La poesía en el umbral de nuestros días es un género que no se aprecia, ni se le dedica la tranquilidad que el verso necesita para ser entendido. El poeta, como hace siglos, sigue siendo un ser alienado sin el más mínimo pudor. El poeta sufre el castigo de la ignorancia, la prisa y la no lectura.
Jorge Enrique González Pacheco (www.jorgeenrique.net), poeta y promotor cultural, nació en La Habana en 1969, se afincó en los Estados Unidos desde el 2003. Es un poeta místico e intimista con raíces africanas, asiáticas y europeas. Su obra sobresale por su singularidad dentro del panorama de la poesía cubana contemporánea. Para quienes no renunciamos a la lectura de poesía, Jorge Enrique es un referente portentoso que nos reconcilia en diálogo sutil con nuestro mundo interior. Publicó su primer poema a los 22 años, “Escritos inéditos”, de la mano de la fallecida poeta española Ana María Fagundo, en el número de Otoño de la revista Alaluz que la también profesora Fagundo dirigía en la University of California en Riverside con el apoyo del Spanish and Portuguese Department. Desde allí, y de manera independiente, entra a formar parte de la joven generación poética de los ‘90 que cambió el rumbo de la literatura en Cuba e hizo su propia renovación literaria. Siendo uno de los mejores exponentes de esta generación, sus poemas comienzan a ser incluidos en revistas literarias y antologías en más de nueve países y a traducirse al inglés y al francés. Sus libros publicados son: Poesía Ilustrada (New York, 1992), Antología de la Décima Cósmica de La Habana (Ciudad de México, 2003), Notaciones del Inocente, (Moguer, 2003), Tierra de Secreta Transparencia (Madrid, 2004), Bajo la luz de mi sangre / Under the Light of my Blood, bilingual edition (Victoria BC, 2009). Cuenta con un nuevo poemario inédito que ha titulado “Habitante Invisible”. Coincidí con él en su más reciente visita a Madrid en febrero pasado. Le prometí entrevistarlo y me pidió le enviará un cuestionario que fuese lo suficientemente tentador de contestar. Meses después lo envié y aquí están mis preguntas y sus respuestas, que llevan de título un verso de su poema “Tan solo yo”, publicado en Argentina en el 2000.
¿Quién es Jorge Enrique? ¿Por qué crees que has sido tiernamente odiado?
Háblame de tu mamá.
Mi madre fue una persona que sufrió en silencio muchísimo. Sufrió el desprecio de su madre que la separó de sus hermanos y fue criada por una familia amiga de mis abuelos. Mi madre a pesar de todo eso, y lo que recuerdo, porque ella murió cuando yo tenía 11 años, jamás la vi quejarse de lo que había vivido hasta entonces. Amó a sus hijos intensamente. No tenía preferencias a la hora de repartir su cariño entre nosotros. Era bromista y buena cocinera, le gustaba vernos comer y se fumaba un cigarrito después de la cena. Tuvo unos ojos preciosos que todos les celebraban, sus ojos eran de una belleza extraordinaria. Me enseñó a ser la persona leal que soy, a no temer a los golpes de la vida, a seguir adelante si me decían “no”, a vivir el día a día. Me mostró con una paciencia tremenda a conocer los pros y los contras del ser humano. Se mantuvo al lado de mi padre, aunque sabía que su relación ya estaba rota desde años antes de morir, y lo hizo por no afectar a sus hijos. Tuvo a la madre de mi padre que vivía en nuestra casa, como una madre y consejera. Cuando supo lo de su enfermedad, no quiso demostrarlo hasta que los síntomas del cáncer empezaron a hacerse evidentes. Quizás suena a cliché, pero tuve la mejor madre que un ser humano pueda tener.
¿Qué significa haber nacido en una Cuba de inmensas luchas y contradicciones, en la Cuba posterior a 1959?
