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Hilos del fuego en los extremos. Una entrevista inédita a Fayad Jamís

"El ambiente cultural [en La Habana de los años 60] era renacentista en la dinámica y a veces medieval en las confabulaciones", rememora el poeta y pintor, junto a otros pasajes de su vida.

Fayad Jamis
El escritor y pintor Fayad Jamís (Zacatecas, 1930 - La Habana,1988).

Era lunes de anunciación y llevaba “la imprecisa precisión”[1] de encontrar al pintor Fayad Jamís, del que se promocionaba por aquellos días su muestra Fayad Jamís sí tiene quien le escriba,[2] mi condición de comisario de exposiciones en Cienfuegos me arrastraba a ir a su encuentro, para de alguna manera y en algún momento exhibir aquella muestra en la galería del bulevar cienfueguero. Tenía el propósito, no así la certeza, de encontrarlo, pero La Habana es inmensa y pequeña al unísono, es como una ventana, a esa ventana se asomó la periodista cienfueguera Claribel Terré Morell y se hizo la luz: “te llevo a su apartamento, lo está compartiendo conmigo”,[3] así, buscando al pintor encontré al poeta y más que eso al hombre de una sola pieza.

Con la mano extendida en la puerta de su apartamento del Vedado parecía el otro Van Dyjk, de raza real y colmado de todos los dones, enseguida caí en la certidumbre de que aquello iba a ser más que una conversación para negociar una exposición. Fueron tres conversadas, tres oportunidades únicas que compartí, y en las que pude demandar del artista algunas respuestas para publicarlas en el suplemento cultural Conceptos [4] del periódico 5 de Septiembre, pero la entrevista nunca se llevó a la plana del suplemento. Han pasado más de 30 años y casi todo lo dicho por el artista conserva su vigencia para comprender el entramado vital y cultural en que se movió como hombre y creador.

Empecemos por la pintura sin dejar la poesía a la vera del camino; en un cuadro suyo titulado “Colores en movimiento” se registra una especie de torbellino o “intuición del tiempo circular”, como en alguna parte apuntó su amigo Pablo Armando Fernández...

Ese cuadro que mencionas lo concebí a manera de rebelión. San Alejandro, yo estudié en San Alejandro, donde por esos años, era precaria la pedagogía de las artes plásticas allí, no me satisfacía, pero seguía siendo la Academia. La Academia no es la que con sus manos te aprieta el cuello, el asunto es tocar el violín en el lugar que estés. La rebelión de “Colores en movimiento” era de otra índole, luego comprendí que era ideológica.

¿Entonces, háblame de San Alejandro?

No llegué a San Alejandro directamente, primero asistí a una anexa y después a la misma academia, no me gradué por lo que te dije y ese era el sueño de un guajirito de Guayos que también soñaba con París y con no parar de caminar en La Habana.

Ahora que mencionas a Guayos me regresa una duda expandida, ¿de dónde es Fayad Jamís?

De Cuba. Aunque el camino no es tan corto porque mi padre es un libanés a los que en Cuba llaman genéricamente moro, solo se necesitaba ser árabe para ser un moro a los ojos de los cubanos, él salió con su olor a cedro y fue a parar a México, y allá llegó hasta Guadalupe y siguió hasta un pueblito llamado Ojocaliente, en esa época sus vetas de oro y plata todavía eran atrayentes, pero solo atrayentes, allí nací yo, por eso “...llevo / en las venas sangre del oriente / inquieta como el viento en la enramada”. Mi madre, Concha Bernal, era una mexicana orgullosa de su lema “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”,[5] ella estaba convencida de eso.

Y Guayos, ese pueblito a mitad de trecho entre Cabaiguán y Sancti Espíritus donde se inició usted en la vida literaria...

Antes de Guayos hubo más porque mis padres me trajeron para acá con apenas 6 años, así pasé por La Habana, Florida en Camagüey, Bayamo, Contramaestre, Palma Soriano en Oriente y finalmente Guayos. Por aquella época, nos remitimos a los finales de la década de los cuarenta, me parecía que Guayos era un pueblo sin agujeros por donde escapar, ahora lo veo distinto, el elevado, el ingenio La Vega, los olores mezclados, melado de caña por un lado y tabaco por otro. Los changüíes de Guayos eran el tiempo del goce, en mi primer libro le dediqué un poema, esos changüíes eran verdaderas parrandas, con lidias de barrios, voladores, carrozas. Los barrios se llaman La Loma y Cantarrana, con sus símbolos y colores, la gente allí trabajaba todo el año para los changüíes.

