El tiempo vuela, los recuerdos exigen gratitud a quienes me han llevado hasta lo alto. Escribir es oficio y pasión, pero ya me cuesta mucho. Los ojos ven más niebla que letras, por este mal de cataratas que tanto crece, y aquella fiebre de creación que hasta hace poco fue arrebato hoy es pobre alarde.
Para alimento del alma las cosas de la Biblia y el alma se me llena de ternura cuando leo mi Enciclopedia de las islas Canarias que es como andar de regreso en aquella casa no. 16 del parque del Pueblo en Mazo que allí está. Dicho ras de paso, cuando vuelvo a poner los pies en el suelo, no puedo decir qué y cuánto siento: nada, lo inmenso no tienen remedio. Pero si reviso los libros en que están los nombres de Ileana y Francis sublimando el mío, o cuando voy a Videncia y veo lo infinito en las páginas que bajo la égida de Ileana y Francis gestan mi nombre para mayor altura, siento la grata generación de ambos. Ustedes, mis hijos, padres de alma, ¿? Sí.
Esto que digo es, del alma logrado, del pulso de la letra, regalo eterno. ¡Ay, hijos! Un abrazo.