Hasta ahora las estadísticas de contagios por el COVID-19 en los principales países afectados por el virus, demuestran que afecta en mayor proporción a los hombres que a las mujeres: alrededor del 70% de los primeros contra un 30% de las segundas.
También se conoce que el mayor número de fallecimientos ha ocurrido entre los adultos mayores. La cifra de muertos menores de cincuenta años es menor, pero mejor no confiarnos. Los médicos también alertan de que enfermedades como la diabetes, la hipertensión, el cáncer y problemas respiratorios aumentan el riesgo de morir.
Como nos han recordado filósofos en las redes durante los últimos días, el coronavirus no entiende de fronteras: comenzó en Asia y ya está en América. No entiende de celebridades ni dinero: ya han muerto figuras como Lorenzo Sanz, expresidente del Real Madrid, y el músico camerunés Manu Dibango. No son pocos los famosos y los políticos contagiados. El COVID-19 no entiende de eternos veranos ni de sol tropical. A Cuba llegó y ya suman 48 los contagiados. De ellos, hasta el momento, un solo fallecido y una persona curada.
Pero no cabe duda de que el Coronavirus ha sacado a relucir diferencias sociales. No es lo mismo aislarse con televisión, conexión a Internet y datos ilimitados, que hacerlo sin televisor, o con una programación pésima, y sin Internet. No es lo mismo aislarse con el refrigerador lleno que con el refrigerador vacío.
No es lo mismo aislarse con otras dos personas en un espacio de dos habitaciones y ochenta metros cuadrados que aislarse con cuatro personas en un espacio de cuarenta metros cuadrados y una habitación. Con un solo baño.
(Gráfico, colaboración del proyecto Inventario)
En 2017, la directora de la vivienda en el Ministerio de Construcción, Vivian Rodríguez, informó a la Asamblea Nacional de un déficit de 883,050 unidades, que afectaba a un 26% de la población. En 2019, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, expresó que la cantidad de viviendas construidas (43 mil 700) en medio de las dificultades de combustible, demostraba que se podía llegar a 60 mil en un año y dar solución, en un período de diez, al déficit de más de 900 mil viviendas en el país.
Desgraciadamente para nuestros compatriotas, el coronavirus no respetó el plazo de diez años en el que el gobierno espera dar solución a un problema que obliga a tres y hasta cuatro generaciones de cubanos e incluso a parejas separadas, a una convivencia forzada. En esta situación de hacinamiento, basta que un habitante de estos hogares se contagie para que el virus se multiplique. Muchos de estos hogares donde varias personas comparten un espacio reducido, están ubicados en zonas donde falta el agua. Este es un problema que afecta a la Habana Vieja, Centro Habana, Marianao, Alamar y zonas de San Miguel del Padrón, por solo hablar de la capital. Y hacia la capital escapan compatriotas de otras provincias, con la esperanza de mejorar sus vidas en La Habana.
¿Cómo se las arreglarán en estos hogares, con hacinamiento y escasez de agua, para evitar el contagio y mantener la higiene frente COVID-19? ¿Cómo se las arreglarán quienes viven en asentamientos o “llega y pon” y en viviendas con peligro de derrumbe?
¿Y quienes son mayoría en los “llega y pon”, en las viviendas en peligro de derrumbe, en los barrios con problemas de abasto de agua, en los cubículos de cuarterías, en los albergues estatales que ya tampoco alcanzan para todos los que pierden sus viviendas por un derrumbe? Las personas negras y mestizas.
Aunque el COVID-19 no entiende de fronteras, ni de celebridades ni de dinero, ni de razas, la pobreza en Cuba afecta principalmente a las personas afrodescendientes. Y aunque cualquiera puede sufrir el contagio por coronavirus, los más pobres lo tendrán más difícil para aislarse y protegerse.
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