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Mi querido, mi viejo, mi amigo

Muchachas con máscaras. Foto: Lía Villares
Imagen: Lía Villares

Al hospital de Ciego de Ávila, mi hospital,  lo quiero entrañablemente. Como al centro escolar Levank Kikava, los naranjales, la cañada, las escuelas en el campo y el parquecito de mi Ceballos natal. O sea, como un amigo entrañable.   

Por eso me alegro por cada uno de los éxitos, por la vida que recobran sus instalaciones, la nueva tecnología que reciben sus salas, la modernidad y el confort que, pese al periodo especial, se fortalecen a ojos vistas en ese imprescindible edificio del corazón de la capital avileña.

 En cambio, me duele que tanta solicitud cuando estoy enfermo se trastoque al acudir allí sano, para acompañar a alguna persona allegada. Todo entonces se transforma y se me antoja escurridizo, altanero, como una amante que me seduce y luego me abandona.

Me resulta difícil, pues, traspasar sus puertas, sentarme cómodamente mientras espero minutos que pueden ser de vida o muerte, tomar agua fría u otro alimento en largas vigilias, lograr la información rápida o algo tan sencillo y a veces vital como recibir o hacer una llamada telefónica.

A propósito, es curioso que en la era de los celulares, Internet, los satélites y el desarrollo de nuestra ETECSA, la comunicación con sus salas sea sólo en un sentido —hacia adentro—, nada más por el día  y mediante una pizarra telefónica con la lógica lentitud derivada de su funcionamiento mediante operadores..

Claro que el hospital no es ni un parque, ni un círculo social, ni un potrero.  Allí se requiere orden, tranquilidad, para que sus especialistas y tantos trabajadores que les apoyan puedan concentrarse en la enaltecedora misión de restaurar salud.

Pero es que tal propósito no puede lograrse cabalmente sin la calidez que sólo pueden brindar los seres más allegados… Es verdad que existen las visitas programadas y los acompañantes, pero ¿y el resto de las horas y de los días de la semana?

Recordemos que cuando alguien escoge a una pareja también tiene que asumir,  después de todo,  a la prolongación de su parentela.  Así pasa con el hospital, al cual no debe bastarle con el cuidado esmerado que le brinda al paciente. También corresponde tomar en cuenta las inquietudes de sus allegados, para que la atención sea en verdad completa.

A mi hospital, reitero, lo amo entrañablemente. Y por eso también me gustaría una exquisita  atención de su apariencia, al estilo de otras instalaciones que saben cuidar su maquillaje con la misma meticulosidad de una jovencita coqueta.

Y no hablo de recursos. Me refiero a detalles como poner un letrero con adecuado diseño, colocar en su lugar la teja del falso techo removida para alguna reparación, esconder los cables que cuelgan, retocar la pared descascarada…  En fin, total esmero para conseguir que ese centro no sea sólo importante, sino que también lo aparente.  Entonces, mi orgullo será ilimitado.

Fernando Sánchez

Fernando Sánchez. Foto en revista Árbol Invertido

(Ceballos, Ciego de Ávila, Cuba, 1958). Graduado de Periodismo (Universidad de La Habana, 1987). Se desempeñó como fotorreportero y periodista en diferentes instituciones. Dirigió en el periódico Invasor el departamento de corresponsales y colaboradores. En 1982 ingresó a Radio Surco como periodista y a partir de entonces se convirtió también en el corresponsal de Radio Rebelde, especialmente del popular programa “Haciendo radio”. En Radio Surco, además de periodista, fue locutor, editor, escritor y director de programas. Reportó para la AIN (Agencia de Información Nacional). En estos momentos labora como cuentapropista en la rama de artesanía, continúa escribiendo, colabora con fotografías para algunas publicaciones y también ha acumulado experiencia como realizador de documentales y otros audiovisuales. Antologado en Dieta balanceada y otros cuentos (Ed. Ávila, 2012). Obtuvo uno de los tres premios del concurso nacional de cuentos “Casa tomada” de la UNEAC (2012). Autor del libro de narraciones para niños Los grandes dan lástima (Ed. Ávila, 2014).

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