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Vidas | Félix Varela, geopolítico americano (III)

La visión de Félix Varela sobre la independencia de América del continente europeo, en el centro de este ensayo escrito por Rafael Almanza.  

Copia de unos de los pocos retratos que se conservan de Félix Varela. Al fondo, vista del patio interior del Centro de estudios que, en La Habana, lleva su nombre.
Copia de unos de los pocos retratos que se conservan de Félix Varela. Al fondo, vista del patio interior del Centro de estudios que, en La Habana, lleva su nombre. | Imagen: Árbol Invertido

En los artículos anteriores hemos visto los fundamentos del pensamiento geopolítico de Varela y su análisis de la realidad europea. Pero desde luego que él es de acá y escribe para los de acá, y sobre todo para los de aquí. Veamos pues cómo enfoca las vicisitudes de la política hemisférica el genial habanero.

América: Latinos

¿Y qué tal la Libertad Americana?

Para la fecha, El Habanero puede decir:

En América no hay conquistadores, y si algún pueblo intenta serlo, deberá esperar la reacción de todo el Continente, pues todo él verá atacado el principio americano, esto es: que la libre voluntad de los pueblos es el único origen y derecho de los gobiernos, en contraposición al lamentable principio de la legitimidad europea.

Hoy ese principio no resulta una ventaja con respecto a Europa, puesto que Europa lo asimiló, sangre mediante, a su tiempo. Pero ahí estaba el Fernando o cualquier otro monarca de la Santa Alianza, perorando violentamente acerca de “sus derechos”, y los de sus herederos, a gobernar sin fin y según su arbitrio. Los rusos lo llamarán con dulce y agradecible cinismo “la autocracia”. Madrid implantará en Cuba “los poderes omnímodos”, otro término igual de transparente. El peligro de una intervención europea tampoco era, como ya hemos visto, una falacia. Esas circunstancias determinarán en 1823, en el momento en que Varela llega a Nueva York, la llamada Doctrina Monroe: América para los americanos. Pero recórrase El Habanero: no hay forma de encontrar una referencia a los Estados Unidos, en donde se escribe y se imprime, como fuente, cabeza o guardián de ese espíritu continental. Cuando Varela habla de América incluye a los Estados Unidos, pero está pensando en primer término en ese enorme territorio que iba de lo que hoy es el oeste de Canadá hasta la Patagonia. En su imaginario “Diálogo que han tenido en esta ciudad un español partidario de la independencia de la Isla de Cuba y un paisano suyo anti independiente”, el español independentista que se encuentra en Nueva York afirma:

Todo proviene de que los peninsulares dicen: Nuestras Américas, como podrían decir: Nuestra hacienda, donde otros trabajan para que vayan allá sus productos. Por mi parte, yo digo mi América, como mi patria donde trabajo y disfruto, y los americanos mis compatriotas que conmigo trabajan y disfrutan.

Y luego, con mayor precisión:

Si Ud. entiende por mi patria el pueblo en que nací, sería buen delirio creerme en obligación de trabajar por someter a él la isla de Cuba; y si Ud. entiende por mi patria a España, las provincias de América que han constituido la mayor parte y la más rica de la España, han determinado tomar distinta forma de gobierno, libertarse del despótico que reina en la península, y dividirse voluntariamente, en distintas sociedades para que sean mejor gobernados, pero bajo unos mismos principios. La España no es el territorio, son los españoles; y los españoles de América han determinado separarse de los de Europa, y yo estoy muy conforme con la separación que asegura la libertad de los pueblos. Sí, mi amigo, las repúblicas del continente americano son la España libre, que para serlo ha sacudido el yugo de un amo, y ha jurado no sufrirlo jamás. Esta es mi patria, y aun cuando no lo fuera, yo la adoptaría, renunciando la que es y será siempre la mansión del despotismo.

