La poesía visual contemporánea, quiero decir la que arranca con Mallarmé, fue desde él mismo una consecuencia de la necesidad de libertad. Esa necesidad estalló con la Revolución Francesa y triunfó, en la poesía, con el movimiento romántico: pero es al final de esta etapa cuando el poema se vuelve verdaderamente libre, no con el verso libérrimo de Whitman, que aún tributaba a la tradición, sino con el golpe de dados con el que Mallarmé abría la expresión poética a tres dimensiones inimaginables hasta entonces: la visualidad como sentido, la ruptura del orden del discurso, y la semantización de los sintagmas en sí mismos, fuera de ese orden. Pero parece que la libertad es difícil, porque muy pocos poetas siguieron de inmediato esa pauta genial, Apollinaire entre ellos. Hay que esperar a las décadas centrales del siglo XX para que entonces ocurra la explosión de la poesía concreta en Brasil, Francia, Alemania, Estados Unidos. La poesía se extiende a la variedad de lo visual, a lo puramente sonoro, a las tres dimensiones del objeto o del holograma, haciendo uso de una libertad que está en el centro mismo de su estatus, de su naturaleza como una de las manifestaciones supremas del espíritu. Esa misma pasión de libertad se revela en el hecho de que la mayoría de estas audacias tienen una vocación de comunicación pública, una intención de acercarse a la gente en la calle, en la valla, en la pantalla, en el performance, en el evento político mismo, como si la poesía debiera convertirse en la consigna del espíritu que combate y destruye las consignas de la mala política y de la basura mercantil. La libertad bajo palabra se atrevió a la palabra en completa libertad, incluso en don Octavio, incluso más allá de su condición sígnica. Tal vez sea este el mayor triunfo de las posibilidades de la poesía en siglos, y estamos apenas entrando en esta época.
Me asombra pues que en un país que cuenta con una poesía de rango universal como Cuba, la poesía visual haya llegado tarde y sea escasa. Curioso, parece un asunto de tierra adentro, ya que por lo menos cuatro de los poetas visuales cubanos no nacieron en la capital, comenzando por el extraordinario Samuel Feijóo, que fue su primer teórico y divulgador en nuestro país, y siguiendo por tres camagüeyanos: Severo Sarduy (1937), Francisco Garzón Céspedes (1947) y Rafael Almanza (1957). No sé si Francis Sánchez debió haber nacido en 1967 en Camagüey, pero como el Creador también es libre, porque Él es el Creador de la Libertad, no debiéramos exigirle un exceso de cadencia en este poema único que es la historia de la poesía. De todas formas Ciego de Ávila es parte de la arquidiócesis de Camagüey, y como Francis es católico, todo sigue en casa. Y especialmente en la casa de la libertad de la poesía visual histórica, puesto que estas Cicatrices son las de la lucha por la libertad en nuestro país, en el medio social y político y en el de las aptitudes de la poesía que se escribe entre nosotros. Tengamos en cuenta que Francis es uno de nuestros poetas discursivos más finos y más abundantes hoy en día, de manera que no se trata del conocido oportunista, del cual él mismo se burla en estas obras, que agarra la moda cultural y política para un remunerado travestismo. Ninguno de los cuatro poetas que he mencionado antes han convertido a la visualidad como único destino de su expresión. Francis ha llegado a esta forma no solo por sus habilidades con la imagen, patentes en el ejercicio de la fotografía y el video, sino porque la poesía concreta le permite liberar el grito latente y doloroso —y por eso mismo tan válido y efectivo— que atraviesa su poesía discursiva. Es el grito de la libertad y de la justicia que cualquier hombre tiene que enfrentar en estas circunstancias que vivimos, en Cuba y en el mundo, y que quizás no se acaben nunca. Es el grito de los salvos en el cielo de Júpiter, en el Paraíso del Dante. Es el grito de Dios en nosotros, exigiéndonos toda la libertad y toda la justicia de Dios. Francis ha llegado a la poesía concreta desde el centro de su experiencia como poeta, y es por eso que esta poesía concreta es concretamente poesía.
De la poesía concreta ya canonizada —nada es demasiado nuevo en el mundo de la neofilia—, presenta Francis varias de sus cualidades mejores: el golpe de la síntesis, la economía de medios, la explotación de los sintagmas como discursos, el juego de resignificación de la tipografía, el fotograma incorporado o dominando al texto, los recursos intertextuales, la ironía hasta el sarcasmo, y desde luego la desenfadada intención política. Como en mucha poesía visual, a veces está al borde de la obra plástica, más que del poema en sí mismo: pero la poesía visual ya vemos que no es ni fue nunca cosa de páginas ni de libros, ni tampoco de palabras dichas o mudas. Me llama la atención, precisamente, la excelencia de los medios puramente plásticos que contienen estos poemas, infrecuente entre los poetas discursivos que hacen poesía visual. El artista que es el poeta maneja con eficacia el color, y, notable, se desenvuelve con igual mérito en lo vertical y en lo horizontal. Conozco pintores poderosos que se especializan en una u otra gracia, porque fracasan en alguna. Por otro lado, estos poemas funcionan como carteles. La cartelística cubana, que estuvo al máximo nivel mundial en los sesenta y los setenta, y que sufrió la idiotez del ICAIC y luego la inevitable fuga de la mayoría de sus maestros, intenta resucitar desde hace veinte años sin que tengamos ahora un Azcuy o un Rostgaard. Francis Sánchez no hace carteles de cine, sino carteles de poesía, carteles de política que son poesía. Carteles. Para el medio electrónico y para la pared de la galería o de las instituciones. Para la calle, cuando se pueda. Y se va a poder. La obstinada presencia de Francis Sánchez en la tierra adentro de Cuba, su negativa a lo que él llama con donaire el exhilo, nos está regalando, y le está ofreciendo a él mismo, la doble corona de poeta y de cartelista. Siempre para decir la verdad de la poesía, que es la verdad de la libertad. La verdad os hará libres, dijo el Hijo de Dios. El humilde y tímido Francis ha conocido la verdad, es libre y nos invita a la libertad, aunque sea al precio de las cicatrices.
Le toca a su pueblo seguirlo.
(6 de febrero de 2015)
(Palabras del catálogo de la exposición Cicatrices de Francis Sánchez, febrero 2015, galería El Círculo, La Habana)