Alejandra Pizarnik, nacida en Buenos Aires, Argentina, en la tercera década del siglo XX, dice, de plano, que quiere escribir la noche. Este es el espacio de su creación y es su asunto. Sumergida en el silencio oscuro logra entrever las palabras que merecen ser escritas. No se debe solo al silencio que la rodea, sino al que se impone a sí misma. Con tal de conseguir la expresión exacta, la voz lírica se lanza a una lucha cuerpo a cuerpo con el lenguaje, y el supuesto fracaso de ese empeño la lleva a transmitir el testimonio más desgarrador y precioso: “tiene miedo de no saber nombrar / lo que no existe”.[1]
Así es que se impone moldear la página con el vigor de la dolorosa porfía: “Manos crispadas me confinan al exilio. / Ayúdame a no pedir ayuda. / Me quieren anochecer, me van a morir. / Ayúdame a no pedir ayuda”.[2] Las palabras de que dispone no dan abasto para expresar la intensidad de la vivencia. Tampoco quiere decir lo dicho, quiere engendrar la imagen desde sus pulsiones: “Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo”.[3]
La soledad, la incomunicación, la certidumbre de la muerte, la conciencia de ser dentro de la oscura irradiación, llenan de fecundidad su aliento entrecortado y breve, a propósito: “El poema que no digo, / el que no merezco. / Miedo de ser dos / camino del espejo” […][4] La escritora no puede, ni quiere, dejar de marcar su hora y declara su obsesión: “La pequeña viajera / moría explicando su muerte”.[5]
El conocimiento de la naturaleza humana se convirtió en hallazgo atrayente para ella. La de los otros o la suya. Su pregunta es cómo entender, cómo entendernos, si estamos hechos de palabras. Coloquial, y hasta familiar, confiesa en un manuscrito encontrado poco antes de darse muerte: “Si me pide la luna es porque la necesita. / Pero si (supongamos) le llevo la luna, me dirá / algo nada lindo de escuchar”.[6] Más distanciada de los seres que pretende conocer, sólo alcanza a decir: “El color infernal de algunas pasiones, una antigua ternura. Los faltos de algo, de todo, al sol negro de sus deseos elementales, excesivos, no cumplidos”. […] Tras la descripción de esos seres, anota la conclusión aterradora: “Yo no miro nunca en el interior de los cantos. Siempre, en el fondo, hay una reina muerta”.[7]
El momento más hondo de su exploración en el horror del ser, es ese que está en La condesa sangrienta. Estudiando a la desolada y extraviada homicida que se resistiera a envejecer a costa de la sangre de innúmeras doncellas, la poeta se asoma a un abismo ininteligible y peligroso, como el de un volcán que en su fuerza e inconciencia, tiene el poder de arrasar inmensidades. Para inquietar a quien lee, explora muy apareada al punto de vista de Erzébet Báthory. No con la idea de revisar los vericuetos y expresar las sutilezas del horror que arrastra el poder de la condesa, sino porque de ello brota una cierta condición estética. Solamente al final (en los dos últimos renglones del libro), leemos: “la condesa Báthory alcanzó, más allá de todo límite, el último fondo del desenfreno. Es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible”.[8]
Alejandra Pizarnik taló su palabra por respeto a la palabra. Porque en la comunicación que genera puede vivir el amor, tanto como puede morir por exceso, o por usarla con deslealtad. Era el saldo que podía verificar ante el imposible. Sabía que: […] “más allá de toda destrucción, / de todas las ceremonias de la muerte / está la presencia de quien yo amo” […][9] Finalmente, deja al lector con una, entre muchas interrogantes: “alguna vez, tal vez, encontraremos refugio allí donde comienza la realidad verdadera. / Entretanto, ¿puedo decir hasta qué punto estoy en contra?”[10]
Ileana Álvarez González abre su último libro de poesía con un verso rotundo: “yo no puedo, alejandra, escribir la noche”.[11] Pero la escribe, y es desde ella que más lo hace. Sobre un oscuro mosaico omnipresente, la poetisa abre un torrente de palabras que no puede contener. El tejido de sus versos se colma de citas y todo género de alusiones que provocan una reflexión de amplias resonancias. En esto y en lo de mirar al mundo desde su intelecto al amparo de las sombras, es una heredera cabal de Sor Juana.