Cuba —te diría como buen cubano— es una isla mágica, llena de música, color, sol, sabor y de gente astuta e inteligente. Haber nacido y crecido en una Cuba que vivía en perenne campo de entrenamiento, esperando una invasión estadounidense, fue una satisfacción, y un pesar a la vez. Y te digo el porqué del pesar. Yo nací 10 años después de fundada la revolución. Al inicio fue una revolución que sin lugar a dudas tuvo sus avances y creó una expectativa global, pero al pasar de los años se fue convirtiendo en una involución llena de un amasijo de frustraciones, exilios y muerte. La Cuba posterior al año ‘59 se ha convertido para muchos en una isla maléfica, en un desastre no solo político y social, sino también humano. El cubano que se quedó allí y no se exilió ha sobrevivido con miles de vicisitudes, lleno de carencias y falto de esperanzas, y no ha visto cumplir las promesas que le hiciera la nueva sociedad. La revolución llegó con un proyecto y apoyo social indescriptible, pero se fue convirtiendo después en el gobierno de unos pocos y de un grupo de privilegiados, donde se empezó a encarcelar y aniquilar la libertad y la libre expresión. Comenzaron adjudicarse solo para ellos el concepto de Patria. Por supuesto, los castristas que se ponen siempre como víctimas de los Estados Unidos, tuvieron no solo que luchar contra quienes dentro de Cuba les contradecían. Luchaban contra un exilio agresivo que tenía razón para serlo, luchaban contra el fantasma que ha significado los Estados Unidos y su pésima política exterior. Al gobierno no le quedó otra opción para sobrevivir que no fuera aliarse a la Unión Soviética, hoy Rusia, que persistía en su deseo de ser una superpotencia en batalla frontal contra los Estados Unidos. Cuba por su posición geopolítica era un enclave importante y fuente de espionaje para los rusos. Pero llegó la Perestroika y todo se vino abajo. Cuba quedó sin su principal aliado navegando en frente de un destructivo vecino, supuestamente asfixiándola, sin economía, con un gobierno autoritario que había perdido los recursos que lo mantenía en pie. En vez de iniciar reformas verdaderas, el régimen comenzó a pintar la fachada para evitar una intervención internacional. El dictador promovió algunas reformas, pero sin llegar a un cambio verdadero. Hoy los cubanos siguen en su inmensa lucha por la supervivencia, miles han perdido sus valores esenciales, y se han convertido en personas que viven de lo que pueden “resolver”, ya sin aquel orgullo que nos hacía sentirnos como seres únicos e interesantes. El cubano sigue siendo amable, pero mucho más oportunista, todo porque el gobierno no ha dejado atrás su política obsoleta de la guerra fría y para nada le importa el pueblo y su bienestar. El cubano de adentro está agotado y obstinado, y prefiere irse a cualquier parte de este mundo por mejorar su situación económica, o por temor a la cárcel o a la paliza policial. A pesar de todo esto, como te dije, el haber nacido en Cuba después de 1959 ha sido una experiencia indescriptible.
En su mayoría, tu poesía está dedicada a tu madre y a otras mujeres ¿Qué notas en nosotras que somos inspiración para ti?
La poesía surgió en mí tras la temprana muerte de mi madre. Fue el evento que me dejó un gran océano de preguntas y desconfianzas. Nadie desea perder a un ser tan especial como una madre, menos en la adolescencia. Entonces me tocó a mí la pregunta de qué hacer. La poesía fue el camino de escape. No me quedó más alternativa que imaginar la madre ausente a través de los versos. De esta forma la regresaba de nuevo. Fue la vía que encontré para resucitarla, pero mientras escribía y escribía, la mujer como inspiración se afirmaba. Tienes ahí el poema "La mudez del alba", el segundo poema mío publicado por Alaluz en 1994. Los primeros versos dicen: “deseo recordar a la mujer tras las letras de mis días, tras los eclipses del pasado”. Es un poema dedicado a mi mamá, y a su vez a cualquier mujer. Quizás porque mi madre se fue muy pronto, ella y la mujer en general comenzaron a aparecer de disímiles maneras en mi obra. En cada poema había de alguna forma u otra una alusión. La desaparición física de esa mujer “tras los eclipses del pasado” me empujó a mirarlas como cielo, mar, aire, ave, azul, palabras en la que ustedes se encarnan en un símbolo. Fue una amiga de mi madre la primera en decirme que debía de comenzar a escribir aquello que sentía. Ella era maestra y disfrutaba escucharme decir de memoria mis poemas llenos de un mundo donde solamente vivía yo con ustedes o con Nancy Esther, que así se llamaba mi madre. Esa emoción era necesaria descargarla en una página en blanco. Un día, a mis 14 años, llevé a esta amiga mis primeros intentos poéticos. Quizás por ser mujer me sentí más cómodo y confiado en leérselos. Aquella literatura era una verborrea tremenda, llena de adjetivos, adverbios y más. Ni recuerdo esas cosas ahora. Pasó el tiempo y un día otra amiga, pero esta vez mía —ahora vive con Alzheimer en la Florida—, le llevó uno de mis poemas, mejor depurado, al crítico y poeta Luis Marré. Luis leyó el poema y me escribió de regreso una oración que decía que “yo era un poeta, que la poesía era un oficio como otro cualquiera y que se desarrollaba leyendo y emborronando, pero que tenía la intuición del poeta y que eso era lo importante”. Ese poema simple contenía un esbozo de mi madre. La mujer desde entonces es un mineral insustituible en gran parte de mi obra. Es la que me ha dado la fuerza necesaria para seguir ensayando a ser poeta.
¿La poesía y sus metáfora, qué son para ti?
