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Escritores | José Alberto Velázquez: “Poseo la temeridad de los desahuciados”

"No soy un animal cómodo para ningún sistema, menos para el que nos gastamos hace varios lustros".

El escritor José Alberto Velázquez fumando
Imagen: Rafael Vilches Proenza

Escritor de extraordinaria capacidad para asumir y defender su pensamiento, aunque por ello tenga que vivir en el anonimato de su casa. Poseedor de un discurso estremecedor, y a la vez único, es capaz de resistir las tentaciones y/o rechazos de territorios aledaños. A base de lecturas y horas frente a la computadora, construye un escudo de palabras bajo las que sobrevive con humildad y orgullo.

Conversar con José Alberto Velázquez (Las Parras, 1978) es recorrer cientos de años, cientos de libros, millones de vidas. Ser su amigo me ofrece el privilegio de platicar con absoluta libertad. Ha publicado varios libros, entre los que sobresalen La burbuja heroica (Poesía, Ediciones Orto, 2012), Gestos brutales (Cuento, Ed. Sanlope, 2015) y Ghetto (Poesía, Neo Club Ediciones, Miami, 2016). En una ocasión me dijo: “No pueden con nosotros porque son perezosos”.

La resistencia, esa capacidad de atravesar campos cada vez más sólidos y contaminados, le ofrece a tu obra una visión diferente al discurso contemporáneo que se promueve en Cuba. ¿Por qué?

En mi caso resistir es una cómoda obligación. Lo otro sería el suicidio, mondo y lirondo. Como tengo hijos que supuestamente me aman y un residuo de fe en un Dios que probablemente existe, entonces la segunda opción queda descartada, me tomo un buen café (de contrabando, of course), y sigo adelante como el guajiro pertinaz que soy. Poseo la temeridad de los desahuciados, solo comparable, en este orden, a la potencia de las malas madres y la bomba de hidrógeno. Si a esto le sumas estar casado con la mujer que quiero estar casado, pensar y hablar como se me da la real gana, y un milloncejo de tomos leídos a lo largo de treinta veranos, tienes lo que soy. Otros ingredientes: una intuición crítica real, gran capacidad de trabajo (en peligro de extinción) y, lo más importante de todo, ser uno de los pocos cubanos que conozco al que le importa un pito viajar al extranjero.

Centenares de libros, mundos que exploras de manera incansable, hacen de ti un escritor cuya poética se aviene a la extrapolación de vidas y procesos pasados que de manera inevitable están presentes en tu obra. ¿Qué valoración puedes hacer al respecto?

Mira: a estas alturas los libros que más me gustan son esos que, aún sin haberlos leído previamente, puedas abrirlos en cualquier página e incorporarte a ellos. Que tengan buen sema, la contaminación que tanto se parece a la vida. Por eso me he ido alejando cada vez más de la literatura de género (policíacos, ciencia ficción, etc), porque te saltas un párrafo y se acabó. La poesía es inmejorable para esto. La Biblia, Proust (de quien no soy vecino, aunque le hago la visita un par de veces al año); mi socio Joyce, mi entrañable Cortázar. Hay lecturas que se parecen a tu alma, o al momento en que está tu alma. Por ejemplo: las obras que más he recontrarreleído (en diferentes etapas) son: El hobbit, de Tolkien—nótese que en ese tiempo, principio de los Noventa, no era viral. El vellocino de oro (publicado en Cuba, vaya usted a saber, como Hércules y yo), de Robert Graves. La isla de los pingüinos, de Anatole France—un Nobel olvidado. Rayuela, Los detectives salvajes; y La carretera, de Cormac McCarthy, así como las Iluminaciones, de Rimbaud y La tierra baldía, de Eliot. Releo mucho más, por supuesto, pero estos son los tipos. Sin embargo, hay otros que no he vuelto a tocar, pues sé que me decepcionarían, pero la aproximación fue tan rara, tan brutal, tan triste: Sobre héroes y tumbas (Sábato) y El señor presidente (Asturias). Otros me sirvieron para ponerme a escribir, entre los once y los catorce años, las primeras narraciones: El perseguidor y otros relatos (Julio Cortázar); Un leopardo en la cumbre de un volcán (Poli Délano) y Todos los cuentos de Mario Benedetti (Sic). ¿Quién lo diría? American Psycho, de Bret Easton Ellis, me produjo una larga crisis existencial y creativa hace unos pocos años. Y No es país para viejos, de Cormac McCarthy, me hizo más pesimista, que es lo mismo que decir más lúcido. En cierta ocasión, muy joven aún, mezclé Crimen y castigo con Pedro Páramo, y mi esposa tuvo que escondérmelos. Ya me estaba cortando los brazos literalmente con cuchillas de afeitar “Sputnik”, tremendísima metáfora. Y es así: siempre he sido un zopenco inteligente como Horacio Oliveira. Un magnífico padre pos-apocalíptico como el de La carretera; un amante esquizofrénico igual que el Martín de Sábato. Creo que la vida se va pareciendo a lo que lees, y un obligatorio y tautológico viceversa.

