Concluidos los Juegos de París en ambas versiones, cierto interesante silencio sobre el lugar de Cuba en el llamado medallero desocupa los medios oficiales. Un luchador único no hace un verano de resultados. Desde siempre, cuando el régimen fracasa, habla de otra cosa. Ni comenta ni explica. Mucho menos rectifica. Si fracasa el Cordón de La Habana, tendremos éxito en la Zafra de los Diez Millones. Si fracasa la Zafra, nos dedicamos a la Institucionalización.
El fin del socialismo en medio mundo se debió a la debilidad de carácter de los líderes, y ya ven, ahora se recuperan con más de medio millón de muertos en una guerra muy digna contra sus vecinos y, dicen, hermanos. En cuanto al lugar trigésimo segundo en los Olímpicos, y el vigésimo cuarto en los Paralímpicos, son, como suelen decir los mayimbes, dificultades que todavía subsisten y que serán superadas en el próximo quinquenio.
Por supuesto, los mayimbes al frente del área deportiva entienden lo que pasa, porque los hechos están a la vista de cualquiera que no se pase de bruto. Pero cualquier explicación, aun dicha suavemente por un narrador de la tv, resulta peligrosa. La reescritura de la historia se vuelve a menudo un recurso letal. Aunque nunca se negó que Cuba había tenido campeones del deporte antes del 59 —a semejante extremo no se podía llegar—, poco a poco se fue instalando en la mente del cubano la idea de que el Deporte, ahora Derecho del Pueblo, era un resultado único y definitivo de la Revolución.
En realidad aquí no hubo nunca, además de la mala alimentación, ni siquiera calzado adecuado para correr un poco; tampoco una pelota de béisbol en las tiendas. Los niños iban al estadio a recoger las pelotas del jonrón, hasta que colocaron un policía tras el muro. Coger a mano limpia esa bola de fuego era ya, eso sí, una hazaña olímpica… pero faltaban los guantes, más difíciles de robar, exclusivos de las escuelas deportivas…
El Deporte Cubano Revolucionario era una fábrica de deportistas escogidos y con los adecuados privilegios. Nunca excesivos, pero reales. El campeón Falcón podía quejarse de que el agua de la piscina estaba fría en invierno y así no se podía entrenar, y los periodistas le gritaban desagradecido y casi contrarrevolucionario… Me inclino ante esos hombres y mujeres que defendieron el talento que Dios les dio encarando a una tribu de mandamases incapaces y descarados, al frente de los aeropuertos de cualquier parte del mundo.
"Poco a poco se fue instalando en la mente del cubano la idea de que el Deporte, ahora Derecho del Pueblo, era un resultado único y definitivo de la Revolución."
Pero la propaganda ha sido efectiva, y son millones los que creen que el Máximo inventó el deporte nacional y que ha sido un arma de la Revolución antimperialista. Por eso en el año 1969 un titular del periódico camagüeyano Adelante lo decía con todas las mayúsculas: “Ellos fueron a la Luna pero nosotros les ganamos en la pelota”.
Pues bien: la originalidad del Máximo, en este asunto como en casi todos, es nula. Para demostrarlo bastaría leer el artículo “El atletismo y nuestra misión atlética”, publicado en el periódico El Heraldo de Cuba, en La Habana, el 8 de octubre de… 1914.
Se trata de un texto magistral, escrito no por un cronista deportivo, sino por nadie menos que el mayor poeta de la época, el joven José Manuel Poveda.
El culto del Músculo
A Poveda se le menciona habitualmente dentro de la trilogía de los primeros poetas de la República. Correcto y preciso, pero al menos a mí, Regino Boti y Agustín Acosta me resultan autores de época, de literatura brillante pero de escasa poesía. Poveda, que murió joven, sigue vivo en su primer y único libro Versos precursores. Pero además fue un periodista imponente. Lo que se ha publicado de su periodismo es casi nada, y seguimos ignorando su mayor periodismo político.
Poveda fue un hombre íntegro y cívico al que casi matan sus enemigos de una cuchillada en plena calle. Un liberal sin fisuras, un patriota amargado pero combativo, a pesar de que debe haber sido desde siempre un enfermo cardiovascular grave. Su prosa literaria es una joya, y en los diarios no se permite bajar el nivel, como veremos en este artículo que comentamos.
Un recurso constante en Poveda es la agudísima ironía. De manera que comienza rindiendo homenaje a Hércules:
le hago constar que soy una persona lamentable, un inútil artista, un simple filósofo […] Soy esa cosa miserable que se llama un dialéctico, vivo de las palabras, medro con las palabras, abuso de las palabras. Mi verdad más firme es un sofisma y mi razonamiento más poderoso un juego de retórica.
Realmente, el joven Poveda llevaba una vida bohemia, incluyendo las drogas de época. De manera que los Juegos Olímpicos de dos años antes, en Estocolmo, no debieron interesarle demasiado. La referencia a Grecia era inevitable, pero para ocuparse de Cuba:
Emocionado ante la importancia atlética de mi país, importancia que hemos obtenido conscientemente, he querido escribir seis líneas sobre las vicisitudes que ha sufrido el culto del Músculo, y acerca de lo que es entre nosotros.
