizás que es esa la forma de pagar todas las atenciones que recibe, pero él no se siente tentado por el acto:

A veces me siento a su lado y le acaricio el cuerpo esperando un arrebato de emoción que en realidad nunca llega.4

Tal parece como si el magistrado apenas buscase expiar, con sus atenciones, la culpa de otros; acaso compensar, a través del ritual del aceite y del masaje, lo que los soldados del Imperio, esos verdaderos bárbaros, le arrebataron con acero y fuego.

Contraposición de elementos, sentimientos e ideas, en las reflexiones del magistrado

Son páginas de una exaltada sensualidad, y las reflexiones del magistrado en torno a la latiente posibilidad de un encuentro sexual con la chica dejan en exposición un valioso documento en torno a la vejez y la pulsión sexual:

No la he penetrado. Desde el primer momento mi deseo no ha seguido esa dirección, ese objetivo. La posibilidad de albergar mi miembro seco de viejo en esa funda de sangre caliente me hace pensar en ácido en la leche, ceniza en la miel, tinta en el pan.5

Paulatinamente se deja entrever que las reticencias del magistrado se deben a la culpa. Por sobre todas las cosas ella es un cuerpo torturado, flagelado por hombres que en apariencia son iguales a él mismo.

Para ella, él ha de ser uno más, con métodos inexplicables y sutiles, pero tan solo otro hombre que la utiliza, la quiebra, la castiga:

En ocasiones me comporto como un amante —la desnudo, la baño, la acaricio, duermo a su lado—, pero de la misma manera podría encadenarla y pegarle, y todo ello no sería menos íntimo. 6

La contraposición de elementos, sentimientos e ideas, en las reflexiones del magistrado, llega a ser uno de los valores más álgidos de la novela.

La fuente del deseo...

Cuando la relación avanza hasta el punto de convertirse en un estorbo, él le propone a la chica retornarla junto a los suyos, a lo cual ella accede. El viaje se realiza con la compañía de dos soldados y un guía. En las noches ambos comparten la misma tienda.

Al séptimo día él rompe cinco meses de indecisión y finalmente tiene sexo con ella, lo cual no se convierte en un alivio sino en otro tipo de carga. Está consciente de que la naturaleza del viaje es librarse de ella pero, por momentos, siente que quisiera retornarla al pueblo, a sus aposentos.

Por otro lado no deja de preguntarse qué es lo que le atrae en ella y a la vez le repele, eso que en el fondo lo ha convertido en un ser dependiente:

¿La deseo a ella o deseo las huellas que la Historia ha dejado en su cuerpo?7

Minutos antes de dejarla en manos de otros bárbaros le pide que regrese con él, y ella lo rechaza.

***

La composición de hombre mayor enamorado, o interesado sexualmente, de una muchacha joven es recurrente en la obra de J.M. Coetzee. Y estos personajes mayores siempre están profundamente presionados por el valor que el sexo ocupa en sus vidas.

La complementación sexual, desde la idea permanente y obsesiva de la consumación hasta la posibilidad de abandonar el sexo como actividad física, es una constante que los perturba.

El arranque de Desgracia (1999), una de las novelas más aclamadas de Coetzee, reza de la siguiente forma:

Para ser un hombre de su edad, cincuenta y dos años y divorciado, a su juicio ha resuelto bastante bien el problema del sexo.8

El uso de la palabra “problema” para referirse al sexo lo antepone como una dificultad, un inconveniente, algo que debe ser solucionado.

El arranque de Desgracia y el “problema” del sexo

En esta novela asistimos al drama de David Lurie, profesor universitario que pierde su empleo al verse involucrado en un escándalo de acoso sexual. Cuando sus superiores traban conocimiento de la relación de Lurie con una de sus alumnas toda su vida comienza a desmoronarse.

Lurie ha llegado a este affaire luego de perder la relación que mantenía con Soraya, una prostituta a la cual visitaba puntualmente los jueves en la tarde. Al iniciarse la relación con Melanie, la estudiante, él está consciente de todos los errores que está cometiendo pero no puede evitar la pulsión sexual y cada vez sus acciones son más precipitadas e incoherentes.

