Día 1. La idea de que cierre temporalmente mi trabajo no me desagrada del todo. No estoy acostumbrado a los horarios fijos y un mes de vacaciones al año me parece muy poco. Más en Europa. Quiero aprovechar estos días para viajar por el norte de España. Extraño el mar. Mi casa en Madrid está llena de amigos, todos muy preocupados. Grettel acaba de llegar de Cuba y no sabe qué hacer, a Liz le dicen que tendrá una reunión con su jefe hoy en la noche, pues su trabajo cerrará temporalmente. Mi novia y yo también nos quedamos sin trabajo. Tomamos vino y conversamos hasta tarde. En España ya hay más de 2000 casos confirmados y 40 muertes. El gobierno anuncia que decretará el Estado de Alarma. Si fuese supersticioso diría que este diario comienza un viernes 13.
Día 2. Me levanto con la noticia de la liberación de Luis Manuel Otero, un artista que ha sido juzgado por “ultrajar los símbolos patrios” en Cuba. Su encarcelamiento me ha obsesionado en los últimos tiempos. Voy al mercado a hacer la compra. La calle está vacía. Un médico conocido me dice que esta situación demorará un par de meses, pero no le presto demasiada atención. Es un día caluroso, aprovecho para lavar ropa y organizar un poco. A las 10 de la noche escucho un ruido en la calle, son aplausos
Día 3. Mi novia va temprano a la farmacia, compra un frasco de vitamina C y una copa menstrual. Observa como un policía pregunta a la vendedora cuánta gente ha ido y en busca de qué. Hoy comienza oficialmente el confinamiento. No consigo organizarme pero por el momento puedo lidiar con el caos. Las redes sociales y Netflix se llevan casi todo mi tiempo. Mi madre, que vive en La Habana, se empieza a preocupar por la situación acá. Le digo que esto demora aún. Se lo diré casi todos los días de esta cuarentena. En Cuba se han confirmado 4 casos. A las 8pm vuelven los aplausos. Esta vez me sumo al saber que son dedicados a los trabajadores sanitarios.
Día 4. 9191 casos y 309 muertes en España. Se duplican los fallecidos del día anterior. Amanezco con buen ánimo. Decido ir al mercado de productos frescos a comprar hongos. Ha vuelto el frío. Encuentro la calle desierta, lo que me produce cierto morbo. Hago algunas fotos. A pesar de que mantengo la distancia, la señora que vende los hongos me atiende de mala gana. No le doy importancia. Fuera de los supermercados hay largas filas porque los clientes deben separarse un metro. Me entregan unos guantes de nylon al entrar. Todo me parece raro. Le cuento enseguida a mis amigos en otros lados del mundo. Envío fotos. Leo que el gobierno cubano brinda ayuda a un crucero con personas infectadas por el SARS-CoV-2. Me parece correcto. Tengo que hacer varias llamadas, me agobio. Vivo en Madrid hace cinco meses pero mi cabeza sigue en La Habana, junto a la mayor parte de mis afectos.
Día 5. No tengo miedo a la muerte, seguramente por mis 25 años. Sí tengo miedo al encierro. La única forma de acortar los plazos del encierro es encerrándome más. En España se anuncian medidas económicas anti-crisis. 200,000 millones de euros, el 20% del PIB. Me comienzo a preocupar por Cuba. Llevo varios días con una tos muy leve, pero no le doy importancia. También me duele el tabique. En el encierro muchos comenzamos a desarrollar síntomas. Los últimos días que tomé el metro todos tosían. Hay un poco de histeria colectiva. Paso el tiempo mirando cine cubano.