Pero el parentesco queda confirmado cuando coloca las palabras de otro poeta en el pórtico de su libro, como hallazgo surgido de una misma fuente: “la espantosa lucidez” de quien está “con los ojos abiertos en la noche”. He ahí el espíritu de quien indaga tanto como vive. La sustancia filosófica recorre el volumen. Lo hace a través de figuraciones que iluminan la reflexión y la llevan a las regiones más diversas: “como agua ensanchando al agua voy interrogando el río de heráclito, el río y yo que no he perdido mi virginidad dos veces, nos cerramos el paso”.[13] […]
La ambición de entender hasta no entendiendo, visión agudísima de otra mujer, es parte del ánimo con que Ileana enfrenta la tarea poética. Aunque distinguido por Santa Teresa como el camino del alma a través de “las moradas” en la búsqueda del “castillo interior”, centro de comunión definitiva, en este sutil modo de entendimiento se anuncia aquello que se esconde detrás del lenguaje y detrás de toda realidad: lo que no nos es dado entender con exactitud, y aún así es una verdad muchas veces poderosa.
En la poetisa cubana se produce de esta manera, pero también se expresa como duda que no niega la verdad encontrada, o por encontrar, antes bien la multiplica. Se sirve de la elipsis, recurso del barroco que oculta significativo misterio entre volutas. Como lo ha explicado Severo Sarduy: [la imagen] “opera como denegación de un elemento y concentración metonímica de la luz en otro” […] “Al provocar la momentánea incandescencia del objeto, su chisporreteo ante los ojos [lo extrae] bruscamente de la opacidad arrancándolo a su complementaria noche oscura”.[14]
Pero más allá de esas confirmaciones estéticas, el tema de lo inasible es una exploración muy ejercitada por Ileana Álvarez.[15] Ella también repara en la flor que ofrece un lado oculto, y de potencia tan inusitada, como es de inofensiva su apariencia. Así lo confirma en su noche, que es tanto como decir en su creación: “florecimiento sólo para mí visible”. […] “mis ojos descubren la parte gastada de los nombres que sobreviven en lo desconocido y, del deslumbre, en sus cuencas se agotan”.[16]
El descubrimiento es a veces amargo, como nocivo es lo que esconde la flor descrita por la monja. Ciertamente va herida por la agresividad de ciertas verdades; pero su voluntad la conduce al único punto donde puede curarse: el territorio de la belleza, donde reina libremente. Una vez allí, permanece a resguardo de ella. La poesía es, sobre todas las cosas, ámbito de la fe: “no se piensa en esta inmensidad, sólo se cree”.[17]
Preocupada por ese argüir y reargüir que va siendo su poesía, inquieta ante las palabras que echa al viento y sospecha que no son escuchadas, escribe: “quisiera dar el salto sobre mi oquedad”. Y más urgida por el vacío, vuelve a escribir: “No hay espacio en este bosque para el árbol talado que soy”.[18] Por suerte no se cansa, y con renovada inquietud vuelve a procurar el diálogo: “qué importa si ya dije estas palabras, si en idéntico miedo otro fraguó mi esperanza o mi dolor. Vendrá la noche y tú me escucharás”.[19]
La poeta alaba la creación de la naturaleza. Pero los paisajes que describe ―físicos como espirituales―, repiten la letanía de una perenne llanura, y ella se queja. La metáfora se origina en un paisaje vivenciado y padecido. No hay más que viajar por las llanuras de su región, para comprenderla: kilómetros de aridez y monotonía, donde los árboles son una tenue y solitaria sorpresa. Llanuras que a su vez remiten a otras, mientras el árbol lucha contra lo gris y desesperanzador. Por eso lo que con más fuerza defiende es el “verlo todo distinto”.[20] Desde su condición vegetal quiere dejar las raíces al aire, y en contacto con el suelo, esas ramas pobladas de pájaros que hay en sus versos.