El diálogo ficcional pudo haber tenido una inspiración concreta, pues Nueva York y Filadelfia abundaban en liberales españoles emigrados, empresarios y comerciantes. Varela escoge a un español para defender la tesis independentista porque quiere significar que el espíritu de libertad americano es universal. Lo facilita la historia y la geografía, y nada más. Hay que atender a esta definición de universalidad, propia del pensamiento liberal de la época, para entender cabalmente su geopolítica americana, cuyo centro es, desde luego, Cuba.

"Varela, en fin, estaba informado de las desgracias internas que asechaban a la libertad americana. Las había satirizado en las Cortes en la Polémica en torno a la independencia."

Varela escribe en esos años en que la independencia de las colonias españolas es un hecho. Inglaterra y Estados Unidos reconocen a las nuevas repúblicas. El diputado cubano había solicitado ese reconocimiento por parte de las Cortes liberales, desde luego sin éxito. Noto que hay pocas referencias a la gesta independentista en la palabra del cura. Está lejos de los fervientes entusiasmos de Martí por Morelos, Bolívar, San Martín. Es un hombre de la fe y la ilustración, no de la violencia.  Cuando se desploma el último bastión español, Varela informa en El Habanero: “Al fin después de enormes sacrificios pecuniarios, de la pérdida de muchas vidas, ocasionada en distintas épocas por infinitos sufrimientos, se rindió el Castillo de San Juan de Ulúa…” Al cura le duelen estas aventuras humanas; pero el “al fin” lo dice todo. Ya en su artículo “Amor de los americanos a la independencia” lo había declarado: “la sangre derramada en mil batallas o en patíbulos que sólo deshonran a los déspotas que los erigieron, ha encendido cada vez más el fuego del amor patrio, y el odio a la tiranía”. Y enseguida apunta sobre los libertadores:

Desgraciadamente han tenido sus desavenencias sobre el modo de ser libres, o mejor dicho sobre las personas a quienes se podía encargar el sagrado depósito de la libertad; pero en medio de estos disturbios, ¿se ha notado un solo momento en que los americanos quisiesen volver al yugo de España?

En México se había formado un Imperio en 1822, como resultado de un acuerdo entre los liberales y los conservadores: semejante monarquía, aunque constitucional siguiendo la que había regido en España en el Trienio, ciertamente alteraba el modo de cómo ser cabalmente libres; y el emperador Iturbide, luchador por la independencia, resultó en efecto una persona a la que no se le debía entregar el depósito de la libertad. Varela, en fin, estaba informado de las desgracias internas que asechaban a la libertad americana. Las había satirizado en las Cortes en la Polémica en torno a la independencia: “en Buenos Aires hay una república; en México apenas nació un imperio cuando se desmoronó; en Chile no se sabe lo que hay; en Costa Firme un jefe dictador, y así de otras provincias de América”. Y también de las acechanzas externas, como ya hemos visto. La Santa Alianza, Francia y España amenazaban con una guerra de reconquista. México y la Gran Colombia de Bolívar se sentían inseguros, puesto que España conservaba dos territorios ideales para apoyar esa guerra: Cuba y Puerto Rico. De ahí que Bolívar promoviera la invasión de ambas islas como manera de blindar el Caribe, y con él, toda la América. Significaba además completar la obra de la liberación continental.

Diríase que Varela debía apoyar la invasión. Pero no. Para él la liberación tiene que salir de adentro. Sabe que es una posibilidad que puede volverse real, en cuyo caso habría que enfrentarla. Pero El Habanero se convierte en un medio de análisis de esta compleja circunstancia, siempre centrada en la idea de la libertad cubana hecha por los cubanos, sin intromisión extranjera, incluso si es la de los propios americanos.

