En el Parque Nacional de Fishlake, en Utah, hay un viejo bosque de álamos que se extiende por más de cuarenta hectáreas. A primera vista, parece un bosque común: otra bella alameda de esbeltos tallos plateados cuyas hojas, rubias en otoño, tiemblan con la brisa inundándolo todo en derredor de reflejos y susurros.
Pero no es un bosque común. Es un árbol, un único árbol con casi cincuenta mil troncos conectados por una sola raíz. Es, además, el ser vivo más longevo de La Tierra, cuya edad se estima en unos 16 mil años; y el más masivo, con más de 6000 toneladas de peso.
Un árbol, un bosque
A mediados de los años setenta, el botánico Burton V. Barnes investigaba las colonias de álamos en las montañas de Utah. Había trabajado antes con el Servicio Forestal de los Estados Unidos en el estudio de los pinos y ya había creado su famosa cátedra de plantas leñosas en la Universidad de Michigan. Burton analizaba las fotografías aéreas del sur de Fishlake cuando advirtió un bosque de la especie Populus tremuloides que cubría un área de 106 acres en la falda de una colina: “es, posiblemente, el organismo vivo más grande del mundo”, escribió en un artículo que entonces no recibió mucha atención. Pero en 1992, Michael Grant y otros especialistas de la Universidad de Colorado volvieron sobre el trabajo de Burton y corroboraron su hallazgo.
Fue Grant quien bautizó a ese singular árbol con el nombre por el que hoy lo conocemos: Pando (del latín pandere, que significa desplegar, extender) y tras veinte años de investigaciones los científicos no terminan de sorprenderse con cada nuevo descubrimiento sobre su excepcional naturaleza.
"Más de una vez las llamas redujeron su follaje a cenizas, y en cada ocasión volvió a resurgir desde sus poderosas raíces."
Estudiando su ADN se comprobó que es un triploide, es decir, que tiene tres juegos de cromosomas, una característica que hace imposible su reproducción por semillas. Esto lo obliga a propagarse solo mediante brotes que nacen de la misma raíz para formar lo que se conoce como colonias clonales. Cada tronco es un clon, una copia casi idéntica de los demás troncos, todos conectados por un sistema de raíces que alcanza la profundidad de 27 metros.
Pero lo que hace a este árbol especial para la ciencia no es quizás lo grande, sino lo pequeño: ese “casi” que antes subrayábamos, esas sutiles mutaciones de un clon a otro, que a lo largo de milenios constituyen un material de enorme valor para entender su evolución, su capacidad para adaptarse a las condiciones variables del medio, a las sequías, los gélidos inviernos, los incendios forestales, y el daño que los animales y la actividad humana le provocan.
Se sabe, por ejemplo, que más de una vez las llamas redujeron su follaje a cenizas, y que en cada ocasión volvió a resurgir desde sus poderosas raíces. Se sabe que hay comunicación entre sus troncos, que el azote del viento o los golpes recibidos en uno de ellos envían a través de esas raíces mensajes que pueden percibirse en los troncos más distantes. Así lo comprobó, en la primera década de este siglo, Jeff Rice, un sonidista que durante años ha grabado los sonidos de Pando.
La conexión entre los seres
Pando no es, como supuso Burton, “el organismo vivo más grande del mundo”. Hay un hongo de la especie Armillaria ostoyae en el Bosque de Malheur, en Oregon, cuyos rizomas ocupan casi 900 hectáreas. Sin embargo, Pando es hasta hoy el más longevo, y su compleja red de raíces se ha convertido también, para ecologistas y amantes de la naturaleza, en un símbolo de la conexión entre todos los seres.
A propósito de este símbolo, en 2020, la organización sin fines de lucro Pando Populus pidió a varias personalidades estadounidenses que hablaran de lo que representaba Pando para ellos. Paul Rogers, un botánico especializado en el estudio de las colonias de álamos, explicó:
En Pando, como en las sociedades humanas, es fácil olvidar la relación vital entre los individuos y la comunidad. Los 47 mil troncos de Pando, con sus incontables variaciones, están conectados por un solo ADN. Los humanos, aunque somos genéticamente distintos, estamos unidos por la necesidad, por el deseo y por nuestra innata dependencia de la Madre Tierra. La paradoja que es Pando nos llama a fomentar tanto las individualidades como la comunidad.
Entre las numerosas enseñanzas de los árboles esta es, sin duda, una de las más profundas e inspiradoras. Y acaso una de las más necesarias en los tiempos que corren.
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