El signo de Transmilenio no es la voluta humana que lo repleta en horas pico. Ni la voz de cyborg mojado que indica el nombre de la estación por venir. El signo son, al menos por estos años, los venezolanos que se arriesgan ante la prohibición, repetida en los Portales (o paraderos), de vender lo que fuere en los espacios del Sistema de Transporte Integrado bogotano.
Con la crisis económica y de gobernabilidad en Caracas, miles de venezolanos han pasado la frontera, justo como décadas antes miles de colombianos huyendo de la violencia militar y paramilitar. Es curioso cómo un pueblo pasa, en tan poco tiempo, de receptor a emisor de emigrantes.
El Transmilenio es la galería más completa de desgracias colombianas: desplazados por la guerra, desempleados, discapacitados, ahora venezolanos. Las historias remueven la frialdad de los cuerpos un día en Bogotá.
(Mañana)
—Muy buenos días tengan todos —dice una voz que se ha ido ubicando en el acordeón del bus, y nadie responde—. Gracias por ese bonito saludo. Mi nombre es Jorge y, como saben, en mi país la realidad está bien difícil ahorita y como no he podido regularizar mi situación migratoria pues no puedo encontrar empleo. Hago esto no porque me guste, sino para ayudar a mi familia. Tengo para ustedes estas deliciosas porciones de maní, para regalar, para comer. Pasaré por los asientos y si alguien me quiere colaborar con lo que Dios ponga en su corazón aunque no compre nada se lo voy a agradecer.
(Tarde)
—Buenas tardes, señoras y señores, mi nombre es Miguel y participé en un show de talentos en Caracas. Ahí me destaqué haciendo imitaciones de celebridades. Ahora les quiero cantar una canción de Romeo Santos, y si ustedes piensan que me parecí a él me colaboran con lo que puedan.
El muchacho precisa la rotación de unos botones en el bafle portable en que conecta el micrófono desde el que nos ha estado hablando. Una voz amanerada y empalagosa se riega en el ómnibus:
Tu corazoncito es mío, mío, mío, mío, mío…
La gente aplaude. Suenan algunas monedas.
(Noche)
—Buenas noches para todos los pasajeros, con el respeto que ustedes se merecen, mi nombre es Diana y estoy ofreciéndoles esta oferta de artículos de oficina, dos bolígrafos, marcadores y lápices por el módico precio de 6 mil pesitos. En verdad, soy graduada de Comunicación Social en Venezuela, y me vine para acá huyendo del desabastecimiento en mi país. En Venezuela yo tenía un empleo digno como ustedes, y sé que es fastidioso para ustedes este momento, pero allá mi salario no me daba ni para comprar leche para mi hija. La tasa de inflación en Venezuela es la más alta de su historia… Tomen una decisión a la hora de elegir un presidente. Espero que puedan perdonar las molestias.