El poeta Raúl Tápanes López nació en Matanzas el mismo año que Fidel Castro asaltó el cuartel Moncada (1953). Allí fundó, en el comienzo de este siglo, la revista independiente de poesía Arique, pero poco después emigró. Desde 2005 ha residido fuera de Cuba, transitando por varios países. En un breve regreso a la Isla, le he hecho diez preguntas. Él se considera un autor nada excepcional, pero su testimonio es sin duda el de un auténtico poeta que se siente muy cerca de las tragedias y vivencias comunes de los cubanos en esta época.
Autor de los poemarios De la desesperanza y otros poemas (Frente de Afirmación Hispanista, México, 1999), Reiteraciones o peregrino al borde de la tierra (autoedición, Valparaíso, 2001) y De las altas ciudades, poemas de miedo y exilio (T&F Editores, Santiago de Chile, 2007), entre otros.
Tápanes también ha compilado las selecciones Antología de la poesía cósmica de Matanzas (FAH, México, 2003), junto a Iván Suárez Santana, y Siete poetas suicidas cubanos (T&F Editores, Santiago de Chile, 2009).
¿Tu poesía, de qué angustias se ha nutrido?
De la angustia y el dolor fundamental que conlleva "esta vida miserable y maravillosa", como escribí en alguna parte. Supongo que de iguales angustias y dolores que para la mayoría de las personas. No soy un poeta excepcional ni tampoco un ser humano ideal, sufro, y a veces hasta lloro de rabia como todos y en medio de este árido desierto disfruto, también como todos, de los pocos oasis de felicidad y gozo.
¿De cuál Cuba te alejabas cuando emigraste, y cuál llevabas contigo para siempre?
Quizás me alejaba, en lo personal y lo social, de una situación cerrada, sin horizonte, de problemas y de circunstancias que me ahogaban y tenían atado. Y pretendí llevarme sobre todo la luz, lo bueno de mi gente y el cariño de los míos, para descubrir al final que también me llevaba mis limitaciones y mis fantasmas.
La diáspora, ¿qué ha significado para ti?
El camino del emigrante, como el del exiliado, es siempre difícil. Dejar atrás tus seres queridos, tu tierra, darle un vuelco total a tu vida, más cuando ya no se es joven, es sumamente duro. El argentino Oliverio Girondo dijo algo así como que el verdadero poeta es aquel que en determinado momento decide darle vuelta a todo lo que ha hecho hasta entonces, y queda con su trasero al aire, empezando de nuevo. Para mí, además de los dolores ya mencionados y de otros de los que no quiero ni acordarme, ha significado la posibilidad de aprehender nuevas culturas y vivencias, de ver mi aldea, mi vida y mi trasero desde arriba tratando de no perder mis raíces, sin olvidarme de mi rostro.
La revista poética que haces no puede tener un nombre más cubano. La has mantenido a pesar de ir desde un país a otro, o sea, no has soltado los ariques de guajiro. ¿Qué significa cargar con Arique a través de otras geografías?
Comenzó como un sueño, la ilusión de hacer algo útil y hermoso de una manera que no se había hecho antes y en un momento difícil. Cargamos con el arique como se cargan tantas cosas en el alma de los poetas y de los emigrantes. La seguimos haciendo ahora, 16 años después y tres países más allá, como manera de reafirmarnos cada día que estamos vivos y seguimos en el camino, a pesar de todo, en ese intento de atar, de unir las cosas más diversas, que es para lo que nuestros guajiros usaban el arique, unir en la poesía a los cubanos de una parte y otra de las aguas, de un lado y otro de la palabra, por sobre todo lo que nos divide y separa. Y es también el reto de seguir llevando esos ariques a una dimensión más vasta.
Después de muchos años lejos, ¿cómo has vivido el reencuentro con el país natal?
