Según la especulación de la ciencia antigua, la visión dependía de una luz que arrojaba el ojo y que era reflejada por los objetos para regresar a él. Por lo tanto, las estrellas no solo comparten la esfericidad del ojo, sino también su luz, y se vuelven ojos que nos miran durante la noche y, aunque no las percibamos, también durante el día. Así lo hacen evidente las pinturas “Ojo de Deux sobre jardín de mis delicias” y “El llanto de la patria” del escritor y pintor cubano Rafael Vilches Proenza, recientemente exhibidas en el Espacio Ronda de Madrid.
La nacionalidad del artista toma importancia porque estas y otras de sus pinturas en la exposición 4 escritores que pintan nos recuerdan con sus colores y composición la bandera cubana, en la cual una estrella, enmarcada en un triángulo rojo, brilla sobre franjas blancas y azules. Sin embargo, en cada una de estas dos pinturas de Vilches la estrella se transfigura en un ojo con valores opuestos, pero complementarios, que conforman una misma realidad.
Por un lado, en “Ojo de Deux sobre jardín de mis delicias”, la estrella se vuelve ese “ojo de Dios” del título, una vigilancia omnipresente y opresiva; por el otro, en “El llanto de la patria”, la estrella se transforma en un ojo que llora y, por tanto, en dolor. Con estos elementos, no es difícil vincular estas pinturas a la historia dictatorial cubana, con sus dos caras de opresión y dolor, y bajo esta luz podemos leer los otros componentes de estas dos obras.
En “Ojo de Deux sobre jardín de mis delicias”, el ojo se posa sobre una masa de color en expansión, amplificada, abierta, que es un jardín de fecundidad, diversidad y delicia caribeña. Sin embargo, aquí la estrella es de un azul frío, con tonalidades negras, y la descubrimos vigilando este jardín que está en un efímero equilibrio sobre la punta de un triángulo rojo que, de nuevo, refiere a la bandera cubana. La estrella, entonces, es el ojo del dictador, quien se erige a sí mismo como una divinidad todopoderosa y lista para oprimir, en cuanto lo desee, ese color expandido que conforma el jardín de las delicias y que corresponde con la individualidad de cada uno de nosotros —del yo que pinta y del yo que observa la pintura—. Bajo un régimen dictatorial, la individualidad y el mundo interior de cada uno de nosotros está en constante riesgo, como lo deja ver el ápice del triángulo en el que se apoyan los colores como si siempre estuvieran a punto de caer.
Esta pintura se conecta entonces con la siguiente. Bajo la severa vigilancia de la estrella ocular de “Ojo de Deux sobre jardín de mis delicias”, en “El llanto de la patria” el color del jardín ha sido aplastado en una masa amorfa, pesada, comprimida y reprimida, que amenaza con atraparnos en su densidad lodosa. Aquí la estrella ocular, ahora de un rojo cálido y sangrante, no es del dictador, sino nuestra, a la que no le queda sino el llanto ante esa colección de coloridos sueños ahora deshechos, ante una individualidad que, en vez de ser color vivo, ha quedado fundida —sin espacio para florecer sus colores— en una masa amorfa. Las lágrimas no pueden ser sino del color de una bandera rota.
Las dictaduras crónicas de las naciones de América Latina son capaces de eso: de oprimir hasta el color, y de hacer que la luz, que alguna vez irradiaron nuestros ojos para ver jardines, regrese a ellos con el llanto de una interioridad aplastada.
Estas y otras obras de Rafael Vilches Proenza compartieron sala con las de Ana Díaz (Cuba), Abdul Hadi Sadoun (Irak) y Charles Olsen (Nueva Zelanda), completando así la exposición 4 escritores que pintan presentada en el Espacio Ronda de Madrid (julio 2025).