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Voces en la noche (Primera parte)

Existe una tradición de creadores y creadoras que han escrito la noche, consumando desde ella el acto poético. En América destacan figuras como la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz y la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda.

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Imagen: pixabay.com

Escribir la noche tiene una herencia noble en la poesía femenina de América. Si se piensa en algunos hitos pueden mencionarse nombres como los de Sor Juana Inés de la Cruz, quien nos legó aquellas silvas tituladas “El sueño” o “Primero sueño”;[1] Gertrudis Gómez de Avellaneda quien escribió entre otros textos “La noche del insomnio y el alba”; y mucho más próxima en el tiempo, Alejandra Pizarnik quien frecuentó de tal manera la escena de la noche, que la convirtió en uno de sus asuntos primordiales.

Los poetas también han preferido esta iluminación de la noche, que por razones semejantes favorece su creación y sus pasiones intelectuales más entrañables. Salta a la vista aquel verso: “Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche”,[2] de José Martí, o aquel otro en que se pregunta: “¿Adónde iré que el vigilante duerma?”.[3] En uno como en otro texto la vigilia parece deberse a la mirada persistente de la poesía, tributo a la belleza cuando se ha “ganado el pan”. Pero si en “Dos patrias”, la belleza se anuncia como encrucijada moral, el otro es el testamento de la soledad ante los horrores del mundo físico.

El curso de estas líneas elige la experiencia de mujeres entre las que se dan regularidades, que he logrado distinguir, a propósito de que la poeta Ileana Álvarez González ha decidido titular uno de sus libros escribir la noche.[4] En diálogo con la argentina, la cubana busca y encuentra combinaciones afines que la llevan a probar nexos, y rehacerlos desde su sensibilidad, a partir de un imaginario depurado en el curso de más de cinco cuadernos de versos.

Así se suma a una tradición de creadores y creadoras que han escrito la noche, consumando desde ella el acto poético. Pero antes que una voluntad por aprovechar la herencia, con la que lógicamente comparte visiones simbólicas y experiencias sensitivas, se produce aquí un vínculo natural con el ambiente, que de igual forma acompaña a otros autores: la noche como ámbito dable a la concentración, territorio propicio a la hondura, y a la vitalidad de los sentidos.

Sor Juana Inés de la Cruz, una profesional de las letras hasta en el más riguroso de los juicios ―escribió generalmente por encargo―, al referirse a su poema, dice: “no me acuerdo de haber escrito por mi gusto sino un papelillo que llaman El Sueño”.[5] De modo que, entre las ilimitadas páginas escritas por la genial mexicana, estas nacieron de una necesidad personal. Necesitaba estudiar la naturaleza, y narrar la aventura vivida, porque esa fue su pasión central. Ciertamente tuvo otras, pero la del saber irradia en ella con mucha potencia.

La voz lírica se asombra ante lo inmenso, al tiempo que repara en las pequeñas cosas. Entre ellas una “breve” flor, cuya apariencia es tan perfecta como la de los caminos, los montes, las selvas, los abismos. Belleza diminuta que se trueca en veneno. Esa flor prefigura el temor de lo que no se puede explicar.

No obstante había presentido el reto de lo inmenso en esas iluminaciones casi terribles que describe. En sus versos va dejando la fuerza de lo soñado en muchas horas: “Mas como el que ha usurpado/ diuturna oscuridad, de los objetos/ visibles los colores, / si súbitos le asaltan resplandores, con la sobra de luz queda más ciego”.[6] Por eso, intentar una comprensión del cosmos es un acto para ella bien pagado, además de ser una obra en sí misma seductora. Agradecida del beneficio nos deja saber: [quien] “a honrosa cumbre mira / término dulce [consigue] de su afán pesado”.[7]

Abunda en estos versos el reflejo de lo físico: el vacío cósmico, lleno de estrellas y todo género de esferas y de astros; montes, cumbres, y, por último, la noche como noche y el día como día: de este “corporal conocimiento”. Una sombra de aspecto piramidal se alza tratando de alcanzar la luz y con ello se desencadena un discurso cuyo tema es la indagación científica. Celebra la materia que nace de las manos de Dios ―como el hombre―, cuya naturaleza y “humano entendimiento”[8] compara al de un Ángel lo suficientemente elevado como para ver desde lo alto, el absoluto (divino), en posesión de la fe. Lo que la inspira, sin embargo, es el discurrir.