De Guayos puedo recordar muchas cosas, pero sobre todo mis primeras letras impresas, esas que son las que más te emocionan y el primer libro, Brújula, del que son salvables solo unos pocos versos. Para mí Guayos sigue teniendo alguna redondez.

Antes de París, La Habana ¿qué ocurre en ese trayecto?

La Habana me hizo un Caballero de París,[6] en La Habana vinieron los descubrimientos, la poesía que creía que era se me arrinconó en una esquina, la brújula que me orientó antes cambió de norte, además, si en Guayos apretaba el paso estaba fuera del pueblo, en La Habana siempre estaba dentro, eso me desató el deseo de andar, quería ser ubicuo, algunos de mis amigos lo notaron entonces y todavía lo recuerdan.

Estudiaba en San Alejandro, pero pintaba fuera de sus cánones, no podía captar la realidad tal cual la veía porque la verdadera realidad era abstracción, pintar abstracto era una manera de ser honesto como en poesía eran los integrantes de Orígenes.

Vamos a detenernos en Orígenes, en cuya editorial publicaron el libro suyo Los párpados y el polvo en 1954, además de algunos poemas con elogiosas presentaciones de Lezama Lima.

Los párpados y el polvo lo escribí mientras descubría la ciudad llevando al hombro el campo y tuve la suerte de ser de los elegidos por Orígenes. El grupo Orígenes y especialmente su líder literario, Lezama Lima, sufren de un castigo injustificado y más que injustificado, injusto,[7] para muchos el Grupo Orígenes estaba diseñado como un refugio de evasiones.

Esto que te voy a decir pudiera parecer exagerado, pero es mi percepción actual, Orígenes no fue refugio sino una rebelión y más, me atrevería a considerarlo un Moncada de la letras. Fue la resurrección martiana frente a la desdibujada república antimartiana.

¿París?

Antes de partir a París escribí poemas o, como los he llamado, “prositas”, pinté lienzos abstractos, me casé[8] y terminé el 54 en la Ciudad Luz; esa ciudad que yo veía desde acá en todas las degradaciones del azul, allí me hice un “vagabundo del alba” que recorría los altares del arte; pero en mis adentros me golpeaban las olas del Caribe porque París sirve para muchas cosas, entre ellas, de prismático para ver quizás más cerca y mejor de lo que uno se siente parte: de Cuba. Allá escribí un libro que titulé Stella del cual todavía estimo algunos textos. De París regresé con los aires del Triunfo, La Habana había cambiado de cuajo.

Antes de regresar de París, allá estableciste relación con un surrealista de raíz, Andrés Bretón, él te organizó tu primera exposición personal...

No, sobre eso de la primera exposición personal, porque la primera es una sola vez y mi primera exposición personal la organicé en Sancti Espíritus en el año 1949 cuando estaba a punto de irme a vivir para La Habana, por aquel tiempo yo estudiaba en esa ciudad y vivía en Guayos, aquella exposición no fue una arrancada en grande, pero fue mi primera exposición personal. Allá en Paris le resultaron interesantes a Bretón mis lienzos y me organizó una exposición personal y eso funcionó como legitimización de mi pintura, aunque ya en La Habana estuve vinculado al abstraccionismo con el Grupo de los Once que también fue una rebelión, parece que estoy destinado a estar cerca de las rebeliones. Aunque en París me sentía un Robinson Crusoe.

¿La Habana de los 60?

Primero el 59 que fue un suspiro, un aliento, los 60 convirtieron a La Habana en una ciudad densa, alborotada hasta lo incontrolable, se vivía de desprendimiento en desprendimiento.

Quizás no me ubiqué bien, me refería al ambiente cultural.

El ambiente cultural era renacentista en la dinámica y a veces medieval en las confabulaciones, no puedo hablar por todo el mundo porque no represento a todo el mundo como algunos a veces enarbolan y además se lo creen, me vinculé por esos años a muchos proyectos.

Dentro de esa dinámica de que te hablé yo era una pieza, una simple pieza, pero con un ánimo que ni yo mismo lo imaginaba, era el ambiente. Uno de esos proyectos fue la colección La Tertulia que me mostró un mundo interesante, el de editor que luego extendí a Ediciones FJ, también asumí la figura de las analectas y en ese oficio me inicié junto a mi entrañable Retamar.

Juntos, Retamar y yo antologamos lo que definitivamente se llamó Poesía Joven de Cuba, como toda antología que se respete tiene que estar sustentada en un criterio estético, en esta antología se defendió lo conversacional y una poesía que esté al tanto de lo cotidiano y en ese momento lo cotidiano era la Revolución.