Lo filosófico y lo místico se han unido en la poesía de Ileana desde el principio, aunque lo segundo se exprese destilado. Las referencias a Dios son mínimas y por lo general figuradas; pero allí están. Contra toda aridez ella florece en el ejercicio de la creación, con una mezcla de recogimiento y voluntad de entrega. La poesía que escribe va con nosotros y se hace responsable por la elección; de modo que escribir es una ofrenda: “el cordero del sacrificio me acompaña / yo conduzco su soledad. / la esperanza ciñe una cuerda a mi cuello / que el viento no se atreve a silenciar”.[21]
La poeta vive en la certidumbre de que la obra que sale de sus manos deja un valioso testimonio. Sus poemas van narrando la angustia personal, la de su país, y su tiempo. El texto titulado “Donde no se habla precisamente del candor de una rosa”, nos dice de “una vieja mujer” [que] “encorvada sobre el hastío” tiene que presenciar callada “la fuga sin fin de los otros”.[22] He aquí la peor de sus noches, aquella en que le toca ver la caída de un sueño social, sin que la dejen participar de su salvación. La escritora es un ser civil al que le cierran las puertas del ágora, y lo padece.
La impotencia ante el imposible va expresándose con amarga ironía a través de un interminable fluir de imágenes: “yo tuve una esperanza […] con extrañas ideas en su cabeza loca […] hasta que ya no pude más y le di cien latigazos […] unté en sus heridas sal y vinagre y le puse una cadena oxidada al cuello y al tobillo, como la que Martí convirtió en sortija. […] luego, mi esperanza murió […] y me di a la tarea de buscar otra, pero se habían mudado al pueblo tiempos de manos duras y amplias cejas y las esperanzas sólo se adquirían en el mercado negro” [23] […]
Como en la divagación de una mente enajenada, sentimos la voz que se va y regresa, reproduciendo el estado de esquizofrenia que padece nuestro mundo. Dueña de controlar el sufrimiento, vuelve sin perder lo mejor del camino, a su actitud sacrificial: “masticaba el mediodía, los que se apiñan en mi memoria como una corona de zarzas”. Sigue repasando el devenir y rompiendo la linealidad, afirma: "yo soñaba ser reina. Pero nadie vino a mi". [24] […]
La conciencia extraviada, vuelve a divagar, porque debe representar su angustia: “tampoco les hablaba del sol entre las casas sino del silencio”.[25] Y este es el verdadero tema: el silencio. No solo aquel silencio que llama a meditar y a entender la naturaleza, sino este otro, el que padece la artista en medio del tumulto. El silencio de los que no saben la palabra precisa, y, aunque hablen, no logran decir nada. El silencio, también, que le es impuesto por quienes tienen poder para ahogar su grito, para impedir que participe: [el] “que roe, y [hasta que se pueda] comer sin patetismo el milagro” [26] […]
Entre el silencio que es cárcel para el ser civil, y el que se impone para decir justo lo necesario, hay diferencias sustanciales. Y las hay, también, porque el mundo está enrarecido a su alrededor. Tantas contradicciones la impulsan a la rebeldía, y de nuevo a dejar su testimonio. Sobre el primer silencio arroja palabras punzantes: “la boa del hastío con que me arrullan y esquilman / riberas con alambres de esta isla”.[27]
Es tremendo cuando sus versos nacen de la meditación en torno a la maternidad. Mirando a sus hijos dibujar, la Ileana madre le propone un segundo parto a la Ileana poeta, que piensa en el mañana. Su cálculo la estremece y obliga a cetrería más alta, abismos de una responsabilidad inevitable. Ser madre aviva una conciencia en la que se siente acorralada. Pero ser madre también la hace más libre y la planta en firme sobre la tierra. No hay la opción del desmayo, y proclama: “he de abrir los rompientes. / con el puño cerrado / frente al rostro de la sospecha / anhelo levantarme” [28] […]
