Todo cubano culto sabe que la idea de nuestra independencia fue creada por Félix Varela en las páginas del periódico El habanero en 1824. A principios del siglo habíamos tenido dos importantes intentos de libertad: el de la conspiración de Aponte y el de Joaquín Infante y Román de la Luz. (Por cierto, suele ponerse primero el nombre del segundo para identificar la conspiración, pero De la Luz se arrepintió mientas que Infante huyó, se vinculó con Bolívar y es nuestro primer constitucionalista.) Estas conspiraciones sin embargo fracasaron en definir sus alcances —la Constitución de Infante se imprimió en Venezuela y hoy apenas la recuerdan los estudiantes de derecho—, y en establecer un seguimiento en nuestra historia: Aponte muere, Infante desaparece en el exilio.
El periodismo en inglés de Varela
Varela, un príncipe del intelecto, es además un sacerdote santo y un hombre de la política popular, que había sido electo a Cortes: con estas magníficas cualidades pasa de la lucha por la autonomía a la de la independencia, lo que ya era como gritar por el megáfono ante la multitud: y además lo hace con una publicación que él redacta con su clarividencia, y que ingresa a la Isla desde Nueva York en inevitable estilo de clandestinidad. En ese momento él mismo es un condenado a muerte por la monarquía colonial. Este profundo y elaborado gesto público de Varela tuvo a la larga una trascendencia en nuestra historia, aun cuando la generación de sus discípulos prefirió atenerse al reformismo o al anexionismo como tendencias más reales, o por mejor decir, pragmáticas. La realidad siempre derrota al pragma.
Pero lo que muchos cubanos instruidos no saben es que Varela no fue solo ese periodista, el de El habanero. Y no pueden saberlo porque hasta ahora han permanecido sin lectores las páginas de su periodismo escrito en Estados Unidos, desde luego en inglés. Durante doscientos años solo los mejores biógrafos y bibliógrafos han conocido de los más de trescientos artículos que Varela escribiera directamente en la lengua de Poe, en defensa no de la aspiración independentista cubana sino de la fe católica. Pero la mayoría de estos especialistas apenas han conocido una parte de ese legado y en muchos casos no han pasado de los títulos de los artículos. El impresionante volumen de textos sigue sin ser apreciado como merece.
Durante doscientos años solo los mejores biógrafos y bibliógrafos han conocido de los más de trescientos artículos que Varela escribiera directamente en la lengua de Poe.
Ediciones Homagno ha decidido enfrentar la durísima tarea de recopilarlos, traducirlos y estudiarlos mínimamente, y este año 2024 hemos colocado en Amazon un primer volumen dedicado a sus trabajos en la revista El Expositor Católico y revista literaria (1841-1843), con el original en inglés y las respectivas traducciones, anotadas y comentadas. Trabajamos ahora en un segundo volumen con los artículos de la revista cuando abrevia su nombre y pasa a llamarse El Expositor Católico (1843-44). Es en realidad la misma publicación, y la más ambiciosa de las que fundara y manejara el santo cubano. En ella encontramos sus mejores artículos de temas teológico y filosófico, y un enorme despliegue de sabiduría historiográfica y filológica.
Esta preciosa revista, que estaba actualizada, aunque críticamente, con lo que se hacía notar en el mundo intelectual de entonces, fue además el núcleo de lo que sería la intelectualidad católica neoyorquina: formó sacerdotes, teólogos, historiadores y escritores que defendieron la fe católica en medio de la hostilidad de la mayoría protestante norteamericana. Pues en efecto, después de haber creado y escrito periodismo contracorriente a favor de la independencia de Cuba, Varela se convierte en un creador de publicaciones y autor de artículos a favor de la fe católica en medio de un mar de iglesias, pastores e ideólogos militantemente anticatólicos, que llenaban el espacio público con discursos, polémicas y publicaciones agresivas, incluyendo el insulto y el libelo. El periodista Varela fue siempre un batallador, un pensador que está abajo, en la minoría, defendiendo con riesgos lo que no se puede defender, sin dinero ni para mantener esa publicación de nivel altísimo no más que unos pocos años.
Varela en Nueva York
Si queremos hacernos una idea de lo que encuentra el cubano al llegar a los Estados Unidos hace dos siglos, bastaría recordarles el famoso filme Pandillas de Nueva York de Martin Scorsese. La cinta nos cuenta la guerra de dos grupos populares del bajo Manhattan en 1846 —incluso después del Expositor—, entre los nativos o descendientes de británicos, y los inmigrantes irlandeses. Los primeros se sienten amenazados, puesto que los inmigrantes trabajan por cualquier salario. Este trasfondo se convierte además en una confrontación de orden religioso, entre los protestantes nativos y los inmigrantes católicos.
