El año 1999 revistió singular importancia para los cubanos. Como muchas otras familias, la constituida por Elizabeth Brotons, su pareja sentimental en ese entonces, y el pequeño hijo de Elizabeth, se lanzaban al mar en busca de las costas de la Florida. Solo el niño llegaría vivo, aferrado a un neumático y escoltado por delfines. Su nombre, Elián González, estaría en las portadas de diarios y revistas de todo el mundo, y el gobierno cubano convertiría en asunto de Estado la batalla por su regreso a la custodia paterna.
Pero, amén del “¡Liberen a Elián!”, el inicio de las Mesas Redondas en la televisión nacional y los constantes actos públicos… 1999 trajo otras noticias para los cubanos: el renacer de Joaquín Sabina con sus 19 días y 500 noches, la llegada al poder de Hugo Rafael Chávez Frías en Venezuela y, con muchísimo menor impacto mediático, la publicación por Ediciones Unión de la novela de Abilio Estévez Tuyo es el reino, que ese mismo año ganaría el Premio de la Crítica.
Sobre Elián González, Sabina y el ya fallecido comandante Chávez han corrido océanos de tinta, en cambio, no creo que la novela de mi coterráneo fuera justamente valorada. Por ello, y sin tener muy claro si Gardel tenía razón con aquello de que “veinte años no es nada”, conversamos sobre Tuyo es el reino con Abilio Estévez, narrador, uno de los mejores dramaturgos cubanos y que, en diálogo de isla a isla (Abilio reside en Mallorca), tal vez quiera darnos las claves para hacer realmente “nuestro” ese reino que nos ofrece en propiedad.
En los años ochenta publica el cuaderno de cuentos Juego con Gloria. Hay allí un texto que llama especialmente la atención. En un país donde el triunfo revolucionario había sido constantemente evocado literariamente, usted aporta una visión nueva. En lugar del revolucionario, el hombre ―el héroe masculino que arrasa en esta literatura― que celebra la victoria, Abilio Estévez hace protagonistas a las angustiadas mujeres de Columbia que temen por la suerte de sus esposos militares. El comadreo, el niño que observa el ir y venir de las mujeres, el fuego purificador, el propio ambiente en que se desarrolla la trama… prefiguran lo que más de una década después contará Abilio Estévez en su primera novela. ¿Tuvo usted algún contratiempo para que el cuento apareciese en el libro? ¿Qué puede decirnos de esa infancia en la que el Obelisco de Marianao deviene señal de identidad, pertenencia a un espacio determinado?
Es bonito eso del niño, como Poseidón, rodeado de delfines.
A la primera pregunta, te respondo que no, que nadie destacó jamás ese cuento, ni para bien ni para mal.
Y en cuanto a la segunda pregunta… toda mi infancia y parte de mi adolescencia tuvo que ver con ese espacio que siempre he sentido como un centro vital, no sólo físico, por supuesto, sino también sentimental. Si es cierto, como dice Flannery O'Connor (y seguramente es cierto, puesto que lo dijo ella), que todo el que haya sobrevivido a su infancia y a su adolescencia tiene ya material para escribir toda la vida, yo siento que cuando escribo vuelvo a ese lugar donde nací y viví hasta los dieciocho años. Cada vez que el mundo o la realidad se me hacen difíciles, regreso casi, sin darme cuenta, a ese lugar. Es como un refugio donde me siento a salvo. Donde recobro fuerzas y me dispongo a continuar sobreviviendo y también viviendo.
Reynaldo Arenas y Senel Paz han sido los narradores cubanos que más han trabajado con el personaje del niño en textos para adultos. Arenas, dejando en el lector una imagen tierna y soñadora (pienso en Con los ojos cerrados); Senel, con una nota de melancolía en su David, flotando en el limbo entre lo real y lo imaginado. En cambio, el niño de Abilio Estévez transmite, al menos en mi caso, un vago desasosiego ante la convicción de que el universo adulto lo ha absorbido demasiado pronto. ¿Concibe a estos niños desde el Abilito que se paseaba por Columbia, se llegaba a la Plaza de Marianao o al Obelisco?