Después de aparecer la antología Poesía Joven de Cuba, salió a la luz otra regentada por la revista y editorial El Puente, titulada Novísima poesía cubana, y estuvo a punto de aparecer una segunda antología por El Puente, así estaban las cosas debido a la emergencia de los tiempos, pero no eran los únicos porque en carril paralelo estaba Lunes de Revolución y otros.

Yo no era de Lunes de Revolución, hacía la plana cultural de Combate y el dominical del periódico Hoy.

Y alrededor de Lunes de Revolución, qué pasaba...

Eso prefiero dejarlo al tiempo que sigue transcurriendo.

Estabas, en aquel tiempo, encausando el tema de la poesía joven en Cuba y las diversas antologías que surgieron. ¿Qué piensas de eso a estas alturas?

El tiempo, el tiempo, el tiempo es un redimensionador y lo pone todo en su lugar justo, pienso que lo de joven poeta no tiene necesariamente que coincidir con la edad, hay poetas muy jóvenes que son el rostro de la senectud y poetas ancianos que son paradigmas de la juventud de la poesía, de ambos hay ejemplos por doquier.

Con la antología Poesía Joven de Cuba dice usted que se subió al carro de las analectas. ¿Cómo se gestó esa antología?

Bueno, creo que fue Alejo Carpentier quien le pidió a Roberto Fernández Retamar, mi entrañable amigo, que armara una antología de poetas jóvenes para presentarla en el Segundo Festival del Libro Cubano, Retamar aceptó, y me buscó para que trabajáramos juntos en ese proyecto, la idea que manejamos al principio era titularla Nueva Poesía Cubana, pero finalmente adoptó el título con el que salió de la editorial en 1960, se contrató su publicación en Lima, Perú. Nos incluimos junto a Baragaño y Escardó a manera de grupo, pero en realidad no existía esa condición entre los antologados.

Me interesaría entrar en su relación con Rolando Escardó, sin duda uno de los prospectos de la poesía cubana que falleció prematuramente.

Escardó era un poeta, creo que ya había sobrepasado la categoría de prospecto, revisa su obra y te darás cuenta, él no era circunstancial, te cuento que acá en La Habana compartí el mismo cuarto con él, lleno de libros, pinceles, lienzos, yeso para modelos y todo lo imaginable e inimaginable; era un pequeño cuarto con dos camas y sin muebles, estaba en la calle Reina, imagínate, si duermes hasta en el mismo cuarto cuántas cosas compartes, ideas, decepciones, proyectos; era un tipo genial, vivimos en el mismo lugar hasta que me casé y fui a vivir a Almendares.

Podemos seguir conversando sobre amigos suyos, ya definiste a Roberto Fernández Retamar como entrañable amigo, pero cómo empezó esa amistad; más adelante quiero llegar a una mujer excepcional, a Haydée Santamaría.

Haydée o Yeyé, mejor empiezo por Roberto, nos conocimos de casualidad, los dos con aspiraciones de poetas y ansias de reconocimientos, habíamos ido el mismo día, al mismo lugar, a entregar sendos cuadernos de poesía para participar en el Premio Nacional de Poesía del año 1950; fue empatía inmediata porque la conversación brotó espontánea y se movió entre la pintura y la poesía, las dos P con las que soñaba y aspiraba a alcanzar notoriedad, luego entramos en la revista Orígenes, él primero y luego yo. De un libro inédito mío, Cintio seleccionó unos poemas para incluirlo en su antología Cincuenta años de poesía cubana, 1902 -1952, fui el último de los poetas antologados, antes estaba Retamar, los dos cerramos la antología que se considera ahora memorable, esa inclusión me legitimó bastante en el gremio de los poetas cubanos, luego Roberto sería jurado del Premio Casa de las Américas en 1962 y yo obtuve allí el Premio con mi cuaderno Por esta libertad. Ahora me está invitando a que dirija las ediciones Casa de las Américas, eso es un elogio, pero no sé si pueda asumirlo, no me siento muy bien de salud, de todos modos esa propuesta, te dije, es ya un elogio...

Haydée Santamaría. En un poema homenaje que le escribió Fina García Marruz dice en unos de sus versos: “Ríndale honores como una valiente / que perdió solo su última batalla”. Haydée era una batalladora, ¿cómo la recuerda el poeta y pintor Fayad Jamís?