En el filme es asesinado el padre Vallon, que encabeza a los irlandeses. Desde luego, es una historia de ficción, pero denota que esos acontecimientos siguen vivos en la memoria del país; y Varela nos relata que un monasterio católico fue quemado por los protestantes, causando la muerte de las monjas y sus alumnas; y que el propio cubano tuvo que velar una noche, junto a sus compañeros, frente a la Catedral, amenazada de igual castigo. Téngase en cuenta que los fieles de Varela eran precisamente los irlandeses, muy pobres y también muy leales a su identidad católica.
Al mismo tiempo, el odio contra los católicos se manifestaba también en la palabra pública, sin excluir las acusaciones más indignantes y menos creíbles. Es preciso tener en cuenta esta circunstancia histórica para entender por qué la polémica con los protestantes ocupa el lugar central y a ratos único del periodismo en inglés de Varela, y para que no imaginemos que escribe sobre Kant o el cisma anglicano desde la comodidad de una Iglesia bien instalada en una democracia perfecta. El periodista católico Varela es un guerrero de su fe en un país de infieles. O como tal vez diría él, que escribía tan propiamente en inglés que a veces se vuelve difícil de traducir pero al que no le gustaba ese idioma: in partibus infidelium.
Es asombroso que en medio del hielo de Nueva York, este hombre de Dios se dedicara a escribir, en una lengua distinta a la materna, esta cantidad de periodismo sobre temas controversiales y socialmente peligrosos.
El sacerdote que había escrito con poco más de veinte años un libro de teología en latín para sus discípulos, llegó a Nueva York con unos conocimientos del inglés insuficientes para encontrar trabajo mientras le llegaba su certificado de cura. Pero cuando lo aprendió cabalmente, en menos de dos años, este cubano que manejaba además el francés, el portugués, el italiano y el alemán, resultó ser un prosista celebrado por sus pares yanquis. Era además uno de los pocos sacerdotes católicos en medio de un océano de irlandeses: debía dar la misa en inglés día a día y se dice que llegó a hablar esa lengua casi sin acento. Para tratar con los niños, los pobres, las prostitutas, los alcohólicos, los desamparados de su tiempo, tenía que hablar el inglés popular. Y para colmo, era la cabeza de los propios sacerdotes católicos neoyorquinos, redactaba los textos oficiales, y de hecho fue vicario general, esto es, segundo del obispo. En determinado momento, por ausencia del obispo que se encontraba en Europa, lo sustituyó.
Es asombroso que en medio del hielo de Nueva York, nada recomendable para un asmático, este hombre de Dios se dedicara a escribir, en una lengua distinta a la materna, esta cantidad de periodismo sobre temas controversiales y socialmente peligrosos: y lo hizo mientras tuvo un mínimo de salud para sostener el esfuerzo. El último, hasta donde conocemos, está fechado en noviembre de 1850, poco más de dos años antes de su muerte. Para esa fecha entrega la Iglesia de la Transfiguración en Nueva York, y, buscando un clima mejor para seguir en su trabajo de sacerdote, pero quizás en un gesto simbólico, regresa a la ciudad donde había vivido en la infancia, San Agustín de la Florida.
Soy un tal Varela y deseo decir misa, dijo, entrando en la sacristía. Se iba quedando ciego y el pulso sin control le impedía escribir. Favor excluir de la estimativa de este periodista, cualquier suposición de carrera, de oficio, de fama, de gloria intelectual. Es la palabra del cristiano derramándose heroica, responsable, irresistiblemente sobre sus prójimos, en un menester de salvación. Y cuando se trata de un objetivo de este calibre, es inevitable la abundancia, la perseverancia, el escándalo.
Rescatar el periodismo norteamericano de Varela
La investigación bibliográfica —y la del equipo de Ediciones Homagno, que está en posesión de la mayoría de los textos— ha identificado, hasta el momento porque la investigación sigue abierta, el siguiente elenco de publicaciones en inglés en las que Varela intervino como autor:
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The Truth Teller 1825.
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The Youth’s Friend 1825.
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The Protestant Abridger and Annotator 1830.
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The New York Weekly Register and Catholic Diary 1833-1836.
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New York Catholic Diary.
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The Catholic Observer 1836-1837.
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The Morning Herald 1838.
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Children’s Catholic Magazine 1838-1840.
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The Young’s Catholic Magazine.
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New York Catholic Register 1839-1840.
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The Young Catholic Magazine 1840-1841.
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The New York Freeman’s / The New York Freeman’s Journal and Catholic Register.