Las Parras, Majibacoa, Las Tunas, espacios que de una forma u otra forman parte de tu escritura, por lo general demuestran que la diferencia está en no bajar el nivel. Asumes la realidad de convivir en un retiro en ocasiones prolongado. ¿A qué se debe?

Aunque sea laborioso intelectualmente, no se trata de una virtud. Es el antídoto que más a mano tengo contra el aburrimiento. Las causas fundamentales de mis “retiros prolongados” son, en este orden: 1- La abulia: soy vago y procastinador ad nauseam, y esa abulia a ratos se me confunde con agorafobia. Quizás sea una secuela de mi obesidad infantil, mantenerme lejos de la intolerancia y la grosería autóctonas. Y: 2-Un bien desarrollado sentido del ridículo: me da asco ir a sitios donde no puedo aprender nada, enseñar nada, y sobre todo ganar algo. Hace un momento te decía que resulto ser un guajiro obstinado. Esto quiere decir que no le arrastro el ala a nadie por prebendas o miedo a represalias. No robo. No miento. No delato. A eso en Cuba suele llamársele pesadez, y estoy muy orgulloso de ser un pesado, así como creo que lo está la gente que en verdad me ama, que son pocos, pero son. Claro que el agujero donde vivo está en candela. Debo cargar el agua con dos cubos y una escoliosis. Es una aldea, pero el precio de la comida (y de todo lo demás) resulta obsceno. Vacas y caballos cagan que da gusto sobre el camino de tierra, en fin. No obstante, por ahora soy más duro que mis circunstancias. Bebo ron de estraperlo, fumo tabacos ibídem, y veo películas norteamericanas, francesas e iraníes. 

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El escritor José Alberto Velázquez

Hacer que la obra sea visible presupone, en la actualidad, atravesar extensos laberintos diseñados para escritores que, como tú, prefieren continuar trabajando de manera casi anónima a desfilar en busca de favores que solo llegan si bajas un poco la cabeza. ¿Cómo defines esos años de búsqueda desde la soledad de tu casa?

Yo siempre he escrito como he querido. No se trata, ahora, de vanidad, sino que me resulta imposible deslindar el momento en que se da mi génesis como escritor. No hay un parteaguas, “a partir de aquí debo asumir tal estética o moda porque soy, de modo consciente, un profesional”. Nada de eso. Mi negocio es incorporar al vacío algo que nunca más existía y que nunca más dejará de existir, aunque sea invisible. Mira: he publicado siete u ocho libros en tiradas de 500, 800, ó mil ejemplares. Mira: peso 120 kilogramos y todavía gano apuestas haciendo planchas de esas que llaman “lagartijas” y hasta no hace mucho, corriendo. Mira: mi obra no ha sido muy premiada que digamos, pero mis enemigos (incluida mi suegra) me respetan. Mira: soy insolvente, vivo en una barraca, y hace veintiún años que amo a Yanelis (aquí un discreto y esperanzado viceversa); tengo dos hijos preciosos (Émily y Juan José), y tengo hermanos como tú, Carlos Esquivel, José Luis Serrano, que me soportan, me prestan libros (que siempre devuelvo) y dinero (que Dios me libre de hacerlo). Entonces no estoy tan solo ni puedo estar tan descaminado, aunque sea el escritor más desconocido del país.

Tu voz es diametralmente opuesta al resto de los autores cubanos. Esto pudiera ser favorable si tenemos en cuenta que te sales de ese movimiento coral copiado hasta el cansancio. Sin embargo, hay cierta resistencia a digerir esa actitud, ese torrente universal y aldeano con que desafías las líneas dominantes del poder cultural del país. ¿Temor a la diferencia, olvido, o no apostaron por ti?

