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Diálogo con Lilliam Moro. Una poeta cubana contra la corriente

La poeta cubana Lilliam Moro
La poeta y novelista cubana Lilliam Moro | Foto: Ena Columbié.

Lilliam Moro nació en La Habana en 1946. Estudió en la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana y perteneció al grupo de jóvenes escritores de las Ediciones El Puente, un proyecto literario creado a principios de la década de 1960 por el poeta José Mario Rodríguez, con el fin de brindar un espacio a los jóvenes escritores que tenían todas las puertas de publicación y promoción cerradas. El proyecto fue motivo de agresión contra estos mismos intelectuales, pues fueron acusados de la práctica de penetración ideológica, asociación ilícita y homosexualidad, entre otros “flagelos sociales”; la mayoría fue atacada, hubo detenidos y muchos pasaron a formar parte de los campos de concentración de la UMAP; otros pocos lograron escapar saliendo del país, entre esos últimos se encontraba Lilliam Moro, quien ya se había destacado recibiendo un premio entre universidades con el libro El extranjero (1965). Publicó también críticas literarias y poemas sueltos en el periódico El Mundo, y en las revistas Unión, La Gaceta de Cuba, Bohemia y Casa de las Américas.

Moro salió de Cuba hacia España en 1970, donde vivió durante 40 años y publicó los poemarios La cara de la guerra (Madrid, 1972), Poemas del 42 (Madrid, 1989), Cuaderno de La Habana (Madrid, 2005) y su novela En la boca del lobo (Madrid, 2004). En 2011 se trasladó a Miami, donde publicó Obra poética casi completa (Miami, 2013). En el año 2017 se alzó con el IV Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández Labrador”, de Salamanca, con el poemario Contracorriente, publicado por Ediciones Diputación de Salamanca, y que ha sido traducido íntegramente al portugués por el joven y talentoso poeta Leonam Cunha.

¿Por qué Contracorriente? ¿No resulta redundante el título cuando tu obra y tu vida siempre han estado marcadas por ese concepto?

Precisamente por eso. Las vivencias de nuestra vida son redundantes la mayoría de las veces, al menos las importantes, las que pueden ser sinónimo de destino. Quizás el momento más delicado de un autor es el de bautizar con un título el libro que ha terminado de escribir o está en gestación, porque debe recoger la esencia del contenido. Un título puede deslucir el conjunto del texto, o puede ser una impronta de su esencia.

¿Crees en los concursos literarios, no has notado que en la mayoría de los casos los premios, merecidos o no, van hacia los cercanos al evento?

Creo que las generalizaciones, en cualquier área de la vida, pueden ser injustas. No se debe poner a todos los concursos bajo sospecha. Puede o no gustarnos un fallo una vez leído el libro premiado, o descalificarlo de antemano, sin conocerlo (sobre todo si se ha concursado y no se ha recibido el ansiado galardón; sería una reacción infantil pero comprensible dado lo irracional de las emociones humanas, sobre todo teniendo en cuenta que llevamos encima la herencia de Caín). Podemos pensar (la imaginación es libre) que a Jorge Luis Borges nunca se le concedió el Premio Nobel porque le resultaba antipático a la Academia, o, lo contrario, que se le dio a Bob Dylan por una amistad obviamente inexistente. Puede haber de todo, pero ante la duda hay que dar un voto de confianza.

Cuéntanos, Lilliam, ¿qué derivación tiene este premio para tu trabajo literario?

Para mi trabajo literario, ninguna, pero sí en el aspecto sentimental pues he recibido muchas sinceras felicitaciones, y en mi caso, más que un reforzamiento del ego ha suscitado en mí un inmenso agradecimiento por todos aquellos que me han demostrado la generosidad de sus sentimientos.

¿Si no hubieras obtenido este premio cambiaría tu literatura?

No. En general los premios que he recibido han sido muchísimo menos en comparación con mi participación en los concursos. De hecho, no había recibido aún este premio y ya había terminado otro poemario, El silencio y la furia, que saldrá publicado próximamente. En realidad, yo concurso sin expectativas para no sufrir un desengaño.

