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Miami y la otra esquina de la palabra toman café amargo con Vilches

Composición fotográfica abstracta. Foto: Lía Villares
Imagen: Lía Villares

Café amargo cumplimenta un ciclo que el poeta Rafael Vilches se debía a sí mismo y a sus amigos, a esta turba de locos que hoy nos convertimos en sus lectores, sus oyentes, los mirones de siempre con que cuenta la poesía.

Recordemos a Homero, o a los que sostienen “la cuestión homérica”, un vate, un aeda en la esquina de la aldea narrando lo vivido y lo soñado en sus diversos viajes por el mundo. Ahora mismo la voz de Vilches se encarama entre Santa Clara (que no es la ciudad del Che, sino de quienes sufren esa maldición) y un Miami de inclusiones y exclusiones.

Definitivamente tenemos que comparar. Mientras que cientos de escribientes y lectores se desgarraron las vestiduras con la amistad entre el Gabo y Fidel Castro, el más reciente Premio Nacional de Literatura —de visita en Miami—, las universidades norteamericanas y los premios mejor dotados no han levantado un verso (o un cartel, un discurso, una canción) por el ostracismo de Rafael Vilches Proenza y el encarcelado novelista Ángel Santiesteban.

Rafael Vilches Proenza ha escrito un poemario desgarrador para decir que está vivo. El mundo debe saberlo. A fin de cuentas los poetas, decía Rimbaud, “no somos más que el eco de los que callan”.

Me tocó ser amigo de Vilches y leer: “Digo amor y suena a Patria (Vilches lo escribe con mayúsculas)/ y el hambre no se calma”.

En algún momento escribí que a Vilches “lo persiguen los perros, las mujeres y los policías: el mejor pedigrí del que puede gozar un escritor”. Ahora podemos sumar que lo asisten los amigos, que la conjura de una palabra llana y sin adornos es un sello para presentarse en el mejor lugar del mundo: una estrecha sala de Santa Clara, sin premios literarios, sin promociones a destiempo, sin figurar en la lista de los escritores oficiales. Si pide más, es un ambicioso sin remedio.

Quiero agradecer, porque así me lo pidió Vilches, a Idabell Rosales y Armando Añel con Neo Club Ediciones, y a ‘Modesto’ Kiko Arocha con Alexandria Library, la generosidad y displicencia para recibir el grito de un escritor que en Cuba acababa de ser borrado oficialmente de todas las listas posibles. Sin ellos tres, este libro hubiera sido un manuscrito, un manojo de papeles esperando el susto de la imprenta.

Definitivamente este es un libro de amor con problemas ideológicos. Los poemas que aquí se encuentran fueron hechos bajo la rabia y el amor de Vilches, luego que el desamor o el descuido de una mujer le dejaran libre, y otra mujer, otros amores, estén reclamando el lugar de la palabra que hiere y cura, esa palabra que dicha por el autor se trasluce en: “Todo amor lejano es un barco a la deriva, una cigarra muda”.

Finalmente, quiero agradecer a los poetas de Omni Zona Franca, que sí pudieron escapar y están aquí, como en Alamar o aquella tarde de 2007 en que una aldea como Holguín nos parecía el Parnaso y no me abandonaron ni a mí, ni a Vilches ni a Michael Hernández Miranda cuando la ingenuidad y la poca testosterona que nos quedaba nos llevó a la dulce locura de fundar la revista Bifronte. Los ‘omnipoetas’ aquí presentes estuvieron aquel día, y en tiempos de liviandades ese es un mérito mayor.

Vilches lo merece, lo merece la poesía, lo merecen ustedes por este Café amargo, por esta dulce noche.

 

[Presentación en Miami, 25 de abril, 2014]

Luis Felipe Rojas Rosabal

Luis Felipe Rojas Rosabal, revista cultural cubana Árbol invertido

(San Germán, Holguín, Cuba, 1971). Tiene publicados los poemarios Secretos del Monje Louis (Ed. Holguín, 2001), Animal de alcantarilla (Ed. Ácana, 2005), Cantos del malvivir (Ed. Loynaz, 2005),  Anverso de la bestia amada (Ed. Abril, 2006) y Para dar de comer al perro de pelea (Ed. NeoClub, 2013). Trabajó como maestro de teatro en su pueblo de origen. Por su acción contestataria fue censurado y repudiado por las autoridades de su país, donde ejerció como periodista independiente. Reside en Estados Unidos, es autor del blog Cruzar las alambradas.

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