Un día aprendí que la poesía es, o puede ser, la parte más secreta de la conciencia. No del inconsciente, sino de la conciencia: su parte más secreta, la que ya no es una manifestación del ser, sino el ser mismo, que en nosotros nunca está completo, y por eso, aunque todos los griegos protesten, es en nosotros una parte de sí, del sí, de él, la única persona conjugable de la que somos su parte secreta, la desgarrada. Ese día (imaginario) abandoné lo onírico que me obsedía, y, aunque lo onírico no me abandonara, porque lo onírico es nuestra debilidad y la suya, me dediqué a pulsar, en lo posible, esa cuerda secreta de lo despierto, de lo más vigílico, el sueño insomne de la conciencia, nuestra parte esencial. Más joven que yo, me parece, tú has descubierto quizás algo equivalente, ayudado quizás por factores sombríos que acrecientan la luminosidad que te pertenece, a la que perteneces, y ello te ha hecho posible entonar un "Himno desde el sueño", sin que ese sueño sea, como dijo alguien, el de las ninfas que se desperezan en el subconsciente, sino el del centinela que aun soñando está en medio de la batalla, que es en realidad el que diseña la batalla, el que la hace. Ninfas larvales sobran. Si no hubiera batalla no habría centinela. Él es la parte esencial de la batalla. Su batalla es un credo de amor, y que la hayas dedicado a Samuel en su misterioso tránsito resulta demasiado para adjetivarlo. Dios te bendiga por todo ello y nos dé la porciúncula que nos falta para entrar definitivamente en el himno que nos falta, del que el tuyo es afluente tan precioso.