¿Le temes al silencio que rodea a un escritor y a su obra, le temes al olvido, quieres ser recordada, cómo?

En un verso memorable, Isel Rivero menciona el afán de perpetuidad del ser humano cuando graba su nombre en la corteza de un árbol, y hemos visto que cuando eso no le basta, une su nombre al de la persona amada como un ritual mágico, incluso con un corazón añadido, lo que no deja de ser una expresión naïf encantadora, pero a la vez patética porque es una lucha contra el tiempo, contra la muerte, porque el olvido es una de las caras de la muerte. La historia de la literatura nos enseña que “un golpe de dados puede abolir el azar”, como escribió Mallarmé. Pero, ¿quién lanza los dados? Para muchísima gente el afán de perpetuidad está centrado en sus hijos; para menos, en su obra, sea de la naturaleza que sea. Por algo en la Astrología la Casa V engloba hijos y obras. A mí no me preocupa el futuro de mi memoria en los otros, sino la pérdida de mi propia memoria.

¿Tienes un universo imaginario donde no entra la realidad, o vives en esa última, sabiendo que es sólo la lectura del pasado inmediato?

Bueno, no sé exactamente qué es la realidad, porque la percepción de ella es diferente en cada persona, aunque existe un consenso generalizado que suele concebirla como el conjunto de los sucesos de la vida cotidiana dentro de un contexto cultural específico, formado por la historia, la geografía, las costumbres y un largo etcétera. No poseo ningún universo imaginario porque no creo en las utopías. Prefiero afirmar que trato de sobrevivir en esta realidad en la que no creo pero que la mayoría afirma que es la verdadera.

¿Por qué siempre presente Cuba en tu literatura, no crees que ya el pasado es más largo que la vida?

Después de vivir 47 años fuera de Cuba su presencia en mi literatura viene dada por imperativo categórico, no por nostalgia. Es por responsabilidad, por no ser cómplice de esa perversión moral, ética, histórica que está arrasando con el alma de un pueblo. ¿Qué menos podemos hacer?

¿Qué te ha sido más útil: el odio, los amigos, la tristeza, el amor, la soledad, la duda…?

Todas esas emociones que mencionas, más que útiles, han sido necesarias para llegar al sujeto que soy en este momento. Todo lo que has enumerado menos el odio. He tenido la suerte de no haber sentido nunca ni odio ni envidia; son sentimientos inútiles que deben cansar mucho. Ira, furia, impotencia, sí, pero me duran poco porque me resultan agotadoras, así que hay que darles una salida creativa.

¿Crees como Antonin Artaud que “Toda la escritura es una porquería” o crees en su utilidad, como la de la virtud?

La utilidad de la literatura y el arte suelen darse por añadidura, dado que son expresiones de energía. Pero no creo que ningún creador, al menos en la actualidad, se plantee a priori producir una obra con el propósito de cambiar el mundo, excepto si está imbuido de un afán mesiánico emparentado con la paranoia. La época del Manifiesto comunista de Marx no es esta; las ideologías han dejado de existir. Sin embargo, sigue teniendo vigencia una novela como 1984 de Orwell porque los totalitarismos se están reciclando actualmente con múltiples caras. Y un escritor debe ser un disidente, un revolucionario de la palabra, de la estética, del status quo, pero sin aspavientos, sin estridencias, sino a través de la belleza que pueda crear. No se trata de moralismos sino de alternativas. Los grandes intelectuales y artistas pueden permitirse, de vez en cuando, decir tonterías; eso no tiene mayor importancia; lo malo es dar por ciertas las tonterías dichas por otros. Hasta el comedido Jorge Luis Borges ha dicho algunas, y cómo no, Dalí, pero él era un genio “excesivo” por naturaleza. Si Artaud pensaba eso, ¿por qué creaba? ¿Es que era un comem...?