Día 6. Ocurre la primera muerte de un infectado en Cuba, un turista italiano. Los reclamos en las redes para que cierren las fronteras se hacen más fuertes. También se exige la suspensión de las clases. Me empiezo a desentender de España, donde el ritmo de infectados y fallecidos crece a ritmo alarmante. Me preocupa más Cuba: un país sumamente envejecido, en medio de una crisis económica muy fuerte, donde ni siquiera se puede garantizar a toda la población el acceso al agua y a productos de higiene tan básicos como el jabón. Pocos días atrás una empresa turística promovía la isla como un destino seguro. Están locos, pienso. Allá mis amigos más conscientes todavía salen a la calle, todavía se reúnen, como hice yo en Madrid hasta el último momento. No juzgo, porque los comprendo, soy consciente de que vivo un poco en el futuro. Comienzo a observar los acontecimientos con impotencia. Nadie toma en serio mis alarmas, como tampoco capté yo las de Wuhan. Los días se me comienzan a hacer muy largos. Decido afeitarme la barba y la cabeza, necesito que algo cambie dentro de mi encierro.
Día 7. Comienza la cuesta arriba. Amanezco un poco decaído. Me obsesiona la información sobre el nuevo coronavirus. Me desesperan los idiotas que se la pasan disertando sin entender nada. España tiene 17,147 contagiados y Cuba 16. Italia supera en número de muertes a China. Mi jefa me envía un video motivacional por WhatsApp y me saca alguna lágrima. Esta epidemia me ha hecho sentirme por primera vez ciudadano de Madrid. La tragedia nos une. Le empiezo a dar órdenes a mi familia en Cuba. Me aterra la situación allá. Ellos están preocupados, pero todavía alcanzan a reírse. Aquí en España las bromas sobre el virus casi han desaparecido. Ahora se bromea con el confinamiento. Me cuesta un poco dormir por primera vez.
Día 8. Estoy agobiado. Soy claustrofóbico. Hago unas pocas planchas y abdominales. He perdido el apetito. Quiero dejar el periodismo, quiero dejar de escribir. Odio el periodismo. Me está afectando tanta información. En Cuba el debate político sigue estando por encima del debate humanitario. Hablo con un amigo que se encuentra en una situación parecida a la mía. Me calma bastante. Luego hablo con otro, y con otro. El último me cuenta que fue interrogado por la seguridad del estado y que le hablaron de mí. Me queda una sensación muy desagradable. Le dijeron que yo había venido a vivir a España. Ni yo mismo lo sé. Temo por mis colegas allá. El aparato represivo cubano no descansa. Quiero terminar de leer todos los libros que he dejado a la mitad. En Cuba el presidente anuncia el cierre de fronteras. Es un pequeño alivio, pero ya hay 21 casos. Pienso que es tarde para esa única medida, pero no lo digo. Me cuesta mucho dormir.
Día 9. Quiero reorganizar mi vida, la ansiedad comienza a afectarme. Paso la mañana leyendo. Hablo con una parienta que vive en medio del bosque en Galicia. Tiene más de 80 años, pero es la persona más feliz estos días. Sus obsesiones son proteger a los animales y cultivar camelias. Justo ha ganado la Camelia de Oro, el primer premio en un certamen internacional sobre estas flores. Salgo a hacer compras al supermercado por segunda vez. Necesito un poco de aire puro. La calle está desierta. Me cuesta ver a mi barrio así. Pasan ambulancias en diferentes direcciones. No suenan las sirenas, pues no hay tráfico. Miro por las ventanillas traseras y veo personas con máscaras de oxígeno. La poca gente que me cruzo en la calle lleva mascarillas y guantes. Yo no, hace tiempo es muy difícil conseguirlas, además son costosas, las necesitan más los trabajadores sanitarios, y no tengo síntomas. De todos modos me siento un apestado, un irresponsable. Me alejo un metro de la gente y la gente se aleja un metro de mí. Todo el mundo es una amenaza. Me entristece ser una amenaza. Regreso con la compra. No quiero volver a salir.