La poesía debe ser en buena medida, metáfora, imágenes, el poema de Fina, en ese sentido, alcanza otra dimensión; Haydée no se dejó vencer y ella misma ganó su última batalla terrenal para ganar lo que hay después. Yo estaba en México, al recibir la noticia sentí que la tierra tembló bajo mis pies y el eco del disparo se volvió un aullido de dolor, se organizó una velada en el Instituto de Relaciones Culturales “José Martí” y yo hablé, pero no puedo precisar muy bien lo dicho porque me embargaban emociones encontradas. Haydée, la miro todavía y la veo como una palma real esbelta, como el murmullo del tiempo que no nos deja de susurrar el camino. Pero te recuerdo algo, Fina terminó ese mismo poema-evocación a Haydée con unos versos sublimes, cantados a la gloria: “Sus hechos no vayan al olvido de la yerba. / Que sean recogidos, uno a uno, / Allí donde la luz no olvida sus guerreros”.

Roque Dalton, el poeta sacrificado, seleccionó y preparó una antología de tu obra en el año 1966, la selección la prologó Retamar, ¿cómo funcionó la química entre usted y Roque?

Fayad Jamís y Roque Dalton
Fayad Jamis junto al poeta Roque Dalton, en la sede del periódico "Hoy", 1962.

Roque Dalton era un hombre cabal y un poeta desesperado por nuestras tierras de América, un guerrillero de las flores de la poesía, cuando pienso en él y su destino más aborrezco los extremismos, puedo imaginar su última mirada al viento. Si Casa de las Américas tenía un huésped, ese era Roque, su muerte funcionó como perplejidad ante lo absurdo.

Con Cuerpos hizo una buena faena seleccionadora, al menos eso creo yo, me siento satisfecho, él puso la mano donde yo había puesto el alma. Roque quedó inconcluso para sus amigos y trunco para la poesía.

Usted ha obtenido muchos premios por sus obras tanto literarias como plásticas, ¿qué sitio ocupan en su quehacer?

Los premios pueden ser institucionales, esos que te otorga una institución determinada y te legitiman, esos te lo cuelgan en tus presentaciones, van a tu currículo y a veces te conocen por ser el premio tal o el premio más cual, obtener un premio es atractivo y yo te diría que hasta seductor. También están los premios intangibles, los que no tienen diplomas, trofeos, ni peculio, son lo que creen de ti o de tu obra personalidades o gente común.

De los primeros te digo que el Premio Casa de las Américas con mi libro Por esta libertad, es de los que más me han conmovido al pensar en la intensidad y densidad del gremio de los poetas latinoamericanos, era como formar parte de un gran coro en el que ya había dado mis primeros acordes, pero que desde ese momento estaba entre sus voces.

Otros premios que estimo mucho son los obtenidos por mi producción plástica, por ejemplo, el Primer Premio en el Salón Nacional de la Uneac en el año 1967 y que repetí al año siguiente.

Te dije que hay premios intangibles que nadie los menciona, son los premios que da la vida, esos que cada vez que te sientas a meditar regresan como el susurro de alas, por ejemplo, conocer a gentes como Mario Félix Bernal, Tomás Álvarez o Crucelia Hernández, una poetisa con aire; al pintor Duarte o recibir elogios de Lezama Lima. Tener un hijo es un gran premio, yo tengo una hija.

Ahora mismo yo vengo desde Cienfuegos, no soy cienfueguero pero trabajo en esa bella ciudad, Benjamín Duarte es un símbolo del arte de aquella ciudad y usted lo acaba de mencionar como uno de sus premios, además le dedicó un poema, “una prosita”, al pintor a manera de conversación ¿Qué opinión le merece Duarte?

Ahora mismo no sé nada de él.

Ya falleció.

Qué lástima, Duarte es un artista inmenso, aferrado a su Caonao, es como si quisiera estar respirando el paisaje y mirando a la ciudad, porque así es Caonao, un pueblito donde el aire es de campo y la visión, por la cercanía, es de ciudad. Ese grupo, con Duarte y Feijóo de líderes, le dio un rostro al arte intuitivo, al naif cubano; sin embargo creo que no haya nadie más original que Benjamín Duarte, en sus obras no hay artificios, todo es auténtico, descubrió que todas las líneas pueden ser arte. Siempre me pareció que el Grupo de Las Villas, después llamado Signos por la revista, era muy sólido porque tenía a dos líderes, uno espiritual, Feijóo, y otro artístico, Benjamín Duarte. Reverencio su obra, por eso el haber tomado café con Duarte, fue un privilegio que me dio la vida.

Esta pregunta seguro es recurrente: ¿poeta o pintor?