La poesía es mi sangre, vivo gracias a ella, no tanto económicamente, pero sí emocionalmente. La poesía sin metáforas no es poesía. La metáfora poética es un poco como el aire, lo sentimos pero no lo vemos. La metáfora es el gozo y corazón de todo poema. En mis clases les explico a los estudiantes que me preguntan sobre qué es poesía y qué es metáfora. Les digo: “la poesía es el cuerpo, y la metáfora la energía que lo mueve”. A veces quienes dicen escribir poesía creen que están escribiendo con metáforas, y en realidad están usando un lenguaje para nada poético y sin hallazgos creíbles que harían al poema trascendente. Adjetivar innecesariamente no es metáfora, adjetivos que conforman imágenes comunes es pura palabrería. El asunto no está en montar palabra tras palabra en imágenes vacías y sin la fiebre que debe traer cada verso. El asunto es saber crear un ritmo único y sublimador, que te acaricie la mente, que te haga revolotear, que sientas su música interior y lo que te cuenta. Cierta vez el poeta mexicano Octavio Paz al celebrar mi poema “Garabatos en el parque”, poema que ahora está publicado en mi libro Bajo la luz de mi sangre, me dijo: “tu metáfora hermosa, es pura imaginería”. Eso es la metáfora, pura imaginería. No tener ese cúmulo de imágenes que deben chocar con la imaginación, es lo que hace a la poesía convertirse en pseudopoesía. Con esto te digo que todavía me queda muchísimo por aprender. Cuando tengo la hoja en blanco, el comenzar a escribir se vuelve un desafío constante, pues no quiero repetirme y deseo que la poesía venga nueva, fresca. A veces lo logro y a veces no. No me gusta forzar la metáfora que en fin le dará vida al poema.
Además de la poesía, ¿qué otros géneros literarios te gustaría desarrollar?
Me hubiera gustado ser un novelista o crítico. Me deslumbran las novelas, sus sociedades y sus personajes. Hubiera deseado ser novelista. No es muy tarde aún para hacerlo, pero guardo mis reservas. Y la crítica —aunque soy bastante criticón— en literatura creo no se me da con la fluidez que quisiera, porque al ser poeta sé lo que los autores trabajan, la disciplina que se debe tener para escribir. Por supuesto, eso no quiere decir que si escriben algo sin el sentido común que toda literatura debe de tener no la voy a criticar. Tiempo al tiempo. Voy a comenzar a inventar mis personajes a ver qué pasa.
Entre tus premios están el “Delia Carrera” de Poesía, en Cuba y el “Seattle Mayor Arts Award”, en Estados Unidos. ¿Eres alguien que persigues reconocimientos?
Para nada sigo esa meta de acumular premios. Creo en el trabajo diario, en seguir tus propósitos y cumplirlos sin esperar que te reconozcan. En la tenacidad y la pasión. Si llega el premio... bienvenido. No soy de ir presentando mis poemas a concursos literarios ni nada parecido. Mi poesía no es para premios. El “Delia Carrera” fue un premio que se le otorgó a mi soneto “La dócil alba que en tu altura guía” en La Habana, en 1996. El jurado que lo integró, hoy ya clásicos de la literatura cubana, reconoció los valores literarios de mi obra. Este premio no ha sido publicado en Cuba. El primero en publicarlo fue mi estimado amigo, poeta e historiador andaluz Diego Ropero Regidor. Diego fue el editor del poemario Notaciones del inocente donde quedó el soneto. Notaciones salió bajo el sello de Ediciones Oneras en Moguer, la patria chica del Andaluz Universal, el majestuoso poeta español Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura de 1956. Luego, en el 2008, la antología Arcoiris que organizó la profesora chilena Diomenia Carvajal en
Francia, lo incluyó representando a Cuba. Esta edición de Arcoiris se editó en francés, español y lenguas indígenas, la integran narradores y poetas de Francia e Hispanoamérica. El “Seattle Mayor Arts Award” del 2018 es un reconocimiento algo político que entrega el Alcalde de Seattle a personas que considera como prominentes y que han aportado a la cultura de la ciudad en diferentes aspectos. Es un Premio donde te nominan y nunca llegas a saber quién te nominó. Un jurado de especialistas en las artes escoge a los nominados y luego premiados. Considero este Premio un hermoso reconocimiento, como cubano e inmigrante hispano en los Estados Unidos es un logro y una satisfacción enormes que dediqué a quienes han creído en mí y se han arriesgado conmigo.
“Habana, lúcida eres, sombra que retorna jardín, en infinito desvelo para abrigar el alba”, esos son versos de tu poema “Habana”. ¿Qué significó para ti dejar la ciudad en donde naciste?