Día 10. Solo pude dormir 5 horas. Hago un poco de ejercicios aeróbicos. Llevo 10 días en los cuales he pasado casi todo el tiempo en la cama. He dejado de sentir dolor en el tabique. Tampoco siento ningún síntoma relacionado con la COVID-19. Comienzo a odiar mi casa. Cuando termine todo esto tal vez me mude. No sé cuánto puede durar. No sé cuándo volveré a trabajar. No sé cómo será Madrid al salir de esta. No puedo ir a visitar a mi familia en Cuba. Me siento atrapado, pero lo asumo con resignación. Pienso que debería sentir pánico, pero la certeza de que tanta gente pasa por lo mismo me alivia. En Cuba hay 35 casos. Aumentan casi de 5 en 5. Se hacen pocos test. Las redes sociales incrementan mi ansiedad. En España ya cuentan 28,572 infectados, el 12% es personal sanitario. Los hospitales comienzan a colapsar. Hay imágenes de pacientes acostados sobre mantas en los pasillos. El gobierno propone extender el estado de alarma por 15 días más. Mi familia en Cuba se preocupa por mí y yo por ellos. Me parte el alma la situación allá.
Día 11. Cada día amanezco más ansioso. En Madrid han convertido un centro comercial famoso por sus pistas de hielo en una morgue. Las muertes toman un ritmo alarmante. Hoy fueron 462. Mi madre me cuenta que en Cuba la gente continua su vida normal, escuelas, gimnasios, trabajos. Me llama un amigo y me ofrece empleo como redactor en una revista. Acepto. No tengo trabajo, no se cuánto dure esto, no escribo notas de prensa desde mis inicios en la carrera, pero creo que me pueden ayudar a pasar el tiempo. Le envío la primera. Hablo por teléfono con mi familia. Me impresiona que el gobierno cubano no tome medidas. Ellos me dicen que están tranquilos, que el gobierno no puede ser tan inconsciente como para llevarlos a una situación así. No sé si es confianza o resignación. Siento lástima. Siento impotencia. Yo lo veo muy claro, si no se toman medidas urgentes va a ser muy difícil evitar una tragedia. Odio por un momento a esos gobernantes. Me pasa por la mente la palabra asesinos, hijos de puta. No lo digo. Pierdo el control, le digo a mi familia que no pueden salir. Son personas mayores, pertenecen a los grupos de riesgo. Después de colgar lloro unos segundos. Una hora después el gobierno cubano anuncia una buena parte de las medidas que yo defendía. Me siento feliz. Nunca unas medidas de ese gobierno me habían satisfecho tanto.
Día 12. Me levanto dispuesto a escribir otra nota. Leo que ha muerto Juan Padrón, el autor de los dibujos animados más populares de Cuba. Escribí sobre él hace dos años. Pude conocerlo y también a su familia. La noticia me destroza. Paso el día llorando. Las redes sociales se llenan de mensajes homenajeándolo. El coronavirus no ha logrado unir a los cubanos de diferentes signos políticos, pero Padrón sí. Termino la nota.
Día 13. Siento que escribir me está ayudando a pasar el tiempo. Lo voy disfrutando de a poco. Vuelvo a inquietarme por Cuba, pues la gente sigue aglomerándose en la calle. Sufro por Cuba, me preocupa su frágil economía, me preocupa su deteriorado sistema sanitario, me preocupa la mediocridad de sus dirigentes políticos, me preocupa la indisciplina y la vulnerabilidad de la población, me preocupa el desabastecimiento, me preocupan los ancianos que viven solos. Me alivia el nivel de los médicos y los científicos, me alivia el control totalitario que ejerce el poder sobre los ciudadanos, por primera, y espero, última vez en mi vida. Escribo otra nota, lo que me ayuda a distraerme. No logro dormir. Enumero mentalmente a todos los amigos que se han ido de Cuba en los últimos tiempos. Siento un vacío.
Día 14. La esposa de mi tío trabaja en los laboratorios de un hospital en Estados Unidos. Hoy le informaron que estuvo en contacto con una persona infectada. Le harán la prueba a ella y al resto de la familia, es decir, a mi tío y mis primos. Ya debo salir a comprar comida pero me da bajón ver eso allá afuera. España es el segundo país del mundo con más muertes por el nuevo coronavirus. En Cuba ya cuentan 67 casos. Todo me parece triste.