La voz lírica se asombra ante lo inmenso, al tiempo que repara en las pequeñas cosas. Entre ellas una “breve” flor, cuya apariencia es tan perfecta como la de los caminos, los montes, las selvas, los abismos. Belleza diminuta que se trueca en veneno. Esa flor prefigura el temor de lo que no se puede explicar. Es el símbolo de todas las cosas inasibles. Ante ella: “huye el conocimiento / y cobarde el discurso se desvía”. […] “se despeluza / del difícil certamen que rehúsa / acometer valiente, / porque teme ―cobarde― / comprehenderlo o mal, o nunca o tarde” […][9]

La curiosidad consustancial a la condición humana se detiene, perturbada, ante el escurridizo tópico. Cómo ambicionar el conocimiento del cosmos cuando no se consigue entender algo tan pequeño. Allí en el prado, la “frágil hermosura” explota con todos sus enigmas. El sujeto indagador lo ve como un misterio: desde los colores que se matizan en los pétalos, hasta las formas caprichosas en que terminan, o el aroma que “exhala”. Al llegar a este punto, dice que la exquisitez de la flor “solicita aplausos” a la pradera, a la que, de paso, juzga perceptor superficial “si no profano”.

En un énfasis final, añade dudas ante el exceso de arreglo de la flor, que supone resultado de “industria femenil”. ¿Es que sospecha algo nocivo detrás del maquillaje, o se trata de una de esas flores venenosas que atraen por su belleza, y pueden hallarse en cualquier pradera? No tiene que dejarlo definido, y esa ambigüedad enriquece su alegoría. De modo que el aspecto del objeto observado acarrea de por sí el elemento enigmático. Se vuelve nocivo porque desconcierta, y porque el desconcierto apunta, si no a lo definitivamente “maléfico”, cuando menos a lo falso.

Por un lado el discurso lleno de abstracciones, por el otro las fantasías que la artista va creando, a fin de avalar su eje inspirador: las ansias de saber y el vuelo del pensamiento. Vencer el conflicto de lo incognoscible supone un alma capaz de redoblar el coraje. “El arrojo se vuelve desafío, rebeldía: el acto de conocer es una transgresión”. El símbolo de esa actitud en el poema, nos dice Octavio Paz, es Faetón, quien “aparece” en su obra “como imagen de libertad que se arriesga y no teme romper los límites”.[10]

Gertrudis Gómez de Avellaneda entra en la noche en actitud casi mística. Es por los caminos espirituales, y muy comprometida con ellos, que llega en los dominios del conocimiento, avivada por las sombras. Avanza entre silenciosas “esferas celestes” que propician un enlace entre alma y espíritu. Es el territorio para dar a luz a la poesía, fuente de discernimiento y libertad.

Sin desestimar la condición intelectual y su disposición para el saber, Gertrudis Gómez de Avellaneda entra en la noche en actitud casi mística. Es por los caminos espirituales, y muy comprometida con ellos, que llega en los dominios del conocimiento, avivada por las sombras. Avanza entre silenciosas “esferas celestes” que propician un enlace entre alma y espíritu. Es el territorio para dar a luz a la poesía, fuente de discernimiento y libertad.

Esta fantasía amorosa y productiva es creada en su poema “El desposorio en sueño”. Amla, anagrama que apenas encubre a su referente (alma), […] “va / buscando alivio a pena misteriosa”.[11] Amla se eleva, aunque siguiendo un sendero que conoce y que la llevará al novio-espíritu. Según refiere la voz lírica: […] “aún no duerme, mas tampoco vela”.[12] Es el éxtasis, como preludio de la creación, que, como a enamorada, la sostiene con la “mente ansiosa”.

Y es ahí que palpa el misterio entre lo material y lo invisible, de modo que descubre algo esencial: “Fácil no, empero, tu camino juzgues; / mil negras simas se abrirán profundas; / alas por eso te daré ligeras: / ¡Nunca te hundas!” Sabe que habrá que sostener el vuelo para no caer, pero la impulsa el afán de trascendencia: […] “nunca ¡oh Amla! con mortales ojos / quieras mirarme”.[13] Todo ocurre en horas de la noche, siendo casi triste la llegada del día. Para ella, con la luz del sol, se escapa Dios.