Afectado porque sus encantos están cada vez más disminuidos, sobre todo la fuerza que él reconocía en su mirada cada vez que deparaba en una mujer, se desboca sobre la alumna y ante cada titubeo de esta, termina por imponer sus criterios y sus intereses. Abusa de la inmadurez de la muchacha de forma deliberada y la va poniendo cada vez en una situación más embarazosa.

Hombre lento

Por su parte en su novela Hombre lento (2005), tenemos a Paul Rayment, un fotógrafo que pierde una pierna tras un accidente. Su condición de hombre viejo, solitario y discapacitado, lo pone en desventaja para tratar de abrirse camino en un momento tan aciago. Por ello debe recibir los servicios de una enfermera mucho menor que él, de la cual termina enamorándose y, en parte, estimulándole como un nuevo motivo por el cual permanecer vivo.

Su preocupación respecto a si está o no capacitado para tener sexo, aún faltándole una pierna, es una constante en sus reflexiones, que también hacen cala en las precariedades de la vejez, la soledad y la angustia.

Diario de un mal año

Y, por último, mencionaré Diario de un mal año (2007), novela de estructura complicada, posiblemente la más audaz de sus ficciones, refiriéndonos a este apartado peculiar.

En ella un escritor de 72 años, que se prepara para ofrecer una ponencia, la cual se encuentra preparando bajo el título de “Opiniones contundentes”, conoce a Anya, una preciosa mujer de 29 años, a la cual contrata para que le ayude a transcribir sus escritos.

Desde el inicio se destapa entre ellos una relación tirante, dada por el continuo interés del escritor hacia ella. La misma se complica cuando entra en juego un tercer personaje, el esposo de Anya, que por momentos equilibra y desequilibra la balanza.

"...toda ficción se alimenta de la vida. Y una simbiosis entre ambas, vida e imitación de la vida, es el conflicto y el drama de cada escritor"

Coetzee deja el rastro de la que quizás sea una de las grandes obsesiones de su vida. La recurrencia delata la posibilidad de que este tema transgreda la ficción. No obstante, toda ficción se alimenta de la vida. Y una simbiosis entre ambas, vida e imitación de la vida, es el conflicto y el drama de cada escritor.

***

También advertimos, como una marca de agua, el hecho de que esas mujeres jóvenes y anheladas son de naturaleza exótica. La chica del libro que nos atañe es una bárbara. Soraya, la prostituta, es morena de piel, y Lurie sospecha que quizás en su pasado fuera musulmana; de todas formas sabemos que en el catálogo de la agencia que lo puso en contacto con ella su nombre estaba debajo del epígrafe: “Exóticas”.

Por su parte la enfermera que atiende a Paul Rayment es una croata que huyó junto a su familia del conflicto Yugoslavo y fue a parar a Adelaida, en Australia; mientras que Anya, quien también se encuentra en Australia, es filipina.

Digamos que la mujer es vista como un misterio. Una geografía extraña, desconocida, incluso inhóspita, la resguarda o forma parte de su pasado, de su vida. Desentrañar ese misterio, trasgredir todas las fronteras que se encuentran alrededor de cada una de esas mujeres, es la meta de los personajes masculinos de Coetzee, casi siempre hombres mayores, reflexivos y cultos.

***

Cuando el magistrado retorna de su incursión más allá de las fronteras, después de “devolver” a la chica, a la bárbara, descubre que los hombres del coronel Joll han retornado, pero está vez las tropas son mucho mayores.

A las afueras del pueblo salen a darle lo que él supone una bienvenida, y en verdad no es otra cosa que custodia, pues inmediatamente lo ponen bajo arresto, acusado de cometer “alta traición”.

Entra en juego una nueva forma de vida para el magistrado, una que jamás previó conocer: la de la humillación; pues una vez que lo encierran queda sometido a todo tipo de vejaciones: le golpean, se burlan de él, le dejan sin comer y sin beber, apenas le dan agua para que se asee o al menos limpie la improvisada celda en la tiene que dormir y hacer sus necesidades.