Ya en “Tranquilidad de la Isla de Cuba”, del segundo número, expone el núcleo de su idea:

Sea cual fuere la opinión política de cada uno, todos deben convenir en un hecho, y es que si la revolución no se forma por los de la casa, se formará inevitablemente por los de fuera, y que el primer caso es mucho más ventajoso. En consecuencia, la operación debe ser uniforme. Pensar como se quiera; operar como se necesita. Si por desgracia, se diere lugar a la invasión de tropas colombianas o mexicanas, es menester unirse a ellas; no tomar la defensa de un gobierno que sólo pide sacrificios inútiles; cambiar el orden de cosas, y despedir prontamente los huéspedes con las indemnizaciones que fueren justas y con las pruebas de la más sincera amistad y gratitud.

El tercer número abre precisamente con un “Paralelo entre la revolución que puede formarse en la Isla de Cuba por sus mismos habitantes, y la que se formara por la invasión de tropas extranjeras”. Varela enumera las desventajas económicas y políticas de la invasión: una deuda con los invasores, difícil de pagar en un país arrasado por el conflicto, y una imposibilidad de constituirse como nación bajo una ocupación militar. De ahí que concluya:

Yo soy el primero que estoy contra la unión de la Isla a ningún gobierno, y desearía verla tan Isla en política como lo es en la naturaleza; pero no puedo persuadirme de que si llegase a efectuarse la unión a Colombia, no fuese por la voluntad del pueblo, sino por una conquista.

Eso, la voluntad popular como fuente de derecho, que es lo que para él caracteriza al americano, tiene que manifestarse en Cuba sin el auxilio de afuera. De lo contrario­:

La Constitución se dirá que es hija de la fuerza, que está formada bajo el influjo extranjero. Perderá todo el prestigio que debe tener una Ley Fundamental, y mucho más deberá perderlo si por desgracia se resiente algo en el contacto de una nación que si en general conviene en intereses con la isla de Cuba, tiene otros muy diferentes y marcados en que no podemos convenir.

Varela omite ocuparse de esa divergencia de intereses con la Gran Colombia o México. Reconoce a los ciudadanos de esas naciones como hermanos, para nada quiere disminuirlos o enfrentarlos, sigue defendiéndolos; pero su formidable realismo le avisa: “a mí nadie me alucina con parentescos de pueblos”, había dicho. Nunca habla de un apoyo de nuestros hermanos de lucha, sino de invasión extranjera. Su óptica es muy distinta de la de los conspiradores de los Rayos y Soles de Bolívar, entre ellos su amigo el poeta José María Heredia. Yo diría que Varela era más Sol que Bolívar. Y Bolívar, atendiendo a sus intereses diferentes y marcados, decidió renunciar a la iluminación de la Isla.

En el número cinco Varela sorprende con una magnánima flexibilidad de criterio. Insistiendo en que su criterio es de independencia absoluta, considera sin embargo la posibilidad de que Cuba se separe de España mediante la anexión a un país latino hermano, según se infiere del texto.

Si la unión a otro gobierno se creyese necesaria, por lo menos establézcanse bases que salven en cuanto fuere posible los intereses del país. Por mi parte, no percibo las ventajas de semejante unión, y sí veo sus inconvenientes. En todo caso es preciso que la Isla, cuando no se dé la libertad, por lo menos contribuya eficazmente a conseguirla, tomando una actitud decorosa que la presente con dignidad al mismo gobierno al cual pretende unirse. La unión preparada de este modo tendría el gran prestigio de la espontaneidad, y alejaría mil ideas ominosas que sin duda procurarán esparcir los enemigos de la independencia americana.

El artículo se titula “¿Necesita la Isla de Cuba unirse a alguno de los gobiernos del continente americano para emanciparse de España?”, y este estilo interrogativo continúa en los siguientes. “¿Es necesario, para un cambio político en la Isla de Cuba, esperar las tropas de Colombia o México?” Varela responde:

En mi opinión no, en la de muchos sí; y como en casos semejantes conviene operar con la opinión más generalizada, si ésta lo fuese, yo contra la mía me conformo a ella. Yo no veo una necesaria conexión entre admitir los auxilios de una república continental, y unirse a ella en sistema político; y esta verdad es la que desearía se tuviese siempre presente, y la que hasta creo no desconocen los mismos gobiernos que pueden proyectar la invasión. Habiendo, pues, manifestado mi opinión contraria a la unión de la Isla a ninguno de los gobiernos del Continente, no tengo sin embargo dificultad en conformarme con los que esperan auxilios extranjeros para un cambio político. Si la generalidad lo cree necesario, esto basta para que lo sea.