Dejar La Habana fue un plan que elaboré sin desearlo totalmente. Vivía en ella un insilio que me carcomía la psiquis. La Habana no la encuentro en Ciudad de México, en Madrid o en Buenos Aires. La Habana es única, pero tuve que dar el paso y definir abandonarla. No me parecía humanamente posible el seguir viviendo en ella de la manera en que lo hacía. Recientemente, la revista de literatura hispana Azahares de la University of Arkansas en Fort Smith en los Estados Unidos ha publicado uno de mis poemas titulado “Homeless”, en versos describo lo que fue vivir errante e incomprendido. Durmiendo en casas de amigos después que mi padre me expulsara del hogar donde di mis primeros pasos. La Habana vive en lo más hermoso que veo. La llevo cuando en Seattle me siento en su playa de Alki a mirar el mar, cuando escucho a Celia Cruz o el clarinete de Paquito de Rivera. Cuando leo a Guillermo Cabrera Infante o a los jóvenes poetas y narradores cubanos. Cuando me encuentro en París un cuadro de Wilfredo Lam. Es una ciudad que debes de vivirla diariamente. En el poema “Habana”, que primeramente se publicó en inglés y español en la revista Poetry Now del Sacramento Poetry Center en California, le hablo a esa Habana que ya no tenía enfrente de mí, aunque caminaba por sus calles y cruzaba frente a sus pórticos derrumbados o a punto de derrumbarse y matar a un transeúnte inadvertido. En el poema, a pesar de estar escrito en 1996, ya se olfateaba la idea de que un día me iría. Para mí La Habana seguirá siendo mi ciudad barroca y de las columnas, como escribió el novelista cubano-francés Alejo Carpentier.
¿Qué significó para ti haber sido un integrante de la generación cubana de los poetas de los ‘90, del que eres uno de sus mejores representantes internacionalmente? ¿Cuáles son tus poetas favoritos del ayer y del hoy? ¿Quiénes fueron esas fuentes que te ayudaron a subir la cuesta?
Excelentes preguntas. Empiezo hablando de la generación de los ‘90. Yo comencé a publicar en los Estados Unidos en el primer año de esa década, y no porque no quería publicar en Cuba, sino que después de varias negativas de publicación por revistas literarias de la isla, me fui a buscar horizontes por otros lados y lo encontré primeramente en la University of California en Riverside. No pertenecí a ningún grupo literario, por eso me sorprende que me tengan como uno de los mejores poetas de esa generación. La generación eran poetas en sus veinte, como yo entonces, y fue un movimiento nacional. A muchos de ellos los descubrí en un número de la revista Jácara. Los estudiosos de ese grupo me conocían porque las revistas en las que publicaba en el exterior llegaban a la biblioteca de Casa de las Américas o el Instituto de Literatura y Lingüística, ambos en La Habana, por citar un par de lugares, entre esas publicaciones la más conocida era la revista Alaluz, que era muy literaria. Entonces me fui convirtiendo en una especie de lobo solitario. Los principios de los años ‘90 fue una época difícil para todos nosotros porque las editoriales cubanas no tenían papel para publicar. Y estos poetas, además de Jácara y otra revista que se editaba en la provincia de Matanzas, estaban publicando por España o México. Las editoriales cubanas preferían invertir en los consagrados o en los premiados en el Premio David de Poesía, que era un premio para poetas jóvenes, por ejemplo, al que nunca envíe ningún poemario, aunque el conocido poeta Alex Pausides, quien era buen amigo mío, me alentó a que lo hiciera. Era el inicio del llamado “Periodo Especial”, lleno de carencias alimentarias y de todo tipo, ese período fue un desastre social y económico de inmensa magnitud, surgido después de la caída del bloque socialista de la Europa del Este y tuvo como eventos catárticos al Maleconazo y la emigración de los balseros. Estos poetas se iniciaron en tertulias, en las aulas de las universidades, haciendo una poesía magnífica, que no tenía mucha conexión con lo que se había escrito hasta entonces. Comenzaron a dejar los coloquialismos y empezaron a hacer versos más intrincados y complejos, sin facilismos, y tuvieron a modo de inspiración la lectura de toda esa textualidad literaria que nunca envejece; sobre todo empezaron a adorar poetas olvidados o mal llevados por los personeros que dirigían la cultura. Poetas de una independencia y pluralidad que los extasiaba. Recuerdo una poeta adorada por aquellos jóvenes, Lina de Feria, que en ese momento ya no era maltratada por la política cultural del sistema. Lina recibía, escuchaba y leía a esos jóvenes. Lina, era muy respetada por los literatos, pero contestataria al régimen en privado, sin llegar a lo disidente y demasiado provocativo. También la poeta Reina María Rodríguez en su Azotea propiciaba otro lugar de encuentros de aquellos decepcionados y apasionados nuevos versistas. Lina formó parte de una generación anterior. La poeta los