Siempre me he preguntado qué hay en la poesía de Luis Yussef que, cuando la leo,me inunda una sensación de desasosiego y placidez. Es como si un raro, antiguo perfume viniera de lo hondo de sus versos y me envolviera para hacer menos brumosa y espesa la cotidianidad y la sobreviviencia. La obra de Luis Yusseff se inscribe en esa vena de otredad necesaria a la poesía cubana, instaurada por Casal y continuada por Dulce María Loynaz, algunos originistas y poetas más actuales como Raúl Hernández Novás, Heriberto Hernández, Pedro Yánez, Luis Manuel Pérez Boitel, entre otros. Sí, cuando leo en sus versos es como si un frío casaliano despeinara los atroces mediodías de la isla, y nos untara con una profunda y a la vez leve gravitación del espíritu.
Esas sensaciones y más surgen de la lectura de Flores de hierro sobre el pecho de un hombre (Ediciones Holguín, 2015), una antología personal que ha realizado de su poesía hasta el 2005. Incluye, al decir del poeta, “aquellos poemas que más quiero”, no quizás los mejores, los más técnicamente logrados, los más contundentes, sino sencillamente aquellos con los que siente una simpathia especial, por razones misteriosas que solo el poeta conoce a cabalidad, pero que uno intuye, cuando se asienta esa primera experiencia complaciente de la lectura. En este “ejercicio de autodecantación”, el poeta no los ha ordenado cronológicamente, sino “que los ha dejado entrar, sin oponer la menor resistencia, a los nuevos sitios reclamados por ellos mismos”. Son también aquellos textos con los que se ha comunicado con mayor efectividad y están dedicados, “reconsiderando todas las dedicatorias aparecidas anteriormente”, a su madre Nancy Leyva García, cumpliendo su “anhelado sueño”.
Antítesis, claros y dolorosos contrastes del cuerpo, las emociones, los pensamientos se subrayan en estas imágenes en perenne pugna con “la celebración insular de los demonios”, la realidad literaria y la más tangible, la de la sociedad y sus nervios enredándose en los actos de la existencia, nuestra existencia enlazada a su cosmovisión del mundo y a los valores en los que creemos y por los cuales dejamos desperdigados fragmentos de nuestro ser en el polvo. Metáforas de Yussef. Sueños. Pureza. Filamentos que no logran corromperse. Permanencia de la ternura. Continuidad.
No hay texto de los que conforman las cinco partes del libro en que no se palpe la historia de crecimiento de un ser humano que no solo ha bebido y acompañado el dolor de los grandes poetas y mitos,sino, y principalmente, el dolor más cercano de sus seres queridos y el de sí mismo. Es por eso que para llegar a los versos finales de reafirmación “contra la ventolera arrasadora de la muerte”, ha tenido que desprenderse de vestiduras, máscaras, escudos, y de mucha carne.
No nos engañemos con las explicitas intertextualidades, la literaturidad, las referencias mitológicas y el culteranismo de los motivos tratados, porque lo fundamental es el día a día, desgarrador, penumbroso, y es la historia mínima e íntima del poeta con sus pérdidas. Esto logra conformar una arquitectura singular que,dicho sea de paso, se orquesta con la paciencia de un orfebre. Es una antología, pero funciona como un texto único que se abre en múltiples resonancias. Yussef ha desechado, podó todavía más el cuidado jardín que es su obra, y entrega un libro que es manifestación coherente de una poética que durante años se ha mantenido fiel a sí misma,y más bien ajena a los nuevos impulsos neovaguardistas de la poesía cubana.
Un arquetipo retumba en estos versos, el de la rosa, ese que ha cruzado todos los fuegos de la tradición y las escuelas literarias, símbolo acariciado por casi todos los grandes poetas. A Yussef, como para Borges el Aleph, se le presentan casi todas las rosas del Mundo, la de la Eternidad, la de la Muerte. Rosa que es tu corazón y nos puede conducir a la agonía. Y es la poesía, y el abismo y Dios y, a la vez, Nada.
Ha acariciado la rosa de hierro que emerge y se articula en el insomnio y el sufrimiento de la creación. Como las palomitas de hierro del martirio de Eugenio Florit, las “flores de hierro” de Luis Cernuda, ahora sobre el pecho del poeta cubano, que le hace orlar una poética, que desde mi propia querencia se inscribe en aguas de dolorosa hermosura y trascendencia.
Del libro Flores de hierro sobre el pecho de un hombre:
CANCIONES BAJO EL PECHO
Los hijos que no tuvimos/ se esconden en las cloacas,
comen las últimas flores, / parece que adivinaran
que el día se avecina/ viene con hambre atrasada.
Luis Eduardo Aute
canción 1
nos comeremos el framboyán, hijo mío,
nos comeremos el framboyán esta primavera
apenas florezca
que el hambre odia y mañana
te diré que nunca hubo árbol
que nos asedian las aves negras del furor
y este vino agrio al que salto.
nos comeremos el framboyán, hijo mío.
el hambre es mala y corrompe
bajo el pecho canta y abre en dos el fuego encendido.
niño ceniza luz azul del aire
desciende tú
porque hay que descender y nada más
hay que hundirse hasta la miseria iluminados
terriblemente y nada más
sin preguntar
que son tiempos para no saber
de guardar el alma.
es mejor optar por la canción que calla.
yo cantaré para ti con las vísceras
hijo mío, para tu hambre
cantaré para ti con mi hambre
cantar/ cantar/ cantar
al hambre mecida en el seno del hambre
mirando las palomas junto a la ventana
dibujar cruces en la tarde.
yo cantaré para ti, hijo mío,
hasta otro día
que ponga al sol de la aventura
a cantar los huesos
otra estación feliz
otro mañana donde la lluvia no se haga charcos
después de la tormenta.
canción 2
para cada náufrago
hay una isla esperando,
aunque el náufrago en sí
también es una isla,
en ti puedes salvarte.
canción 3
niño ceniza luz azul del aire:
el hijo que no tuvimos
juega en el jardín de los asfódelos.