Ese niño de Tuyo es el reino, a través de cuyos ojos se va narrando la novela, es un niño cuyo padre es soldado del Cuerpo de Señales, del Cuartel Militar de Columbia. El Cuerpo de Señales estaba justo al lado del Estado Mayor General, donde hoy está la Universidad de Ciencias Pedagógicas. La abuela paterna de ese niño y su tía vivían dentro del cuartel. El tío del niño era capitán del ejército y profesor de la Escuela de Cadetes. Es difícil que el niño no sintiera ese “vago desasosiego” que dices. Sí, quizás el universo adulto lo haya “absorbido demasiado pronto”, pero es que todo ese mundo estaba sintiendo su destrucción. Me cuentan que mi abuelo, días antes de la llegada del ciclón de 1944 (no tenían radio, no podían escuchar al profesor Millás ni al padre Governa) salió al patio y, en medio de un día bellísimo de principios de octubre, dijo: “Viene un ciclón tremendo”. Con esa sensibilidad para presentir las catástrofes en su propio ámbito familiar, es lógico que el escritor transmitiera a su personaje unas sensibilidades semejantes. El niño Sebastián vive en un barrio de soldados, de oficiales de pequeña graduación. Su desasosiego le llega, pues, de la atmósfera de todo un espacio que no tiene la ingenuidad de creerse “antes del alba”, sino que ya va algo adelantado, porque está en el “antes que anochezca”.
Tras alcanzar un enorme éxito como dramaturgo (no cito puestas y premios para no hacer interminable la pregunta), debuta como novelista en 1997, a más de una década de publicarse Juegos de Gloria. ¿Transita a la novela porque necesita probarse en otro género o es la historia que tiene en mente la que requiere de la narrativa de largo aliento para ser contada?
En realidad, yo siempre quise escribir novelas. Desde que leí Papá Goriot con catorce años. Fui, soy, un lector permanente de novelas. Es lo que más me satisface, como lector y como escritor. El mundo del teatro no me compensa. Se depende excesivamente de la voluntad de los otros. Además, el teatro, la dramaturgia, tienen unas reglas rigurosamente fijas. Reglas estructurales, quiero decir. Por más que quieras innovar, terminas en Aristóteles o en Heiner Müller, que es peor. Es cierto que el teatro tiene ese lado púlpito tan inmediato, esa relación con el público que no tiene ningún otro género. Pero ni eso, nada es comparable con la libertad que se siente en la soledad del cuarto, cuando estás intentando encontrar el mejor de los mundos posibles que es una novela. La novela pretende crear un mundo, con sus propias leyes, sus personas, sus paisajes, sus puntos cardinales… Un intento como ese no tiene comparación.
Muchos autores suelen pedir a colegas, amigos, lectores de ojo aguzado, que echen un vistazo a sus manuscritos inéditos y utilizan sus críticas, comentarios y sugerencias para enriquecer el texto. ¿Lo hizo usted? De ser afirmativa su respuesta, ¿podría decirme cuáles fueron los principales aportes que incorporó a la novela?
No. No hice eso que dices. No le pedí a nadie que echara un vistazo. Esos amigos de “ojos aguzados” tienen, por supuesto, sus propios criterios y su modo de entender la escritura y, por buenos lectores que sean, no siempre te dirán lo justo. Cuando la novela apareció publicada, escuché tantas cosas que si las hubiera escuchado antes me hubieran llenado de inseguridad. No, lo que se escribe es una relación íntima entre el escritor y ese personaje que es su narrador. Nadie más puede intervenir ahí. Me parece bien escribir la novela que yo quiero escribir, con sus defectos y sus virtudes. Y que los otros escriban la novela que quieran. Es maravilloso cuando terminas un libro, en el que has batallado mucho, decirte a ti mismo: “Soy solo. Por eso soy más”, la frase es de Gombrowicz.
Al hablar de grandes editoriales españolas siempre viene a la mente Tusquets. ¿Cómo llegó allí su novela?