Quod erat demonstrandum, no soy un animal cómodo para ningún sistema, menos para el que nos gastamos hace varios lustros. Dice Cabrera Infante en Cine o sardina, que Joyce se autoproclamaba como el ser menos original del mundo, pero que había decidido serlo. Yo no. Como te dije, ya yo estaba en el asunto mucho antes de que alguien viera un manuscrito mío con dos cuentos y unas prosas poéticas ahí de lo peor, entre el kitsch y la neurosis. Por supuesto que dejar de leer a destajo me sirvió de mucho. Por supuesto que tres comidas diarias sirven de mucho. Así que leo bien y como lo que puedo y sigo escribiendo como siempre he hecho. Yo soy un camaleón alevoso. Si me lo propusiera escribiría ditirambos (diestros o siniestros) y me ganaría un viajecito a los nada serenos márgenes del Orinoco o el Miami River. No. O cometería versículos falsamente marginales (“soy el negro malo de la cloaca, le corté una nalga a Yusimí”, etc.) y tal vez (solo tal vez) me premiaran en determinado concurso. Recuerden a Borges citando al equivocado Gibbon y a todo el mundo que los re-cita sobre la ausencia de camellos en el Corán. Yo no soy un marginal. Yo soy trescientas libras de (grasa y músculo y odio y alegría) marginalidad pura y sabrosa, maldita sea. Y aunque está implícito, déjame hacerlo más obvio: el hecho de que el stablishment (político o cultural, ¿o son uno los dos?) hubiera apostado por mí, equivaldría a que yo le devolviera el gesto, cantar bajo cuerda como el ruiseñor de la fábula china.

Varios libros, varios intentos de acercar tus memorias a lectores y críticos. Algunos premios que alivian para continuar. ¿Qué te motiva a sentarte frente a la página en blanco?

Fundamentalmente, ya te dije, escribo porque no tengo otra cosa que hacer. Soy el ente más aburrido que conocerás nunca. De verdad que me harto de casi todo, excepto de beber, fumar y concederle libertad a mis gametos, si entiendes a lo que me refiero. Así que escribo. También hay su buena dosis de vanidad. Quien niegue esto es un imbécil. Pero te aclaro algo: cada año que pasa dedico menos tiempo a la escritura. Empieza a fastidiarme hacerlo sin otra finalidad que el acto mismo. Lo que el mainstream de la mayor de las Antillas premia y promueve en la mayoría de los casos es poco menos que infame en su condición de inofensivo y performático. Seguimos en la versión siboney de la Guerra Fría, donde cualquier disonancia que se haga pública puede ser utilizada por el enemigo. ¿Y quién es el enemigo, a ver? Por otro lado, el noventa y nueve por ciento de mis ingresos vienen de animar espectáculos o peñas o tertulias municipales, y el uno por ciento restante, de mis libros. Ya casi tengo cuarenta años, imagínate. De aquí en adelante será el triple de difícil vencer o convencer. En cuanto pueda vivir sin la lotería de enhebrar palabras para conseguir frases, me lavaré las manos y santas pascuas.

En uno de tus poemas el sujeto lírico dijo: “La censura es cruel. La autocensura, abominable”. ¿Hasta qué punto has derribado las máscaras, los muros?

No he derribado nada más que a mi propia esperanza. Escucha cuidadosamente para que no me entiendas mal: mi IQ es sufrible. Lo que me propongo hacer, me sale (incluso cortar marabú). No canto mal. He actuado en teatro y en cortometrajes de ficción. He sido un buen predicador evangélico. He hecho a los demás el menor daño posible. Sin embargo, ¿de qué ha valido? Soy, para los estándares ad usum, un loser. Qué se le va a hacer. Lo que sí no puedo es darme el lujo de la estupidez. El que venga a mí con unas cuentas de vidrio o un cuchillo roto, puede que a cambio le dé un casabe o un puñetazo, pero jamás oro. Y no hablo de indios y españoles.

Narrativa, poesía, ensayo, géneros en los que trazas rutas distintas y que te ofrecen infinitas posibilidades de experimentar. ¿Cómo logras concretar cada proceso de creación?

En mi cabeza están bien definidos los tonos (privados) y la finalidad (general) de cada género. En la narrativa, sobre todo, pese a la atmósfera y el actuar de los personajes, debes contar una historia, punto. En mi caso pienso que el discurso debe ser “artístico”, artificial. Eso de que hay que escribir como se habla no se ha entendido bien. Existen ciertos ritmos, síntesis, gestualidad en la realidad escrita que son y tienen que ser radicalmente incompatibles con los de la realidad real. Soy un estructuralista nato, en el sentido de que sustituyo los hechos con palabras, qué escritor no lo hace. Estoy seguro de que nadie habla ni habló en México como los personajes de Rulfo. Hay mucha pose y lugar común aceptado así no más. Claro que no hay que exagerar y soltarse un Paradiso (Lezama terminó tomándose en serio: para decir de alguien que tenía un gran falo, aborta la siguiente oración: “el macroleptosomático adolescentario guajiro Leregas”, los fósforos). Cuando se consigue el equilibrio absoluto ya venciste. Que el lector recuerde un libro que fue gestado con una economía diferente como si se hubiera escrito con el tempo y la prolijidad del lector. La poesía es más difícil e intensa. La crítica un pastel. Hèlas.

