Publican en Miami un libro con textos de cuatro poetas contemporáneos residentes en el oriente de Cuba y que se autodefinen como no pertenecientes a los centros del poder cultural en la isla. La selección poética incluye un prólogo firmado a cuatro manos por los propios autores, en que afirman: “pertenecemos a la periferia”, “preferimos escribir desde las grietas”, aludiendo sin duda a las condiciones en que viven, y también a la marginalidad reservada para su pensamiento crítico dentro de la sociedad, y agregan: “sabemos que es nuestro lugar”.
Tres tristes cubanos y un gato feliz, selección poética publicada por Neo Club Ediciones (Miami, 2017), presenta a cuatro de los mejores poetas que residen actualmente en Cuba, pero que, tal vez por ubicarse en lo que llaman “nuestro lugar”, alejados de la capital del país, por sus propias actitudes intransigentes, por los temas polémicos que abordan, o por todo eso junto, no aparecen entre los más conocidos o promovidos de su generación: José Alberto Velázquez (Las Parras, 1978), Frank Castell (Las Tunas, 1976), José Luis Serrano (Estancia Lejos, 1971) y Carlos Esquivel (Elia, 1968).
Tres tristes cubanos y un gato feliz(Neo Club Ediciones, Miami, 2017). Selección de cuatro poetas cubanos.
Se trata de un tipo de selección poética sin duda desacostumbrada dentro del escenario editorial cubano controlado por sellos estatales, aquí no medió un compilador extemporáneo, estos poetas se han unido por propia voluntad para dar la cara, y de qué manera. Enfrentan falsas apariencias construidas desde lo político, lo social y lo poético, y llegan a ser incluso explícitamente agresivos: “Nuestra obra está contra el vacío: monstruo cotidiano y feliz en el que cientos de poetas se mueven y celebran el perdón por ser felices y normales.”
No es un libro inofensivo ni quiere parecerlo. El zarpazo del “tigre” acechante que no se menciona en el título de la selección (alusión a la novela Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante), tal vez está más definido que esa tristeza decorativa o crepuscular en que la crítica estereotipada suele colocar a las letras no producidas en La Habana, principal centro cultural y de poder de Cuba. Por el contrario, entregan, además de sus versos, un documento introductorio que no es de elusiva ficción, sino de riquísima fricción, cargado de connotaciones y referencias al contexto cubano. Se tocan los extremos del manifiesto (género vanguardista, peligroso y prácticamente abolido de la vida literaria en Cuba, donde hacer “grupitos” se ha considerado un desafío a la política oficial colectivista) y el “no manifiesto”, en la declaración titulada “Esto no es una proclama, ni un manifiesto, ni un tornillo de banco”.
Unieron sus voces para pronunciarse sobre las relaciones de poder en el ámbito cultural de Cuba, contra los cenáculos que sirven a “los organizadores del espectáculo” buscando éxito o complacencia a toda costa, a quienes advierten que “olvidan el inevitable ascenso de lo subterráneo desde un compromiso con la resistencia”.
“Hace tiempo que en Cuba la poesía se dividió en bandos que pugnan por hacerse visibles. Cenáculos que se pavonean de asumir el protagonismo a través de un discurso cultural descendente. Sectas que fabrican poemas, ganan premios y publican libros con total impunidad. Pero olvidan el inevitable ascenso de lo subterráneo desde un compromiso con la resistencia”.
¿Pudiera leerse esta selección poética, aparentemente mucho más humilde, como una respuesta a la pretenciosa —véase el contraste de ambos títulos— antología The Cuban Team. Los once poetas cubanos (Hypermedia Ediciones, 2016), y más específicamente a la poética de su antologador, Oscar Cruz, representante de una autoproclamada Generación Cero? Quienes prefieran creer que sí, tal vez encontrarán, en el prólogo de Tres tristes cubanos y un gato feliz, no pocos indicios que les den la razón.
Aunque eviten mencionar nombres, basta recordar que “por sus frutos los conoceréis”, pues el panorama de decadencia literaria que describen asociado a la práctica del poder en Cuba, corresponde a “Brabucones que despotrican contra todo lo que no sea ellos mismos”, “conversacionales y efusivos”, viendo además que “se alejan de la metáfora para caer de nalgas en la anáfora”.
Durante los últimos años, instituciones cubanas promovieron precisamente una especie de antipoesía que redescubre el lenguaje callejero y descree de premisas ideológicas, aupando a sus voceros como máximas novedades. Quizás no sería descabellado considerar que tal es el fenómeno aludido, al afirmar que “una escritura decrépita y domesticada se nos vende como novedosa y transgresora”, añadiendo: “A los organizadores del espectáculo les conviene”. Incluso imaginan una frase de los burócratas que dirigen o tratan de dirigir entre telones: “Déjalos que vociferen contra el poder, siempre y cuando lo hagan con la meticulosa sintaxis del poder”.
Estamos ante un libro impactante. Más allá de la poética — política o poliética— explícita en un documento clave para desenredar el laberinto de ilusiones o falsas apariencias que es el contexto cultural cubano tan viciado de simulaciones, los versos reunidos en este libro tienen la obligación de satisfacer altas expectativas de vitalidad. ¿Cumplen? Creemos que sí. Pero ya eso cada lector de poesía tendrá que descubrirlo en un aparte.
Son poetas intransigentes, depravados, oprimidos por las palabras y las patrias: “Dos patrias, dos rumbos, dos silencios, José. / Hay que elegir entre el dolor y la obediencia, / entre las flores y el destierro” (Frank Castell: “José Martí me escucha mientras llueve”).
Bordean abismos esenciales de una realidad que no muestran las postales para turistas. Juegan con formas verbales de lucidez que se acercan a la radical decepción. Dolor enconado y angustias profundas salen con desparpajo a la calle, salen de su carne, de su irreverencia, mientras los cuatro fantasean encontrar “el corazón de la poesía”, del enemigo, para devorarlo.