Mi novela llegó allí por alguna razón misteriosa que no sé si llamar causalidad o casualidad. Yo fui a Barcelona en 1996 a casa de mi amiga Laura Fernández Jubrías. Una amiga suya, que trabajaba en la creación del Centro Cultural Español de La Habana, me dijo que visitara a su tía, la extraordinaria cuentista Cristina Fernández Cubas. La llamé. Me dijo: “Esta noche dan una fiesta en Tusquets, ¿quieres venir conmigo?” Dije que sí, por supuesto. La fiesta era en el piso de soltero de Antonio López Lamadrid, un lugar extraordinario en los bajos del restaurante La Balsa, en Sant Gervasi. Allí, como era inevitable, conocí a Beatriz de Moura, codueña y directora de la editorial. La fui a ver al día siguiente a la sede de Tusquets Editores. Y así empezó todo. Quiero suponer que un cierto valor de la novela hizo el resto.
Tuyo es el reino obtuvo un éxito enorme, avalado por traducciones, críticas laudatorias, premios, pero supongo que uno de sus grandes anhelos sería que el lector cubano pudiese acceder a ella. ¿Fueron muy complicadas las negociaciones para que dos años después de aparecer en España se publicara en Cuba por el sello Unión?
No, no fue difícil. Hasta donde sé, no hubo ninguna complicación. Creo que la demora se debió a problemas del plan editorial. Si alguien discutió fue a mis espaldas. Me han contado que uno de esos escritores falsamente importantes, de los que se han hecho el nombre a fuerza de darle cincel a la piedra del oportunismo, en una reunión del Consejo Editorial habló mal (políticamente) de la novela. La publicación parece demostrar que no pasó de ahí. Además, la novela fue presentada en la sala Martínez Villena, por la doctora Graziella Pogolotti, una mujer a la que quiero mucho, a pesar de que estamos en las antípodas políticas. Hay personas “comunistas” (signifique eso lo que signifique) que tienen todo mi cariño, porque son honestas. Tengo otros amigos que son casi de “extrema derecha” (signifique eso lo que signifique) a los que amo profundamente, porque son honestos. Y hay muchos, de uno u otro lado, de los que me alejo como de la peste, porque son unos farsantes. “La máquina del mundo es harto compleja para la simplicidad de los hombres”, diría Borges.
Antes de referirnos a la repercusión que la novela tuvo en Cuba, conviene hablar del texto en sí. Esta estructura coral, que yo veo como círculos que se tocan en determinados momentos y que, a su vez, están inscritos en un círculo mayor, tiene un riesgo enorme, cada personaje debe tener características muy marcadas para que el lector sepa siempre quién le habla. ¿Cómo logra mantener esa diferencia de registros y cuánto le ayuda en ello su experiencia como dramaturgo?
Es difícil para mí responder a la pregunta: “¿Cómo logra…?” Entre otras cosas, porque no creo que alguien tenga la certeza de que “Ha logrado…” En muchas ocasiones, en la mayoría, va uno dando palos de ciego, como dice el lugar común. Y por otra parte, es bueno que así sea. Me encanta el reto de no saber bien cómo lograr ciertos artificios. A pesar de que suelo hacer una descripción previa de cada personaje, su historia, el tono de su voz, etc., también es verdad que luego, en el trabajo mismo, me encuentro en la inocencia inicial. Tampoco sé bien si me ayuda mi experiencia de dramaturgo. Sospecho que escribir un género no ayuda a escribir otro. La “estructura coral” de una novela, por usar tu expresión, nada tiene que ver (creo) con los personajes del teatro.
García Márquez dijo que Úrsula Iguarán era el personaje en el que se sostenía la estructura de Cien años de soledad. La coralidad de su novela no permite afirmar algo similar respecto a alguno de sus personajes, pero creo que coincidirá en que Irene, especie de guardiana de La Isla, tiene un enorme peso en el desarrollo de la historia. Sin más fundamento que mi intuición, imagino que Abilio tomó como referencia para concebir al personaje a su propia madre. ¿Acierta en este detalle mi instinto? ¿Cuán importante es el referente real, el recuerdo de las personas que conoció en su niñez en la recreación de La Isla y las personas que se mueven en ella?
