Mientras uno existe, vive en un mar de confusiones. Y hay que encargarle al tiempo que diga la última la palabra. Él la dirá». Así se expresaba de forma promisoria Ibrahím Doblado del Rosario(Ciego de Ávila, 6 de agosto 1941- 21 de junio de 2012), en una entrevista que se le realizara a raíz de presentarse sus libros Estampida y Oceánicas, en la Feria del Libro de 2006.
El tiempo, el que no perdona, brutal, cada día más fuerte grita la última palabra sobre la vida y obra de Ibrahím, y estampa su nombre en el rostro de la historia de un país para que no sea olvidado. Claro, los que no tienen ojos para ver no lo verán, pero ahí está escrito su nombre, que hoy colocamos a la entrada de la Sala de Literatura de esta Biblioteca, para honrarlo. Y no podía haber nombre mejor, su obra es orgullo de este terruño donde nació, que no lo abrazó ni lo cuidóal morir, y que tendrá el deber cívico de jamás olvidarlo, so pena de matar un fragmento de su propia identidad.
Hay poetas que dan nombres a lugares, como ya lo hizo Lucas Buchillón con Tamarindo, al que bautizó como «El Valle de las garzas»; otros con sus versos despiertan imágenes borradasy al mismo tiempo colocan la libertad en la sustancia con que se levanta el lenguaje y también en los espacios que cantan.Ibrahím construyó toda su obra con la materia libre, misteriosa, vital con que se alumbra la poesía, y nunca su espíritu lo abandonó en ninguno de sus relatos para niños o adultos. Su prosa carga el impulso vital que concede la imagen poética, el lector se deleita, se place en los espacios de libertad que concibió en sus libros y se traslada a ellos por el poder subyugante de la palabra. Cantó a Turiguanó y a los Cayos de Jardines del Rey y dejóuna marca que no puede ser borrada, la marca de la emancipación que solo concede la más alta expresión artística, y el alma pura como la del niño que siempre lo acompañó. En una ocasión dijo:
Los mayores, mientras crecemos, nos olvidamos que algún día fuimos niños. Y hay veces que, en medio de ese crecer, obviamos que solo con la nobleza y la sinceridad se pueden derribar ciertas barreras. Eso es lo que usted puede encontrar en mis libros. Puede que algunos sean violentos, sin embargo se han atenido a estos principios que no niegan la fantasía. Puede que sean de aventuras y que al final parezcan románticos. Pero yo lo he querido así. Porque, al final, lo único que hago es muy sencillo: escribir esos cuentos, que de niño quise y nunca pude leer.
Quizás,por pretender algo tan simple como escribir lo que de niño no encontró en sus lecturas, logró algo mucho más complejo: los lugares y paisajes, la naturaleza salvaje, indómita y a la vez hermosa que reflejó en su obra, después de la mirada deIbrahím ya no son los mismos; han pasado a formar parte del universo literario, se han convertido en metáfora, en imagen, existen como una nueva sustancia más perdurable.
A los avileños, pues, no nos queda más que agradecer que haya existido un escritor como Ibrahím. Nunca será suficiente lo que hagamos por salvaguardar su obra «de las oscuras manos del olvido», para incentivar la lectura de sus libros, cargadas de valores éticos y ajenos a cualquier actitud doctrinal y moralizante.
Todo niño o adolescente que se acerque a Relatos de Turiguanó, Los viajes, el regreso,Sueña, Miguelito sueña, o Caballo salvaje es un niño que crecerá confirmando valores tan universales como la solidaridad, la honradez,el amor y el respeto por la naturaleza; es un niño que crecerá fuerte, liberado por el poder y la fuerza de la imaginación, será un hombre mejor. El escritor que puede lograr eso con sus libros, sin duda es un gran escritor.
Y puede resultar extraño, pero ese escritor hasta hace poco estuvo entre nosotros, caminó por estas calles humildemente, en los últimos años arrastrando su cuerpo enfermo, que no su alma, siempre límpida, que no su mente pletórica de proyectos escriturales y sueños por cumplir; conversó en La Fontana sobre Hemingway y Vallejo, o sobre Dios y las pruebas de su existencia mientras tomábamos un café suave a la americana; tocó a varias puertas necesitado, con la «pobreza irradiante» que provee la aristocracia del espíritu, y no todas las puertas se le abrieron. Sí,estuvo ahí, bien al alcance de la mano «y no llegamos a conocerlo», como ya dijo Martí en su obituario a Julián delCasal, porque la historia, como noria torpe, repite semejantes desvaríos.
Quiero evocar fragmentos del retrato que el escritor Enrique Pérez Díaz le hiciera cuando supo la noticia de su muerte:
[...] los cayos y el desértico paisaje tiraban de ti como si de un atavismo o una magia ancestral se tratara y hacia allá te ibas siempre en escrituras y rescrituras del mito Turiguanó o Romano que ya conforman una recurrente saga de tu tierra bien amada; te ibas como el hombre sabio y antiguo que desde muchacho siempre fuiste, andando como una sombra desvelada en pos de un mundo distinto, el universo en el que solías soñarte como el más atormentado de tus personajes, perdido entre los infinitos esteros de la imaginación más desbordante.
Así es, un mito fraguó en un fragmento de la tierra avileña, y con ello, nuestra aún en formación identidad, delinea su rostro un poco más, que así de poderoso es el legado de los hombres buenos, de alma y obra grandes.
Ay de los lugares que no tengan un Ibrahím que les cante y ay del que los tenga y no los honre.
(Ciego de Ávila, 6 de marzo de 2014. Palabras leídas en la reinauguración de la Sala de Literatura de la Biblioteca Pública «Roberto Rivas Fraga» de Ciego de Ávila, que hoy lleva el nombre de Ibrahim Doblado del Rosario.)