seguía y alentaba. Yo llegué a ella casi por casualidad, porque una estudiante de la University of Texas en Austin, que me leyó en Alaluz, había llegado a La Habana en función de encontrarme y de paso asistir en Casa de las Américas a una conferencia sobre Severo Sarduy, el narrador y poeta cubano que murió del SIDA en París. Rosa, una méxico-estadounidense me pidió que la acompañara a visitar a Lina. En mi primera conversación con la poeta me di cuenta que aquellos nuevos intelectuales tenían todo su apoyo, por haber sido valientes en romper con el mensaje oficialista de cómo la poesía era tratada hasta entonces. Fidel Castro había pedido en uno de sus interminables discursos: “Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada”; pero esta generación se escapó de ese pedido y empezó a mirar a los poetas censurados, tal fue el caso del exiliado Heberto Padilla, a los poetas de Orígenes, a los clásicos cubanos del siglo diecinueve como un Julián del Casal. Eran irreverentes, no querían parecerse a los poetas que le rindieron pleitesía a la poesía revolucionaria. Yo, por ejemplo, no me interesé por publicar en las revistas dirigidas por la oficialidad, aunque hacerlo también te daba cierta notoriedad y te sacaba del anonimato en Cuba. Pero no veía que aquella poesía mía tan íntima y personal cupiera en las páginas de la revista El Caimán Barbudo, por citarte una publicación. El Caimán Barbudo publicaba de vez en cuando a alguno de ellos. La mayoría de estos poetas están ahora viviendo en la diáspora, repartidos en Miami —como Aymara Aymerich—, en Barcelona, París o Ciudad de México realizando trabajos de todo tipo; unos se han secado y no se ha sabido más de ellos, otros son profesores en colegios o universidades o dirigen una editorial en Madrid. No creo que queden muchos por Cuba, todavía si sé que Liudmila Quincoses, a quien admiro, está por la isla. Fue una generación que se esparció en la diáspora. Nos tocó vivir el golpe de la incredulidad de una sociedad abocada a reclamar cambios.
Ahora te hablaré someramente de los poetas favoritos míos del ayer y los del hoy que leo y releo constantemente. Leo desde los imprescindibles como San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Góngora, Quevedo, hasta José Martí, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, José Hierro, Nicanor Parra, los poetas españoles de la generación de los ‘50, de ellos a José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente; seguidos del uruguayo Mario Benedetti, la estadounidense Sylvia Plath, Maya Angelou, las traducciones de los clásicos franceses, rusos, el haiku japonés, algún que otro de la literatura portuguesa, al eslovaco Ľudovít Štúr. Entre los de hoy te puedo mencionar al granadino Fernando Valverde, los también españoles Concha García, Manuel Vilas, la cubana radicada en Chile Damaris Calderón, el cubano radicado en Estados Unidos Víctor Rodríguez Núñez, a mi amigo el cubano-español Alberto Lauro Pino, que está en Miami, al francés Zéno Bianu, la mexicana Lorena Sanmillan, que tiene un poema que adoro, y se llama “Ok Enterado”, la colombiana Piedad Bonnett; recientemente me leí un par de antologías, la primera, una española llamada Las bestias del corazón que reúne la poesía de diez poetas jóvenes alemanes traducidos al castellano que en su totalidad me gustaron mucho y, la segunda, un libro en francés e inglés con autoras de la conocida como "Generación Beat", que fue un movimiento literario de la postguerra que influenciaron la vida cultural y política de los Estados Unidos; la antología publicada en Francia se titula Beat Attitude Femmes poètes de la Beat Generation y la conforman una selección de mujeres poetas como la inglesa Denise Levertov, que falleciera en Seattle, las estadounidenses Leonore Kandel, Elise Cowen, Diane di Prima, que a sus 84 años todavía sigue algo activa, Hettie Jones, Joanne Kyger, entre otras. Acerca de las fuentes que me ayudaron a subir la cuesta te contaré que fueron varias y de distintas maneras. Cuando decidí publicar, Ana Maria Fagundo fue mi primera editora, si lo puedo llamar así, y agradeceré mientras viva las páginas que me ofreció en los números de Otoño y Primavera de Alaluz en el 1991 y el 1994. De esta manera me mostró el camino a seguir y me motivó a caminar la ruta. Alaluz me actualizaba de lo que se escribía en la poesía hispanoamericana de entonces, era una especie de termómetro. La española Ana Rossetti fue una de esas poetas que descubrí en Alaluz, a Rossetti la conocí casi veinte años después personalmente en la University of Washington en una lectura a la que vino de invitada. Orlando Rossardi, otro excelente poeta cubano de Miami, también lo descubrí en Alaluz y qué honor haberlo tenido en la presentación de Tierra de secreta transparencia, en el Centro Cultural Español de Miami, en el 2004. Pero antes de publicar en Alaluz, a finales de los