La siguiente no es una nota de lamento ni otro reclamo legal. Es una alarma, un aviso de carácter humanitario, a quienes les importe, a personas de buena voluntad en cualquier parte del mundo, con una preocupación. De este modo documento también —para mí— mi vida, junto con obstáculos que he enfrentado más o menos siempre, por el camino de la libertad y la creación.
Ojalá esté pecando ahora de sobresalto extremo. En el oficio de vivir dentro de esta isla, casi me acostumbro a que otras personas me acusen de paranoia, o incluso de pretender hacerme el herido, sobre todo por quienes viven lejos geográfica y humanamente.
Este pasado 24 de marzo, al volver a Cuba por el aeropuerto de Santa Clara, fui objeto de un registro minucioso por un oficial de la Aduana, y se me decomisó mi laptop. (Ojo: tampoco pretendo hacer a continuación un relato pormenorizado de lo sucedido ese día). Mi laptop estaba encendida, abierta, este hombre me pidió que pusiese la contraseña, así lo hice, y procedió a hurgar en mis archivos personales.
Halló, en el mismísimo escritorio, la causa del decomiso: un archivo (PowerPoint) que puedo describir como información recopilada en internet sobre el tema del machismo en las elecciones en Cuba, desde antaño hasta el presente, con estadísticas, citas, imágenes, valoraciones, y que terminaba reflejando las distintas variantes previas al proceso eleccionario 2017-2018. Según consta en mi copia del Acta de Decomiso, legalmente se recurrió al artículo 5/96. Quedó estampado que por “atentar contra los intereses generales de la nación”.
Después que concluyó la instancia aduanera, pasé a ser entrevistado por un oficial de la Seguridad del Estado. Declaré la verdad. Soy autor del archivo y lo preparé con el objetivo de reunir información en aras de ganar claridad sobre un tema que era de mi interés. Y haberlo hecho meses atrás, y haberlo desechado y olvidado entonces en mi equipo. Ni siquiera —con el derecho que me asiste— llegué a realizar publicaciones al respecto.
Debo anotar que fui atendido ese día con decencia, sin ningún tipo de violencia verbal ni física. Claro, mi comportamiento también fue muy paciente de principio a fin. Pero, me pregunto si debe parecerte normal que un hombre uniformado te interrogue así: “¿Pero, dime, tú estás de acuerdo o no estás de acuerdo con nuestro proceso?” Me sentí —y a veces aún me siento, recordando ese momento— como un ser humano al que le piden que se convierta en insecto para saltar por un aro. Acudieron a mi mente en una ráfaga muchas historias, libros, películas, alambradas, años 70, mi vida de testigo y protagonista, y un largo etcétera. Contesté con la máxima honestidad posible y así creo que quedó recogido en el papel.
No soy un político. “No tengo que definirme en esa línea”. A una invitación concluyente de mi interlocutor, repetí que “el ser un político no forma parte de mi actitud ante la vida”.
Agrego: todo lo que pienso y creo, con mis pulsiones humanas, está en lo que hago, que son básicamente tres acciones: literatura, poesía visual y periodismo. Y todo eso, en que me va la vida, es de dominio público. Nadie me lo quita, soy yo quien lo da a la publicidad. Me amparo en el derecho universal a ser una persona. Existir, pensar y crear como individuo. Derecho esencial de dignidad que, para mí, tiene las claves de Cristo y de Martí.