Por nombre lleva Pedro, Pedro Juan. Gutiérrez de apellido. Pienso si es menester un párrafo con una suerte de presentación.
Quizá en favor de aquel que no esté enterado acerca de eso llamado “literatura cubana” venga a bien desplegarse en unas cuántas líneas. Desde la síntesis, hablar del hombre y su contexto, es decir: del soldado y zapador nacido en Matanzas en 1950, también cortador de caña, obrero de la construcción, profesor de dibujo técnico y periodista, y del campo literario nacional.
Debería emplearme a fondo.
Aunque lo ideal sería un breve párrafo en donde se condense la biografía de un hombre que vive en La Habana, de voz es sosegada, cuya hoja de ruta parece un verdadero relato de ficción, y la descripción de un contexto de acción cuyo origen se remonta a un gesto ficcional (eso se comenta de Espejo de paciencia; los rumores hablan de una suerte de performance literario como acto fundacional, una finta o jugada de laboratorio en las letras nacionales).
En resumen: Pedro Juan Gutiérrez, autor, entre otros libros, de Trilogía sucia de La Habana y El Rey de La Habana. Esos dos títulos bastan como carta de presentación tanto dentro como fuera de las aguas jurisdiccionales de la literatura cubana. Si acaso, agregar que supo traducir en un ciclo de historias el delito y el deleite, el crimen y el castigo, el dolor y el hambre y los duros olores y el amor y la traición y la sobrevida y la muerte en aquellos años que sacaron lo mejor y lo peor de todos nosotros: los 90´s.
El “Ciclo de Centro Habana” como suerte de radiografía de un momento también fundacional. El Período Especial gestaría al verdadero “hombre nuevo”… Es menester, supongo, una suerte de modulación: “hombre nuevo_versión 2.0”. La posibilidad de la transferencia de códigos maliciosos en el update y el desarrollo de nuevas habilidades según la teoría de Darwin.
Ese nuevo individuo ya no esperaría por ningún acto o gesto venido del Estado; las reglas del juego lo pondrían de cara a su propio destino, que por exceso o defecto ya no sería luminoso. Algunos desembocarían en la desilusión, otros, entre los más jóvenes, los que en aquella década no rebasaban los cinco años de vida, al llegar a la adultez ni siquiera se plantearían el asunto, porque su ilusión tendría débiles puntos de contacto con el performance social, político y cultural del Estado. Pienso en ideología de grupo, en una política personal, en las artes del ajedrez, el cinismo, en una levedad de alta densidad donde los íconos y héroes tienen más de pop que de post.
Viejo loco es la entrega más reciente de ese hombre mitad real mitad ficción llamado Pedro Juan Gutiérrez. Fue publicada por la Editorial Oriente en 2014. Hay en este libro cuentos inéditos y otros escogidos de Trilogía…, Carne de perro y de El insaciable hombre araña. Esquirlas de Juan, del mismo Juan que escribe y del que narra, que no es lo mismo ni es igual. Esquirlas de Juan o carne de Pedro, un tipo que se pregunta si todas las vidas son tan vertiginosas y caóticas comparadas con la suya, es decir, la del Pedro Juan del Ciclo de Centro Habana, o aquellas cuyo contexto es el extrarradio de la ciudad: Guanabo y El Calvario entre otros.
En el cuento “En la zona diabólica’” el narrador-personaje (no confundir con la entidad que conscientemente elige un fragmento de la realidad y lo traduce en imágenes y conflictos desde una poética ríspida, que opera desde y con los detritos de la vida e incluso con los del lenguaje), el narrador-personaje literalmente se pregunta si todos vivirán tan desesperadamente.
Me asomo a la ventana. Miro allí, adonde sé que otros mirarán.
Salgo a la ciudad y camino por donde otros ya han caminado o caminarán.
La ciudad, el mercado, el hospital y la escuela, la guagua y la playa alcanzan las cotas de la zona diabólica descrita por Pedro Juan. Tensión y distensión. El paraíso y el infierno alternándose.
En el cuento, el narrador dice: “Es insoportable”. A veces piensa en la necesidad de frenar, frenar un poco, también en la posibilidad de que todo está hecho, no hay marcha atrás.
¿Qué es lo que no se puede revertir en la vida vertiginosa y dura del narrador, de los personajes de su zona diabólica, de su ciclo de historias? ¿Acaso en esa vida ya no hay solución posible para ningún problema?
Ese narrador-personaje llamado Pedro Juan lee como un poseso, traga ríos de alcohol, su gusto por la música es variado, se enfrasca en negocios de poca monta, se encama con mujeres jóvenes o viejas en su mayoría molidas a palo por la vida que les tocó en suerte; padece “perplejidades y confusiones continuas, como quien sufre de coriza y catarro frecuente”. El Pedro Juan narrador-personaje, ese individuo que intentaba “despreciar todo el caos y echaba la basurita bajo la alfombra”, también escribe. Quizá en este detalle, el de la escritura, comienza a diluirse la frontera usualmente establecida por no pocos lectores al interactuar con un libro; esa línea separa literatura y vida, ubica en lugares diferentes a la voz que narra y al individuo parapetado tras el ordenador, en la Vida Real, escribiendo.
El Pedro Juan de “En la zona diabólica” desliza en el cuento la frase siguiente: “cuando uno escribe hasta convertir la literatura en un vicio, lo único que hace es explorar. Y para encontrar algo hay que ir hasta el fondo. Lo peor es que una vez en el fondo es imposible regresar a la superficie. No se puede salir jamás.”
¿Acaso es cierto? Es menester recordarles que lo dicho es carne de Pedro, una esquirla del Juan de la ficción.
Me atrevería a sumar un pequeño detalle: el de la transformación. La imposibilidad de regresar a la superficie de la misma manera en que nos zambullimos, porque se debe regresar. Supongo que uno regresa transformado, en espera de las palabras justas para narrar la “zona muda” o la “zona diabólica”.
¿Cuáles son las palabras justas?
No las sabemos, al menos no de antemano.
Pongamos como líneas finales las mismas del cuento en el que me he regodeado: “Lo terrible es la incertidumbre. Es tan mortífera como una bala en la sien”.