Varela querrá siempre servir al bien, no dirigirlo. Respeta la realidad humana, se niega a imponerle soluciones: sabe que eso es inútil. Jamás intenta pasar por profeta. Al preguntarse “¿Es probable la invasión?”, comenta:

Teniendo, pues, Colombia y México marina, tropas, dinero, deseos y, lo que es más, necesidad de hacer la invasión, ¿será esta probable? Yo creo que sí, mas los autores de las reflexiones imparciales, de la página para la historia, y otros papeles semejantes, creen que no. Veremos quién acierta.

No le interesa ser infalible ni pasar a la posteridad, aunque lo logra precisamente por eso. Se pregunta, además: “¿Qué debiera hacerse en caso de una invasión?”, y responde:

No darla el carácter de tal. Quiero decir: no compararla con las invasiones que suelen hacerse para extender el poderío de los gobiernos, oprimiendo los pueblos, si no considerarla como es en sí; considerarla como un esfuerzo de los hijos de la libertad para remover sus obstáculos y hacer que la disfruten otros pueblos, que si bien lo desean, no pueden o creen que no pueden dársela por sí mismos.

Varela llamó a no hacer resistencia a la invasión colombiana o mexicana o conjunta. Que parecía inminente, sobre todo en vísperas del Congreso de Panamá de 1826. Bolívar había convocado a todas las regiones liberadas a esa reunión que debía establecer una confederación latinoamericana, la mayor alianza de pueblos del planeta, un decisivo Imperio de la Libertad. Y para completar y asegurar ese imperio, faltaban Cuba y Puerto Rico, pues los pequeños territorios ingleses y holandeses carecían de importancia estratégica.

Ya se sabe que el Congreso fue un fracaso. Varias naciones se negaron a participar: Brasil, Paraguay, Chile, la Plata. Pero incluso el resto no logró ponerse de acuerdo sobre un número de cuestiones concretas que pudieran haber cimentado la alianza a mediano plazo: ya en 1828 concluyen, en México, las infructíferas negociaciones. Estados Unidos, Inglaterra y Holanda participaron como invitados en el Congreso. Ingleses y yanquis perseguían allí objetivos comerciales, y dejaron claro que estaban en contra de la invasión de Cuba y Puerto Rico. Los países latinos, rotos los vínculos con España, dependían ahora de esas dos potencias, especialmente de Inglaterra, cuya flota dominaba el mundo. Unos países nacientes no podían desafiar ese poder, no ya con la conquista de las islas, sino erigiéndose, por la unión, como un poder mundial. Estados Unidos, débiles en el plano militar, había sin embargo lanzado la Doctrina Monroe, lo que obligaba a un conflicto con España en el caso de que intentara recuperar las islas. Ambas naciones reconocían la independencia política de los latinos, a fin de hacerlos depender de ellos en el plano comercial. Bolívar, amargado por el fracaso de su proyecto hemisférico, renunció a intentar rematarlo con la invasión caribeña. Pero a las alturas de esas interrogantes de El Habanero número 5, la invasión era una posibilidad que los cubanos, y especialmente Varela, debían considerar. Es lo que encontramos en el número 7, en relación con la política estadounidense.

