Hace más de tres semanas que estamos en el año 2020 y, para los cubanos, poco o nada cambia. Solamente varían los precios, pues son cada vez más caros. También cambia la presencia de los artículos de primera necesidad: cada vez más escasos. Sobre esto, un amigo bromea diciendo que ha renunciado a tantas cosas de las que le gusta comer, que ya solo le falta renunciar al pan y al agua.
Sin embargo, son tantas las ganas de vivir de los cubanos que hace solo unos días celebramos la Navidad a pesar de las carencias y de los altos precios de alimentos, bebidas y adornos. El hecho de que muchas personas colocaran adornos navideños en las fachadas de sus viviendas, alegró un poco las calles del país. Todos querían tener unos días, si no felices, al menos relajados, y estaban dispuestos a no enfadarse por verse obligados a pagar mucho más caros que en 2018 aquellos productos necesarios para las fiestas. Además de ser una tradición que estaba en el cuarto de atrás de la Casa Cuba, también se trata de una oportunidad para olvidar y suavizar la realidad.
Pasó Nochevieja y, al día siguiente, ya los medios oficiales, como nos tienen acostumbrados durante décadas, encomiaban los logros alcanzados en 2019 y anunciaban retos y desafíos para el 2020, o lo que es lo mismo, problemas, muchos problemas, que es en realidad lo que quieren decir. Eso no sorprende a nadie: retos, desafíos, problemas o penurias, son constantes en la vida diaria del cubano medio. Que ese estado adverso sea enfrentado con creatividad e ingenio, no significa que ya se haya asumido como algo natural. Son miles los cubanos que salieron el año pasado (por solo hablar de ese período) a literalmente jugarse la vida, acampando en México en espera de la oportunidad de solicitar asilo político para llegar a Estados Unidos. Son miles los que se fueron hacia otros destinos y son otros miles, o quizá millones, los que sueñan con irse para siempre, aunque sea a Madagascar o al reino de Tonga. Van en busca de una vida normal donde el trabajo honrado sea recompensado.
Esa emigración creciente no preocupa a los gobernantes. En todo caso es una segura fuente de remesas y disminuye el número de consumidores de la mal llamada canasta básica, que en realidad no es básica sino mínima, pero eso es otro asunto. Los que quedan en la isla están conscientes de que la realidad del noticiero televisivo es una, pero la vivida por ellos es otra, bien alejada del bienestar del que habla la propaganda. Los dirigentes, de acuerdo al grado de su poder, también viven otra realidad colmada de privilegios, bien diferente a la conocida por la mayoría de los ciudadanos.
Esa es la mayoría que sueña con Madagascar, como la Laurita de la vieja película de Fernando Pérez. Esa mayoría está tan cansada y minada en su voluntad, que le es imposible pensar en el significado de los términos democracia o derechos humanos. Ellos quieren comer, vestir y tener acceso a un techo digno y a medios de transporte. Muchos aseguran que esa emigración no es política sino económica. Aunque, claro está, es la política quien ha creado esta economía. Si en Cuba ellos hubieran podido tener la oportunidad de prosperar no se habrían expuesto a lo desconocido, a dejar sus profesiones y empezar de nuevo en el extranjero. Lo que sucede es que cuando se vive teniendo esas necesidades satisfechas, entonces queda algo de tiempo, interés y energía para valorar con atención las circunstancias, sus porqués y deficiencias más allá del precio de la carne de cerdo. Y es que las necesidades son crecientes. Con mucha vigilancia es que China ha podido mantener controlada a su inmensa población, permitiendo a un grupo de personas de probada lealtad convertirse en empresarios exitosos. En Rusia sucede lo mismo, quien aspire a prosperar debe acatar los mandamientos del zar Putin. En Cuba la vigilancia no está lista para liberar las fuerzas productivas y con ello empezar a advertir algún resultado económicamente positivo, luego de más de sesenta años de promesas. Primero tendrían que garantizar una lealtad ciega por parte de los emprendedores y posibles empresarios para que cuando estos logren alguna fortuna no se les ocurra hacer demasiadas preguntas. Tal cosa nunca ocurrirá. Está demostrado que a nivel de gobierno no hay ningún plan que apunte a liberar nada, sino a detener cualquier reforma que se parezca a la libertad, ya sea económica, política o cultural. Eso sí lo saben bien tanto los que emigran como los que permanecen en Cuba, es por eso que quienes han emigrado tienen la certeza de que este año deberán seguir ayudando a sus familiares de la Isla, obligación que le añade una carga bastante pesada a la nostalgia. Los que se han quedado en Cuba saben que cada día tendrán que resolver algo para alimentarse, dejar que vuelva a amanecer y seguir esperando. Aprovechar la menor oportunidad de diversión, luchar contra la tristeza y el desaliento, si al final siempre habrá otra Navidad para desearse cosas buenas y recuperar, por unos momentos, la esperanza.
