Era febrero y sonreías, así comienza Rafael Vilches el camino de su nueva poesía. Lo dice con una taza de café entre los dedos. Café amargo es un libro para traer el ánimo al cuerpo, para esperanzarse de que son tiempos de poesía, que los poetas (sobre) viven. Después de tantos vuelcos y maromas para juntar palabras, Vilches se nos aparece con un poemario de amor. En el momento justo en que las huestes poéticas desembarcan en los predios de la alternatividad, Vilches, que ya anda a medio camino entre fuerza de sus argumentos y los logros de una versificación más que depurada, vuelve el rostro a las voces que le claman desde la selva y las maniguas que se inventa todos los días.
La poesía pasa por los ríos tormentosos de la amistad, y la de este autor no es la excepción. Lo de Vilches es más que un signo, por eso su poética retorna a lo intimista. El abrazo franco, ¿la mano franca de Martí? Es la religión mejor que ha escogido para agrupar a sus amigos. La anécdota aquí no empaña para nada el curso de lo que escribe, es una apoyatura que lo sostiene. ¿Cómo si no podemos saber de la amistad que le profesaba el bueno del Guille Vidal, el amor con que lo acogió Ángel Santiesteban y un racimo de amigos que tiene en Cuba y ni siquiera en las circunstancias políticas en que se encuentra, le han cerrado las puertas?
Era febrero y sonreías, dice Vilches al sujeto poético esfumado en la mujer que se fue, en ese suspiro que una vez estuvo sentada a su lado y ahora puso un cristal de por medio.
Era febrero y sonreías, mientras Vilches nos acerca este café tan amargo y bien dispuesto a la vez. Para los que no conozcan de sus andares, es mejor que se enteren que este poeta ha abierto a fuerza de pasión y lectura varios tramos en la maleza de la poesía cubana. Desde el compromiso puro de enseñar a leer de otra manera hasta la componenda lúcida de hacer caminos que se salen de los marcos institucionales.
Yo creo en la resonancia de las palabras, en esa juntura múltiple que aparece después de un verso bien hilvanado y en este Café amargo hay más de una riqueza. Vilches se ha ido por el lado más ríspido de engarzar frases, de lanzar mensajes a destiempo, y eso lo hace grande. Es un poeta que se inventa manzanos y arroyuelos en medio de la desolación y la orfandad de las palabras.
Los rigores del compromiso
Ese poeta y narrador que es Rafael Vilches viene de la generación de la mochila al hombro, del sueño de compartir con otros el susto de la lectura, la magia de descubrir un libro que estaba en una biblioteca, a escondidas de todos. Vilches se ha hecho de libros para los otros, nosotros, los que no teníamos el valor de la estocada a fondo cuando un librero de turno andaba entretenido en otras pendencias.
A este poeta casi bayamés, casi holguinero, guajiro por completo, le han caído los encargos de hacer un fracaso como puede ser un taller literario, amasar una revista independiente o irse de juerga con amigos: a leer, a escribir, a plantar una bandera llena de versos sin consignas, allí, donde los mandamases literarios oficiales no quieren ir.
Dos temas que recurren dentro de la poética amorosa que nos presenta hoy Rafael Vilches Proenza, son la amistad, los amigos rodeando cada palmo de esa relación extraviada, y los niños (suyos o imaginarios); y es que la ingenuidad es un basamento que apoya tanto las fuerzas energéticas con que escribe, como los deseos que tiene de que ese grito llegue hasta nosotros.
Este va a ser un libro largo de leer, un libro como un canto en la noche. Parece que nosotros lo merecemos. Vilches ha venido a regalarnos este hechizo y hoy es el día de esa gracia que esperamos.
[Miami, 6 de enero de 2014]