El otro silencio no va contra la sospecha que habita en una sociedad excluyente y la pone a decir esas palabras empeñadas en derrotar miedos más visibles. Es un silencio que se enuncia a favor de la pureza del lenguaje con el que expresar su condición existencial, y lleva a una suerte de miedos más recónditos. Junto a la noche y dentro de ella se cuecen esos cuidados. Por eso lo advierte en otro epígrafe colocado a la entrada del libro: […] “y qué es lo que vas a decir / voy a decir solamente algo / y qué es lo que vas a hacer / voy a ocultarme en el lenguaje / y por qué / tengo miedo”.[29]
El diálogo de Alejandra Pizarnik es su diálogo: “yo padezco como tú el mismo miedo / como tú la misma esperanza”,[30] dice a la poetisa argentina. Aquí es el miedo del ser “el alma con todos sus demonios” [el] “otro que dentro de sí nos huye”.[31] La palabra es un alumbramiento difícil, señal apenas entrevista de “una cruzada antigua / que en mi interior se libra”.[32] “médula, / palabra, / noche que me libera / de la noche”.[33] Por ese rumbo llega a un punto de vacuidad, estremecedor: “si la palabra desempolvase, y si apartase este sacrificio que implora desvelos sucesivos y salta y se enrosca como un áspid alrededor del ansia de origen o conocimiento. Si me dejara ciega, inocente, adormecida en la nada”. [34]
Una cosa la aparta del vacío, aunque el “mediodía” la martirice y tarde o temprano la devuelva a la noche. Y es que ciertas veces, la aurora la hace renacer: ciclo natural Vida/Muerte/Vida, tan afín a la condición femenina. Gracias al amor, de “Francis, esa sutil metáfora que asiste [sus] miserias”,[35] [a sus] “hijos blondos”,[36] a “alguien que necesit(a) [su] mano en puro temblor”; y gracias, por supuesto, a “la sencilla ternura”,[37] de que es capaz, vemos a esta mujer renacer a fragmentos.
Pero la magia sólo es posible al final de la noche, donde, como la Avellaneda a veces, sólo a veces, al notar los primeros tonos de la aurora, se reencuentra con un resguardo primigenio y eterno que da regocijo a la existencia: “a la sombra del árbol que me fue destinado, no escasea el canto del grillo que anuncia ese instante en que todo va a detenerse. aflora en lo lejos, en la llanura, la incipiente estrella”[38] […]
Aunque la mitología de la noche haga más tentadora su escritura, de todos modos Ileana Álvarez tiene lazos naturales con sus sombras. Claro que el ambiente nocturno favorece la elección, pero ella puede incluso hacer noche de sus días, en el afán de plasmar su compromiso con la vida. No importa si necesita otros muchos momentos, para dedicarse a la obra de no dejar que se escapen los tejidos más sutiles de las horas.
Si los mediodías se empeñan en anular el orden de los hilos, ya fijados, incansable como la araña que habita en sus versos, ella rehace su labor en la penumbra de otra noche. Vuelve a vivir lo vivido, pero desde la vaguedad propicia al recuerdo, y a despecho del encierro que significaría lo puramente vivencial. Parece no permitirse el sueño, e incluso, parece que sueña para contar lo soñado.[39]
Más que reflexionar sobre ellas, revive las escenas que no quiere dejar en el olvido. Va convencida de eso y va del presente al pasado atrapando la verdad en su tela de palabras. Es una niña o es una anciana encorvada. Quiere reposar al resguardo de la noche. Hecha un ovillo está frente al espejo, desde donde la otra que es, no se cansa de mirarla. Intenta reposar mientras escucha los sonidos de la bien amada naturaleza nocturna. Lo intenta porque está, según nos dice, muy cansada, pero no hay descanso. Quiere seguir sintiendo los sonidos de la sombras. La muerte acecha, el miedo, la imperfección, el olvido de los hombres, la desidia. La muerte acecha, y ella debe obrar.
Las escritoras de las que hablan estas páginas, tienen un afán común; su terca interrogación ante el suceso de existir. Han aprovechado la curiosidad innata al ser humano, como uno de los móviles para el surgimiento de su poesía. Al gusto de aprender fisgoneando se une la necesidad de expresión como fin del examen realizado. Todas saben que cuando [se] “aprende, se reúne el sentido de las cosas”. [40] Su tarea ha sido la de darles “un orden” a los signos encontrados y es lo que impulsa el rumbo de sus producciones. Nada como la noche para que ocurra el complicado parto.