años ochenta, y gracias a mi relación casi de ahijado con el novelista cubano Manuel Cofiño López, me iba a la Unión Nacional de Artistas y Escritores de Cuba, allá me sentaba a conversar con Sara Casal, que fuera secretaria y jefa de despacho del llamado Poeta Nacional Nicolás Guillén. Sara era una mujer sublime y culta. Ella fue antes de la Fagundo la guía que tuve en el tema de la poesía. A Sara le gustaba escucharme leer mis poemas y de manera casi clandestina me prestaba libros de la biblioteca personal de Nicolás, quién ya había muerto. Era poesía de todo tipo, ahí fue cuando entonces empecé a descubrir a los poetas cubanos del Grupo Orígenes que presidió José Lezama Lima. Eliseo Diego junto con Gastón Baquero, el padre Gaztelu, Fina García Marruz, Cintio Vitier y otros. A Eliseo lo conocí de cerca porque fue el vecino de Alina Fuentes Aldama, una de mis amigas de la infancia, que a su vez fue su ahijada. Una tarde la madre de Alina me tenía como sorpresa llevarme a conocer a Eliseo que me esperaba con refrigerio incluido, a los pocos minutos arribó el colombiano Gabriel García Márquez que lo venía a visitar esa misma tarde y tuvimos una tertulia de esas que no me creía lo que estaba viviendo. Eliseo era un poeta de una delicadeza muy especial. A mi juicio, junto con Gastón Baquero, que se exilió y murió en España, fue el mejor de los origenistas, como llamaron a los de Orígenes, y uno de los poetas más importantes de la literatura del siglo XX latinoamericano, por eso en México se le concedió el Premio Juan Rulfo de Literatura Latinoamericana. Los españoles le quedaron debiendo el Premio Cervantes. Tengo el honor de que una antología que se publicó en México en homenaje a Eliseo, y que titularon Habiendo llegado el tiempo, aparece mi poema “Testamento a Eliseo Diego”. También me ayudó mucho el leer a poetas de la generación del 27. De ellos mis favoritos son Lorca, Cernuda, Aleixandre, Manuel Altolaguirre. Sara Casal me regala en uno de sus viajes a México un par de antologías de dos argentinos omnipresentes: Jorge Luis Borges y Alejandra Pizarnik. Ya estando en la universidad haciendo una carrera en literatura, no me quedó más alternativa que leer cuanto libro de poesía fuera posible y luego, a escribir. En Madrid, a donde fui por una estancia para mi Máster, me inspiraron aquellos que en la Universidad de La Habana no me indicaron; como Reinaldo Arenas, que se suicidó en el exilio, otros cubanos de adentro vetados o latinoamericanos que dejaron de apoyar a la revolución y entraron en la lista negra de las instituciones educativas de la isla, como Jaime Labastida, director de la revista mexicana Plural. A mediados de los ’90, conocí a Serafina Núñez, una muy importante poeta cubana que estaba ya de retirada. Serafina, paradójicamente, no se había exiliado con su familia, y vivía en el barrio habanero de La Víbora. De Serafina, antes de conocerla personalmente, ya había leído un par de sus sonetos que me enamoraron. Ella aparece dibujada líricamente en el libro Españoles de tres mundo de Juan Ramón Jiménez. De haber integrado Orígenes, como José Lezama Lima se lo pidió, se hubiera convertido en la poeta más sobresaliente del grupo. La Núñez fue alguien que al pasar del tiempo fue esencial y extraordinaria para mí. La conocí gracias a Luis Suardíaz, un poeta de la generación de los coloquialistas y de buen ojo para rescatar valores de la literatura a tiempo. Luis fue de la generación post revolución y estuvo integrado fielmente a la poesía revolucionaria. Él había organizado el relanzamiento de la poeta con una antología breve de su poesía, celebrando su cumpleaños ochenta. La poeta que murió en el 2006, se hizo tan entrañable amiga y cercana que cada noche durábamos horas hablando por teléfono. Para mí, con 24 años, conversar con una intelectual esencial para la literatura de Cuba y del continente, descubierta por Juan Ramón Jiménez y valorada por la chilena, y también Premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral, el mexicano Alfonso Reyes y el erudito peruano Luis Alberto Sánchez, era como estar dentro de un universo muy especial y hecho solamente para elegidos. A Serafina agradezco el modelado de mis poemas, además, de vez en cuando me invitaba a comer en su casa, en una época de hambruna y desolación en mi vida. Con Serafina hacía ejercicios muy interesantes, me pedía que le leyera un poema, entonces me decía que lo guardara y en una semana regresara a leerlo de nuevo y a darle el sentido final a la “flor”. Si te tengo que contar lo que vivimos no tendría para cuando acabar, fueron tantos años de amistad, que al salir de Cuba le prometí que le haría su antología y que se publicaría en España, país al que nunca fue. En ediciones Torremozas, en el 2004, con el apoyo de la Fundación Juan Ramón Jiménez, pude compilar su antología que titulé Tierra de secreta transparencia, con muchos de sus