El poeta José Luis Serrano dijo en una entrevista: Una obra está viva en la medida que es capaz de suscitar adhesiones, negaciones y replanteos. ¿Consideras que tu obra ha madurado?

No sé, dímelo tú. Yo como persona sí creo haber madurado. Creo. Gasto menos pólvora en zafarranchos inútiles. Detesto la violencia física y no veo telenovelas. Soy cada vez más cínico —ojalá no tenga que aludir a Diógenes y su tonel para explicar el significado del término. Adhesiones: ninguna que conozca. Negaciones: a saco. Replanteos: algunos muy importantes que no viene al caso mencionar. Insisto: llevo treinta años leyendo y escribiendo sistemáticamente sin una excesiva conciencia del acto. Esto termina por volverse en mi contra, al resultarme casi imposible el distanciamiento necesario a la hora de valorar lo malo y lo menos malo en mis apuntes. Estoy más cerca de Macedonio Fernández que de cualquier otro autor. El Working in progress joyceano. Detrás de cada página que apruebo, hay centenares y centenares de notas, dibujos, citas de otros. Sabes cuánto detesto la pose, así que puedo decirte en paz que soy un hombre-libro, mi paupérrima duración ha sido la literatura: comerme el rollo, dulce en mi boca, amargo en mi vientre, y qué.

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Los escritores cubanos Frank Castell, José Alberto Velazquez, Carlos esquivel, Rafael Vilches, José Luis Serrano

¿Cómo ves la literatura cubana actual?

¿Cómo ves la pelota cubana actual, el transporte cubano actual, la programación televisiva actual? En Cuba hay MUCHOS escritores, y muy buenos, qué duda cabe, pero, aunque escriben bien o, como en mi caso, son vagamente originales, no consiguen, no conseguimos, hacer literatura. Entonces: los escritores, yo también. Y la literatura, yo tampoco. Padura, con sus temas-gancho y sus tramas escolares y las soluciones pueriles a sus tramas escolares, está sobrevalorado a falta de algo mejor. Pedro Juan Gutiérrez SÍ es Bukowski pasado por guarapo, quien los leyó, lo sabe. Daniel Chavarría a ratos resulta ameno, pero ya. Debemos hurgar en el exilio y soñar con el futuro para recuperar la fe. De este lado del Atlántico hay desconcierto sociológico, necesidad de reconocimiento, chovinismo inútil que deviene mesianismo fútil (cubano, cubanía, cubanidad); un afán de botar la bola sin esforzarnos, y eso nos destruye. Yo no puedo decirte (el que lea, entienda): “Frank Castell, te autorizo a que digas lo que quieras de mí, pero todo lo que digas debe ser bueno, si no, te parto por el eje”. ¿En qué quedamos? Ya la obesidad, el tamaño de mi cabeza, mi sentido del humor, el humo realmente apestoso de mi tabaco, etc, serán temas tabúes que, una vez más, de mencionarse, el enemigo lo aprovechará para quitarnos la patineta. ¡Si no tenemos patineta! Entonces nace la distorsión, el proceso mutante, la aberración. Siempre recuerdo El progreso del peregrino, de Bunyan. Dos personas agarran dos caminos distintos. Parece que van a la par, que avanzan, pero uno de ellos tomó el atajo. Cuando llegan a las puertas de la Ciudad Celestial le dicen al del atajo: “Vuelva al principio”. La literatura cubana debe volver al principio, ser menos astuta y más valiente; menos valiente y más profunda. En el mejor de los casos, tendrá que renunciar a la obligación de suplir la ausencia total de periodismo que padecemos. La cultura de una nación no se puede manejar desde una oficina. No puedes prohibir la coca en Bolivia, el vallenato en Colombia, la carne de res en Cuba, y esperar que no haya consecuencias. No puedes hacer un énfasis DESCOMUNAL de las raíces africanas en un país cuyos cimientos, una vez aniquilada la tradición aborigen, parten del catolicismo, y de un catolicismo tan rancio como el español. Nos urge, ya que no vivimos claramente una economía de mercado, cierta base moral que complemente la calidad estética en crisis. Que los autores premiados no lo sean mediante un favor sexual o cabildeo. Como diría el marxista que a pesar de todo soy: separar la ideología (falsa conciencia) del discurso estético (superestructura). Ah, y leer mucho e-book, en el e-book está la fuerza.