Sí, a mi propia madre y a muchas otras mujeres que han estado más o menos en mi vida. Un personaje se arma con retales, con elementos de muchas personas. Y digo esto con cierto rubor, porque me parece una perogrullada. No sé si era Hume, o algún otro empirista inglés, el que decía que podíamos imaginar el monstruo más monstruoso, y que ese monstruo siempre tendría elementos animales o humanos, elementos de lo que hemos conocido empíricamente. Y lo dijo en el siglo XVIII. También es cierto que usamos a las personas conocidas, pasadas por la imaginación, lo que significa que ya no son personas, sino personajes. Por supuesto, el referente real fue y es importante. Tuyo es el reino es una novela autobiográfica, en la medida en que cualquier novela lo es. Al fin y al cabo, las memorias, las autobiografías son formas de la ficción. Yo creo que nunca escribiré mis memorias, porque todo lo que he escrito son mis memorias.
La recreación de Cuba como isla insertada en otros espacios ya había aparecido en la narrativa de autores cubanos en el exilio durante la década del noventa, y pienso en La Isla del Cundeamor, de René Vázquez Díaz. Sin embargo, la Isla de René parece recuperable, reconstruible, mientras la suya desaparece arrasada por las llamas. ¿Tiene esto que ver con aquello que afirmaba en diálogo con Arturo Arango ―“No hay modo de ignorar la vida. De una conversación con Abilio Estévez”, La Gaceta de Cuba, núm. 6, 2002― referido al “no” como tradición en la literatura cubana, o con la idea de la ruptura definitiva de un universo?
Hasta donde sé, que no es mucho, yo nunca he sido un negador. No soy un nihilista, como tal vez sí lo fuera Virgilio Piñera. Aunque, ¿qué nihilista es ese que se sienta a escribir un libro? ¿Qué nihilista era Nietzsche cuando escribió un libro tras otro, libros que no se leían mientras tuvo razón? El nihilismo de Piñera terminaba cuando comenzaba el hecho literario. Un nihilista radical no se levanta a las cuatro de la mañana a escribir poemas y cuentos extraordinarios. Tampoco lee poemas y cuentos en La ciudad Celeste. En cuanto a mi isla, es cierto que desaparece entre llamas, pero también es cierto que termina siendo recuperada por la palabra. Esa es la afirmación. El “no” de Emilia y Vicente, los personajes de la extraordinaria pieza de Virgilio Piñera, es también la afirmación de Virgilio Piñera.
En la iconografía católica hay santos y santas que se asocian al universo de grupos históricamente marginados. Así, la figura de María Magdalena se relaciona con prostitutas, y san Sebastián y su martirio son especialmente caros al universo gay. En la portada de Tusquets se incorporaba la imagen del asaeteado, y es la aparición del herido el detonante de los sucesos que describe la novela, al tiempo que uno de los protagonistas, “el elegido”, se llama justamente Sebastián. ¿Qué busca Abilio en este referente? ¿El que cada uno de los habitantes de La Isla tenga una imagen diferente del herido implica que la novela en su conjunto puede considerarse una especie de juguete de múltiples lecturas?
Está claro, ¿no? Desde el siglo XV san Sebastián es el ícono de la belleza, de la belleza profanada, herida, que es, por eso, más belleza aún. Y en cuanto a la segunda pregunta… Bueno, uno siempre tiene la ambición de las múltiples lecturas, de la ambigüedad. Pero “un juguete de múltiples lecturas” me suena a Cortázar y ese artefacto tan pesado y pretencioso que se llama Rayuela. Mi propósito era más modesto: hacer aún más evidente la relatividad de las cosas. (Para una verdadera profundidad sobre el tema: Einstein, el capítulo XII de Paradiso y, sobre todo, Ryunosuke Akutagawa.)