poemas. El libro pudo terminarse gracias también a todo el apoyo que me ofreció la profesora y crítica cubana Madeline Cámara desde la South Florida University, en Tampa; Madeline nos escribió una bellísima introducción. La antología se presentó primero en la Feria Internacional del Libro de Miami y después en La Habana, en el Centro Dulce María Loynaz, con el poeta César López como anfitrión y la poeta, ya muy delicada de salud, en persona. Todo se concretó gracias al empuje que ofreció el editor del libro, el ya nombrado Diego Ropero Regidor, que viajó a este homenaje desde España a La Habana, en parte en mi nombre. Recuerdo que cuando visité a Serafina por última vez antes de viajar a Ciudad de México, me dijo con voz tenue: “Mijo, no te nos apagues, no pares de escribir”. No he parado de escribir. Soy un observador de todo lo nuevo que va naciendo, el Slam, por ejemplo, que no es nuevo, si nos remontamos a los que declamaban versos y los actuaban en tiempos antaños. Eso es un poco el Slam y está muy de moda por Estados Unidos. Desde que resido en la nación norteamericana mis gustos han cambiado un poco. Gracias al crítico Alejandro Ríos, profesor del Miami Dade College, conocí a la poeta cubana-mexicana Elena Tamargo, en la feria del libro del 2003 cuando presentó mi libro Notaciones del inocente. A Elena le rindo homenaje en “Habitante Invisible”. El último poema de este libro está dedicado a ella. La Tamargo fue muy especial a mi llegada, me ayudó a encauzar mi nueva poesía que debía de empezar a abordar otros temas. La extraño mucho, con su muerte perdí unos oídos siempre listos a escucharme y detenerse cuando discrepaba. Ahora estoy escribiendo cosas menos místicas, sin abandonar mi estilo. En el libro nuevo, y que deseo titular “Amsterdam” porque su primer poema lo escribí en esa ciudad, los poemas son diferentes a los que he escrito hasta este momento, pero siguen siendo intimistas.
¿Por qué te tomas tiempo para publicar de un libro a otro?
No es fácil, al menos para mí, tener un libro tras otro. Me agrada tomarme mi tiempo escribiendo y leerlo y re-leerlo, prefiero que tengan su espacio de elaboración. Ya van seis y voy por el séptimo. También me roba tiempo y mucho de todo lo otro que hago, necesito calma e inspiración para escribir, no me sale el poema tan fácilmente. La palabra a veces se me resiste. Pero si me preguntas si no estoy satisfecho te mentiría, estoy feliz con lo que he logrado y de la manera en que me leen y las alegrías que me ofrece cada nueva edición.
El crítico inglés Gavin O’Toole escribió en The Latin American Review of Books acerca de tu poesía “que tú haces que cada palabra represente cien o tal vez miles más (makes every word stand for a hundred or perhaps a thousand others)”, ¿por qué?
Ahí es donde radica el misterio de la poesía, ella tiene su propio vocabulario. Porque la poesía es sabiduría. Tienes que decir mucho en pocas palabras. Es una maestría que vas aprendiendo escribiendo constantemente. En mi poesía es esa una particularidad, me agradaría escribir esos largos poemas, pero en poemas cortos dejo todo afuera, con la pasión y sensibilidad que necesito. No te digo que no tengo poemas largos, si los hago es para demostrar también lo necesario que es hacer un viaje largo por los versos. Todavía deseo escribir algo como Piedra de Sol de mi maestro Octavio Paz. Para lograr esto tienes que ejercitarte todo lo más que pueda, es no sacar el poema en cuanto creíste que lo terminaste. Es tener las palabras necesarias y dónde ponerlas para que rueden dentro de lo que cuentas, porque el poema es un cuento breve, vías que se entrelazan en una perfección de palabras que juegan constantemente con las emociones. Hay que recordar que la poesía es quizás la más pura de las artes y su forma de expresión, el verso, es una recreación con la que cuenta el hombre para mostrar sin maquillaje su mundo interior. El hacer que cada palabra represente cien o miles más lo da la profesión de ir una y otra vez sobre el poema. Quitar lo que te estorbe duele hacerlo, pero lo que no vale la pena o no tiene valor poético porque te rompe la tonalidad que buscas, hay que borrarlo. Una de mis profesoras de literatura decía que la poesía no tenía traducción, en términos de explicar lo que estás leyendo. Te lo tiene que decir el empleo de las palabras, que deben mostrar la variedad necesaria y la fuerza precisa. La poesía, es una forma exquisita de desnudar tus sentimientos y conocimientos, su estética es donde mejor se expresa la filosofía. Los griegos llamaron logos a un sistema de pensamiento totalmente racional, que en casi mínimas imágenes debía mostrar a su vez un mundo mimético, pletórico y rígido. Los griegos la llamaron poiesis: sapiencia como conocimiento solo posible para el creador que es el Poeta.
Menciona veinte poetas hispanoamericanos que a tu juicio son clásicos y no deben dejar de leerse.