¿Qué proyecto te roba las horas de sueño?

Como tal, ninguno. Pero entiendo tu pregunta: en un período de dos años he podido arrancarle al calor, las resacas, las computadoras rotas, etc, 40 000 palabras, que serían la mitad de mi novela “Dos centavos de sexo”. Si Dios me da supervivencia la terminaré algún día. También debo reescribir un libro de cuentos y uno de poesía, y otra novela más. Esto sí lo veo malo. Para mí la revisión de textos es como ver a mi madre desnuda.

¿Premio nacional de Literatura?

Definitivamente NO. Y aprovecho para hacer público lo siguiente: juro por la salud de mis hijos que JAMÁS aceptaré dicho premio. ¿Porque sé que NUNCA me lo darán? Tal vez. Pero sobre todo porque en los últimos años lo han recibido varias personas que seguramente son hombres y mujeres chéveres y cumplidores, buenos colindantes políticamente correctos, qué duda cabe. Pero hay un problemilla: ¡no son escritores! Si quieres te los menciono… Negativo. ¿Por qué? Porque tu y yo sabemos quienes son. Y ya que estamos, ellos mismos saben quienes son. Ya que le dieron el Nobel a Bob (que sí ha publicado libros), qué más da que le den el premio nacional de literatura a Silvio (que no). Se le hizo un monumento a una vaca. Se importó, al menos, una barredora de nieve. Cobramos en una moneda y adquirimos en otra… Pedir más sería ambición.

Frank Castell

Poeta Frank Castell, revista cultural cubana independiente Árbol invertido

(Las Tunas, Cuba, 1976). Poeta, narrador y dramaturgo. Licenciado en Español y Literatura. Miembro de la UNEAC. Egresado del segundo curso del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, en el año 2000. Realiza la revista Quijotes de pensamiento cultural. Es director de programas de televisión en el telecentro Canal Azul, de Puerto Padre. Ha publicado los poemarios: El suave ruido de las sombras (Ed. Sanlope, 2000), Confesiones a la eternidad (Ed. Sanlope, 2002),  Corazón de Barco (Ed. Letras Cubanas, 2006), Final del Día (Ed. Sanlope, 2012) y Salmos Oscuros (Ed. Oriente, 2013).

Comentarios:


El agitao (no verificado) | Lun, 09/10/2017 - 19:49

Premio N de L ya!!

Mayi (no verificado) | Mar, 10/10/2017 - 02:02

Gracias a Arbol. Muy buena entrevista

Alberto Garrido (no verificado) | Mar, 10/10/2017 - 05:26

Todas las mentiras de esta entrevista y de este tipo son rotundas verdades. José Alberto Velázquez, escribe. Y recuerda mi consejo de cómo dejar el alcohol. Dios te bendiga.

Remigio el de … (no verificado) | Mié, 11/10/2017 - 16:03

Cuantas verdades, hermano.

Alberto T (no verificado) | Mié, 11/10/2017 - 23:19

Gracias Castell, gracias José Alberto. Lo he disfrutado muchisimo.

JLA (no verificado) | Jue, 12/10/2017 - 00:33

Cuántos guajiros andan por aquí, jaja.

Ileana Álvarez (no verificado) | Jue, 12/10/2017 - 19:01

Me viene muy de cerca decirlo, pero cuánto agradezco esta entrevista. Y qué bien la ha llevado Castell, escritores como José A. V., me ayuda a reafirmar que vale la pena seguir insistiendo el rasguño en la piedra.

Abraham (no verificado) | Vie, 13/10/2017 - 14:21

Soberbia esta entrevista. Hay un frescor mortificado en su irreverencia que se agradece. Alguna que otra de sus frases las emplearé de exergo. Gracias por esta entrevista.

Francis Sánchez (no verificado) | Dom, 15/10/2017 - 23:47

Gracias por sus comentarios. Esta entrevista ha tenido evidentemente muy buena acogida. En nuestra revista Árbol Invertido estamos muy contentos de tener a autores como Castell y entrevistados como José Alberto. Simbolizan la razón de ser de nuestro proyecto.

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