¿Venimos de la nada o del todo? ¿Del impulso por desparcializar las nociones de trascendencia o de la oportunidad oculta tras el desconocimiento y la conjetura... ahí, donde hallamos el elemento que nos supera y consume? ¿Partimos del polvo y a su seca esencia volvemos? ¿Somos algo más que historias inexploradas, más que carne y lágrimas? ¿Somos gloria de un aura pasada que nos aguarda? ¿Somos apariencia: sangre, hueso, amargura; la extraña ridiculización del respirar... tal vez enigmas? ¿Será ese misterio un suplicio o simplemente otra fórmula inoportuna de dialogar con nuestra indefectibilidad? Aquí estamos, somos: ahí, acaban nuestras certezas.
El universo fenomenológico que nos envuelve es, quizás, una constante cíclica, regresiva, sin desbordamientos, algo que hilvanamos entre los espacios de un mapa infinito, donde todo se conecta a pulso de espiral. Así, nuestros fundamentos son otras causas, como nuestros pasos, como nosotros mismos. La duda es el medio para llegar a cierto punto, para suponer —nunca conocer— qué aire inhalaremos, qué fango nos manchará las plantas, qué látigo nos partirá la piel. Al frente, la incertidumbre de lo que será; atrás, la experiencia de lo que fue, la mejor herramienta para entender el futuro.
II
Las tres de la tarde marcaron los relojes en galería Corral Falso 259 cuando el matiz de las luminarias manchó de amarillo los rostros. El segundero guió los pasos por la sala, la percusión de las suelas marchantes rumbo a un sitio de sustracción temporal: caricia del espacio en su fundamentación estética, escape de la faena formal del sentido. El trazo circular de las manecillas invertía su condición. Dejaba de ser día once. Agosto se escurría al dibujo absoluto de la temporalidad, ideaba otra forma, otro estado, otro ahora. Comenzaba la regresión.
Algo de cierto esconde el arte como sujeto de expresión adictiva. Algo de verdad recogen sus respuestas. Y yo, como buen osado, salí a buscar algunas en aquel sitio en Guanabacoa, donde con pie en las obras de Oslendy Hernández, acaricié el provecho de pensar que:
Somos el Yo insólito que no quisieron los cautos, la masa de tiempo y forma desprendida del ayer, la carencia, el sustento, la flema en la garganta del niño que durmió a la intemperie hace cien años, el soldado rastrillando el fusil ante los ojos de una madre, el Cristo de la cruz, el Cristo del altar de oro. Somos la furia de la ancestra que apuñaló a su amo, el machete reluciente en el palenque, el mito, la palabra, los ojos perdidos de la historia.
Somos consecuencia estructural: de la institución, de la muerte, de lo hermoso. Somos lo que fueron; la revolución, lo quebrado, lo zurcido. Somos la madeja que se llevan las horas, la sustancia que no existe pero quema. Somos tanto, que no somos. Somos el truco y la hiel, la saña vacua del odio, la materia, que pasa de piedra a flor, pero no desaparece. Somos el ayer tanto como el hoy, la vigencia y el sentido histórico de los procesos. Somos la constante regresión, la visita a la génesis, a las causas últimas, al protozoo, al futuro.
III
Como suerte arqueológica se anunció Regresiones del Yo frente al marco litúrgico que pesa en Corral Falso. El espacio, ahogado de la esencia terrosa del ocultamiento, descubría las imágenes ante las contracciones pupilares del público. Piezas fusiformes suscitaron la miosis, en tanto desentendidas del sesgo canónico del contraste y condicionando el espacio a tono con la intencionalidad del hallazgo, solucionaron el diálogo, donde se era transeúnte o descubridor.
Así, correspondía a la estancia cierto celo subjetivo, resultante del bregar cronológico en la representación material de alguna cultura: mediante ídolos, estatuillas, moldes, fragmentos de un ciclo encerrado en la particularidad de la interpretación. Se pudo pensar en el futuro, en lo que las civilizaciones que nos sobrevivan encontrarán de nosotros, en sus lecturas, su modos de conjeturar, sus sesgos al primitivizarnos, su condescendencia ante nuestras tecnologías, su oportunismo al tomar la de unos pocos como la palabra de todos.
Regresiones del Yo fue un hurgar constante en las grietas de lo cierto, donde la realidad se desvestía para perderse entre la poca luz y el peso de la ceniza en los ojos, entre el rasgo coloquial de una galería resemantizada, donde cada pieza fue un margen sin nombre o, quizás, una deidad reconocida en el universo primero del trato y de las definiciones. Cada diagonal en el espacio sirvió a la disección de un cuerpo infinito, como fue la contraposición museográfica entre formalismos y desenfados el acierto expositivo de la diferencia, como metáfora crítica ante la desnaturalización extractivista, que monocromatiza la historia, vomitándola "universal".
IV
La verdad, como el eslabón de seda que es, no representa sino un palco decorado al tiempo de discursar, un medio de dominación y captura, una máquina prejuiciada. No juega otro papel que el de herramienta efectiva de manipulación. La verdad cuestionada es centro eje en la obra de Oslendy.
¿Cuál es la verdad de sus piezas? ¿Son una invención idealizada como forma de creación o traducen lenguajes de cierta existencia? ¿Van a tono con una lectura en pasado o atesoran códigos del futuro? ¿Son simbologías de avenencia dialógica o simplemente pretensiones? ¿Tienen un punto referencial de denuncia o concluyen en el hecho contemplativo?
La verdad no se asoma, no se vierte y se expande nuestra. Yace coagulada en páginas olvidadas, en soportes que no premia el algoritmo, en reflejos que no muestran las pantallas. La verdad está muy lejos, a solo un paso, un poco antes de la muerte, un poco después de la vida: quién sabe dónde. ¿Está en las obras de Oslendy? ¿Está en los libros de historia, en lo hallado bajo tierra, en las vitrinas de los museos... está en nosotros? La verdad está, estuvo o estará. En deshacer su mito radica su esencia y nuestra responsabilidad. Para ello, debemos volver al futuro, avanzando hacia el pasado, en peregrinación entre el vaho de la incertidumbre y la desidia.
Regresiones del Yo supo invitar al viaje de autodescubrimiento, a la visita exhaustiva a los inicios, al diálogo intenso con lo precedente, a la vocación arqueológica que asume desenterrar verdades: para así, no encontrarnos mañana — como hoy, como ayer — desherrumbrando el grillete que nos descarna el tobillo y el discurso tras los dientes; para aguantar la sangre que hidrata el puesto donde nos confina la entidad abstracta del ellos: los poderosos, los vencedores, los determinantes: quienes cuentan la historia y construyen la verdad.
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