De alguna manera ven su descubrimiento personal del mundo con cierta mediación divina. No se produce de la misma forma en todas, por supuesto, sino respondiendo a la sensibilidad de cada una, a credos, a épocas y a circunstancias. Pero efectivamente se aprecia un vínculo con Dios, con algo de cualquier modo trascendente, o que es término de absoluto, si no de aprendizaje (ante el que quieren sentirse libres y desobedientes), como un sustento de fe indispensable.
De entre ellas una parece que no lo hace: Alejandra. Pero ¿qué es ese trasunto de dolor incurable, esa desesperada búsqueda que no se concreta ni en el lenguaje creado? ¿No es ello un ansia de perfección trascendente (en el arte ya que no en la vida)? ¿No lo es el dolor ante lo incomunicable, el no saber dónde se “mora”, el escurridizo existir del amor del que, sin embargo, es imposible escapar? Y, todavía más ¿Su actitud silente no es en sí misma un signo de carencia, que al padecerla con fe minuciosa, presupone una presencia divina? ¿Qué es su inmolación si no otro signo?
Tan es así que las otras viven y crean alguna vez desde los sueños. Todas buscan expresar un hallazgo entrevisto o vivenciado en la noche; pero Alejandra está sujeta a la vigilia más alucinada. Ella parece escapar de la posibilidad del sueño; hasta que escribe en “Los trabajos y las noches”: “para reconocer en la sed mi emblema / para significar el único sueño / para no sustentarme nunca de nuevo en el amor / he sido toda ofrenda / un puro errar / de loba en el bosque / en la noche de los cuerpos / para decir la palabra inocente”. [41]
Según Octavio Paz “Primero sueño” […] “debe leerse, no como el relato de un éxtasis real sino como la alegoría de una experiencia que no puede encerrarse en el espacio de una noche sino en el de las muchas que pasó Juana estudiando y pensando. La noche del poema es una noche ejemplar, una noche de noches”. [42] Su tentativa sirve, como puede verse, para imaginar la noche del artista. El talento adquiere su último sentido cuando es dado al provecho de los otros.
Sor Juana parece decirnos, que mientras haya un enigma, hay un reto para la mente. Con ella, la Avellaneda nos da una imagen muy clara de la soledad del ser ante la inmensidad del universo. Alejandra Pizarnick nos muestra los abismos de la naturaleza humana. Ileana Álvarez tiene la ambición de contarnos, una vez que ha sabido algo valioso sobre el mundo, sobre la soledad y la desolación interior que nos habita. Ella “está mirando por dentro”, para decirnos “aquellas partes que no se dejan atrapar tan fácilmente, porque son terribles”. [43]
El poeta José Lezama Lima, a quien mucho ha leído y amado la poetisa, ha escrito sobre el alumbramiento poético: “De los comienzos del Caos, los abismos del Érebo y el vasto Tártaro, el orfismo ha escogido la Noche, majestuosa guardiana del huevo órfico o plateado, “fruto del viento”. La noche agrandada, húmeda y placentera, desarrolla armonizado el germen. En ese huevo plateado, pequeño e incesante como un colibrí, se agita un Eros, de doradas alas en los hombros, moviente como los torbellinos con sus inapresables ejes traslaticios”.[44]
En cualquiera de los discursos leídos bajo este análisis, volvemos al principio. La noche favorece el recogimiento, ayuda a bajar a las criptas de la conciencia, eleva la sensibilidad a planos sublimes donde la imaginación es liberada. Lo escribía Martí en el referido poema: “La noche es buena / Para decir adiós. La luz estorba / Y la palabra humana. El universo / habla mejor que el hombre”.[45] De modo que la noche es, definitivamente, la patria del poeta. Lo es porque en ella puede realizar su función primordial y “empezar a morir” mientras deja la vida en sus palabras.
Notas:
[1] Alejandra Pizarnik: Obras completas. Poesía completa y prosas selectas, Ediciones Corregidor. Buenos Aires, 1993. p.71.
[2] Ibíd., p. 122.
[3] Ibíd., p. 123.
[4] Ibíd., p. 75.