Queda rebajado a la condición de bestia. Comienza a comprender entonces lo fundamental que es la libertad:

¿Qué clase de libertad me han dejado? La libertad de comer o pasar hambre; permanecer en silencio o parlotear conmigo mismo o aporrear la puerta o gritar. Si cuando me encerraron aquí yo era el objeto de una injusticia, una injusticia insignificante, ahora no soy más que un montón de sangre, huesos y carne que se siente desgraciado.9

Del hombre más respetable del pueblo, a un andrajoso, defensor de los bárbaros...

Todo lo que en él representaba algo al instante de ser apresado comienza a desaparecer lentamente, incluso la posibilidad de defenderse ante un tribunal se disipa:

todo pierde interés ante la presión del apetito y las funciones físicas y el hastío de vivir una hora tras otra.10

Cuando se vive en un mundo en el que los valores y la clemencia provocan risas y mofas, el hombre moral sabe que su vida será un suplicio. Pero en el fondo de su ser el magistrado sigue aferrándose a la idea de que nada malo puede ocurrirle a un inocente.

Hasta que en días posteriores el coronel Joll regresa al pueblo con un nuevo lote de bárbaros. Esta vez caminan de forma extraña, con las manos pegadas a las mejillas. El magistrado presencia lo que se convierte en un espectáculo público, pues su celda ya casi no es custodiada y a ratos merodea por el pueblo como podría hacerlo un perro vagabundo o un loco.

Descubre entonces que aquella forma extraña de caminar de los bárbaros se debe a que un alambre atraviesa la carne de las manos y las mejillas, uniéndolos a unos con otros. Arrodillan a cuatro de ellos, les escriben la palabra "enemigo" en sus espaldas, los golpean a la vista de todos y luego les alcanzan las varas a los espectadores y los incitan a que también participen.

Incluso una muchachita se atreve a tomar una de las varas y, entre risas, golpear a uno de los bárbaros suavemente para luego salir corriendo.

Es entonces cuando el magistrado se atreve a encarar al coronel Joll, apuntándole con un dedo como si fuera una pistola y gritándole: "¡Usted los está pervirtiendo!".

Automáticamente recibe una paliza ante aquellas personas para las cuales, apenas un mes antes, él era el hombre más respetable del pueblo, pero que ahora solo ven a un andrajoso, un defensor de los bárbaros y sus costumbres.

Arrastrándose por el suelo, pidiéndole a quien lo golpea que se detenga, pues cree que le han partido un brazo, ve cómo el coronel Joll levanta un martillo de los que se usan para herrar los caballos y se acerca con él a los bárbaros. Con las pocas fuerzas que le quedan el magistrado grita: "¡Con eso no! ¡No le daría con un martillo ni a un animal, ni siquiera a un animal!".

La naturaleza inhumana y humana de Esperando a los bárbaros

Queda clara la naturaleza inhumana y humana de esta novela. Esperando los bárbaros narra la historia de un hombre moral en un mundo que ha perdido todos sus valores. Un hombre cuyo sentido de la ética lo empuja hacia el fracaso, la humillación y la barbarie. Un hombre que está totalmente solo porque solo él ve como humanos, como lo que son, a esas criaturas.

No sabemos su nombre, siempre es nombrado como el viejo magistrado o magistrado a secas, como si no fuera necesario que su recuerdo constara en ninguna memoria. Hay un instante en el que él duda si acercarse o no al sitio en el cual apalean a los bárbaros, y aflora esta reflexión:

Lo que me importa sobre todo, en este momento en que me alejo con paso decidido de la multitud, es no dejarme contaminar por la atrocidad que está a punto de cometerse y envenenarme con el odio impotente hacia sus autores. No puedo salvar a los prisioneros, por tanto he de salvarme a mí mismo. Que se diga al menos, si alguna vez llega a decirse, si alguna vez alguien en un futuro lejano se interesa por conocer el modo en que vivimos, que en el puesto fronterizo más apartado del Imperio de la luz existió un hombre que no era un bárbaro en lo más íntimo de su corazón.11

***

Todo indica, por la similitud de las situaciones, que el título de la novela es tomado de un poema homónimo del poeta griego Konstantinos Kavafis. En este texto los hombres del Imperio esperan junto al foro a ciertas hordas bárbaras que nunca llegan.

Los últimos dos versos resultan perturbadores y quizás develan el por qué Coetzee toma este texto como referencia:

¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros?