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New York Freeman’s Journal 1841.
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The Catholic Expositor 1841-1843.
Pero además de estas publicaciones neoyorquinas, los textos y la autoridad de Varela se diseminaban por toda la Iglesia católica norteamericana, o incluso en Quebec, Canadá:
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Boston Pilot, de Boston.
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Catholic Herald, de Filadelfia.
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Shepherd of the Valley, de San Louis.
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The Catholic Telegraph, de Cincinnati, Ohio.
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The Jesuit or Catholic Sentinel, de Boston.
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The Catholic Standard and Times (The Catholic Herald), de Filadelfia.
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The Quebec Gazette, de Quebec, Canadá.
Durante veinticinco años Varela ejerció un periodismo abrumador y efectivo en los Estados Unidos. Le apoyaba, desde luego, el pueblo que adquiría las publicaciones, y el resto de la ilustrada jerarquía católica estadounidense, en la que era reverenciado como teólogo y hombre santo. A pesar de las penurias financieras, que condenaban a la precariedad a estas ediciones, y del trabajo en su parroquia y en la dirección de la diócesis, Varela no cesó de escribir y publicar su periodismo —obsérvese la continuidad de las fechas—, y hacerse sentir no solo en su área de Nueva York, sino incluso hacia el medio oeste de los Estados Unidos y Canadá. Su palabra se abría paso por su excepcional calidad. Se necesitarán décadas de trabajo abnegado para rescatar, traducir, estudiar y dar a conocer la integridad del periodismo norteamericano de Varela, en el que nos esperan muchas sorpresas, y la evidencia de la tremenda dimensión pastoral e intelectual del fundador de la nación cubana, del que seguimos sin tener, para vergüenza de todos, unas Obras Completas.
Un periodista incansable, un hombre ejemplar
Pero consideremos ya que este periodista fue así mismo creador y director de algunas de esas publicaciones, verbigracia de El Expositor Católico. No esperaba por otros, se lanzaba a crear periodismo católico, como había hecho con el periodismo político. Por los títulos apreciamos que abría la dimensión pastoral hacia los niños y los jóvenes: dirigió, por ejemplo, Children’s Catholic Magazine. Esas dos revistas eran de una belleza que el tiempo no ha logrado sino resaltar. The Youth’s Friend, de la que no se ha encontrado ejemplar, parece haber sido la primera revista bilingüe en inglés y español en Estados Unidos. Hay también la variedad del medio: la colaboración en un diario, o en una revista. Esta riqueza irá siendo rescatada y asimilada en los próximos años.
Al periodismo en inglés debemos agregar además sus colaboraciones para publicaciones cubanas, incluso hasta en la primera revista de medicina de nuestro país, y especialmente en El mensagero (sic) semanal (1838-1831), una revista en colaboración con su discípulo José Antonio Saco, donde vuelve a ocuparse de temas de la actualidad política. El gran comunicador que era Varela escribió además continuamente a sus compatriotas, y todavía esperamos por una edición de todas sus cartas, en la que trabaja el sacerdote cubanoamericano y biógrafo de Varela, Fidel Rodríguez.
Se necesitarán décadas de trabajo abnegado para rescatar, traducir, estudiar y dar a conocer la integridad del periodismo norteamericano de Varela.
Ahora que el periodismo cubano regresa a las excelencias del período republicano, atendamos a la realidad de que nuestro primer padre fundador fue un periodista incansable, porque fue un hombre ejemplarísimo, en su ejercicio intelectual y sobre todo en la coherencia de su vida y su pensamiento, y en su actitud de entrega al prójimo y a las tareas de este mundo. No basta escribir bien. No basta seducir al lector con una literatura periodística de atractivo y gracia, que muchas veces funciona sobre la voluntad del autor de decir oportunamente lo que el lector quiere leer, aunque diste de la verdad.
Varela se opuso a los reformistas y a los autonomistas, que eran sus discípulos y admiradores permanentes; luchó contra el abuso de los protestantes en posición de desventaja; defendió su fe y su capacidad profética a toda costa. Escribió en español y en inglés con claridad diamantina y con un vigor que solo ha sido alcanzado en Cuba por Martí. Manejó la ironía y hasta la burla cuando fue necesario. Demostró una competencia tal en cualquier discusión, que los datos que aporta pueden ser comprobados hoy sin un solo error con los recursos de Internet. Pongamos, pues, antes de cualquier ejercicio de periodismo cubano independiente, una persona cabal, responsable, culta, con fe indoblegable en lo que se vive, en lo que se piensa y en lo que se dice.
Varela y Martí fueron periodistas. Nos toca refundar la nación con ese magisterio.
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