Una revista cultural tiene que ser un acto de cultura. Y el acto de cultura es siempre un acto personal o de grupo. Una institución estatal o de la sociedad civil crea una revista de cultura, y lo será si la entrega a una persona o un grupo afín. Lo común es que la institución crea que puede hacer un acto de cultura institucional, por encima de las personas, porque tiene alguna buena intención y dinero bastante; pero eso no existe. La cultura no se hace con institutos, porque los institutos son instituciones instituidas institucionalmente, es decir, impersonales, y la cultura no soporta la impersonalidad, porque se hace por personas para las personas, no para la gloria de los institutos, las abstracciones y las consignas. Si creen ustedes que estoy pensando solo en el Estado, hablemos de las Iglesias, cuyas revistas tienen que ser purísimas de doctrina y de intención y superiores a las personas, y desde luego inferiores en sinceridad, en creatividad y en utilidad. La Iglesia o sus administradores eliminaron a las personas de Vitral, y ahora hay una revista con ese título que nadie lee. El acto de cultura es siempre culto, es decir, personal, o de personas concertadas libremente, pero además es un acto. Si la revista cultural no está actuando con cada uno de sus textos, está muerta. Las revistas institucionales están muertas porque lo que está vivo para los institutos es el instituto y nada más que los institutos: todo lo que no sea el instituto, por ejemplo la Iglesia Católica, está desechado o es sospechoso, y por ese orgulloso supuesto la gente eclesial se vuelve sepulcro blanqueado, y a veces incluso sin la lechada cobarde. Las revistas institucionales pueden llegar a publicar textos de valor, que son en sí actos de cultura, pero no por eso la revista se vuelve cultural. Son almacenes de textos publicados para complacer la incultura del instituto, que solo interesa a la vanidad o al despropósito de sus jefes. La revista cultural actúa desde las personas sobre las personas y con ellas. La personalidad de la revista es la personalidad de sus personas, a veces incluso de una sola persona, aunque esto desespere a los gregarios y a los envidiosos. La revista cultural cubana más famosa de todos los tiempos, Orígenes, era la revista de José Lezama Lima, y por eso era la revista del grupo. Cuando José Rodríguez Feo creyó que su dinero y sus gestiones lo habían convertido en creador, hizo el ridículo y contribuyó al fin de la revista. Pudo haber sido el compinche eterno de Lezama, y quién de nosotros no lo hubiera enviado hoy. Eso sí, Lezama no llegó a ese trono de gratis. Lo sostenía su genio y su obra, y la experiencia del trabajo en grupo en tres revistas anteriores. Ha llegado el momento en que la juventud cubana comience a crear revistas culturales como actos de cultura que contribuyan a labrar un país con todos y para el bien de todos, con los actos cultos de cada uno, de un grupo de unos, y de uno solo, según determine el Uno. Amén.