Una mañana de septiembre encuentro a un grupo de hombres, con una sierra eléctrica, mutilando indiscriminadamente los viejos y grandes laureles que se hallan frente al antiguo Instituto de Segunda Enseñanza, hoy Biblioteca Provincial, en el centro de la ciudad de Ciego de Ávila. A mi intervención y alarma, contestan: "Estamos podándolos" Y reacciono: «¡¿Pero ustedes llaman a esto una poda?! ¿Por qué lo hacen?" Su respuesta: que habían recibido la orden de podarlos, porque afectaban a los carros que pasaban por debajo.
Mientras yo hacía algunas fotos, de cerca y de lejos, se inhibieron un rato de seguir talando. Pero, al rato, continuaron. Y no pararían hasta terminar lo que habían venido a hacer. Como fulminados de un tajo por la mitad, de arriba abajo, dejaron a los laureles. Hicieron falta varios viajes de una carreta halada por un tractor para retirar tantos despojos.
Hay que saber que en toda la ciudad de Ciego de Ávila, no existe otro lugar donde coincidan, así, árboles de tanta frondosidad. Que sobreviva uno solo en un lugar público, es una proeza, pero que varios hayan resistido juntos el em-bate de décadas, parece difícil de creer y es hermoso verlo. Fueron sembrados cuando se construyó una sede definitiva de una importante institución civil, el Instituto de Segunda Enseñanza (1949), por lo que con ellos se formaron y crecieron generaciones, entre profesionales, artistas, políticos y mártires.
Hasta no hace mucho armaban incluso una bóveda natural, uniéndose a otro también gigante, que les quedaba al frente, pero este fue cercenado, desapa-recido por capricho de un Director de la Biblioteca Provincial cuando llegó al cargo, porque se le antojó que la cercanía de sus ramas podía ser un peligro para los libros. Entonces semejante capricho motivó una inusual polémica que pasó por las páginas de la prensa local, aunque ya el daño, como ahora, esta-ba hecho.
Caminar bajo sus ramas amplias, cuando formaban una curiosa bóveda, era una experiencia muy agradable. Hacerlo después que desapareció la otra pa-red verde que ayudaba a crear una sensación de túnel vegetal, todavía tenía su encanto, por la sombra majestuosa que aún existía. No por gusto en esta especie de refugio, año tras año, se organizaba un área infantil de la Feria Internacional del Libro.
La persona que atiende Áreas Verdes en la Dirección Municipal de Comu-nales, a donde hago una llamada, me confirma que la "acción" ha sido ejecu-tada por una brigada de esta empresa, y se lanza a probar suerte con sarta de justificaciones sin ton ni son. Que afectaban el tendido eléctrico: error, porque las ramas cortadas son las que están precisamente al otro lado de los cables. Que los vecinos se quejaban: error, estos árboles ni rozan la casa de ningún vecino, ¿o acaso es verosímil que transeúntes se quejen de recibir sombra, bajo el candente verano?
Llamé a Patrimonio Provincial, y comprobé lo que me temía: no tienen contemplado nada que se parezca a "patrimonio natural" entre sus responsabilidades, ni en el llamado casco histórico de la ciudad. Pienso que, quizás, si a alguien se le ocurriera darle una vuelta a estos árboles como a la ceiba de La Habana Vieja, con fines turísticos, alguien se preocuparía.
El crimen está hecho. Buenas coartadas, los culpables quizás poco a poco inventen algunas. Pero el verdadero móvil, seguro permanecerá oculto. ¿O, por el contrario, estará a la vista? Tengo mis sospechas. Se ven flamantes autos parqueados aquí, y recuerdo lo primero que me dijeron los encargados de hacer el trabajo sucio, y pienso que sí, que una rama podría rayar la carrocería de un auto. Y si es la llamada de auxilio de un dirigente, cualquier "Lindoro Incapaz", puede aunar la fuerza necesaria para atraer rápido a las sierras eléctricas.
¿Cuántos vaivenes, cuántos malos tiempos, gobiernos y desgobiernos, debe sobrevivir un frágil árbol en medio de una ciudad, para alcanzar la contundencia de los años y el beneficio que se traduce en potentes ramas? Su simple existencia, puede ser un monumento a la vida. Hoy estos laureles del antiguo Instituto, los que quedan, de manera significativa y elocuente aparecen depredados sin justificación.