Hoy es Ángel Santiesteban. El autor de libros premiados en los principales concursos literarios, nuestro amigo, aparentemente está «desaparecido», disuelto en el ambiente de Cuba.
Se había vuelto «loco» cuando empezó a pensar en voz alta y creó un sitio web, el blog Los hijos que nadie quiso, con lo que «se marcó», porque ya todos sabían qué pensaba, cómo disentía, y qué límites estaba dispuesto a cruzar alguien inteligente, joven, alejándose del punto muerto que significa la inercia de la masa. ¿Pero de verdad podía? ¿A qué precio? Ha sido condenado a años de cárcel, supuestamente por violencia física contra su ex esposa, delito en definitiva menor para el Estado cubano, en comparación con oponerse al control estatal. Luego ha sido bajado a la mazmorra donde se lleva a la delincuencia, sin respeto por sus ideas.
Nadie, por supuesto —ni el funcionario más influyente, ni el escritor más sublime—, debe estar por encima de la ley o sentirse exento de respetar la integridad de las demás personas. No obstante, sabemos demasiado poco sobre el hecho que se le imputó y el proceso judicial en que se ha visto inmerso. Desconocimiento doloroso, aunque iluminador, porque consiste ya en una pista valiosa —para quien no se hubiera dado por enterado— sobre las faltas de garantías en nuestro entorno. ¿Existían condiciones mínimas indispensables para que, en La Habana, Ángel recibiera un juicio justo? Hemos visto últimamente a la prensa nacional insistir mucho en este tipo de reclamo a propósito de la condena contra cinco compatriotas en Miami, acusados de espionaje. Aquí, en el interior de Cuba, ni siquiera tuvimos posibilidad de informarnos los amigos de Santiesteban, sus colegas, sus lectores, saber los argumentos de las partes en pugna, para hacernos una opinión.
Antes habían prohibido circular su palabra, que recibíamos en sus libros de gran demanda y cuando lo veíamos aparecer sistemáticamente en la televisión y la prensa para satisfacer el interés por su literatura. Angelito —como se le conoce, aunque él nunca ha disfrazado la imagen de alguien de carne y hueso, alguien no menos humano que los personajes de sus cuentos—, antes de empezar a decir lo que pensaba en su blog, era el principal invitado a ferias del libro en todas las provincias, atraía lectores, funcionarios, periodistas... Sin embargo, hoy es otro intelectual «misteriosamente desaparecido». Sé, por ejemplo, que hace poco se suspendió la presentación de la antología He visto pasar los trenes (Ed. Letras Cubanas, 2012) por incluir un cuento suyo. Sin embargo, a diferencia de tantos protagonistas de la cultura cubana que han sido de pronto «invisibilizados» en su patria, porque un micrófono los captara en sus casas diciendo algo comprometedor o porque marcharon al exilio —donde en definitiva podrían seguir sacando adelante sus vidas y su obra—, Ángel ha caído en la cárcel.
Indicio de algo peor, quizás lo más triste, es lo que nos sucede entretanto a quienes quedamos «afuera» en este mismo país, o sea, del otro lado de esas rejas. No podemos recibir información, ni emitir consideraciones y contribuir a un estado de opinión. El derecho de la «opinión», que es un poder, nos ha sido confiscado y, efectivamente, esto ilustra la «alteración del orden» posible, en tales condiciones, siempre que un escritor se atreva a desbordar con su pensamiento o sus actos el molde de la ficción. Vivir en la impotencia, en la ignorancia forzada sobre nuestra realidad social, sobre los destinos que va tomando el país y lo que se reserva por parte de sus gobernantes para nosotros y para las personas que queremos, incluso aquellos aplaudidos por las propias instituciones del Estado —lo era el autor de libros como Los hijos que nadie quiso, premio «Alejo Carpentier», y Dichosos los que lloran, premio «Casa de las Américas»—, ¿no es el castigo impuesto a todos los habitantes de la isla como a culpables en prisión de máxima seguridad? ¿Todos nos portamos mal?
Tan o más triste, en esta oportunidad, ha sido comprobar de lo que somos capaces los seres humanos confinados a un encierro social, con tal de obtener migajas. Uno de estos días he visto una carta que circuló por la red de correos con el título «8 de Marzo: tod@s contra la violencia», redactada y firmada por miembros encumbrados de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), llamando a colegas de todos los rincones del país para que apoyasen la condena que el escritor había acabado de recibir. Invitaban a que la lista creciera más y más en muestra de rechazo a la violencia de género. Así que en apariencia bastaba supuestamente convenir sobre la legitimidad de semejante derecho para sumarse a lapidar a otro intelectual rebelde que ya había pasado por el trámite oficial de «desaparecer». Una vez que revisé la ristra de firmas que se plegaron al llamamiento, me pregunté: ¿pudieron sentirse bien enterados, todos y cada uno, para pronunciarse, y con tanta rapidez, en un litigio sobre el que nada se divulgó en Cuba, y donde además el acusado ha mantenido su declaración de inocencia?
Evitaré difamar, evitaré suponer que esos que dieron sus firmas y entraron a ser parte de esa pesada cadena, no son escritores ni artistas, después que han hecho algo que creo que es incompatible con la espiritualidad y la verdadera inteligencia: trepar sobre el aparato del poder para agregarle kilogramos cuando intenta aplastar a un individuo. En este caso, es un escritor, posiblemente otro más en la lista de víctimas de un sistema totalitario. Pero les preguntaría, a esos que estamparon sus rúbricas: ¿creen en realidad que «allá arriba» necesitaban su pequeña cuota de «peso moral» para resultar aplastantes? Claro, los entiendo, y me condolezco por su situación, pues de pronto se hallaban frente a mayor tribunal en el examen que se realiza periódicamente al rebaño para hacer otras separaciones de nombres: las listas negras y las listas de privilegios. Diré sólo que lo más triste, lo más doloroso, es que este es el tipo humano y la clase de hazaña colectiva capaz de generar la cultura cubana en la situación triste por la que atraviesa.
Mi pronunciamiento actual por la «reaparición», por la libertad de Ángel Santiesteban, no puede ir más allá o aventurarse más lejos de la misma solicitud de libertad de expresión, libertad de prensa y libertad de asociación, entre otros derechos humanos básicos, no para él, sino, paradójicamente, para todos los que nos hemos quedado «afuera», o mejor dicho, sólo al otro lado de esas rejas.
Julio, 2013.