Rafael Alcides lleva más años preso que el mismo Nelson Mandela. Aunque, claro, es un presidio distinto: su apartamento es mazmorra y es su propio carcelero. El insilio le absorbe la vida como el coloquialismo su obra poética.
Es de los estrofistas más altos de su promoción, y el tipo que escribe y se atreve a vivir lo que sale de su mano. “Olvidar es grato/ pero peligroso: / la cárcel y la muerte/ están llenas de seres olvidados”. Su opinión, encontrada con la de gran parte de sus coetáneos, es una sílaba extraña en el casi homogéneo mutis cubano.
En 1965 obtuvo una Mención en el Premio Casa de las Américas por su novela Contracastro, excepción que lo reafirma como una bestia poética, el hombre que, Agradecido como un perro, se encarama con su Pata de palo Por una mata de Pascua.
Para el caso de Rafael Alcides no aplican Trinquenio, Decenio o Quinquenio Gris; no cuadran en su historial los tan manoseados y temidos "mercenario" o "contrarrevolucionario"; sería torpe incluirlo en la lista de exiliados. La costumbre occidental de buscarle un sitio a todo pregunta: ¿qué es Alcides?
Contrario a lo que mayormente se dice en el ámbito intelectual cubano, usted califica a buena parte de la década del 60 como un momento signado por el terror. ¿Qué razones lo llevan a tal afirmación?
Todo el mundo se ha vuelto discreto, la gente habla poco, desconfían de ese reloj, del bolígrafo que traes, hasta de un anillo, unos espejuelos: no sabemos si es un micrófono, si eres un agente de la inteligencia cubana, si me estás grabando.
A partir del Caso Padilla la gente se distanció. La época en que todos se daban a leer los manuscritos acabó. Fayad Jamís me daba los suyos para que los criticara, César López, Luis Suardíaz, Armando Álvarez Bravo, hasta Nicolás Guillén. Llegaba a mi casa con el poema acabado de escribir: A ver, ¿qué le parece?... Los vínculos poderosos que existieron, se rompieron. La Unión [de Escritores y Artistas de Cuba] dejó de ser un lugar donde la gente se encontraba para conversar, tomar unas copas de vino.
Al principio, como no me gustaba el rumbo de las cosas me abstuve de participar socialmente, y solo iba a trabajar y regresaba a la casa. En ese tiempo presenté un par de libros a la editorial de la Unión pero no salieron porque ya estaba bajo sospecha. Y entonces, ¡pa´l carajo!, no quise saber más de nada ni nadie.
¿Cuánto tiempo estuvo sin que sus libros vieran la luz en Cuba?
Estuve sin publicar desde 1967 hasta 1983.
Pero como es entendible, el ave aunque cautiva no deja de saber volar. Rafael es capaz de un poema como este en 1970:
Te devuelvo tus manos, tus muslos, tu silencio,
todo lo que fue bello entre los dos
y, como tal,
quedará para siempre en la fotografía.
Me quedo con once calcetines por casar, sin refrigerador
ni junta para la olla de presión, sin el reloj;
y el canje de los libros, pendiente;
y mis dudas sobre el radio.
Y los libros que se perdieron.
Me quedo sin platos ni tazas ni shorts ni colador.
Con cuatro sábanas solamente me quedo
de todo lo que en septiembre aquí encontraste,
y un vale perdido de calzoncillos en el tren.
Tuve la posteridad cuando te desnudabas
y lo lamento. Te pedí por favor que no me ayudaras.
Devuélveme la llave.
Entonces, ¿cuándo decide recluirse en su casa?
A partir del 68 dejé de ir a la UNEAC porque estuve al borde de la muerte. Cogí una histoplasmosis durante una Quincena de Girón, extrayendo guano de murciélago de una cueva. El hongo se trasladó al cerebro, me causó un aneurisma. Entre abril y diciembre de ese año estuve muy pero muy mal.
Desde el 69, cuando salí del hospital, y hasta finales del 87 no volví a poner un pie en la Unión. Ese año —ya Lisandro Otero estaba en la presidencia y Osvaldo Navarro al frente de la Sección de Escritores— me vinieron a buscar. Como estaban andando los tiempos de la perestroika yo creí que iban a haber cambios en el país, y regresé. ¡Hasta ayudé a preparar el Congreso!
Pero ese episodio no dura mucho…
En 1990, cuando la Carta de los Diez, me di cuenta que seguían en lo mismo y volví a mi casa, a mi autoprisión domiciliaria. Y aquí estoy: publico afuera, no en mi país.
Aún en 1993 la editorial Letras Cubanas llevó a imprenta un libro de poemas titulado Nadie, como si declarara una existencia invisible. Alcides es un discordante que no es condenado del todo. Es un incómodo al que no dejan ser un marginado cabalmente, con todas las de la ley. Incluso, amén de su discordia, siguió siendo condecorado por el statu quo que reprueba.
En 2011 le otorgaron la Medalla Conmemorativa por el cincuentenario de la Unión. En el verano de 2014 la devolvió en un sobre junto con una carta donde declinaba su membrecía de esa institución. «En vista de que ya a mis libros no los dejan entrar en Cuba ni por la Aduana ni por el correo, lo que es igual a prohibirme como autor, renuncio a la UNEAC», escribía. Hay aldabonazos que truenan los portones.
(Tomado del libro Los hijos del diluvio, Áncoras Editores, Isla de la Juventud, Cuba, 2016).