La mesura puede ser una niña, con un paraguas, intentando atravesar la cuerda floja de lo justo. Nada valen los pasos avanzados: aun cuando falte corto tramo, un gesto de más, el mínimo desequilibrio, y cae para siempre en el abismo.
En la literatura de no ficción, el polémico concepto de “objetividad” —tan estirado o reprimido según la conveniencia— suele determinar la validez de una investigación. Y como la “objetividad” resulta subjetiva, la mesura puede ser el as bajo la manga ante la suspicacia ajena.
El joven periodista Yoe Suárez, con la obra Tú no te llamas desierto (Ediciones Iblec, 2015; Claustrofobias, 2016), se apropia de ese criterio para atravesar ileso el campo minado de los cuestionamientos.
Con osadía y tino detectivesco, el autor se acerca al espinoso tema de las prácticas religiosas en el escenario nacional posterior a enero de 1959. El volumen particulariza en la experiencia de la denominación cristiana Liga Evangélica de Cuba (LEC), en el medio siglo comprendido entre 1949-1999.
Suárez, graduado de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana en 2014, se apoya en diversos géneros periodísticos para hilvanar una historia fragmentada, perdida durante años en la desmemoria de los testigos, pero recuperada de manera oral mediante preguntas provocadoras del recuerdo.
Además de logradas entrevistas, el investigador se vale del comentario, la crónica y elementos del reportaje para conformar el testimonio. Por sobre el estilo sobrio, característico de este tipo de narraciones, se destacan pinceladas literarias bien agradecidas por el lector.
“Llueve mucho en las tardes de verano, como para espantar el calor de la ciudad. El agua que cae (…) busca el mar por cualquier vía. Y cuando rebosan tragantes y alcantarillas comienza el viaje gravitacional abajo, abajo, abajo… Viendo el río correr, tratando de superar la bulla de los goterones, hija y madre se sientan a recordar”, comienza uno de los capítulos.
En el período contado, resalta la parquedad en la vida cotidiana de los miembros de la congregación, especialmente de quienes practicaban el ministerio. Los años fundacionales, la instalación en un barrio periférico de la ciudad (actualmente conocido como Santa Felicia, en Marianao), la recaudación de fondos para construir el templo, la labor proselitista, la atmósfera enrarecida durante la lucha rebelde, la huida de Fulgencio Batista, la llegada de los barbudos desde la Sierra Maestra, el descabezamiento de la Liga a causa de la emigración de los años 60…
Tal vez los momentos de mayor fluidez narrativa, que más estremecen, revelando y avivando la sensibilidad humana, afloran en los referidos a las décadas de 1970 y 1990, etapas antagónicas, pletóricas en contrastes, de la relación Iglesia-Estado en Cuba.
La primera, caracterizada por la reclusión, la precariedad, los tragos amargos; la segunda, a pesar de las carencias materiales y otros obstáculos, por el renacer, la expansión, el torbellino de una cotidianidad exuberante.
Tú no te llamas desierto narra medio siglo de historia patria desde la perspectiva de un grupo minoritario de la sociedad cubana. Alejados de los grandes titulares, de las noticias pomposas y la publicidad, deambularon por décadas cerca de las sombras públicas, oscilaron en los vértices mismos de la legalidad con tozudez y persistencia.
Ahí se halla uno de los mayores méritos de la obra: la elección del prisma desde el cual mirar. Observar la realidad con los ojos de los menos, aporta matices agradablemente insospechados. Ignorarlos, sesga, excluye, empaña las lentes con que nos reconocemos frente a ese espejo que, algunos estudiosos, a falta de otro término, han llamado identidad.