El texto, de 1849, tiene un antecedente en “La noche del insomnio y el alba”, escrito en 1842, en el que, con apenas 28 años, la Avellaneda escribe: “siempre velan / mis tristes ojos”.[14] El alma, que no quiere caer prisionera de futilidades, no halla reposo durante el día, tiempo de por sí frecuentado por lo insignificante, y dice al espíritu: “Dadme aire. Necesito / de espacio inmensurable, / do del insomnio al grito / se alce el silencio y hable”.[15]

Pero su ambición es tal que necesita ser lanzada de su habitación, al centro del espacio celeste, y dominándolo: “medir la esfera”, “aspirar los vientos”. La esfera habrá de ser lo absoluto, perfecto y concluyente: el Uno. Los vientos serán lo infinito-inasible que la deje en libertad. En ese contraste entre lo posible y lo imposible se debate el ser de la poesía que reconoce sus límites y decide registrar su paso.

De esta manera describe el ambiente físico en que transcurre su noche: “Ni un eco se escucha, ni un ave / respira, turbando la calma; / silencio tan hondo, tan grave, / suspende el aliento del alma”.[16] Es el empuje sensitivo de las sombras que la despiertan al conocimiento del cosmos. Atrás quedó la “nada medrosa”, miedo del ser y de su compleja aunque aprisionada circunstancia. Su voluntad prefiere asumir el riesgo de eso excepcional a que es llamada con urgencia.

Esa última verdad, que en estos versos apenas logra sospecharse, es claramente definida cuando en otro texto la poeta declara quiénes tienen la singular oportunidad de conseguirlo: […] “soy quien rige las riendas del coche / do desciende su lánguida noche. […] en todas las almas sublimes / se ostenta mi sello”.[17] Aunque por esta vez el espíritu accede a la calma, para hacer el trayecto hacia la luz (del día).

Poco a poco va haciendo crecer la marea de la palabra. Desde los primeros versos, de apenas dos sílabas, nos hace llegar al centro del matrimonio entre alma y espíritu con versos octosílabos, para transitar a los versos de arte mayor, cada vez mayor, con que cierra el poema. El ritmo es otra revelación de su sentir. El paso emocionado de una noche llena de descubrimientos, cuando cede su lugar al día.

 

[1] “El sueño” debió ser el primer título. Luego aparece en la Respuesta como “Primero sueño, que así intituló y compuso la madre Juana, imitando a Góngora”. Octavio Paz: Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, Círculo de Lectores, México, 2001, p. 430.

[2] José Martí: “Dos patrias”, en:  Poesía completa, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1985. p.127.

[3] “Media noche”, en: José Martí.Poesía completa, ed.cit., p. 80.

[4] Ileana Álvarez González: escribir la noche, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2010. Libro finalista del Premio “Nicolás Guillén” los años 2006 y 2007.

[5] Sor Juana Inés de la Cruz: “Respuesta”, en: Dolor fiero, Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2005, p. 249.

[6] Sor Juana Inés de la Cruz: “El sueño”. ob. cit., p. 195.

[7] Ibíd., p. 198.

[8] Ibíd.,  p. 200.

[9] Ibíd. p. 203.

[10] Octavio Paz: Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe, Círculo de Lectores, México, 2001.

    p. 460.

[11] Gertrudis Gómez de Avellaneda: “El desposorio en sueño”, en: La noche de insomnio, Letras Cubanas, La Habana, 2003. p. 117.

[12] Ibíd., p.118.

[13] Ibíd., p. 120.

[14] Ibíd., “La noche del insomnio y el alba”, en: La noche de insomnio, ed.cit., p. 147.

[15] Ibíd., p. 148.

[16] Ibíd., p. 148.

[17] Ibíd., “El genio de la melancolía”, en: La noche de insomnio, ed.cit., p. 94.

Oneyda González

Oneyda González

Escritora, investigadora, documentalista. Ha publicado Severo Sarduy. Escrito sobre un rostro (coord), Ed. Ácana, Camagüey (2003); Las cinco y una noches, narrativa, Editorial Oriente, Santiago de Cuba (2003); Polvo de alas, el guion cinematográfico en Cuba, Editorial Oriente (2009). Obtuvo la Beca Amigos de la Biblioteca de Princeton University (2015) por la investigación para el documental Severo Secreto (2016), que ha realizado junto a Gustavo Pérez.

Comentarios:


Anónimo (no verificado) | Dom, 21/03/2021 - 17:58

Qué bien, en el día de la poesía este artículo. Y Cuba y la noche, ay...

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