“Yo nunca he sido un negador”, me dice. “Estoy por la negación, creo que un autor debe estar (...) para el no (...) todos los grandes cubanos lo han hecho de un modo u otro”, repito textualmente sus palabras de la citada entrevista a Arango. Dicho en buen cubano ¿Abilio Estévez se peina o se hace los papelillos? ¿Acaso apenas quiere demostrar la validez de la ley filosófica de la “negación de la negación”?
(Silencio. Imagino a Abilio cómodamente sentado, de cara al Mediterráneo, tan absorto en la puesta de sol que decide pasar por alto esta enojosa cuestión).
“Cuando me preguntan qué es la cubanidad, no sé responder (...) Y por lo general sé un poco de la cubanidad por negación”. Son palabras de Abilio Estévez en entrevista concedida a Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco. En Tuyo es el reino se describe detalladamente el ritual de acicalamiento del personaje de Lucio ante el espejo de su habitación, previo a una visita que suponemos a la novia y que termina en algo muy diferente. Usted define a Lucio como un cubano típico. ¿Cómo es posible que este personaje resuma “lo cubano”?
Hay un cierto tono de burla en el pasaje de Lucio preparándose para el combate. Decir de alguien que es un “cubano típico” es una boutade. Yo no sé cuál es el cubano típico. Lo más probable es que no exista.
Aunque pueda tomarse apenas como digresión, el relato del triunfo arrollador de María Callas y su repercusión mundial, contado desde la emoción más profunda, se convierte, al menos para este “enhebrador” de preguntas, en uno de los grandes momentos de Tuyo es el reino. ¿Cree Abilio Estévez en la utilidad social del arte y la literatura? ¿Es consciente de cuánto su literatura puede impactar la vida del lector, o simplemente escribe?
Eso de la “utilidad social del arte y la literatura” me suena a crítica marxista. O algo más grave, a ciertas clases en la infame Escuela de Letras donde estudié en los años setenta. No, nada sé de utilidades. La frase “utilidad social” es densa, pesada, con regusto a Gramsci, incluso peor: a F.V. Konstantinov… Simplemente, escribo.
Por las páginas de su novela desfilan, haciendo breves cameos o secundarios notables, personajes reales de la década del cincuenta (unos más reconocibles que otros). Ya antes Djuna Barnes o Reynaldo Arenas lo habían hecho refiriéndose a amigos y/o enemigos. ¿Por qué arriesgarse a terminar amistades, y quién sabe si recibir invitaciones a duelos nada literarios por recrear estos sucesos?
No creo haber ofendido a alguien. Nadie me ha retado a duelo. Si te soy sincero, no recuerdo haber sido indiscreto con la vida de otros. De todas maneras, vale muchísimo la pena lo que hicieron Djuna Barnes y Reynaldo Arenas, y no precisamente por usar la vida de otros.
Mientras las mujeres de Tuyo es el reino crean redes de apoyo mutuo que remiten al referido cuento de Juegos de Gloria, los personajes masculinos adultos de La Isla interactúan poco entre sí. ¿Responde a su concepción de las relaciones humanas en general o es un reflejo de las características del entorno en el que se mueven sus personajes?
No, eso no responde a algo de lo que yo haya sido consciente. No hay ninguna teoría detrás. Yo vivía en un entorno de mujeres de soldados y oficiales de poca graduación. Vivía en medio de ese cotilleo, todas trabajando juntas y hablando en un patio grande y común. Cuando los hombres llegaban por la tarde, todas se recogían y el patio quedaba desierto. Tan solo eso.
Son muchos los pasajes de la novela en los que sus protagonistas masculinos de todas las edades tienen relaciones homosexuales. En Cuba, entre bromas y verdades, se afirma que cada cubano “lleva en el alma la bayamesa” en alusión a una posible homosexualidad latente, y se añade que los que sienten ese deseo retienen con siete candados a esa simbólica “bayamesa” y que apenas unos pocos la dejan salir a pasear. Una de las cosas que irritó profundamente a los críticos más reacios en Cuba fue la reiteración del sexo gay y consideraron Tuyo es el reino una “novela de mariquitas”. ¿Qué respondería a este cuestionamiento un Abilio Estévez acabado de despertar de la siesta y disfrutando una brisa que mitiga el calor de otro verano alucinante?