América: Estados Unidos

En este último número de la publicación hallamos dos textos relacionados con la participación de los Estados Unidos en los asuntos de Cuba y Puerto Rico. El primero es un envío recibido por Varela de un Diario de La Habana, que recoge un fragmento del mensaje del presidente John Quincy Adams al Congreso, para que Varela lo publique. Dice el Diario que la información ha venido de Nueva York, donde reside Varela. Hay algo irónico y dudoso en tal envío y petición, como para señalar que Varela está desinformado o que oculta información a sus lectores, pero El Habanero acepta el desafío y publica el texto, añadiéndole unos comentarios en notas a pie de página, procedimiento que ya había usado en otros de los textos que he estado citando aquí. Varela estudia y comenta los dos documentos con el convencimiento de que Bolívar se mantiene firme en sus propósitos antillanos, y de que el gobierno de los Estados Unidos es una potencia que apoya la libertad americana. Gobierna Adams, el cerebro de la doctrina Monroe. Así que empieza por preguntarse si el colaborador habanero conocerá, digamos, la voluntad de Bolívar “para emprender según voz pública lo último que falta al complemento de sus glorias”. Enseguida se desentiende de la traducción del envío y estudia las palabras de Adams en inglés: en un par de años Varela ha adquirido suficientes conocimientos de ese idioma como para descifrar el lenguaje diplomático del presidente yanqui.

"Lo que el enemigo de Varela quiere significarle es que los Estados Unidos rechazarán la invasión, como de hecho ocurrió".

La anunciada invasión de las dos citadas islas por las fuerzas combinadas de Méjico y Colombia, es sin duda uno de los objetos que deben determinarse por los Estados beligerantes, en Panamá. Las convulsiones a que serían expuestas, caso de verificarse tal invasión, y el riesgo de que por la misma causa cayesen finalmente en manos de alguna potencia europea, que no fuese la España, no permite el que desentendamos estas consecuencias que podrían mirarse con indiferencia en el Congreso de Panamá. Es innecesario detenernos sobre este particular ni decir más, sino que todos nuestros esfuerzos con referencia a este interés, se dirigirán a conservar el actual estado de cosas, la tranquilidad de aquellas islas, y la paz y seguridad de sus habitantes.

Lo que el enemigo de Varela quiere significarle es que los Estados Unidos rechazarán la invasión, como de hecho ocurrió. Poca cosa para El Habanero, que estaba en contra también por las razones que ya hemos visto. Sin embargo, Varela considera que esta traducción es infiel al original.

El traductor ha omitido una cláusula entera que presenta el verdadero sentido del párrafo. Dice pues el original:” The convulsions to which from the peculiar composition of their population, they would be liable in the event of such an invasion, &c.” esto es: “Las convulsiones a que estarían expuestas por los particulares elementos de su población, &c.”. Se ve claramente que el objeto de este gobierno es prevenir en tiempo las convulsiones que pudiesen resultar mas no oponerse a la invasión, siempre que esta se haga en términos que les convenga. No ha dictado este período el deseo de conservar el actual estado político de la Isla de Cuba, sino el de conservar las utilidades mercantiles y alejar los temores políticos de este país, por cuya causa se indica en el mismo periodo que los Estados Unidos no podrán ver con indiferencia que pase la isla a otras manos europeas distintas de las españolas. ¿Será por amor o por consideración a España?

Para evitar un conflicto con la flota inglesa, más bien. Téngase en cuenta que los Estados Unidos habían estado en guerra con Inglaterra en 1812, menos de tres lustros antes. Y que podían vencerlos en el continente, pero jamás en los mares. Ese era el peligro, pues como había apuntado El Habanero, “Inglaterra, sea cual fuere la opinión y deseo de los santos aliados, no permitirá que tomen parte en reconquista alguna del territorio americano”. Obsérvese que Varela no se alucina con posturas ideológicas, sino que se remite a intereses concretos, mercantiles y políticos. Y continúa criticando la traducción:

El original dice: “The danger therefrom resulting, of their falling ultimately into the hands of some european power, other than Spain, will not admit of our looking at the consequences, to which, the Congress at Panama may lead, with indifference”. La coma que se halla después del verbo lead, indica claramente que las siguientes palabras, “with indifference”, se refieren a la parte superior de la cláusula y que para darla una colocación española sería preciso decir, “will not admit of our looking with indifference, at the consequences, to which may lead the Congress at Panama”. Esto es: no permitirá que miremos con indiferencia las consecuencias que puede tener el Congreso de Panamá. No dice el presidente de los Estados Unidos, ni podía decir sin grande imprudencia, y aun sin grosería que estas consecuencias podrían mirarse con indiferencia en el Congreso de Panamá.

