Dominga “Mina” Pérez Llanes es el tipo de persona que se parece a más de una generación de cubanos. Nació el 12 de mayo de 1909 con una discapacidad físico-motora que le impedía disponer de sus manos y piernas, obligándola a pasar su vida en una prisión: su propio cuerpo. Sin embargo, esto no la limitó de crear. En vida, fue artista plástica, poeta y periodista.
Cuando comenzó a crecer se le dificultó utilizar los brazos, y suspenderlos en el aire le era imposible, por lo que comenzó a valerse de su boca y dientes para realizar sus actividades cotidianas. Logró aprender cosas extraordinarias para una persona con su condición: pintar, escribir, cortar con tijeras, manejar el cigarro y enhebrar agujas.
Su familia era demasiado pobre como para pagarle la escuela o un profesor. Fue así como, apenas adquirió conciencia, su madre le enseñó a leer y a escribir. Ya en los años veinte empezó a interesarse por la vida cultural floreciente en Cuba: la reacción vanguardista en la pintura de la mano de Víctor Manuel y Carlos Enríquez, el boom del son a través de las bocinas de las vitrolas, el despliegue de la radio en el país promovido por la compañía norteamericana International Telephone and Telegraph (ITT) y el auge de las revistas gráficas de la época, ejercieron una fuerte influencia sobre la decantación de “Mina” por el quehacer artístico-literario.
“Ponme dientes que pinten” dicen algunos en Santa Cruz del Norte, municipio que la vio nacer, en homenaje a ella. Con pasión, Dominga Pérez dirigió toda su fuerza hacia el lápiz, la brocha y el cincel haciendo arte a pesar de las limitaciones. “Y lo hacía muy bien, mejor que muchos que tenemos manos”, comenta Rina María Fernández Brito, amiga de Dominga.
Algunas de sus obras se encuentran en exposición permanente en el Museo Municipal del poblado norteño. Tales son: Mella, pintada en 1965, y la escultura Tierra, terminada en 1931. Otras, como La noche triste de Hernán Cortés, sin embargo, quedarán indisolublemente relegadas al olvido tras no conservarse por negligencias de la institución.
Rápidamente despertó el interés de pobladores y artistas, no solo de la localidad, sino de todo el país. Tanto impactó su figura, que la revista Carteles, vanguardia del periodismo nacional en los tiempos de la República, dedicó un reportaje a la figura de esta artista local. Uno de sus párrafos enunciaba:
"El caso de ‘Mina’ Pérez, la guajira inválida, es extraordinario. Sentada en un sillón a perpetuidad, inútiles sus extremidades superiores e inferiores por trágico destino desde el nacimiento, esta muchacha, que ha pasado toda su vida en una finca, en pleno campo, y en la villa costeña de Santa Cruz del Norte, escribe, dibuja, esculpe, corta con tijeras, maneja pinzas, se pinta los labios… ¡con la boca! Y hace todo esto, y mucho más, con la ligereza, con la limpieza, con la seguridad con la que usted, o nosotros, menos maltratados por la suerte podemos hacerlo empleando las manos”.
Tras la publicación, comenzó a trabajar como cronista de Carteles, semanario para el cual, además, concibió poesías “de su boca y letra”. Posteriormente, sus poemas serían compilados por Mayret Reyes Mesa, Nury Delgado Díaz y Polina Martínez Shviétsova en un libro llamado Sueños de ventana, donde esta última escribió:
“Anclada en un sillón, sus palabras eran hálitos de un cuerpo que no podía expresarse. Así surgía un mundo prolífero, solitario e incomparable con el de los demás poetas que deambulan por nuestras calles”.
Al triunfo de la revolución en enero de 1959, la pensión de Dominga Pérez era de apenas diecisiete pesos, cifra que no bastaba para cubrir ni siquiera las necesidades básicas de una persona en perfecta forma física. Por esta razón, relata Rina Fernández, fueron a ver al entonces presidente cubano, Manuel Urrutia, con el objetivo de pedirle un aumento del subsidio. Este no la recibió, pero le otorgaron cita para una semana después en el Palacio Presidencial.
El viaje en auto hasta La Habana les costó cinco pesos, donde después de una larga espera que demoró casi doce horas no la recibieron. En su lugar “Mina” hizo constar su queja en un acta que o jamás fue leída o fue totalmente ignorada, porque el aumento de su pensión se hizo esperar. Años después, en la década de los setenta, finalmente le aumentaron el sueldo a la miserable cantidad de treinta pesos. Monto que, a pesar del ligero incremento, continuó siendo insuficiente para la artista santacruceña.
Nunca perdió la sonrisa, ni siquiera cuando la vida parecía tornarse aún más adversa para ella. Su recuerdo pervive, siempre alegre, entre los habitantes de ese terruño costero situado en el litoral norte del archipiélago cubano. Fue muy querida por todos, al punto de que las casas se construían con una puerta más grande de lo habitual, por donde pudiera pasar el sillón de Dominga Pérez.
Murió de un enema pulmonar diez días después de la Jornada de la Cultura Cubana, en el hospital “General Calixto García” en La Habana, el 30 de octubre de 1984, pobre y sin recibir en vida pago alguno por su obra artística, literaria o periodística.