Si bien los estragos del huracán Irma fueron palpables en los días inmediatos a su azote, si bien con salir a la calle era fácil percatarse de todo el daño que nos causó, ahora, dos meses después del siniestro, son perceptibles otros trastornos, pues ya comienzan a mostrarse los moretones que causaron esos golpes sufridos en carne propia.
La vieja —la pura, mi mamá, “mai móder”— me pidió que llegara hasta la placita pa’ que comprara alguna vianda para freír o sancochar esa noche, y cuando llegué a “La Yuca”, como se nombra el mercado agropecuario del barrio, lo que me encontré fue el indiferente vacío de los estantes. ¡Ah, qué punzada, qué desazón la escasez! Casi me regresaba a casa cuando recordé que andaba con la cámara fotográfica y decidí dejar una prueba de mi sinsabor. No había hecho dos fotos cuando la administradora me salió al paso:
—Oye, ¿por qué le haces fotos a los estantes vacíos? ¿No vez que con eso le das mala fama a mi mercado? Ve a hacerlo en otro lado que todos los mercados están iguales, todos están pelaos, este no es el único.
Me encantó su sentido de pertenencia, la forma en la que sentía el mercado como suyo y no como un medio estatal, o sea, del pueblo, o sea, mío. No supe si reír o molestarme. Las personas que estaban alrededor se pusieron de mi lado cuando le dije a la administradora que no había razón para que yo no hiciera la foto. Ella siguió refunfuñando, aunque ya con un tono risueño, como bajando bandera, como entendiendo que su berrinche no tenía buena acogida.
Me dio grima recorrer luego esos otros mercados que ella mencionó y ver las ya preanunciadas estanterías desinfladas. Según el reporte de daños, el plátano fue el producto que más se afectó, pero ahora parece que todas las viandas se solidarizaron con el banano para desaparecer de golpe, y los vegetales no quedaron detrás.
Y bien que vendrían, pienso yo, pues aunque se conoce en el mundo entero que la comida típica del cubano es el congrí con cerdo asado y yuca, lo cierto es que eso es cosa mítica de una vez al año y casi siempre ocurre el último día del último mes. El plato común de la comida cubana es el arroz con frijoles y algo más que suele ser un huevo frito, o de vez en cuando un bisté —¡de cerdo, por supuesto!—, y en muy raras ocasiones una rueda de pescado, y digo “raras ocasiones”, porque —aunque vivimos la maldita circunstancia del agua por todas partes— el animal con escamas parece estar más extinto que el almiquí.
Y ahora la prensa local de mi Ciego de Ávila querido ha anunciado que hasta febrero no se advertirán los síntomas de la recuperación. Así que, si contamos los meses pasados y los que restan hasta el segundo mes del 2018, pues tenemos seis meses de escasez oficial. Y de paso, no solo queda justificada la carestía, sino también la insolvencia y la penuria. Aunque es preciso reconocer la medida gubernamental que prohíbe a los cuentapropistas la alteración de los precios; solo que de la ley a su aplicación, el tramo a veces es muy largo.
Entonces se me ocurrió, para aprovechar el periplo, ir a por unas salchichas —a mi hijo le gustan, sobre todo las de pollo— y me tuve que enfrentar con el freezer vacío. Miré a la dependienta con cara de aquí qué pasó. Y su respuesta no pudo ser otra:
—Ay mijo, desde que pasó el ciclón lo mismo traen algo hoy, que no traen nada en una semana.
Me volví a casa con las manos vacías, pero con un muy buen ánimo que no sabía de dónde brotaba. Los cubanos, en ese sentido somos lo máximo. No hay desmedro que nos amilane.
Entonces pasó un carro con banda sonora, o sea, con reguetón, y mientras sonaba Gente de Zona con Marc Anthony, a mí solo se me ocurrió cambiar una palabra y transformar el estribillo de la canción.
Porque “se formó la peladera” y según he oído decir es un mal generalizado. Lástima que ahora Puerto Rico, más devastado aún tras el paso del huracán María, no nos pueda regalar ni “el arroz con habichuela”.