Quizás ellos fueran una solución después de todo.12

Se extiende una parábola sobre el Poder, sus usos y abusos. Si el Imperio se tambalea o vive un largo período de paz que hace pensar a los ciudadanos en “cosas equivocadas”, nada mejor que la existencia de un enemigo, da igual si real o imaginario, que una las voluntades de los hombres bajo el rígido fin de la defensa de los bienes comunes.

Es evidente que el coronel Joll tenía un único propósito: crear a un enemigo. Por ello su principal obstáculo era ese hombre que les decía a todos que los bárbaros eran apenas nómadas, seres apacibles, hombres como nosotros.

***

¿Quién es civilizado y quién es bárbaro? de cierta forma nos pregunta J.M. Coetzee. ¿Cuál es el verdadero significado de la Justicia? ¿Quién puede prever los vericuetos torcidos de la Historia?

Hacia el final de la novela, cuando el coronel Joll se embarca en una tercera expedición que se demora más que las otras, los soldados que se quedan custodiando el pueblo comienzan a relajar la disciplina, y los altercados, robos y otras violaciones caen como buitres sobre los pobladores.

Actos perpetrados por los mismos soldados que saquean el pueblo una vez que las noticias que llegan de allende las fronteras no son nada halagüeñas.

Al final, un atisbo de esperanza

Cuando las tropas retornan, diezmadas, descubren que el pueblo es casi un despojo fantasmagórico, tratan de rapiñar algo más en las despensas de los vecinos, pero apenas quedan víveres.

"¿quién me protege de quien debe protegerme?, esa es la pregunta que deberían hacerse todos los pueblos para no dejarse arrastrar hacia una segura debacle"

Quienes no se fueron detrás de los soldados en fuga, ahora le arrojan piedras al carruaje del coronel Joll, intentan abatir, o al menos espantar, al mismo hombre al que aplaudieron un año antes, cuando llegó al pueblo con la promesa de protección.

Pero, ¿quién me protege de quien debe protegerme?, esa es la pregunta que deberían hacerse todos los pueblos para no dejarse arrastrar hacia una segura debacle.

Las últimas páginas del libro son un tanto tristes, incluso pesimistas. El magistrado recorre el caos dejado consciente de que el que se avecina será un invierno duro. Para el pueblo es el fin de un período, ahora comienza uno nuevo, de subsistencia, y un posible renacimiento en el que puede vislumbrarse, acaso, un atisbo de esperanza.


1 J.M. Coetzee: Esperando a los bárbaros, Random House Mondadori S.A. de C.V., 2006, pp. 18-19.

2 J.M. Coetzee: ob. cit., p. 37.

3 J.M. Coetzee: ob. cit., p. 41.

4 J.M. Coetzee: ob. cit., p. 54.

5 J.M. Coetzee: ob. cit., p. 55.

6 J.M. Coetzee: ob. cit., p. 68.

7 J.M. Coetzee: ob. cit., p. 98

8 J.M. Coetzee: Desgracia, Random House Mondadori S.A. de C.V., 2013, p. 7.

9 J.M. Coetzee: ob. cit., 2006, p. 127.

10 J.M. Coetzee: ob. cit., 2006, p. 130.

11 J.M. Coetzee: ob. cit., 2006, pp. 153-154.

12 Konstantinos Kavafis: 56 poemas, Grijalbo Mondadori, S. A., p. 17.

 

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Heriberto Machado Galiana

Escritor Heriberto Machado Galiana en la revista Árbol Invertido.

(Ciego de Ávila, 1987). Poeta y narrador. Licenciado en Estudios Socioculturales. Egresado del XIII Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso en 2011. Ha merecido los premios Poesía de Primavera (2011), Ernest Hemingway (2011), Mangle Rojo (2013), y Calendario (2015). Tiene publicados los poemarios Las horas inertes (Ed. Ávila, 2012), Acantilado(Ed. La Luz, Holguín, 2015), Nacido muerto (Ed. Abril, 2016) y el libro de cuentos El escribano (Ed. Ávila). Cuentos y poemas suyos aparecen publicados en diferentes selecciones de Cuba y el extranjero.

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