Hombre que escribe poesía para el alma y pone el alma en la pintura. De la poesía dije en alguna parte que era para mí una sacudida, una batalla donde se mezclan la sangre, la luz, el hombre y el tiempo de frente a sus circunstancias; la pintura es eso mismo atrapado en un lienzo, en un ánfora o en un gesto.

¿Otros oficios de Fayad Jamís?

He ejercido el periodismo, trabajé algo que es verdaderamente sorprendente, la restauración de obras de arte, mientras devuelves su esplendor original sientes que estás regresando tú también, luego pasas y la ves, entonces te dan deseos de gritar que ahí están tus manos; se tornan obras como de uno mismo, solo los que han restaurado una obra de arte pueden entender en su amplitud esto que te digo, no es un trabajo menor, es un oficio inmenso.

Ahora te pregunto, ¿quiénes son Fernando Moro, Onirio Estrada y F.J.N?

Son mis seudónimos, soy yo mismo.

                                        

Por una mezcla de fatalidad y casualidad, estaba en La Habana cuando anunciaron la muerte de Fayad Jamís, y fui hasta su última estancia transitoria… era noviembre de 1988. Hacía algo más de un año me había despedido de él con su "soy yo mismo". Repicaban sus versos: 

Qué importa entrar o salir o desnacer.

Me quito los zapatos

y los lanzo ciego, amorosamente, contra el mundo.

Luego, emocionado, otro poeta escribiría: "Noventa y dos cadáveres preguntan /¿murió Fayad Jamís / aquí lo estás velando?" (Víctor Rodríguez Núñez).

 

Notas: 

[1] José Lezama Lima: La Cantidad hechizada.

[2] El título de esa exposición parodiaba el de una novela de Gabriel García Márquez, en el momento de mi primer encuentro con Fayad Jamís la preparaba para enviarla a Colombia, por lo que mi propósito de llevarla a Cienfuegos se postergó. Mi interés en aquella muestra estaba esencialmente en seguir fortaleciendo el movimiento plástico cienfueguero que reordenaba sus coordenadas después de algunos inconvenientes surgidos a raíz de las intervenciones públicas Trasto 1 y 2 de Leandro Soto y al abandono oficial. El movimiento plástico de esta región tenía en su nómina a excelentes artistas,  entre ellos a Frank Iraola, Julián Espinosa Wayacón, Rafael Cáceres , Néstor López, Juan García, Luis Avilés, José García Montebravo, Ricardo Hernández, Jorge Luis Miranda y William (Fernández) Pérez, etc.

[3] Por esos días, la periodista cienfueguera Claribel Terré Morell fue acogida generosamente por el pintor y poeta Fayad Jamís, ella había perdido el cuarto que rentaba y para entonces trabajaba como periodista en la revista Bohemia y Fayad le brindó hospedaje. En Cienfuegos fue reportera en el diario 5 de Septiembre y allí realizamos varios artículos a cuatro manos sobre las artes plásticas cienfuegueras.

[4] Uno de los encargados del suplemento cultural Conceptos, Rogelito Leal, me animó a realizar la entrevista que sólo ahora ofrezco, un poco es una deuda con ese importante escritor e intelectual cienfueguero.

[5] El municipio de Ojocaliente en Zacatecas, México, tienen como eslogan: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”, la madre de Fayad Jamís , Concepción Bernal, era de ese pueblo y asumió siempre el lema por aquello de que ella era la madre y ellos, sus hijos, sus sarmientos.

[6] Hace referencia al célebre personaje que merodeaba las calles habaneras en aquellos años y que era como un referente de la ciudad en su andar y dignidad.

[7] Estas conversaciones con Fayad Jamís fueron entre los años 1986-1987, cuando todavía se mantenía una especie de velo sobre algunos de los más connotados escritores y artistas asociados a Orígenes.

[8] El 30 de mayo de 1953, Fayad Jamís contrajo matrimonio con la poeta y novelista cienfueguera Nivaria Tejera, con la que tuvo una hija, Rauda Jamís, también escritora.

Desiderio Borroto Fernández

Desiderio Borroto.

(Guáimaro, 1961) Historiador, escritor, guionista radial y curador. Máster en Cultura Latinoamericana por el ISA. Ha obtenido Premios Literarios en Cuba y obras suyas han aparecido en Cuba, Israel, Uruguay y España.Tiene publicado los libros: Abrazado sobre la Tierra, El Guajiro Barba, Historia de Guáimaro: Epoca colonial, Historia de Guáimaro: República y Revolución, La Vista Gorda. Dirige “La Sociedad del Teatro de Guáimaro" y la Casa de Cultura de esa localidad. 

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