El libro Cero Cero Cero (Anagrama, 2013), de Roberto Saviano, casi cumple una década. El recorrido que hace el periodista por los caminos de la cocaína, de la producción al tráfico y al consumo tiene proporciones planetarias, y uno imagina la de información que devoró el colega, la de gentes con que habló y los sitios visitados. Agobio y placer.
Las líneas que me atraparon, no lo hicieron por la composición, sino por lo que revelan. Claro, todas tienen un contexto que las arropa y explica mejor, por eso invito a la lectura personal de Saviano. Quizá este artículo le lleve a tomar tiempo para las más de 400 páginas del volumen.
“La coca es la respuesta exhaustiva a la necesidad más apremiante de la época actual: la falta de límites”, dice Saviano. Y pareciera que él mismo lo experimentó al concebir la investigación.
Sospecho que en un inicio el propio reportero se sintió como turista, sin nacionalidad, más bien como actitud, ante el mundo del narco.
“Ninguna empresa es tan dinámica, tan constantemente innovadora, tan devota del espíritu del libre mercado, como la empresa mundial de la cocaína”, escribió el italiano hacia el final. Y más adelante aceptó: “Si algo ha demostrado el capitalismo es que las revoluciones y las tragedias no han sido nunca capaces de derribarlo. Lo han arañado, pero su espíritu nunca se ha debilitado”.
El pragmatismo en Saviano
De África a Europa, a Estados Unidos, al Sudeste asiático y al interior colombiano; las palabras de Saviano funcionan como el hilo de Adriana en un laberinto al que apenas se asoman personas con tal profundidad.
“Seguir los recorridos del narcotráfico y el blanqueo te hace sentirte capaz de medir la verdad de las cosas”, confesó el autor, como si un nuevo sentido despertara tras abrir decenas de puertas giratorias entorno al oro blanco.
En ese cavar sobre un objeto de estudio con tal frenesí, dijo Saviano, “quien siente sobre sí las palabras, quien se las graba en la piel, quien se construye un nuevo vocabulario, está cambiando el curso del mundo porque ha aprendido cómo estar en él”.
La poesía en esta frase, sin embargo, es rebajada por el mismo autor capítulos después: “Lo que convierte a un hombre en un verdadero hombre es la educación. Es lo que se aprende lo que marca la diferencia”.
El pragmatismo en Saviano, propio de un periodista investigativo, lo lleva a descifrar con certeza la vida del submundo criminal. “Es siempre esto lo que hace crecer a las mafias: el vacío de poder, la debilidad, la podredumbre de un Estado frente a una organización que ofrece y representa orden”, resumió.
“Pero dice una regla elemental que, cuanto más matas, más aumenta la probabilidad de que antes o después alguien logre devolverte el favor”, sintetizó luego.
El libro, además de la clara invitación a conocer entresijos del narcotráfico, indaga en la naturaleza humana, más misteriosa aún que el mundo violento de las mafias y los cárteles. De esas abstracciones quedan líneas como esta: “Pero cuando se huye no hay que pensar nunca llevarse consigo la antigua vida. Se huye y basta. Es decir, de algún modo se muere”.
O esta otra: “El miedo y el respeto van de la mano, son las dos caras de la misma moneda: el poder”. Y una más: “Conocer es empezar a cambiar”.