En verdad los políticos estadounidenses estaban siendo desafiados por ese Congreso, que ponía a prueba la doctrina Monroe. ¿América para los americanos o solo para los estadounidenses? Los esclavistas sureños se oponían a colaborar con el abolicionista Bolívar. A los del Norte les interesaba el comercio, no un conflicto con España.  Designaron pues dos delegados, de los cuales uno murió y el otro llegó tarde. Para el caso antillano, que era lo que urgía, tenían que bastar, si es que se entendían cabalmente más allá de la ambigüedad diplomática, los términos del presidente Adams. Bolívar ni siquiera había invitado a los Estados Unidos al Congreso. Desde el principio la doctrina Monroe fue recibida con rechazo por muchos liberales latinos, incluyendo explícitamente a un Diego Portales en Chile. Varela, sin embargo, interpreta en forma positiva la parrafada de Adams:

Si este gobierno prevé que la isla ha de caer en manos de otro poder europeo distinto del español, si en ella se producen trastornos, cuyas consecuencias perjudiquen al bien de este país: todos sus esfuerzos se dirigirán a conservar el estado actual de cosas; pero si estos temores se alejasen por el modo con que se verifique la invasión, nada tendrá que oponer. ¿Con qué derecho lo haría? Esta intervención injusta y necia, es muy ajena de un gobierno, a quien todos conceden la primacía en la carrera de la libertad.

Con todo, Varela sigue examinando el asunto. Publica a seguidas una Comunicación oficial, de Henry Clay, secretario de Estado, a su embajador en Rusia. Esta vez omite la fuente. La carta es del 26 de diciembre de 1825, unos meses antes. Su propósito es que el embajador solicite al emperador ruso que obligue a España a reconocer la independencia de sus colonias y a establecer la paz. 

En cuanto a nosotros, no deseamos cambio alguno en la posición de Cuba como hemos dicho anteriormente. No podemos permitir que la isla pase a ningún poder europeo. Pero si la España rehusara hacer la paz y resolviere obstinadamente continuar la guerra, aunque no deseamos que ni Colombia ni Mejico adquieran la isla de Cuba el presidente no encuentra fundamento alguno justificable para intervenir violentamente. En la hipótesis de una prolongación innecesaria de la guerra imputable a España, es evidente que Cuba será su único punto de apoyo en este hemisferio. En esta suposición ¿cómo podemos proceder contra la parte que tiene claramente el derecho en su favor e interponernos para contener o frustrar una operación legal de guerra? Si la guerra contra las islas fueran conducidas por estas repúblicas de un modo desolador; si contra toda expectación pusiesen las armas en manos de una clase de los habitantes para destruir las vidas de los otros, en una palabra, si favoreciesen ó estimulasen excesos y ejemplos cuyo contagio por nuestra vecindad fuera dañoso a nuestra quietud y seguridad; el gobierno de los Estados Unidos se creería llamado a interponer su poder.