Retengamos esa última frase, porque es la clave del artículo. Obsérvese que ya en 1914 nuestro país se consideraba importante para el deporte mundial… En las Olimpiadas de París y San Louis, 1900 y 1904 respectivamente, Cuba había obtenido cinco medallas, de ellas cuatro de oro. En 1900 ni siquiera existía la República… Se trataba, sin dudas, de unos resultados capaces de emocionar a cualquier patriota. En París las dos medallas, oro y plata, eran conquistas del esgrimista Ramón Fonst, único cubano en los Juegos, pero que ponía a Cuba, país inexistente todavía, en el número 12 del medallero. En 1904 Fonst vuelve a ganar dos medallas de oro, en espada y florete; y Manuel Díaz Martínez en sable.
Importancia que hemos obtenido conscientemente, dice la ironía del poeta. Porque no en la realidad: se trataba solo de un par de atletas extraordinarios, que no crearon escuela. Cuba no vuelve a ganar medallas hasta los Juegos de Londres en 1948 y luego en Tokio en 1964. Después, la fábrica socialista de atletas funciona, y el número de medallas asciende a más de doscientas, mayormente en el boxeo y otros deportes de combate. El culto aristocrático del Músculo se ha convertido entre nosotros en una realización. Eso sí, cumpliendo las expectativas del año 1914, por lo menos.
La microcefalia atlética
Ahora bien, a Poveda no le simpatiza demasiado ni el Músculo ni sus enemigos. Sostiene que Grecia predicó la “microcefalia atlética”. Confiesa haber traducido estos versos de Píndaro: “Tu frente sería pequeña para el lauro de los poetas, pero tú tienes para el lauro de los hombros, ¡oh bestia insuperable!” Según el cubano coronado de veras por la poesía, se trata de un elogio:
Lo que Grecia quería, al reproducir sus atletas microcéfalos, era señalar bien claramente a la juventud y a la posteridad, que la nación glorificaba en ellos a sus mejores brutos. El atleta griego tuvo siempre la conciencia y el orgullo de su jerarquía.
Después de haber declarado su comprensión acerca de esa aristocracia del bruto entre los griegos, Poveda se lanza a considerar la siguiente etapa histórica en que el atletismo desaparece bajo la Cristiandad. El mulato era anticristiano, dedica un párrafo a reírse de Cristo, etc. Soy cristiano y me río, porque la reflexión carece de odio y también de fundamento histórico (y sus juicios sobre Grecia son infundados también). Poveda, nieztcheano convencido, celebra el fin del cristianismo gracias a la libertad y la democracia, y el regreso de “la desnudez, la higiene, la buena mesa, la ducha y el Atleta”. Estas bendiciones, desde luego, para los países donde la libertad y la democracia existen.
Pero Poveda afirma que “Cuba es asombrosa”. Pues mientras otras naciones latinas de América siguen apegadas a los méritos de la mente, “nosotros no nos ocupamos de la cabeza; nos gusta el septentrión por práctico”. Poveda subraya esta última palabra. Para la fecha, ese norte es desde luego los Estados Unidos, que nos había traído, incluso en la colonia, el béisbol y el boxeo y el culto de los deportes y la gimnasia. (No olvidar que José Martí había celebrado, treinta años antes, las virtudes del ejercicio físico).
Hemos pensado poco, de la independencia acá, pero hemos engordado y tenemos apetito. Gracias a la República se come mejor y se hace gimnasia en automóvil y en los guardacostas. Un pueblo verdaderamente democrático no debe pensar en otra cosa: negocios y sports.
Vamos, como si la libertad y la democracia tuvieran también sus límites. Pero de inmediato la vis cómica de Poveda se desata proféticamente con tanta hondura, valentía, precisión y gracia, que no me queda otro remedio que citar todo el final del artículo, para el disfrute y la reflexión de nuestros compatriotas que, deportistas o no, para nada son ciudadanos griegos microcéfalos:
¿No tendremos una oculta misión histórica? ¿No significamos alguna cosa providencial? Meditemos sobre esto. Estamos, geográficamente, en las barbas del Tío Sam, campeón de boxeo. América estudia, piensa, multiplica sus nombres de prestigio intelectual. Pero, ¿hace gimnasia? ¿Sabe boxeo? No. Y Cuba sí. Cuba provee de campeones al mundo, bate records y da estrellas a las estrellas. Somos débiles y cantamos “guajiras”, pero a pesar de las deficiencias naturales, nuestra vitalidad se manifiesta en los sports. El “Gavilán” tiene “peso de pluma”, pero es el “Gavilán”. Meditemos. El Tío Sam es campeón de boxeo. América sueña. El tío amenaza. América teme. ¿No nos tocará acabar con ese tío? Pueblos latinos, ¿no comprendéis que solo nosotros sabremos derribarlo al primer “round”?
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