[5] Ibíd., p. 85.
[6] Ibíd., p. 245.
[7] Ibíd., p. 244.
[8] Alejandra Pizarnik: “La condesa sangrienta”, en: Obras completas. Poesía completa y prosas selectas, ed. cit., p. 391.
[9] Ibíd., p. 244.
[10] Alejandra Pizarnik: “Los poseídos entre lilas”, en: Obras completas. Poesía completa y prosas selectas, ed. cit., p. 275.
[11] Ileana Álvarez González: escribir la noche. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2010, p. 11. Es significativo el hecho de que la autora no emplea mayúsculas en su poemario.
[12] Vicente Huidobro, en: Ob.cit. p. 9.
[13] Ibíd. p. 78.
[14] Severo Sarduy: “La cosmología barroca: Kepler”, en: Obra Completa. pp.1223-1240. Y escribe el poeta: “Ni negro sobre blanco, ni blanco sobre negro. No hay soporte. Positivo y negativo, yin y yang, noche y día se evocan y sustentan” […] “escribiendo en lo oscuro” [Para referir la productiva paradoja] “el mediodía, su reverso: el día cegador de medianoche”. “La noche escribe”, en: Ob. Cit. pp.19-20.
[15] Por eso escribió el Libro de lo inasible, Premio de la Ciudad de Santa Clara, 1995.
[16] Ibíd., p. 82.
[17] Ibíd., p. 83.
[18] Ibíd., p. 84.
[19] Ibíd., p. 87.
[20] Ileana Álvarez González: “Árbol invertido”, en: Trazado con ceniza, Ediciones Unión, La Habana, 2007, p. 116.
[21] Ileana Álvarez González: escribir la noche, ed. cit. p, 48.
[22] Ibíd. p., 66.
[23] Ibíd. p., 67.
[24] Ibíd. p., 68. Ocurre un salto atrás en el relato lírico (un flash-back, o una analepsis según Gérard Genette). El salto alude al desfasaje entre la aspiración del sujeto en un pasado prometedor, aunque engañoso, y la descarnada realidad presente. El recurso arroja luz sobre la fábula al despertar alusiones intertextuales que se abren con “Todas iban a ser reinas”, pasan por la relectura que de este poema de Gabriela Mistral hace Margarita Mateo en Ella escribía poscrítica, y vuelven a desencadenarse en su texto.
[25] Ibíd., p. 69.
[26] Ibíd., pp. 66-69.
[27] Ibíd., p. 36.
[28] Ibíd. p. 39.
[29] Ibíd., p. 9.
[30] Ibíd., p. 13.
[31] Ibíd. p.12.
[32] Ibíd., p. 51.
[33] Ibíd., p. 60.
[34] Ibíd., p. 80.
[35] Ileana Álvarez: “Conversación de Hans Castorp en la proa del sueño”, en: Trazado con cenizas. Ediciones Unión. La Habana, 2007, p. 109.
[36] Ileana Álvarez González: escribir la noche, ed. cit., p. 15.
[37] Ibíd., p. 81.
[38] Ibíd., pp. 82-83.
[39] “Para ciertas almas, ebrias de existir onírico, los días están hechos para explicar las noches”. Gastón Bachelard: El aire y los sueños. Ensayo sobre la imaginación del movimiento, Fondo de Cultura Económica, México, 1958, p. 41. Luis Álvarez ha estudiado los sueños en la poesía de la autora de escribir la noche. Cfr. “Ileana Álvarez: poesía neobarroca”, prólogo a Trazado con ceniza, pp. 5-30.
[40] Aristóteles: Poética. www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.
[41] Alejandra Pizarnik: Obras completas. Poesía completa y prosas selectas, ed. cit., p. 99.
[42] Octavio Paz: Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe, Círculo de Lectores, México, 2001, p. 440.
[43] Ileana Álvarez: Entrevista en Televisión Cubana: Programa de Televisión Avileña, agosto, 2011.
[44] José Lezama Lima: “Introducción a los vasos órficos”, en: La cantidad hechizada, Editorial Letras Cubanas, La Habana, p. 49.
[45] José Martí: Poesía completa, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1985, p. 127.