En esta bella fecha, en la que celebramos la irrupción de la libertad en Europa, a través de la patria de Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu, Alexis de Tocqueville, del Marqués de Lafayette, Frederic Bastiat, Benjamin Constant, Raymond Aron, Jean Francois Revel y tantos otros, presentamos este libro genial del poeta cubano Ariel Maceo Tellez: Esperando la carroza.
Ariel Maceo vuelca una mirada poética expuesta como un nervio a la realidad cubana contemporánea. Es su belleza literaria semejante a la de Caravaggio, con sus claroscuros y que, en lo real, sin anteojeras, en medio de la suciedad y el polvo, la encuentra. Maceo descifra para nosotros esa agónica espera, ese tedio espectral ante un régimen, o, mejor dicho, un modo de vivir que no termina de morir.
Diré que sus poemas son incontestables. Porque incontestables son las cosas en la vida cuando no son lo que quisiéramos, pero es lo que nos toca vivir y nos preguntamos a diario si valdrá la pena seguir. Y Maceo en sus textos refuerza mi convicción por el poder de las palabras. Sus versos nos sobrecogen, nos toman de improviso e interpelan nuestra inacción, indiferencia e indolencia – digámoslo así, por lo grave que es nuestra actitud actual – ante nuestro poco apego por defender a sangre y fuego cada pulgada de la cada vez más escasa libertad que tenemos en nuestros países, luchar por extenderla y, en particular, ese inmisericorde desdén que tenemos los latinoamericanos en general por la situación actual de Cuba, luego de la muerte del dictador Fidel Castro.
Cada poema de Maceo nos lleva a preguntarnos, ¿cómo podríamos vivir nosotros en una sociedad de pesadilla como la cubana, “esta función interminable donde solo cambian los actores porque mueren”? Cuestiona esa modorra, esa pesadez en el aire por dejarlo todo como está en nuestros países, “porque esa es una virtud que posees / la de acostumbrarte a todo”. Cada verso suyo nos horada, confío, como el agua que gota a gota quiebra esa incuria de piedra que nos acomete ante nuestro propio entorno, y el cubano, por cierto. Acrecienta esa verdad que nos grita que la libertad es como el aire: sólo comprendemos, y tarde, su importancia, cuando nos asfixiamos.
En sus versos directos, sin adornos, Maceo hace patente el comportamiento a la deriva de sus connacionales, sintetizado en esa frase que espetan muchos cubanos: “esto no hay quien lo arregle; pero no hay quien lo tumbe”. Quiero dejar sentado hoy que esa inmovilidad frente a su situación presente, que es también la nuestra, no olvidemos, es, como escribiera el poeta peruano César Vallejo en su poema Los heraldos negros: como si “la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma”. Es, a mi entender, el charco que nos queda en el espíritu por el efecto deshumanizador del socialismo y el comunismo.
A 103 años de la nefasta existencia del mayor mal que ha acometido la humanidad contra sí misma hasta ahora, la brutalidad de sus crímenes, la violencia y el terror instituidos como política de Estado, las montañas de cadáveres que claman por justicia desde Tierra de Fuego hasta los Urales, el demencial propósito de convertirnos a todos en una “fría máquina de matar” y “crear dos, tres, muchos Vietnam” en nuestros países, sus pasos como de bárbaros Atilas, el socialismo y el comunismo han producido esas terribles consecuencias, representadas en la anomia, el desaliento y el miedo a la libertad de cubanos y latinoamericanos, ese “no puedes hacer nada” que expresa Maceo en Esperando la carroza. Su libro nos cuestiona al respecto, nos hace notar nuestra situación de “montados”, según dicen de los quedan vacíos de sí mismos y ocupados por espíritus en las ceremonias del vudú, cual si nos hubieran robado el fuego interior que hace que luchemos por nuestra vida y nuestra libertad.
Pero no todo es penumbra en Esperando la carroza de Ariel Maceo. En algún rincón de La Habana hay todavía quienes desean devolverle el color a la ciudad, destupir la miseria de sus alcantarillas, como dice el poeta cuya obra comentamos. Hay que convertirse en un hombre temible, aunque eso no nos guste, suscribe. Goethe escribió: “la libertad, como la vida, sólo la merece quien sabe conquistarla todos los días”. Por eso el poeta Maceo nos dice:
Ahora
que el juego está por terminar
te queda una sola bala
por eso te afilas los colmillos
y te pintas una sombra bajo los ojos
mientras suenan los tambores.