Son tantos que veinte me suena una cifra corta, no obstante comenzaré con los peruanos Blanca Varela y César Vallejo, la nicaragüense Gioconda Belli, la brasileña Clarice Lispector, los mexicanos Jaime Sabines y José Emilio Pacheco, la uruguaya Ida Vitale, los argentinos Julio Cortázar, Juan Gelman. los cubanos Eugenio Florit y Emilio Ballagas, la puertorriqueña Julia de Burgos, los españoles Gloria Fuertes, Rafael Alberti y Clara Janés, el colombiano Álvaro Mutis, la paraguaya Josefina Plá, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el venezolano Andrés Eloy Blanco y para cerrar el chileno Vicente Huidobro.
Eres un defensor de la individualidad. ¿Consideras que la individualidad va unida a la soledad?
Soy un solitario empedernido, pero la individualidad no es sinónimo de soledad. La individualidad es sinónimo de autenticidad y de libertad, puede ser libertad que se disfruta en soledad o no, pero la individualidad es la que ha hecho al hombre ser excepcional. Es la singularidad de ser siempre tú, sin esperar la aprobación ajena. Es la clave que le otorga a tu vida la sensación correcta de que puedes ir bien o mal. Tú tienes un libre albedrío para notarlo y esa individualidad es el cacareado albedrío. La individualidad te hace extremadamente fuerte. No lo confundas con egoísmo, prepotencia o altanería. Nunca la individualidad irá unida a estos adjetivos, que van aparejados a la inseguridad. Te reitero, soy solitario, pero esa individual no es mi soledad. Vivo la individualidad y la soledad por sus diferentes caminos. Tengo mi filosofía de la vida y me gusta vivirla como la vivo. Soy un individualista muy feliz y sin dañar a nadie por serlo.
Eres el Fundador y Director de Programa del reconocido Seattle Latino Film Festival, ¿qué te hizo, además de la poesía, dedicarte a promover el arte y en especial la cinematografía hispanoamericana en los Estados Unidos?
Te voy a responder parecido a lo que dije a la revista francesa L’OBS en abril. Cuando me mudé de Miami a Seattle en el 2006 deseé sentirme provechoso, enseguida noté el vacío cultural de la comunidad latina en el noreste de los Estados Unidos. Corría el año 2008 y en un desayuno con profesores de la Seattle University al que me habían invitado, le comenté a una buena amiga ecuatoriana, profesora de la universidad, mi interés en ayudar a cambiar la mentalidad estereotipada que se tenía del hispano en esa región, y qué mejor manera que a través de un festival de cine. La misión principal se convirtió en educar a través del entretenimiento. Fue un gran desafío el tratar de hacer cultura y promoverla en un país tan difícil como los Estados Unidos. Algunos se mostraron escépticos, otros como un vicepresidente de Microsoft nos brindó todo su apoyo y el festival tuvo su apertura en septiembre de 2009. Ya son once ediciones, y lo hacemos en octubre, que es cuando se celebra el Mes de la Herencia Hispana, en un país muy complicado para las artes, ya que prefieren pagar billones de dólares en hacer un muro que los divida de Latinoamérica que dedicar un poco de esos millones a la cultura. Han pasado años desde que lo fundé y el Seattle Latino Film Festival ha seguido enriqueciendo la vida cultural de una de las ciudades corporativas más importantes del mundo. El festival es el único de su tipo en todo el estado. Seattle solamente tiene más de treinta festivales de cine. El SLFF por sus siglas en inglés, es una institución no solo para educar, sino también para promover la cultura del cine latino y sus protagonistas. En el estado de Washington no estamos inmunes a la discriminación que las minorías viven en la actualidad en los Estados Unidos, con matanzas a cada rato por la ignorancia y el odio de los nacionalistas blancos a los que no son caucásicos. Es grande la denigración a los grupos étnicos. Es difícil obtener todo el apoyo que se necesita, nos cortan y cierran puertas. Lo hacen sin saber que América es un continente, no un país, y que este continente estuvo lleno de civilizaciones como los incas, los mayas, los aztecas, los amerindios… sioux, apaches…, antes de la llegada del colono blanco europeo. También junto a los hispanohablantes conviven personas de las islas del Caribe como los haitianos, o de las islas británicas, holandesas y francesas, y brasileños que aportan su portugués. Pero el trabajo está en curso y el Seattle Latino Film Festival está atrayendo un creciente interés entre muchos que ahora han comenzado a descubrirnos.
¿”Habitante Invisible”, quién es, es el Amor?
Es más que Amor, es un libro lleno de personajes, de música, tiene un capítulo de sonetos endecasílabos, poemas en verso libre o blanco, es un espejo de mucho de lo que he vivido y seguiré viviendo. Es un homenaje a la mujer, a mi madre, a mi hermana Ileana de la Caridad González Pacheco, a los amigos. Lo quiero ver publicado ya. Viene con una introducción del narrador y guionista chileno José Ignacio Valenzuela y la ilustración de portada la diseñará la pintora cubano-puertorriqueña Mónica Arche. Cuando lo publiquen podrán descubrir a ese “Habitante Invisible”, que no está en singular.
Sugerimos: "Gestos, voces", dossier poético de Jorge Enrique González en Árbol Invertido.