Sin embargo, junto a esa resignación está creciendo la conciencia del ciudadano cubano y esto es algo que inquieta mucho a los gobernantes, quienes dicen confiar en el pueblo, pero en la práctica demuestran todo lo contrario, si no ¿por qué se ha incrementado notablemente la presencia de policías en las ciudades cubanas?, ¿por qué las nuevas leyes limitan cada vez más la libertad del individuo dejándolo sin amparo frente a las instituciones?, ¿por qué para muchos defensores de la línea dura un simple programa humorístico es visto como una herramienta para "hacerle el juego al enemigo"?
Prohibido reírse de los dirigentes, ese podría ser el contenido fundamental del próximo decreto-ley, de manera tal que no tengan que enfrentar el desafío de verse satirizados en la televisión o en cualquier otro medio. Sin duda el sistema está tratando de imponer un ciclo ideológico y quiere obligarnos a todos a marchar, pero este ciclo no acaba de cuajar entre millones de personas cansadas de un discurso vacío y que acceden a otras fuentes de información, tanto mediante internet como por el encuentro con amigos y familiares que residen fuera de Cuba. Aunque, la mayor fuente de información con que cuenta el pueblo cubano es su propia vida. Puede aparecer el más convincente de los periodistas en la televisión hablando de todos los alimentos que quiera, que si se tiene hambre, no habrá engaño. Así con todo, por eso los humoristas tienen tanto material para hacer reír con amargura. Si hasta parece que los medios oficiales les entregan el trabajo casi listo.
Todo ese agotamiento a nivel de país y el choteo que provocan quienes apuntalan el sistema es conocido por la cúpula gobernante. Es por eso que les queda apelar al extremismo y a un aparato legal que no deje resquicios para ejercer libertades. Tal vez no se llegue a prohibir la risa y, tal como viene ocurriendo sobre las arbitrariedades que sucedieron en décadas pasadas, dentro de veinticinco años se realicen debates en los círculos intelectuales cubanos para hablar sobre los "errores cometidos" y los "excesos" llevados a cabo por ciertos funcionarios, o quizá no, si una Cuba con una verdadera sociedad civil está emergiendo en las calles y en las redes sociales.
A lo mejor no haga falta repetir el ciclo de extremismo-rehabilitación. Y tampoco haga falta que los policías vigilen a una población cansada en busca de alimentos, y mucho menos establecer normas legales para entrar en la intimidad de las personas. ¿Cuándo ocurrirá el cambio? Depende de muchos factores, sobre todo de que los poderosos tengan que hacer reformas para liberarse a sí mismos del fardo ideológico que atasca el avance económico. Por el momento la anunciada prosperidad está muy lejos de asomarse. Ya empezamos a vivir otros doce meses donde, lo único seguro que proporcionará el sistema será la carestía de la vida, los tweets del presidente y el bigote del locutor Serrano moviéndose enardecido en cada emisión del noticiero.