“Todavía hay irresponsables que no han asumido la necesidad del aislamiento social” decía Miguel Diaz-Canel, presidente de Cuba, el pasado 8 de abril durante una reunión ministerial. Evidentemente señalaba a la indisciplina social como uno de los factores responsables del aumento de los casos de SARS-Cov-2 en Cuba, que cuenta con 726 infectados totales al día de hoy, de los que el 45% ha sido detectado en los últimos 7 días.
El propio Ministro de Transporte Eduardo Rodríguez reconoció recientemente que cada vez más personas utilizaban el transporte público, por lo que se decidió suspenderlo temporalmente. Las colas en los centros donde se venden productos alimenticios como pollo, picadillo o salchichas se vuelven inmensas en poco tiempo. Parecido sucede con los productos de limpieza.
Las razones por las cuales la ciudadanía aún no ha acatado totalmente las recomendaciones que se hacen desde los medios de difusión pueden ser muchas: una campaña comunicativa que evita caer en el alarmismo, unas fuerzas del orden que abundan en arterias principales pero desaparecen al interior de los barrios, unas medidas muy estrictas con el uso del nasobuco pero flexibles ante las aglomeraciones.
Pero todo esto, sabemos, se corrige con mucha más facilidad que el problema de fondo: las carencias económicas y el desabastecimiento que afectan de manera crónica a la isla. En esta ocasión al sistema económico probadamente ineficiente se suman tres factores que pueden ser muy importantes con el paso del tiempo: la crisis económica y política que vive Venezuela, el recrudecimiento de las medidas económicas impulsado por la administración Trump, y la crisis económica que se comienza a vislumbrar a nivel mundial debido a esta pandemia.
Incluso antes de la amenaza del nuevo coronavirus, como recuerda el intelectual cubano Lenier González Mederos en un artículo publicado en The Dialogue, se han visto sumamente debilitadas las infraestructuras de la isla, con la consecuente caída del nivel de vida de la población, las crisis en transporte, vivienda, alimentación, y más recientemente también en el abasto de agua.
Además, señala González Mederos, se debe tener en cuenta el éxodo creciente de cubanos que emigran, en su mayoría jóvenes, dejando a Cuba como uno de los países más envejecidos de la región. Esto, sumado a la elevada cifra de esperanza de vida en el país viene acercando lo que se conoce como bomba demográfica, que puede tener consecuencias nefastas para el país.
Es especialmente preocupante en este caso que las principales vías de ingresos del país se encuentran notablemente afectadas. La exportación de servicios médicos, que ha reportado importantes recursos financieros se ha venido reduciendo considerablemente en los últimos tiempos, principalmente por la crisis económica de Venezuela y la retirada del personal sanitario en países como Brasil, Ecuador y recientemente Bolivia.
Se considera que la segunda mayor fuente de divisas al país son las remesas, que han aumentado en un 143 % en los últimos 10 años, según cifras del economista Carmelo Mesa-Lago. Sin embargo, no sería de extrañar que también disminuyeran debido al impacto del nuevo coronavirus en los lugares que más emigrantes cubanos albergan, como son Estados Unidos o Europa.
El turismo, que es el otro renglón de oro para la economía cubana ha desaparecido en todo el orbe. El cierre de fronteras, una medida para muchos imprescindible cuando se busca reducir la velocidad de propagación de este virus, solo dio la estocada final, pues ya la suerte estaba cantada cuando los principales emisores a la isla, Europa y Canadá, habían desaconsejado los viajes a sus ciudadanos.
En su artículo, Lenier González se pregunta si la isla está a las puertas de una crisis humanitaria, y aunque aparentemente el virus no está teniendo una progresión alarmante, tampoco es requisito para destruir a una economía que ya hacía aguas, más en un país donde se importa la mayor parte de los productos alimenticios.
Otros importantes rubros cono el níquel ha caído considerablemente en el mercado internacional y se sospecha que otro producto como el tabaco, cuyas exportaciones han crecido solo un 2% en el pasado año, el menor aumento en el lustro, se podría ver afectado también por esta crisis.
Si bien la economía cubana ha mantenido un crecimiento ridículo durante los últimos años, la política de máxima confrontación implantada por la administración Trump la ha afectado visiblemente. “Ha intentado acotar la declinante relación comercial con Venezuela, sobre todo en el envío de petróleo; dificulta los flujos globales de capital hacia Cuba; ha reducido el número de vuelos entre Estados Unidos y Cuba; ha sancionado a entidades vinculadas con el aparato empresarial de la Fuerzas Armadas, sobre todo de GAESA; ha aplicado sanciones personales sobre figuras pertenecientes a la estructura de poder cubana; y ha implementado, con eficiencia, casi todos los recursos contenidos en el andamiaje legal de la Ley Helms-Burton y del embargo” escribe González Mederos en su análisis.
En su texto, el académico cubano teme una debacle económica que marcada por la combinación del desabastecimiento y el encarecimiento de productos de primera necesidad, podría desencadenar el crecimiento del flujo migratorio, el empobrecimiento de las personas de la tercera edad y un aumento de las desigualdades sociales.
Antes de terminar su interesante ensayo, González Mederos sentencia: “Sin una ampliación del régimen de libertades para que la ciudadanía pueda incursionar en la economía, la sociedad y la política; sin la consolidación de la empresa privada nacional; sin una cuantiosa inversión extrajera directa; sin la conexión de la Isla con los organismos financieros internacionales y los encadenamientos económicos globales; sin la restitución de los derechos económicos y políticos de su emigración; y sin una relación estable con Estados Unidos; será realmente difícil afrontar esta crisis de magnitudes históricas”.