Decía Joseph Brodsky que los poetas siempre vuelven —en carne y hueso, o en papel— pero nunca se vuelve al mismo lugar, ya el lugar es otro, ha cambiado. Y es la última y peor de las maldiciones que persiguen a los viajeros, desde Ítaca hasta nuestros días: sentirse un poco extraño en todas partes, como si las raíces de que hablábamos antes quedaran al aire, quizás como el nombre de tu revista, como un "árbol invertido". Sin embargo, descubres que aún hay mucho que te ata a ella, que allí están aún esas raíces, quizás al aire, pero allí, junto a tu cultura, a tu lengua, a tu gente. Porque aún te duelen y te palpitan al lado izquierdo del pecho.
¿Publicarías tu poesía ahora mismo en una editorial de Cuba si te lo pidieran? Matanzas ha tenido un movimiento editorial importante en los últimos años, donde se han publicado incluso poetas de la diáspora. ¿Nunca te han propuesto publicar en tu ciudad de origen?
Nunca me han propuesto publicar mi poesía en ninguna parte. Tampoco en Cuba: nunca formé parte de los elegidos. Pero he publicado mi poesía en Matanzas: la publiqué en los primeros números de Arique y también en ediciones caseras de mis primeros poemarios, hechas a mano, armado de una vieja máquina de escribir y mucho papel carbón. No considero que haya una poesía de la diáspora y otra que, por implicación lógica, no es de la diáspora, ni una poesía de un lado o de otro. No creo que la poesía de Heredia sea menos cubana que la de Byrne, Ismaelillo no se escribió en la Isla. No creo, ya lo dije, ser un poeta excepcional, pero si me lo pidieran publicaría en cualquier lugar donde se respete la poesía, incluso la más modesta, como la mía.
Matanzas es ciudad de grandes poetas, ¿con qué autor, libro o verso de esa gran historia lírica te sientes más identificado?
"La Atenas de Cuba" —me gusta llamarle así— ha sido cuna de muchos y muy grandes poetas, por lo que la respuesta puede ser muy amplia. Pero en primer término me siento más representado cuando pienso en los poetas que han sido un poco relegados por distintas circunstancias, como Agustín Acosta o Luis Marimón. Cuando comenzamos la aventura de publicar una cuasi revista de poesía como Arique, allá por el 2000, siempre pretendimos que fuera vehículo para las voces menos conocidas, las que no aparecían en las antologías ni en los planes editoriales de nadie.
Te ha interesado el fenómeno del suicidio en la poesía cubana, ¿por qué?
Lo tanático está profundamente enraizado en la cultura hispana y cuando te adentras en la poesía y en ciertos estudios, vas descubriendo cosas increíbles como que los indios caribeños llamaran a la mayor de las Antillas como "El bello país de la muerte", te estremeces con el Martí de Ezequiel Martínez Estrada o lees a tanto poeta atormentado y suicida. Matanzas es una ciudad estrechamente relacionada con la muerte y hasta el valle que la embellece —valle del Yumurí— debe su nombre a un suicidio. Y aunque el suicidio es un tema recurrente para los poetas de todas las latitudes, en Cuba, además, convivimos con él desde pequeños; en el transcurso de nuestra vida todos conocemos de algún amigo o vecino que se quitó la vida de una u otra forma, y nos habituamos a verlo como parte del entorno, del paisaje humano que nos rodea, como a los locos y a los poetas.
¿Y tú has pensado alguna vez en el suicidio?
Considero que el poeta, si lo es realmente, es una persona sensible que como ha definido un amigo común, escucha las voces ancestrales de su inconsciente y del inconsciente colectivo, que le atormentan y obligan a expresarse. Por eso creo que alguna vez, en algún momento, los que hacemos versos hemos pensado en el suicidio. Es una posibilidad siempre latente, como otra cualquiera.
Si pudieras escoger lo que Borges llama "una muerte propia", ¿cuál podría ser?
Siempre asocié un paradisíaco paisaje de mi niñez —la sombra de un árbol frondoso, entre una suave ladera y un río tranquilo, casi dormido— como el lugar ideal para tenderse y yacer en el último instante, al atardecer. Pero ya con un pie en el estribo y tanta tierra recorrida me conformaría con cualquier tranquilo rincón: la luz del paisaje y su poesía siempre estarán conmigo. Ojalá que también la paz.