Ya sabes que ahora
aunque tengas miedo
no puedes dejar prisioneros
porque este juego es hasta la muerte.
Este poema de Ariel Maceo, y su título, “Consejo útil para un ciudadano cualquiera (es decir, el a degüello)”, evoca en mí un poema del poeta cubano Heberto Padilla, que deseo compartir con ustedes, que debería ser un texto de cabecera para todos los que amamos la libertad, que dice:
Para escribir en el álbum de un tirano
Protégete de los vacilantes,
porque un día sabrán lo que no quieren.
Protégete de los balbucientes,
de Juan—el—gago, Pedro—el—mudo,
porque descubrirán un día su voz fuerte.
Protégete de los tímidos y los apabullados,
porque un día dejarán de ponerse de pie cuando entres.
Por consiguiente, la lectura de Esperando la carroza de Ariel Maceo me llevó a revisitar el libro Fuera de juego, del ya citado autor Heberto Padilla, al que ese poema pertenece, libro por el que ganó el Premio de Poesía “Julián del Casal” de 1968 y fue el motivo de su posterior persecución, encarcelamiento y autoinculpación, en el famoso “Caso Padilla” que generó el rompimiento de un sector de intelectuales con la entonces vigorosa revolución cubana. Permítanme puntualizar lo que cuenta Manuel Díaz Martínez, escritor cubano que había ganado el premio el año anterior, y que en tal condición integró el jurado junto a los cubanos José Z. Tallet, José Lezama Lima, el inglés J. M. Cohen mi compatriota el poeta César Calvo. Díaz Martínez cuenta que la burocracia cultural y el régimen castrista entero se opuso a la decisión del jurado por considerar el poemario como ideológicamente contrario a la Revolución, y al no poder revocar el fallo, a pesar de todas las presiones que recibieron, y que Díaz Martínez detalla, en particular contra los autores cubanos, como interrogatorios, despidos de sus trabajos y encarcelamientos, accedió a publicar el libro con un largo preludio reprobatorio firmado en abstracto por el Comité Director de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.
Resistir. Más que esperar, resistir. Actuar ante la adversidad. Combatir a quienes, desde la literatura dizque social, de género o comprometida de hoy en día, porfían tercamente en mantener las mismas coordenadas ideológicas de quienes condenaron a Padilla, ya sea por pertinaz comodidad, por resistencia al cambio, por horror al vacío o por miedo a ser considerados unos parias en la comunidad cultural latinoamericana y mundial, monopólicamente izquierdista, pero que está de hecho separada del resto de sus sociedades.
En efecto, la muerte civil era lo que más temían —y temen— nuestros valientes literatos de izquierda latinoamericanos. Un hecho propio del siglo XX fue el auto de fe socialista contra los escritores que disentían de estos regímenes revolucionarios y del pueblo, por parte de sus acólitos, burócratas y gobernantes, en castigos que iban desde la censura, la prohibición de publicar, los actos de repudio, el encarcelamiento en gulags, la expulsión del país y, cuando nada de lo anterior servía para devolver al cordero al redil, se les aplicaba el suicidio asistido o el fusilamiento sin miramientos. Boris Pasternak, Mijaíl Bulgákov, Aleksandr Solzhenitsyn, Joseph Brodsky, Yuli Daniel, Andrei Siniavsky, Václav Havel, Heberto Padilla, Reynaldo Arenas, Raúl Rivero, Liu Xiaobo y Liao Yiwu, forman parte de una larga lista de creadores condenados por los socialismos realmente existentes.
Pero no debemos, no podemos dejar que esas circunstancias nos quiebren, como no quebraron al jurado de Padilla al concederle el premio que merecía. Habrá que gritar eso o rebanarse la garganta, como escribe Ariel Maceo. Y si realmente lo logramos, y si realmente nos apropiamos de nuestras almas, si recuperamos el fuego interior, como dice el poeta:
Regresaremos con los prisioneros, con los despojados, con las blancas mujeres dolientes, con los ateridos por los estragos de una larga espera. Con ellos nos pondremos la piel arrasada, los sacos sin recelo, el perdurable ímpetu. Seremos la primavera, la alegría, la ola libre azul que pese a irse siempre vuelve.
Nada podrá impedirlo. Caerás como lo hace el aguacero, inevitablemente. Entonces, te veré derribado hasta de los recuerdos. Y con tu olvido serán nuevas todas las cosas, el aire, la luz, la libertad, mi amor heredado, y sobre todo el mañana, que se extenderá como el cielo en la línea febril del horizonte.
Muchas gracias.