¿De verdad son muchos los pasajes homosexuales de la novela? No estoy seguro. Tampoco estoy capacitado para decir que cada cubano “lleva en su alma la bayamesa”. Es cierto que vivimos en un país pagano y de cierta lasitud moral, pero de ahí a decir que todo el mundo tiende al maricón… No, no tengo elementos para afirmar algo así. Tampoco sabía que hubiera críticos irritados o no. Recuerdo que una escritora escribió un pequeño artículo (o algo como un artículo) donde dijo que sobraban las escenas de sexo. Eso era un problema de ella, no mío. Revelaba una profunda incomodidad con lo sexual, o con cierto tipo de sexualidad. Si el sexo está en la vida, ¿por qué no va a estar en una novela? La mojigatería es como la imbecilidad, universal y versátil. Tampoco supe que dijeran que era una novela de “mariquitas”. El término, por cierto, no es despectivo, sino antiguo, de una profunda homofobia. Y no habla mal de lo calificado, sino del calificador. Como categoría crítica, es tal vez poco seria y no apunta al hecho literario. Hay muchas novelas “mariquitas” por ahí que son maravillosas. Sólo mencionaré dos: Querelle de Brest y En busca del tiempo perdido. Pero si el autor es un “mariquita”, ¿qué esperaban?, ¿una novela sobre la cervecera de La Lisa, sobre un juego de béisbol en el Estadio Latinoamericano o sobre “la última mujer y el próximo combate”?
Si en el cuento de Juegos de Gloria arde solo la ropa, el símbolo de un régimen represor, en Tuyo es el reino el fuego se extiende por toda La Isla. Muchos vieron en esta imagen connotaciones políticas, la caída de otro régimen. ¿Se refería usted a estas interpretaciones al hablar de los “peros” que algún escritor puso a la publicación de la novela en Cuba?
Bueno, el fuego del cuento no consume la ropa de un ejército represor, yo no lo vi así. Lo vi como el símbolo de un mundo que se acaba. Cuando era niño, vivía en un medio de soldados que nadie consideraba represores. Y sólo había una gran preocupación por lo que llegaba. Nadie en aquel mundo sabía si lo que llegaba era mejor o peor que lo acabado. Había algo mucho más concreto: los soldados se quedaban sin trabajo. El fuego final de Tuyo es el reino tiene, por supuesto, la connotación de final y comienzo. De todas maneras, aunque hubiera terminado en una fiesta, hubieran pensado lo mismo. Para ser más preciso, hubieran dicho lo mismo. Porque pensar, pensar…
Mientras más me adentro (lector inocente yo, al menos hasta donde puede serlo un lector) más descubro en Tuyo es el reino las improntas de Lezama y Piñera, y hasta llego a imaginar a Abilio Estévez con diminutas réplicas de ambos autores sobre sus hombros: a la derecha, Lezama, intentando contener el asma, pero sin renunciar al puro; a la izquierda, Virgilio, que contempla sus manos, convenciéndose de que son lo único hermoso en su cuerpo. El Gordo en la forma, El Flaco en el contenido, a veces mezclados, ¿cuánto debe a ambos autores Tuyo es el reino? ¿Cuánto debe a otros? Intertextualidad, plagio. ¿Es tan delgada la línea que separa ambos conceptos? ¿Cómo la maneja usted?
Perdón, ¿la forma de mis libros es lezamiana? No creo que alguien sea capaz de imitar esa forma sin forma, ese delirio fenomenal, ese zepelín, esa monstruosidad maravillosa… ya quisiera yo. Tampoco creo que mi contenido sea piñeriano, un hombre con una sensibilidad tan próxima a Kafka y a Gombrowicz. Todo escritor escribe a partir de una tradición, más o menos amplia, eso es cierto. Yo debo mucho a muchos, pero a veces ni siquiera sé exactamente lo que debo. Y podría hacer quizás una lista de escritores que creo que me han influido, pero sería una lista vanidosa y no verdadera. A veces las influencias funcionan en un espacio muy oculto.