Te devuelvo la pregunta ya que esa es mi función aquí y ahora, ¿crees que Artaud era un comem...?

No, ni mucho menos; Artaud fue un buscador de la comunicación esencial, más allá de las limitaciones de la escritura. Su frase es una tontería escandalosa sacada de contexto, pero creo comprender lo que intentaba decir. No siempre funciona el consejo de Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

No, Lilliam, la frase no ha sido sacada de contexto, encabeza un texto sobre teoría teatral, posiblemente el más fuerte dentro de su obra Le pèse-nerfs (El pesa nervios) escrito en 1925 y que dice entre otras cosas: “Toda la escritura es una porquería”. Dice: “Las personas que escapan de la ambigüedad para tratar de determinar algo de lo que ocurre en su pensamiento son unas puercas. Todo el circo de la literatura es puerco, especialmente en esta época. Todos los que esconden señales en el espíritu, quiero decir en alguna parte de la cabeza, en lugares bien localizados del cerebro, todos los que son dueños de sus expresiones, todos aquellos para quienes las palabras tienen sentido, para quienes existen alturas en el alma y corrientes en el pensamiento, aquellos que forman el espíritu de su época, con sus tareas precisas y su chirrido de autómata, son todos unos puercos. Aquellos para quienes ciertas palabras tienen un sentido y un modo de ser, aquellos que son muy educados y piensan que hay clases en los sentimientos y discuten sobre un grado cualquiera de sus ridículas clasificaciones, los que creen todavía en el diccionario, aquellos que agitan ideologías que se han instalado en la época sin estar convencidos de nada, aquellos que hablan tan bien y están siempre al tanto de la moda, aquellos que aún creen en la orientación del espíritu, aquellos que siguen sendas marcadas, agitan nombres y hacen gritar a las páginas de los libros, ésos son los peores puercos. ¡Son arbitrarios, pusilánimes!...

¿Lilliam, Qué más podemos esperar literariamente, qué preparas?

Nunca hago planes, porque como bien dice una amiga mía: “la vida te va viviendo”, y esa ha sido mi experiencia. Llevo algún tiempo escribiendo mis memorias de la década de 1960, el surgimiento del miedo, los años innombrables donde se implantó la perversión en Cuba, la muerte de la utopía. Y hace algunos años que ando concursando con una novela. Ya hace más de cuatro años que vivo en un futuro que se me dio de propina.

Ena Columbié

Ena Columbié

(Guantánamo, Cuba). Reside en Miami. Poeta, ensayista, crítica, narradora, diseñadora y artista. Licenciada en Filología. Ha obtenido numerosos premios en crítica literaria y artística, cuento y poesía. Ha publicado los libros: Dos cuentos (Cuba, 1987), El Exégeta (Crítica literaria, Cuba, 1995), Ripios y Epigramas (Poesía, Cuba, 2001), Ripios (Poesía, USA, 2006), Las Horas (Antología, 2011), Solitar (Poesía, 2012), Isla (Poesía, 2012), Luces (Narrativa, 2013), La Luz que conduce a los poetas (Antología de poesía infantil, Taller literario, 2013), Sepia (Poesía, 2016), Dossier Mireya Robles (2017), 13 poetas (Selección de poetas del exilio,  2017), y en antologías como Lenguas Recurrentes (Cuba, 1982), Lauros (Cuba, 1989), Epigramas (Cuba, 1994), Viendo caballos rojos bajo el mar (Cuba, 2004), Muestra Siglo XXI de la poesía en español (USA, 2005), La Mujer Rota (México, 2008), Antología de la poesía cubana del exilio (España, 2011), Poetas Siglo XXI – Antología mundial (Chile, 2013) y Periodismo cubano del exilio (2016), entre otras. Codirige las editoriales EntreRíos y AlphaBeta. Es fotógrafa profesional. Como pintora y fotógrafa ha expuesto en países de Latinoamérica, en USA y España. Escribe en su blog de crítica literaria y artística El Exégeta (http://elexegeta.blogspot.com)

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