El comentario de Varela es: “¿Mandarán los Estados Unidos alguna escuadra ó algún ejército en favor de España?”. Claro que no, se trata de una amenaza de intervención propia, realmente indeseable para un gobierno débil militarmente, pero nunca favorable a los peninsulares. Varela piensa que esa intervención sería en fin de cuentas a favor de los latinos. Pero al mismo tiempo se distancia del gobierno norteamericano. Clay escribe que el presidente ha “recomendado a los gobiernos de Colombia y Méjico la suspensión de sus expediciones contra las islas españolas”. Varela apunta que esa medida “muy equivocadamente creyó este gobierno que podía contribuir al reconocimiento de dichas repúblicas”. Tal vez Varela es el primer político cubano en oponerse a una decisión del gobierno estadounidense. Ningún rechazo a la Doctrina Monroe encuentro en él, pero tampoco, como podía esperarse, algún elogio. El primer traductor al español de la Doctrina Monroe fue el cubano Mariano Cubí y Soler, fundador de la importante Revista Bimestre Cubana, que desde luego Varela conocía y con la que habría de colaborar. Hizo amistad con el diplomático estadounidense Joel Roberts Poinsett, que le había presentado el embajador de la Gran Colombia en EU; pero se opuso ya desde entonces al anexionismo. Por otro lado, rechazó la invitación del presidente de México Guadalupe Victoria, que proyectaba la invasión de Cuba desde Yucatán, para vivir en ese país. Varela ejerció su independencia de criterio con completa y difícil integridad.

El Habanero cierra el asunto con unas “Reflexiones sobre los fundamentos de la confianza que se tiene o aparenta tener en La Habana sobre la permanencia del estado político de la isla”. Varela se desentiende de los argumentos del tipo que le escribe desde La Habana satisfecho de la interesada ambigüedad yanqui. No está a favor de la invasión, pero sí espera el apoyo de los suyos:

Los estados americanos deben por todos medios redondear el expediente, no dejando a España un solo palmo de tierra que pueda llamarse americano, y entonces que reconozca o no reconozca la independencia, nada importa, ni debería hablarse de esto una palabra. Trátese por todos los medios de fomentar unos países que tanto prometen, consolídense las instituciones libres, espárzanse las luces, ciméntese la moral y déjese al gobierno español en su delirio de que mandará en América.

Si hubiera justicia en el mundo, Félix Varela debió haber presidido el Congreso de Panamá…

El séptimo es el último número de El Habanero. Varela ha recibido las credenciales de sacerdote que le envía desde La Habana su mentor el obispo Espada, y debe consagrarse a su devorador oficio. Seguramente tampoco encuentra cómo financiar el periódico, ni cómo hacerlo circular en la Isla sin poner en peligro a los lectores. Pero tal vez esa primera pax americana que sale del fracaso del Congreso de Panamá, y que significa la continuación y acentuación del despotismo en Cuba, haya influido en el cese del periódico. Cuando falla en ser útil ahora mismo al prójimo, es decir, cuando los prójimos deciden prescindir de su ayuda, Varela se retira. Como lo hará cuando los lectores habaneros se declaren contra el segundo tomo de las Cartas a Elpidio, por haber denunciado la existencia de una masiva superstición popular y de una violenta intolerancia contra los católicos en los Estados Unidos. Este ciudadano del mundo, este servidor de la verdad, este siervo de Dios será, en sus propias palabras, un hombre arrinconado a final de una vida entera de servicio apasionado al prójimo. Todavía duele, pero a quién le importa.

Con esos siete números de El Habanero, Varela había fundado la independencia de Cuba en la palabra. Y necesariamente, había creado también el pensamiento geopolítico cubano. Su visión de un Hemisferio de lavLibertad está por cumplirse. Semeja un disparate o un sueño. Pero cuidado: Varela ya estuvo arrinconado una vez y resurgió triunfante. Con individuos entregados al Autor del Tiempo, el tiempo desaparece por siglos como por décadas. Vamos viendo, más de un siglo y medio después de su muerte, cómo al cura desechado y sospechoso lo investigan como santo. Él es un santo estadounidense que es al mismo tiempo el Santo Cubano.  Él ha declarado posible y conveniente que podemos vivir, de Alaska a la Patagonia, en la libertad como en la fe, y ha empezado por vivir así él mismo. Hoy Cuba lo desconoce y lo niega, pero tampoco puede prescindir de él. Dichoso país, fundado por un santo clásico con una palabra de profecía, de integridad y de visión universal.

Compatriotas: seguimos estando en deuda con esa altura.

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Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

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