Amén de desacreditar su novela, en Cuba hubo otras respuestas a la misma. De un lado, Ena Lucía Portela dedica a Abilio Estévez La sombra del caminante, novela que también reflexiona sobre lo cubano y sus signos identitarios; por otra parte, aparece El paseante Cándido, de Jorge Ángel Pérez donde se hacen referencias a la novela un tanto sórdidas (un personaje tiene tatuadas en torno al ano las palabras “Tuyo es el reino”). ¿Conoció Abilio estas respuestas a través de la literatura? ¿Le preocupa, molesta, o al menos inquieta el que su texto devenga origen de otros que lo modifiquen?
La novela fue recibida con rabia. En su momento no lo entendí. Al cabo de los años comprendí el verdadero valor de esa rabia. Tantos escritores cubanos escribiendo libros supuestamente agresivos (una tradición de cierta ingenuidad, por cierto, epatar a estas alturas es sumamente difícil) y yo logré agredir sin proponérmelo. Excelente ejercicio de aprendizaje.
En cuanto a los libros que mencionas, son misteriosos los caminos que conducen a “fijarnos” en la historia de una literatura.
Siete años batallando por encontrar la frase, la imagen precisa. Si el cuento puede compararse con el esprint de las carreras de velocidad, al hablar de cualquier novela me viene a la mente la imagen del corredor de maratón acalambrado, cubierto de sudor, acaso sufriendo algún vahído, pensando en el montón de kilómetros ya recorridos, en que la meta está demasiado lejos, que tal vez no exista. ¿Cómo enfrenta un narrador ese maratón que es la novela? ¿A qué tretas recurre para “no abandonar”?
El corredor de fondo se entrena cada día. El escritor de novela tiene que sentarse cada día. No hay otra. No conozco tretas. O puede que sólo una: empezar a escribir con una buena estructura y los personajes muy claros. Y tener una gran fe. Y una gran duda. Y un buen desayuno. Y una cierta serenidad. Y una mesa de trabajo.
El ejercicio de la crítica suele estar acompañado por el cuestionamiento de la capacidad de quien la ejerce y, desgraciadamente, suele sobrepasar el puro hecho literario y llegar a la desacreditación del autor en tanto persona (hablo del mundillo intelectual cubano). ¿Qué crítica hubiese deseado para su novela tras su publicación en Cuba? ¿Cómo explica que, pese a todo lo que se dijo en contra, recibiera el Premio de la Crítica? ¿Importa más una crítica mal intencionada o el mensaje de un lector que da su criterio en sólo dos palabras: “me gustó”?
Publicar un libro tiene consecuencias. Si el libro tiene un cierto éxito, mayores consecuencias. Más o menos todos los mundillos literarios son iguales. El problema del mundillo cubano es que tiene mucho de provinciano, de gente que pasea por las tardes de guayabera blanca, alrededor de la parroquia. Todo tuvo siempre en La Habana que yo viví un tono municipal, de retreta, de juegos florales.
Recibió el Premio de la Crítica, sí, a pesar de todo. También es cierto que eso no significa demasiado.
Las críticas mal intencionadas no se leen. (Y es muy fácil, por cierto, saber solo por la firma, cuándo vienen con veneno). No hay que maltratarse. Un simple “me gustó” es bueno de oír.
A veinte años de su publicación en Cuba, ¿qué pudo faltar o sobrar a Tuyo es el reino? ¿Algún personaje de la novela aún ronda las noches de Abilio o también fueron devorados por las llamas?
Cuánto faltó a Tuyo es el reino lo he ido remediando por el camino. He escrito siete libros después (pronto serán ocho) que son variaciones sobre un mismo tema. Ningún personaje fue devorado por las llamas. Han reaparecido con otros nombres y apariencias.
Si Tuyo es el reino fuese una versión cubana de La historia interminable, de Michael Ende y La Isla, el reino de Fantasía, ¿que encontraría el lector que ahora es parte de la historia? ¿Alguna clave final para salvar La Isla más allá de la palabra?
No, no hay claves. Sólo las palabras. Y ya es suficiente.